Éste
era un rey y una reina. Tenían un reinado grande y mucha gente en su
reinado. Y muchos sirvientes. A unos los empleban para dar de comer a
los caballos, a otros a los chanchos, las vacas, los gansos. Para
cada animal tenían quien los cuidaba.
Entonces
en el palacio había una vieja bruja que al Rey, a la Reina y a todos
los tenía encantados. Y la vieja bruja tenía una hija que se
llamaba Narcisa. Y el marido de la bruja trabajaba en el palacio.
Bueno...
Y llegó un muchacho que se llamaba Narciso a pedirle trabajo al Rey.
Y entonce el Rey lo empleó para que le diera de comer a una yegua y
a una chancha. Y le dijo:
-Echale
carne a la yegua y pasto a la chancha.
Y
entonces el muchacho se sorprendió y le preguntó que por qué iba a
echale carne a la yegua y pasto a la chancha, siendo que los
yeguarizos comen pasto y los chanchos carne. Y entonces le dijo que
no se le ocurriera echarle pasto a la yegua y carne a la chancha
porque sería perdido.
Bueno...
La bruja, al que llegaba allí se lo comía o lo volvía piedra o
animal. No podían tener gente que sirviera, por eso.
Pero,
¿qué pasó? Que el Narciso con la Narcisa simpatizaron mucho.
Entonces le dice la Narcisa:
-Mirá,
aquí están todos bajo el mando de mi mamá. Tienes que hacer todo
lo que mi mamá te mande y tal como te lo dice. Yo te voy a ayudar.
Ella te va a mandar cosas imposibles para poderte matar.
Entonce
el muchacho cumplía al pie de la letra lo que le decía. Entonces un
día lo quiso tentar. Y le dijo que no, porque su amito le había
dicho que hiciera así.
Un
día le entregó un trigo y le dijo que su amito le había dicho que
lo sembrara, lo cosechara, lo trillara, lo moliera y amasara esa
harina dentro de 15 días porque si no la cabeza le iban a cortar.
Entonces
el muchacho se puso a llorar.
En
eso llegó la Narcisa y le dijo que por qué lloraba.
-Cómo
no voy a llorar si tu madre por orden del Rey me ha dicho que tengo
que sembrar este trigo, cosecharlo, trillarlo, molerlo y amasarlo en
el plazo de 15 días.
-No
se te dé nada. Yo te voy a ayudar. Esperá no más que yo te voy a
ayudar.
Entonces
lo sembró al trigo. A los 2 ó 3 días ya estaba alto el trigo,
soltando la espiga. En seguida se maduró y lo cortó. Lo cosechó,
lo trilló, lo aventó, lo molió y antes de 15 días le llevó el
pan al Rey.
Entonces
la vieja bruja la empezó a peliar a la Narcisa diciendolé que ella
tenía la culpa porque cómo el muchacho podía hacer eso si ella no
lo ayudaba. Porque la muchacha sabía también brujería, pero sólo
para hacer bien.
Bueno...
Entonces la vieja le dijo un día:
Porque
entonces los hombres hilaban a la par de las mujeres. Entonces le
entregó un vellón de lana. Y le dijo que el amito lo mandaba que en
dos días tenía que hilarlo, torcerlo, teñirlo y tejerle una
alfombra.
Otra
vez el muchacho se puso a llorar. ¡Cómo iba hacer esa cosa
imposible! Entonce llegó la Narcisa y le dijo que no se le diera
nada, que ella tenía una vaquita que le ponía la lana en las astas
y que ella solita se la iba a hilar, y ella en un momento se la iba a
teñir y se la iba a tejer.
Y
así lo hizo, y antes de dos días tenía todo el trabajo, y se lo
entregó a la bruja para que se lo lleve al Rey.
La
bruja estaba furiosa porque no había conseguido matarlo ni sacarlo
del puesto, y dijo que iba a hacer la última prueba. Entonces le
entregó dos piedras grandotas y le dijo que eran papas. Y le dijo
que las tenía que hervir toda esa noche y que al otro día se las
tenía que entregar para desayuno, bien cocidas.
Y
el muchacho se puso a llorar amargamente. Y vino la Narcisa y él le
pidió ayuda, y ella le dijo que era imposible porque ella no sabía
nada para eso. Y que lo mejor que podían hacer era irse porque la
madre los iba a matar a los dos. Y así como lo dijeron lo hicieron.
