Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de febrero de 2015

Un dios se lo pague .1011

Éste qu'era un viejito y una viejita, según mi acuerdo. Quesque tenían tres hijos varones. Un día que 'staban muy pobres. L'ella no tenía nada pa comer. Y el hijo más grande, viendo esa pobreza, salió a rodar tierra. Cuando anduvo mucho se topó con un viejito de barba blanca y le preguntó pand'iba. Y le contó el muchacho. El viejo lo mandó a llevar una carta. Éste la tiró por áhi y se volvió y mintió que la había entregau. El viejo le dijo si qué quería ahora él, cien pesos o un Dios te lo pague.
El muchacho quería los cien pesos. Y el viejito se los dio, y se volvió el muchacho pa su casa. Y cuando llega allá el padre lo hartó a palos, porque sólo llevaba una carga de carbón.
Después salió a rodar tierra el segundo hijo. Y volvió con el mismo resultado. Pero después salió el más chico y se topó con el viejito, y cuando le dijo:
-¿Qué querís, los cien pesos o un Dios te lo pague? El changuito le contestó que quería un Dios te lo pague.
Entonces el viejito le dijo que tenía que hacer un largo viaje. Y le 'bía dau un burrito. Y le dijo qui ande s'hinque el burrito, tenía que entregar una carta pa una señora.
Salió el chico y cuando ya 'bía caminau un buen poco se le apareció un río de creciente clara. Y el burrito la 'bía cruzau no más. Más allá le apareció un río con creciente blanca. Y también la 'bía pasau con el burrito. Porque el viejito li había dau una espuelita de plata al changuito pa que lo espuelie al burrito cuando encuentre un peligro. Más allacito no más se le apareció un río con agua color sangre y lo mismo lo 'bía pasau el changuito con su burrito, al que le hincaba la espuelita. Y más allacito había encontrau dos piedras blancas que estaban juntandosé y separandosé. Y cuando se habían separau li había hincau l'espuelita al burrito y había pasau no más. Y di áhi, había seguíu no más y había encontrau dos toros peliando. Quesque se juntaban y se separaban. En cuanto se 'bían separau ha pasau el changuito con el burrito. Y di áhi, más allá ha encontrau un potrero con alfalfa y llenito de vacas flacas, y lo había pasau. Más allá ha encontrau un potrero sin pasto y llenito de vacas gordas. Y 'bía seguíu no más hasta que el burrito s'hincau solito en una casita. Y había salíu una señora y le 'bía dau la carta. La señora le 'bía recibíu la carta y después que le 'bía dau de comer al changuito. Después se 'bía dormíu el changuito.
El burrito que 'staba atau se 'bía muerto y estaba los huesitos no más. El changuito había dormío un año. Y la señora lo despertó y le dijo que se vaya. Y le dio otra carta pal viejito. Cuando había queríu irse el burrito estaba muerto, los huesos no más. Entonces la señora le dio un carboncito bien negro y brillante pa que lo toque al burrito. Y cuando lo tocó al burrito con el carboncito, se paró y empezó a caminar.
Y ya no había encontrau nada hasta llegar al viejito. Y el viejito le preguntó al changuito si qué había visto. El changuito le contó todo. Entonces el viejito le dijo que la creciente clara, eran las lágrimas que su madre derramó cuando lo había teníu a él; la creciente blanca, la leche que había tomau de su pecho cuando el changuito era chiquito; el río con creciente de sangre era la sangre que la madre había derramau en el parto; que los toros eran los malos compadres que hacen mal con sus acciones, a la gente; que las piedras que se juntaban eran las malas comadres que se pasan hablando de los vecinos; que las vacas flacas del potrero con pasto, eran la gente mala que tenían plata y siempre estaban queriendo más, sin llenarse de una vez; que las vacas gordas en el potrero sin pasto eran la gente pobre y humilde que estaba conforme con lo poco que tenía, y que la señora que le dio la carta era la Virgen y el viejito era Tata Dios.
Entonces el viejito recibió la carta de la señora y le dijo que lleve el carboncito a su casa y se vaya. No le dio más porque él había querido un Dios se lo pague no más. El changuito se volvió y al llegar a la casa del padre, al verle las manos vacías, lo castigó. La madre lo consoló. Y el chico le dijo que saquen todas las cosas de la pieza grande de la casa. Y cuando ésta quedó vacía, el changuito agarró el carboncito que le dio la señora y lo tiró adentro. Entonces toda la pieza se 'bía llenau di oro y plata. Quesqu'era muy mucha, que no la podían contar. Entonces el padre le 'bía pedíu perdón a su hijo y 'bía reconocíu que era bueno.
Y ha pasau por un zapatito roto para que usté me cuente otro.

Horacio Galleguillos, 52 años. La Cuadra. Famatina. La Rioja, 1950.

Trabajador de campo y minero.

Cuento 1011. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 072


Ramoncito, el hijo fiel .1020

Que era una viejita que tenía tres hijos, Juan, Pedro y el menor, Ramoncito.
Despué 'taban muy pobres y la madre muy enferma. Y entonce disponen entre los tres salir a buscar trabajo.
Salió uno y quedaron dos para atender a la madre. Pero a los pocos días se cansó el del medio y salió también y lo invitó al hermano menor, no aceptando éste, por no dejar su madre abandonada.
Después se juntaron Juan y Pedro y siguieron rodando tierra. Y se separaron en un lugar determinado en donde se quedaron de juntar.
Y sigue Juan, el mayor, encontrando un ranchito en el medio del campo, de donde salió un viejito, y le dijo:
-¿Para dónde va mi buen mozo?
-A buscar trabajo, señor.
Entonce el viejito le dijo que él le daba trabajo, que se quede y le da el trabajo. Lo manda a llevar una carta a una señora, alvirtiendolé que en el trayecto del camino encontrará tres ríos, uno de agua, otro de sangre y otro de leche. Pero que él tratara de pasar no más, que no tuviera miedo.
Entonces Juan salió de viaje a llevar la carta. Llegó al primer río de agua. El río iba muy crecido y pensó que se podía ahogar. Y entonce dijo:
-El viejito no va a saber lo que yo hago. Le digo que he entregado la carta y él lo va crer -y tiró al río la carta.
Y así hizo. Y entonce el viejito le dice que le va a pagar y le pregunta:
-¿Qué querís más, si dos cargas de plata o un Dios te lo pague?
Entonce éste le contesta que le dé dos cargas de plata.
El otro hermano llegó también a la casa del viejito y el viejito lo recibió con las mismas palabras:
-¿Para dónde va mi buen mozo?
-A buscar trabajo, señor.
Entonce el viejito le dijo que él tenía un trabajo, que se quede áhi. Y Pedro se quedó. Entonce le dijo que tenía que llevar una carta a una señora. Que tenía que seguir ese camino. Que iba a encontrar tres ríos, uno de agua, otro de sangre y otro de leche. Y que los pase a los tres, que no les tenga miedo. Y Pedro salió de viaje con la carta. Llegó al primer río, el de agua, y lo vio tan crecido que tuvo miedo de ahogarse. Entonce dice:
-El viejito me va crer si le digo que hi entregado la carta. Di aquí no más me vuelvo -y tiró la carta al río.
Y le dijo al viejito que había entregado la carta. El viejito le dijo que le iba a pagar, y le preguntó:
-¿Qué querís más, si dos cargas de plata o un Dios te lo pague?
-Las dos cargas de plata -dijo Pedro.
El viejito le dio las dos cargas de plata y se fue a su casa, Pedro.
Y a todo esto, la madre de éstos había fallecido, a la cual atendió Ramoncito hasta los últimos momentos de su vida. Y cuando volvieron los dos hermanos mayores, por ser éste más chico, lo desterraron de la casa, le quitaron lo que tenía y quedó él como abandonado.
Entonces Ramoncito dispone salir a rodar tierra. Y la casualidá o el destino, sigue por el mismo camino que sigue su hermano Juan y su hermano Pedro y pasa por la casa del viejito, y llega:
-¿Para dónde va mi buen mozo? -le dice el viejito.
-A buscar trabajo, señor -le dice el chico. Entonce el viejito le dice que él le daba trabajo.
Y ya quedó el chico y el viejito le dio la carta y le esplicó lo de los tres ríos.
Al otro día salió Ramoncito de viaje llevando la carta. Llegó al río de agua. Lo vio que 'taba muy crecido, y dijo:
-Sea lo que Dios quera -y atropelló en el caballo. Aunque el río era de mucho caudal, su caballo lo pudo pasar sin inconveniente. Pasando este río encontró el río de sangre. Mucho lo impresionó, pero se armó de coraje, y dijo:
-Sea lo que Dios quera -y atropelló.
Pasó lo mismo aunque era un río muy caudaloso. Después pasó al río de leche. También estaba muy crecido, pero dijo:
-Si he pasado dos ríos tan crecidos por qué no voy a pasar otro más. Sea lo que Dios quera.
Atropelló y lo pasó galopando como si fuera un camino. Sigue el viaje. Más allá encuentra dos piedras que se daban una con otra. Siendo el camino angosto y el único lugar por donde tenía que pasar no sabía qué hacer. Entonce, aprovechando un momento dado, atropelló con su caballo y pasó.
Más allá, encontró animales completamente gordos que estaban en un peladar. Más allá encontró en un campo de pasto hermosísimo, animales que el viento los ladiaba de flacos.
Siguiendo su camino alcanzó a ver a la distancia una casita blanca, y se dio cuenta que era el lugar en donde debía entregar la carta. Llegó y salió una señora vestida de blanco. Era a quien debía entregar la carta y se la entregó. La señora lo recibió con mucho cariño y también lo despidió como una madre.
Regresó a la casa del viejito y le dijo que había hecho el trabajo. Entonce él le preguntó con qué se conformaba más, si con dos cargas de plata o un Dios te lo pague. Entonce Ramoncito pensó que él era joven y podía trabajar, no pudiendoló hacer ese viejito, y le dijo que se conformaba con un Dios se lo pague.
Entonce le dijo que explicara lo que había visto en el camino. Ramoncito iba diciendo todo lo que encontró y el viejito  le esplicaba. El río de agua eran las lágrimas que derramó la Virgen por el hijo y las lágrimas de todas las madres. El río de sangre, la sangre que derramó Jesús por sus heridas. El río de leche, la leche que derramó la Virgen cuando criaba a Jesús. Las piedras que se golpiaban, los compadres que se viven ofendiendo y peliando. Los animales gordos en el peladar, los pobres resignados y los animales flacos en el campo de pasto alto, los ricos avarientos.
Y se despiden y cuando Ramoncito sale a unos cuantos metros lo llama y le dice:
-Tome, buen mozo, esta varita de virtú y pidalé lo que usté necesite. Digalé: Varita de virtú, por la virtú que Dios te ha dado, dame tal cosa. Y lo va a tener al momento.
Y entonce le dijo que él era Dios y que la señora a la que le había llevado la carta era la Virgen.
Y agradeció por todo al viejito y se fue. Llegó al árbol en donde descan-saron él y sus hermanos, y dijo Ramoncito:
-Voy a probar la varita.
Y le pidió a la varita que le traiga los mejores manjares. Y áhi no más tuvo una mesa muy bien servida. Entonce, viendo la suerte que lo acompañaba dispuso volver a su pueblo.
Y volvió al pueblo y compró una casa y siguió viviendo cerca de sus hermanos. Ya los hermanos 'taban muy pobres porque las cargas de plata que les había dado el viejito se les había convertido en carbón. Entonce estos hermanos se pusieron muy envidiosos del hermano menor.
Entonce se dieron cuenta de que el menor había sido favorecido por Dios y ellos castigados, pero ya era tarde.