En
la noche, cuando todos se acostaron, entonces ellos hicieron cada uno
un montoncito de saliva y se prepararon sus cosas para irse. Entonces
la niña le dijo a Narciso que fuera a buscar un caballo que tenía
la madre que caminaba tres leguas al tranco.
Entonces
agarró, y en el apuro fue él por última vez a darle de comer a la
chancha y a la yegua. Y en el apuro le dio carne a la chancha y pasto
a la yegua. Y entonces la yegua le habló, le dijo:
Has
desobedecido y por eso serás perdido.
Y
la chancha empezó a gritar. Y la yegua le dijo que matara la chancha
y montara en ella. Y él mató la chancha y montó en la yegua. Y en
vez de traerle a la niña el caballo que caminaba tres leguas al
tranco, le trajo la yegua que caminaba dos leguas al tranco. La niña
le dijo que era una lástima que se hubiera equivocado, pero que ya
no tenían nada que hacer.
Entonces
antes de salir tomó un güevo, un peine, un poco de ceniza, un poco
de sal y un espejo. Ella conocía bien a la madre y sabía que los
iba a seguir. Cada uno hizo un montoncito de saliva. La saliva iba a
contestar por ellos cuando la madre los llamara. Se prepararon para
salir y se fueron.
La
vieja, como era bruja, maliciaba que se iban a ir y los empezó a
llamar:
-Narciso,
¿se cuecen las papas? Y la saliva le contestaba:
Y
la llamaba a la muchacha:
-¡Mamita!
-le decía la saliva.
La
saliva le respondió toda la noche hasta que aclaró. Y cada vez la
saliva contestaba más débil. Y al final, apenas respondía la
saliva. Y entonces dijo:
-Ya
se están durmiendo. Los voy a atar, los voy a matar, los voy asar y
los voy a comer.
Había
mandado a preparar un horno para asarlos. Y se levantó contenta para
comerlos, y cuando no los encontró se puso furiosa y se fue al
marido. Le dijo que le trajera el caballo que caminaba tres leguas y
la yegua que caminaba dos. Y al ver que no estaba la yegua se puso
contenta, porque los iba a alcanzar. Y resolvió que fuera el marido.
Y se fue el marido.
El
viejo se puso a perseguirlos. Caminó como hasta los doce días. Ya
los llevaba bien cerquita porque su caballo era más ligero. Entonces
la niña le dice a Narciso:
-¿Ves
esa nubecita, ese polvito que se ve lejos? Es mi papá que nos viene
siguiendo.
-¿Qué
vamos a hacer? -le dice Narciso.
-Mi
papá es muy bueno -dice la niña y lo vamos a engañar, él no se va
a dar cuenta. Nosotros nos vamos a transformar, la yegua en durazno
florecido y nosotros en dos pajaritos.
Entonces
el viejito llegó áhi, muerto de calor, y en ese desierto vio ese
duraznero florecido y esos dos pajaritos. Entonces agarró, se bajó,
lo ató al caballo en el durazno, y se puso a sombrear debajito del
árbol y se durmió una siesta. Y entonces dijo:
-¡Que
seré tonto! No los voy a seguir más. De aquí no los voy a
alcanzar.
Y
el viejito se volvió. Cuando llegó a las casas de vuelta, le
preguntó la bruja si los había alcanzado o los había visto.
Entonces le dijo que no, que sólo había encontrado un duraznero
florecido y dos pajaritos. Entonces le dijo la vieja:
-Esos
eran, ¡ah, viejo tonto! Esos eran ellos y vas a tener que irlos a
buscar.
Entonces
emprendió otra vez la vuelta, a perseguirlos. Caminó todo lo que
había andado y encontró el mismo desierto y no encontró nada.
Entonces dijo:
-¡Ah!,
mi vieja tensa razón, éstos eran ellos. ¡Miren cómo me engañaron!
Mientras
tantos los otros aprovecharon para alejarse mucho, mucho. Pero como
el caballo del viejo caminaba tres leguas al tranco, a la tardecita
ya los iba alcanzando otra vez. Entonces la Narcisa le dijo al
Narciso:
-¿Ves
aquella nubecita de polvo? Ése es mi papá que los viene alcanzando.
Entonces
ella agarró y transformó al caballo en una iglesia con el altar,
los santos y todo, y al muchacho en un padre, y ella en una virgen.
Entonces el viejo, cuando llegó áhi, dijo:
-¡Ah,
tanto tiempo que no veo una iglesia, que no oigo misa, que no veo los
santos! Voy a pasar a rezar.