Juan Muñoz, 59 años. El Pedacito. Villa General Mitre. Totoral. Córdoba, 1952.

El narrador, semiculto, oyó contar este cuento desde niño a sus padres y a muchos lugareños.

Cuento 1020. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


0.015.1 anonimo (argentina) - 072

Promesas cumplidas .974

Se cuenta que hace muchísimos años, en un país lejano que se llamaba Promesas Cumplidas y que quedaba a la orilla del mar, vivía un pescador con su mujer y ocho hijos. Todos los días el pescador sacaba una gran cantidá de pescados. Los hijos más grandecitos vendían el pescado en el pueblo y con eso se mantenía la familia.
Un día, el pescador volvió a la casa sin nada porque no había podido pescar. Esa noche se tuvieron que acostar sin comer. La madre les contaba cuento a los hijos para entretenerlos y para que no lloraran de hambre.
Al segundo día le pasó lo mismo al pescador y los hijos lloraban de hambre y él no sabía que hacer, desesperado.
Al tercer día tampoco sacaba nada. Entonces se acordó que su abuelita contaba que eso hacían las sirenas del mar cuando se querían casar, para que les llevaran un esposo. Entonces, desesperado, se puso a gritar:
-Sirenitas, sirenitas del mar, por la virtud que Dios te ha dado, dame pescados y te daré a mi hijo para que sea tu esposo.
Entonces oyó una voz que decía en el mar:
-Está bien, te daré pescados, pero si no cumples te morirás de hambre con tu familia.
En ese mismo momento se le llenaron las redes de pescados. Entonce le dijo a la sirena que dejaba clavado el machete adentro del agua y que mandaría al hijo a llevarlo, y que ahí ella podía aprovechar y entrarlo a su reino y casarse con él.
Cuando volvió a la casa todos se pusieron contentísimos. Comieron pescados y vendieron una gran cantidá. El pescador estaba triste porque tenía que perder al hijo mayor que tenía diez y seis años.
A la noche la mujer le preguntó cómo había hecho para conseguir tanto pescado. El pescador le contó en secreto lo que había pasado y que al día siguiente tenía que entregar al hijo mayor. El hijo había oído todo y pensó cómo tratar de salvarse. Al día siguiente el pescador lo mandó al hijo que le sacara el machete.
El muchacho llegó a la orilla del mar, trató de agarrar el machete y unas oleadas trataron de envolverle. De un salto salió a la orilla. Cuando las olas volvieron adentro, de otro salto agarró el machete y salió corriendo. Y así se salvó. Entonce se sentó, lejo de la orilla, y se puso a pensar qué podía hacer porque, si volvía a su casa el padre en alguna forma le iba entregar a las sirenas. Entonce resolvió ir a correr mundo, y tomó su machete y se fue.
Caminó el muchacho todo el día y toda la noche. Al caer la tarde del día siguiente sintió mucho hambre. Se buscó en los bolsillos y sacó queso y pan que le había dado la madre, y comió. Sintió sé y vio que había agua en el hueco de una roca, y tomó.
Siguió el camino. Al rato vio unos animales que se peleaban por una res muerta. Cuando lo vieron al joven lo llamaron. Fue el perro y le pidió en nombre de todos que les hiciera una buena repartición. Los animales eran un tigre, un león, un águila y una hormiga. El joven fue y con su machete partió la res y le dio los cuartos al león, el pecho y las costillas al tigre, las dos espaldas al perro, los lomos al águila y el espinazo con la cabeza a la hormiga.
Entonce el tigre dijo que cada uno le iba a dar una virtud en agradecimiento. Entonce el tigre le dio unos pelos del lomo, el león también le dio unos pelos del lomo, el perro le dio unos pelos de la cola, el águila unas plumitas y la hormiga la punta de la patita. Con eso el joven se podía convertir en todos esos animales. Tenía que decir: Dios y tigre y se convertiría en tigre. Dios y águila y se convertía en águila, y así con todos. Después tenía que decir: Dios y gente, y se volvía hombre.
El joven siguió. En cuanto entró en el monte, probó, y se convirtió en todos esos animales, en cuanto decía esas palabras.
Siguió el camino y vio a la distancia una gama. Entonce dijo: Dios y perro. Se convirtió en perro y cazó la gama. Entonce dijo: Dios y gente, y se convirtió persona. Carneó la gama y la asó. Comió y siguió el camino. Entonce dijo: Dios y águila. Se convirtió en águila y salió volando.
Anduvo por el mundo diez años. Anduvo por todos los pueblos y este joven se educó y aprendió mucho.
Un día que volaba hecho águila, divisó en el medio del mar un gran palacio y bajó. Entonce dijo: Dios y gente. Entonce tomó la forma de un joven. Que era un joven muy lindo. Entró al palacio y en un salón encontró a una niña muy hermosa. Entonce ella le dijo que cómo se atrevía a entrar ahí, que ése era el palacio de un gigante muy malo y que la tenía a ella prisionera porque la había robado del palacio de su padre, que era rey y ella era una princesa. Entonce él le dijo que la salvaría, y se pusieron a conversar. Pasó un rato largo y se oyó el ruido del gigante que llegaba. Entonce le dijo que le sacara en alguna forma el secreto de dónde tenía el alma, y dijo: Dios y hormiga. Se hizo una hormiga y se escondió entre los pliegues de la blusa de la Princesa.
Entró el gigante y empezó a buscar por todos los rincones diciendo que quién había venido porque sentía olor a carne humana. Entonce la niña lo calmó diciéndole que quién podía venir hasta ese rincón del mundo. Y se puso a llorar la niña. Entonce cambió y se recostó, y le pidió que lo espulgara mientras descansaba y dormitaba. Entonce se pusieron a conversar muy cariñosamente. La niña lo espulgaba y aprovechó para sacarle donde tenía el alma. Al principio no le quería decir, pero al fin le dijo:
-En el Monte Negro, en el medio de la selva, hay un tigre atado con una cadena muy fuerte. Adentro del tigre está el león, adentro del león hay una gama, adentro de la gama hay una paloma, adentro de la paloma hay un huevito, y ésa es mi alma. Entonce el gigante le pasó la mano por la frente de la Princesa porque tenía mucho poder, y en el mismo momento con eso le hizo olvidar todo lo que le había dicho.
El joven salió y se convirtió en águila y se fue a buscar el alma del gigante. Llegó al Monte Negro y se convirtió en tigre, y empezó a pelear con el tigre atado, que despedía fuego por los ojos. Al fin lo mató y con el machete le abrió la panza. Salió entonces el león que era bravísimo. Se convirtió en león y empezó a pelear. Después de una lucha muy grande lo mató. Con el machete le abrió la panza y salió corriendo la gama. Se convirtió en perro y la persiguió hasta que la alcanzó y la mató. Le abrió la panza con el machete y salió volando la paloma. Se convirtió en águila y la persiguió a la paloma hasta que la pudo cazar y la mató. La abrió y le sacó el huevito. La paloma había volado para el lado del palacio del gigante, y a la entrada la mató el águila, y le sacó el huevito. Entonce se convirtió en persona y entró al palacio.
El gigante mientras esto pasaba se había enfermado y a cada muerte se ponía más grave. Ya 'taba adivinando todo y cuando el joven entró con el huevito al salón en donde estaba medio muerto le dijo:
-Dame mi alma y yo te daré todos los tesoros de mi palacio.
-Entregame todas las llaves -le dijo el joven.
El gigante se las dio y el joven le reventó el huevito en la frente y el gigante se murió.
Entonce los dos, el joven y la Princesa se abrazaron y prometieron casarse en cuanto llegaran al palacio del Rey.
El joven se transformó en águila y llegó al palacio de los padres de la Princesa, contó todo como había sido y pidió permiso para casarse con ella. Se lo dieron los padres que estaban contentísimos y en todo el reino hubo fiestas por la noticia.
El joven compró un barco y lo mandó al palacio del gigante y él voló en forma de águila y llegó y le contó todo a la Princesa. Él le dijo que ella iba a viajar en el barco, pero que él tenía que ir por tierra o por aire porque las sirenas lo iban a perseguir si iba por el mar. Él ya le había contado su historia. La Princesa dijo que no, que tenían que viajar juntos, que ella lo iba a cuidar. Tanto insistió hasta que el joven cedió.
Mandó a hacer una caja de vidrio, la Princesa, para el joven, y ella estaba cuidandoló noche y día, durante el viaje. Hicieron un viaje muy lindo. Cuando el barco estaba entrando en el puerto, todo el pueblo había venido a ver la llegada, y entonce el joven abrió la tapa de la caja y se asomó con la Princesa para saludar, creyendosé salvo. En ese instante, las sirenas que los venían siguiendo, saltaron al barco y se llevaron al joven al fondo del mar. Todo el mundo gritaba enojado y la Princesa bajó como enloquecida de pena, llorando a mares.
Cayó enferma la Princesa, pero se fue componiendo con la esperanza de que lo iba a salvar a su prometido, que ya era su marido.
Un día que nadie la veía, se fue a la orilla de la mar y llevó una moneda de plata. En la orilla empezó a decir:
-Sirenitas, sirenitas de la mar, por la virtud que Dios te ha dado, mostrame a mi marido y te daré una moneda de plata.
-No es tu marido, mi marido es -contestó una de las sirenas. ¿Desde dónde quieres verlo?
-Desde el cuello -dijo la Princesa.
-Tira la moneda si quieres verle.
La Princesa tiró la moneda y vio salir entre las olas la cabeza de su marido.
-¿Estás contenta, chiquilla? -le dijo la misma sirena.
-Sí -dijo la Princesa, y se fue llorando.
Al otro día volvió a salir la Princesa sin que la vieran y vino a la orilla del mar y empezó a rogar:
-Sirenitas, sirenitas de la mar, por la virtud que Dios te ha dado, mostrame a mi marido y te daré una moneda de plata.
-No es tu marido, mi marido es -dijo la sirena. ¿Desde dónde quieres verlo?
-Desde la cintura, porque no lo reconozco.
-Tira la moneda si quieres verle.
Tiró la moneda y vio salir al joven de medio cuerpo.
-¿Estás contenta, chiquilla? -dijo la sirena.
-Sí -dijo la Princesa, y se fue llorando.
Al día siguiente volvió y dijo por tercera vez:
-Sirenitas, sirenitas de la mar, por la virtud que Dios te ha dado, mostrame a mi marido y te daré una moneda de oro.
-No es tu marido, mi marido es -dijo la sirena. ¿Desde dónde quieres verlo?
-Desde la planta de los pies, porque no lo reconozco.
-Tira la moneda y le verás.
Entonces apareció el joven de cuerpo entero entre las manos de las sirenas, y la sirena preguntó:
-¿Estás contenta, chiquilla?
En ese mismo momento el joven dijo Dios y el águila, y salió volando transformado en águila, y se fue y se asentó en tierra.
Ese mismo día se hizo la boda y al joven lo hizo Príncipe el Rey. Las fiestas duraron muchos días.
Después el Príncipe pidió permiso al Rey para traer su familia y hacerla vivir en el palacio.
Vino el pescador y su familia y se quedaron a vivir con el hijo, muy contentos porque ya las sirenas no lo iban a molestar más, porque se habían cumplido las promesas hechas a las sirenas.
Vivieron muy felices, y el Rey le entregó el reino al joven, que lo gobernó hasta el resto de sus días.