Entonces
llegó, entró a la iglesia, se arrodilló, rezó y dijo:
-De
aquí me voy a volver. ¡Quién sabe a dónde se han ido los
muchachos! Si los quiere seguir mi mujer, que los siga ella.
Cuando
llegó a la casa, para qué le dijo, la vieja casi se lo comió.
-Bajate,
viejo inservible. Yo los voy a seguir. Y vas a ver cómo los voy a
alcanzar.
Subió
la vieja en el caballo y empezó a galopar. Y en un poco rato ya los
llevaba bien cerquita. Entonces la chica le dijo al muchacho:
-¿Ves
aquella nube espesa? Ésa es mi mamá, y si nos alcanza estamos
pedidos.
Y
ya la vieja venía cerquita. Y ya los iba a alcanzando. Entonces,
cuando ya la vieja estaba bien cerquita, la Narcisa le tiró el
peine, y el peine se volvió un monte de plantas espinudas. Y la
vieja encaraba y se rajuñaba, sangraba por todas partes, se rompía
toda la ropa. Pero la vieja era porfiada y segura y seguía encarando
hasta que consiguió pasar el monte.
Y
siguió otra vez a lo que daba, la vieja. Y ya los volvía a llevar
cerca. Entonces la chica le tiró el güevo. Y el güevo se le volvió
un río, pero enorme de grande. Y entonce la vieja entró, llegó
hasta la mitá y la fuerza del agua la volvió. Pero ella siempre con
la porfía de pasar. Le dio unos cuantos azotes al caballo y volvió
a entrar al río hasta que pasó. Mojadita la vieja, entumecida, pero
lo pasó. Entonce le volvió la chica a decir al muchacho:
-¿Ves
aquella nube espesa? Es mi mamá que nos viene alcan-zando.
Entonce
la chica agarró y le tiró el puñado de sal. Y se le volvieron unas
rocas muy altas, unos riscos peinados como los de la Cordillera que
no podía pasar. Pero ella empezó a dar vueltas y vueltas. Se caía,
se levantaba con su caballo, se rajuñó, se lastimó y se causó
tantas heridas, pero seguía porfiando. Y porfió hasta que cruzó
los riscos. Y consiguió pasar. Y ya la Narcisa le volvió a decir al
Narciso:
-¿Ves
aquella nube oscura? Ésa es mi mamá que nos viene alcanzando.
Y
ya los alcanzaba. Entonces la muchacha le tiró el puñado de ceniza.
Y se olvió una neblina espesa, espesa, que no se veía nada, nada.
Pero la vieja empezó a ver si pasaba. Y se empezó a internar y a
internar por la neblina que no se veía ni las manos. Pero tanto
porfió y porfió, que al fin consiguió pasar la neblina. Y ya la
Narcisa le volvió a decir al muchacho:
-¿Ves
aquella nube oscura que viene? Es mi mamá que los alcanza. Bueno,
éste es el último recurso que nos queda -dijo, y sacó el espejo.
Le
tiró el espejo a la vieja y se le volvió un mar, que no se le veía
el fin. La vieja siempre imprudente se metió, pero qué, caminó
unos diez metros y se tuvo que volver. Casi se ahogó. Y ya perdió
la esperanza de alcanzarlos. Entonce le echó una maldición y le
dijo:
-Anda,
hija ingrata, que el que te lleva en el anca del caballo te ha de
olvidar.
Entonce
la chica le dijo al muchacho:
-Mirá
la maldición que me echa mi madre, que el que me lleva en el anca
del caballo me ha de olvidar.
El
muchacho juró que nunca la olvidaría, que antes se moriría que
poderla olvidar a ella que le debía la vida.
Siguieron
camino. Caminaron mucho. Después de mucho caminar llegaron a una
población. Llegaron a una casa y pidieron alojamiento. Entonces en
esa casa les dieron alojamiento. Y justo esa noche daban una gran
fiesta en el palacio del Rey. Y fue a la fiesta el joven y no volvió
más.
Se
había enamorado de la hija del Rey. Y se quedó a vivir en el
palacio y perdió la memoria de todo.
Y
pasó el tiempo. Y ya se corrió la noticia que este mozo se iba a
casar con la hija del Rey. Y se preparó una gran fiesta.
Y
la Narcisa preparó un pollito y una pollita que hablaban y se fue a
la fiesta. Y entonces pidió permiso para mostrar un pollito y una
pollita que sabían hablar, y con esa novedá le dieron permiso para
que los hiciera ver al Rey, a la Reina, y a los invitados de la
fiesta. Entonces la niña entró con la pareja de pollitos. Y toda la
concur-rencia estaba curiosa por ver esta novedá. Y el muchacho
miraba todo y la miraba a la Narcisa pero ya no la conocía, la había
olvidado, porque se había cumplido la maldición de la bruja.