Y colorín colorado
este cuento se ha terminado.

Adrián Godoy, 45 años. San Cosme. Corrientes, 1952.

Director de Escuela. Aprendió el cuento de la abuela, Reyes C. de Solís, gran narradora.

Figuran en este cuento motivos de otros como el reparto de la presa entre animales, que le dan al héroe virtudes mágicas y el del alma externa del gigante.

Cuento 974. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


0.015.1 anonimo (argentina) - 072

Perecita .1090

Que había una señora que tenía un hijo flojo, flojísimo. Era un hijo solo.
Lo mandaba a la leña y no quería ir.
A ningún lado quería ir. No quería hacer nada, nada. Él le decía siempre que tenía pereza. Por eso le habían puesto el Perecita.
Un día le rogó tanto la madre:
-¡Andá Perecita, buscá unas leñitas!
-Tengo pereza -le dice, pero al fin salió.
Se fue Perecita a la leña. Había juntado unas leñitas y había hecho una carguita. La tenía ahí a la carguita, y él 'taba recostado en la arena en la orla de un río. Tenía mucha pereza, porque era tan flojo. Era lo que tenía él, porque era un muchacho muy bueno. Y que había un pescadito afuera de l'agua pidiendo misericordia que lu echaran al agua. Y entonce que le dice al muchacho:
-¡Echame, por favor!
Y él, no.
-¡Tengo pereza! -que le dice.
-Pero, ¡echame, te lo pido por favor!, que yo te voy a dar una virtú. Una variíta de virtú, te voy a dar.
Entonce él, con la punta de l'ojota que lu empujó y lu echó al agua.
El pescadito, entonce, le dio la variíta de virtú y le dijo que le pida lo que quiera que todo le iba a dar.
Entonce él áhi no más le dijo:
-Variíta, por tu virtú, que se junte una carga de leña, y que yo vaya arriba y que la leña vaya caminando sola.
Y entonce se juntó la leña y la carguita caminaba sola, y él iba encima de la leña.
Y siguió el camino de las casas. Y entonce que pasó por el palacio del Rey. Y que áhi 'taban las hijas del Rey y que cuando lo vieron se largaron a réirse y decían:
-¡Mirá, Perecita cómo va en la leña! ¡Mirá cómo camina sola la carguita de leña!
Entonce que le dio rabia a Perecita y que dice:
«Variíta, por tu virtú, que la niña más linda del Rey tenga un nene muy lindo, y que sea mío».
Y al tiempo la hija más linda del Rey tuvo un nene. Y el nene nació con una naranja di oro en la mano. Y al que le diera la naranja di oro, ése era el padre.
Entonce el Rey 'taba muy enojado. Tenía una rabia terrible. Quería saber cuál era el padre del niño para castigarlo.
Que el Rey llamó a todos los más grandes, más ricos, y no daba a nadie la naranja el niño. Entonce llamó a todos los vecinos, y nada. Y ya nu había quedau nadie. Bueno, entonce se acordaron que el único que había quedado era Perecita.
-Pero no, qué va ser Perecita -que decían.
-Bueno, pero hay que llamarlo.
Y vino Perecita. Y en cuanto vino y lo vio el nene, le entregó la naranja.
Entonce el Rey dispuso de echarlos a la mar, que se murieran, de rabia que tenía.
Y prepararon el cajón. Los ponen y los echan a la mar. La niña lloraba muchísimo y ella decía que no tenía ninguna culpa, que eso era un castigo que no sabía de dónde le había venido.
Y entonce Perecita le dice que no se aflija, que no le va a pasar nada.
Entonce le pidió a la variíta que el cajón salga al otro lado de la mar y que áhi se formara un palacio mejor que el del Rey. Y todo se hizo así.
A los pocos días el Rey se enteró que al otro lado de la mar había un palacio mejor que el de él, y mandó que vieran de quén sería. Y se enteraron que era de Perecita. Entonce el Rey lo hizo buscar. Y entonce Perecita le contó todo cómo había pasado y que la niña no tenía ninguna culpa.
Y él se puso muy contento y les pidió que vinieran a vivir con él. Y los dejó tranquilos en las casas de él y fueron muy felices.

Beneranda Vallejos de Tula, 50 años. El Durazno Alto. Pringles. San Luis, 1958.

Campesina. Aprendió el cuento de la madre.

Cuento 1090. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


0.015.1 anonimo (argentina) - 072

Nuestra madre .1017

Era un padre que tenía tres hijos. Un día que le dice el hijo mayor:
-Vea, padre, voy a salir a rodar tierra.
-Bueno, amigo -que le dice.
Se jue éste.
Llegó una tarde a la casa de un viejito. Que le dice:
-Buenas tardes, tata viejo.
-Buenas tardes, hijo -que le dice el viejito. ¿No sabe quién ocupará un pión?
-Yo ocupo -que le dice el viejito.
-Bajesé no más, pase para acá.
Luego di un rato que 'taban conversando, que le dice:
-Dígame, señor, ¿para qué será el trabajo?
Que le dice:
-Para que le lleve una carta a Nuestra Madre.
En la noche, después de que cenaron y todo, que le dice el viejo:
-Mire, hijo, mañana temprano se va a ir al corral y se va a agarrar un caballo que tengo áhi, y se va a venir para acá, para que lleve una carta que tengo, para Nuestra Madre.
Al otro día temprano, se va el mozo éste, y en el corral nu había más di un burro y el patrón li había dicho un caballo. Y va, y vino otra vez de vuelta ande 'taba el viejito, y que le dice:
-Vea, señor, nu hay ningún caballo. Áhi nu hay más di un burro.
Y que le dice el patrón:
-Y ése es el caballo.
Se volvió el mozo otra vez y jue y lu agarró al burro y lo trajo.
Cuando ya 'taba listo para salir, le dio la carta y le indicó cómo tenía que ir. Y le dijo:
-Vea, acá, al poco ir, va a encontrar unos hachadores. Lo van a llamar, pero usté no les haga caso. Si lo queren atajar, usté peguelé un azote al burro, que no lo van a ver más.
Bueno... Se jue. Al poco andar encontró a los hachadores que 'taban al lado del camino. Lo llamaban en toda forma:
-Vení, che, conversemos. Vení -y él no les hacía caso.
Entonce le dio un azote al burrito, y ¡qué!, ni el polvo le vieron.
Más allá donde va, encuentra un río clarito, crecido, que venía echando olas. Que dice éste, cuando lo vio:
-Pero, ¡cómo hago para pasar! Seguro que acá me voy a augar.
Y pensó un rato a la par del río, y que dice:
-Qué sabe el viejo zonzo lo que yo hago -y sacó la carta, la tiró al agua y se volvió.
Lo que vino, encontró los hachadores y hizo lo mismo, lo llamaron, y él no se paró. Y vino a la casa del viejito, del patrón. Cuando llegó, sale el viejito y que le dice:
-¿Cómo le ha ido?
-Bien -que le dice.
-¿Le llevó la carta a Nuestra Madre?
-Sí.
-¿No le dijo nada?
-No -que le dice, no me dijo nada.
-Bueno -que le dice el viejito, ahora ya no necesito más pión. Es el único trabajo que tenía. Así que ahora le voy a pagar. ¿Qué quiere más de pago, un medio, o un crucifico, o un almú de plata?
Que dice el joven:
Qué voy hacer con un medio o con un crucifico. Déme un almú de plata.
Le dio el almú de plata.
-A este almú de plata lo lleva y lo echa en una caja más grande. Después de un año, usté lo puede abrir y va a tener más plata.
-Bueno -le dice, al almú de plata lo voy a llevar a la casa de mis padres.
Se despidió, y se fue.
-¿Cómo te ha ido? -le dicen cuando llega a la casa.
-Mi hi ganáu un almú de plata. Me van a preparar una caja grande para guardarlo.
Le prepararon una caja y áhi echó el almú de plata.
Al otro día, que dice el segundo hijo:
-Vea, padre, yo también me voy a rodar tierra.
Consiguió el permiso y se jue.
Llegó a la casa del mismo viejito que había ido el otro hermano. Llegó y lo recibió igual que al otro.
-Buenas tardes, tata viejo.
-Buenas tardes, hijo.
-¿No sabe quién puede ocupar un pión?
-Yo ocupo. Desensille y pase para adentro.
-¿Para qué será el trabajo?
-Para llevar una carta a Nuestra Madre. Mañana temprano se va ir a buscar un caballo, que está en el corral.
 Al otro día temprano se va y no ve ningún caballo en el corral. Sólo había un burro. Se volvió, no lo agarró nada, y le dice al viejito:
-Señor, no hay ningún caballo en el corral; hay un burro.
-Y ése es el caballo -le dice.
Se jue y lo trajo al burro. Entonce le dio la carta y le dio las señas ande tenía que ir.
-Tome esta carta -le dice. Se la va llevar a Nuestra Madre. Acá cerca va a encontrar unos hachadores y lo van a llamar. Usté no les haga caso. Peguelé al burro, y siga.