Entonces empe-zaron a hablar el gallito y la gallinita:
-¿Te
acordás gallito ingrato cuando llegaste a trabajar al palacio del
Rey donde había una bruja que tenía una hija, y que el Rey por
indicación de la bruja te mandó a sembrar un trigo, a cosecharlo, a
trillarlo y a amasarlo en el plazo de 15 días, y te pusiste a
llorar?
-Cucurú
que no me acuerdo -decía el gallito.
-¿Te
acordás gallito ingrato cuando te dieron el vellón de lana para
hilarlo, torcerlo, teñirlo y tejerlo?
-Cucurú
que no me acuerdo.
-¿Te
acordás gallito ingrato cuando te dieron las piedras y te dijeron
que eran papas, que las tenías que cocer, y que si no las entregabas
cocidas te iban a matar?
-Cucurú
que no me acuerdo.
-¿Te
acordás gallito ingrato cuando le echaste el pasto a la yegua y la
carne a la chancha?
-Cucurú
que no me acuerdo.
-¿Te
acordás gallito ingrato cuando nos fuimos en la yegua que caminaba
dos leguas al tranco y nos salió a buscar mi papá, y transformamos
la yegua en duraznero y nosotros en dos pajaritos?
-Cucurú
que no me acuerdo.
-¿Te
acordás gallito ingrato cuando nos alcanzó mi papá y transformamos
la yegua en iglesia y nosotros nos transformamos en un padre y en una
virgen?
-Cucurú
que no me acuerdo.
-¿Te
acordás gallito ingrato que cuando salimos yo había agarrado un
peine, un güevo, un puñado de ceniza, un puñado de sal y un espejo
para tirarle a mi madre porque sabía que nos iba a seguir?
-Cucurú
que no me acuerdo.
-¿Te
acordás gallito ingrato cuando mi mamá nos alcanzaba y le tiré el
pine y se formó un gran monte espinudo?
-Cucurú
que me voy acordando.
-¿Te
acordás gallito ingrato cuando mi mamá pasó el bosque y nos iba
alcanzando y yo le tiré el güevo y se le volvió un río grande y
caudaloso, pero tanto trabajó hasta que lo pasó?
-Cucurú
que me voy acordando.
-¿Te
acordás gallito ingrato cuando mi mamá pasó el río, y los iba
alcanzando y yo le tiré la ceniza, y se formó una niebla espesa que
no la dejaba pasar, pero tanto porfió hasta que la pasó?
-Cucurú
que me voy acordando.
-¿Te
acordás gallito ingrato cuando mi mamá nos iba alcanzando y yo le
tiré la sal y se formó un riscal muy grande que no la dejaba pasar,
pero tanto porfió hasta que lo pasó?
-Cucurú
que me voy acordando.
-¿Te
acordás gallito ingrato cuando mi mamá los iba alcanzando y le tiré
el último recurso, el espejo, y se le volvió un mar, y como no lo
pudo pasar me echó una maldición y me dijo: ¡Anda hija ingrata que
el que te lleva en el anca del caballo te ha de olvidar!
-Cucurú
que me acordé -dijo el gallito.
Y
el joven se acordó de todo y la reconoció a la Narcisa y se
abrazaron. Y el joven contó a todos lo que había pasado, y dijo que
tenía que casarse con la Narcisa, que por una maldición de la bruja
la había olvidado. Y en seguida buscaron jueces, curas, y se
casaron. Y hicieron una fiesta muy grande. Yo también 'tuve en la
fiesta y me divertí.
Se
fueron a casar los jóvenes, pero no se olvidaron de su yegüita. Y
entonces la yegüita se transformó en una princesa con las palabras
mágicas que le dijo la Narcisa: Princesa eras, Princesa eres,
Princesa serás. La Narcisa sabía que la vieja bruja la había
encantado.
Y
se casaron la Narcisa y el Narciso y tuvieron muchos hijos y fueron
muy felices.
Celia
Álvarez de Casado, 51 años. Ranquelcó. Ñorquín. Neuquén, 1951.
La
narradora, semiculta, pertenece a familias tradicionales de la
Provincia. Es nativa de Chos Malal, en donde oyó el cuento desde
niña.
Cuento
883. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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