Se jue el mozo. Al poco andar encontró los hachadores. Lo llamaron:
-Venga, venga, vamos a conversar.
Lo quisieron atajar. Él le pegó al burro, y siguió.
Después de caminar un rato encontró un río. Venía echando olas de crecido que venía. Que dice el joven éste:
-¡Cómo paso! Acá me voy a augar. Qué sabe el viejo zonzo éste lo que yo hago. Yo tiro la carta y me vuelvo.
Tiró la carta y se volvió. Cuando volvió, encontró los hachadores y pasó. Llegó y le preguntó el viejito:
-¿Cómo te ha ido?
-Bien, señor.
-¿Le llevaste la carta a Nuestra Madre?
-Sí, señor.
-¿No te ha dicho nada?
-Nada, señor.
-Bueno, ahora te voy a pagar. Ya no necesito más servicio. ¿Qué querís más, un medio, un crucifico, o un almú de plata?
-Qué voy hacer con un medio o con un crucifico. Deme un almú de plata.
Le dio el almú de plata y le dijo que lo ponga en una caja grande y la guarde un año para que se aumente.
Bueno, se jue. Llegó a la casa y le dijo a los padres que le había ido muy bien. Pidió la caja grande y guardó el almú de plata.
Bueno, al otro día le dice el hijo menor a los padres:
-Yo también quiero ir a rodar tierra.
Y se jué el hermano menor. Llegó a la casa del viejito. Llegó y lo saludó y le preguntó si no necesitaba un pión.
-Yo ocupo -le dijo el viejito, y lo contrató para que hiciera ese trabajo. Y le dijo:
-Mañana se va a ir al corral. Va a ir agarrar un caballo y lo trái.
Bueno, al otro día temprano se jue al corral. No había ningún caballo, nada más que un burro. Y que dice:
-Esti hay ser el caballo.
Lo agarró, lo trajo. Y el viejito le dio señas ande tenía que ir. Y le dijo:
-Tome esta carta. La va a llevar a Nuestra Madre. Cuando salga, cerca no más, va a encontrar unos hachadores y lo van a llamar. Usté siga. Peguelé al burro, y pase.
Se jue. Cuando caminó un trecho, encontró a los hachadores. No les hizo juicio. Le pegó un azote al burro y siguió.
Después llega al río de agua cristalina. Se paró. Que estuvo un rato, y dice:
-¡Cómo pasaré!
No hallaba cómo hacer para pasar. Y después dijo:
-¡Obra sea de Dios! Abríte río, que voy a pasar aunque sea nadando.
Se abrió el río y pasó. Más allá encuentra un río de leche, muy crecido. Y que se vuelve a parar, y que dice:
-¡Cómo paso! Me salvé del otro, pero de éste no me salvo. Obra 'e Dios, abríte río.
Se abrió el río. Pasó. Más allá encuentra un río de sangre, crecidísimo. Y él vuelve a pensar que si ha salvau de los otros, pero no se salva de éste. Pero volvió a decir:
-¡Obra 'e Dios! Abríte río.
Se abrió el río y pasó. Siguió marchando.
Más allá, en lo que va, encontró unos pastizales hermosos. Y en esos pastizales había ovejas que estaban flacas, flacas, muy flacas.
Él miró, y pasó no más. Más allá encontró, en unos peladares inmensos, que no había nada de pasto, ovejas que estaban gordas, gordas, muy gordas.
Él miró y pasó. Más allá encontró dos piedras, una de un lado y la otra del otro lado del camino, que se estaban chocando a cada momento, por donde tenía que pasar él. Entonces, dice él:
-¡Cómo paso! Ahora me van a matar estas piedras.
Esperó un rato, y cuando se retiraron, le pegó un azote al burro y pasó muy rápido. Casi lu agarran las piedras. Siguió no más. Lo que va más allá, ve dos que están colgados de la lengua, uno a una orilla del camino y el otro a la otra orilla. Y cada uno tenía un tizón de fuego. Venían y chocaban con los tizones de fuego. Él llegó y se paró a pensar cómo podía hacer para pasar. Y áhi le pegó un azote al burro, y pasó rápidamente. Casi le pegan unos tizonazos. Siguió viaje.
Al poco andar agarró la fragancia de una flor muy aromática, que encantaba. Entonces él siguió por el aroma de la flor. Fue, fue, fue, hasta que llegó a la misma flor, y llegó a unas casas, como un palacio. Bueno, llegó áhi y pensó que ésa era la casa de Nuestra Madre. Salió una viejita. Y él le preguntó:
-Digamé, ¿dónde será la casa de Nuestra Madre?
Que le dice ella:
-Aquí es. Yo soy Nuestra Madre.
-Acá le traigo una carta que le ha mandado mi patrón. Bueno. Le dio la carta.
-Hijo, pasá -que le dice. Vení, hijo, descansá, y te voy a espulgar.
Bueno, se puso a espulgarlo al joven éste, y se quedó dormido. Y durmió un año en la falda de Nuestra Madre, pero él creía que había dormido un día. Cuando despertó, que le dice ella:
-Hijo, váyase. Llevemé esta carta para su patrón.
Se despidió, y se fue.
Cuando volvió, encontró las mismas cosas que a la ida y pudo pasar por todas las piedras, el peladar, el campo de pastizal hermoso, los colgados, los ríos. Y vino ande 'taba el viejito.
Y él le preguntó:
-¿Cómo te ha ido?
-Muy bien. Nuestra Madre le manda esta carta.
La agarró y la llevó.
-¿Cuándo llegaste allá?
-Ese día no más, a la tarde, al dentro 'el sol.
-¿Y cuándo te viniste?
-Me vine al otro día.
-No, que le dice.
-Vos has dormido un año -que le dice.
-Puede ser. A mí me parece qui hi estau un día.
-Decime, ¿quí has encontráu por allí, lo qui has ido?
-Cuando salí encontrí unos hachadores. Áhi me llamaban y yo no les hice caso. Me llamaban, me insultaban y me querían atajar para que hable con ellos.
-¡Ah! -que dice, ésos son los malos entretenidos. No trabajan ellos ni dejan trabajar a los demás.
-Más allá encontré un río de agua clarita. Venía crecido. Y yo le dije, abrite río, y se abrió el río, y pasé.
-¡Ah!, esas son las lágrimas que han derramado nuestras madres por nosotros.
-Más allá encontré un río de leche, bien crecido. Yo le dije abrite, y se abrió, y yo pasé.
-Ésa es la leche que ha derramau nuestra madre por nosotros.
-Más allá encontré un río de sangre, muy crecido. Le dije que se abriera, y me dejó pasar.
-¡Ah!, ésa es la sangre que nuestra madre ha derramado por nosotros.
-Más allá vide que en un pastizal hermoso había unas ovejas, ¡ve!, que 'taban cayendosé de flacas.
-¡Ah! -que le dice- ésos son los ricos miserables, que no comen por horrar, y por eso se ven en ese estado.
-Más allá vide en un peladar, que no había una planta de pasto, unas ovejas que 'taban invernadas de gordas.
-¡Ah! -que le dice, ésos son los pobres que no horran y comen, por eso están bien. Los pobres avenidos.
-Más allá encontré, en el camino, que había dos piedras, y venían y se chocaban al medio, y casi me apretan.
-¡Ah!, ésas son las malas comadres, que viven peliando toda la vida.
-Más allá encontré dos colgados de la lengua, con un tizón de fuego, y que chocaban.
-¡Ah! -que le dice, ésos son tus hermanos, que vinieron y me engañaron, y por eso 'tán condenáus. Me engañaban que llevaban la carta y no la llevaban nada.
-Y más allá tomé la fragancia de una flor y llegué a la casa que iba. Y salió una viejita, y le di la carta. Y yo me quedé dormido en su falda y ella me espulgó mientras dormía.
-Esa señora es la Virgen. Y vos has dormido un año. Y yo soy Dios.
Muy bien, ahora te voy a pagar. ¿Y qué más querís, un medio, un crucifico, o un almú de plata?
Y que él, que dice:
-¿Qué voy hacer con un almú de plata? El medio y el crucifico me van a quedar de recuerdo. Los voy a tener siempre, mientra que la plata se gasta. Déme el medio y el crucifico.
Bueno, se los dio, y le dijo:
-Cuando te vas a tu casa, que te den una caja grande para que guardes el medio y el crucifico. Y cuando tus hermanos abran las cajas al año, vos también abrís la tuya, para ver quén tiene más plata.
Y se jue. Cuando llegó ande 'taban los padres, le preguntaron cómo le jue, y si ha ganado algo.
Él le dijo que eso no más había ganado, un medio y un crucifico, y que le den una caja grande para guardarlos un año. Echó el medio y el crucifico en la caja, y la cerró. Los hermanos se reían y lo burlaban.
-Pero, sos zonzo -le decían. ¿Para qué querís eso? Nosotros himos recibido mucha plata. Con esto vamos a comer toda la vida y vos te vas a morir de pobre.
Ya se llegó el tiempo que tenían que sacar la plata. Al año más u menos, dispusieron de sacarla a ver quén tenía más plata. Abrió la caja el mayor y estaba llena de carbón. Abrió el del medio, y también estaba llena de carbón. Abrió el menor, y estaba, ¡ve!, volcandosé de plata. Entonce los otros quedaron muy tristes y el padre se enojó con ellos, porque el menor le contó cómo había visto y hecho todo. Y el padre se enojó y los echó de la casa. Y el hijo menor quedó, y ellos se jueron a aprender a ser güenos.
Y el cuento se terminó.

Juan Lucero, 67 años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1952.

Un gran narrador.

Cuento 1017. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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