Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 5 de febrero de 2015

Un trato con el diablo .944

Éste era un hombre con mucha familia y que con el trabajo no le alcanzaba para mantené la familia. Ante pagaban muy poco por el trabajo de hachero. Este hombre era hachero en estos montes donde se sacaba como ahora mucha madera.
Un día desesperado dice que si tiene que vendé el alma al diablo, al diablo se la iba a vendé.
Y entonce un día jue al monte, bien adentro del monte que nadie sepa y gritaba a voces:
-Si esiste el diablo que venga, yo quiero hablá con el diablo.
Vino el diablo como un hombre, y le habló diciendolé que él le vendía el alma para que le diera con qué dar de comé a su familia. Que no le faltara nunca nada. Y el diablo le dijo que sí, que él le iba a da provista de todo. Y convinieron el día que él tenía que vení a llevá su alma. Y se fue, y el hombre desesperado se volvió a su casa. Pero este hombre era cristiano y tenía miedo por lo que había hecho y se fue al pueblo para confesarse con el cura, con el padre, y le pidió una ayuda para salvarse.
El cura del pueblo lo conocía a este hombre, sabía que era bueno y que había hecho eso desesperado. Entonce le aconsejó y le dijo que él lo iba ayudá. Le dijo que deje no má que el diablo le traiga la provista, y que en seguida plante cerca de la casa, a la entrada al monte, una planta de higo, una higuera, y que abajo ponga un banco, y le dio un par de alpargatas que tenían la virtú de dispará más que el viento y el diablo. Entonce le esplicó lo que tenía que hacer y que cada cosa de ésa tenía un poder que le dio Dió porque él le había pedido, porque él se había arrepentido.
El hombre tenía provista abundante para toda la familia hasta que llegó la fecha que el diablo tenía que venía llevalo. Que el diablo llegaba siempre a la doce del día, a la siesta y que sabía el lugar para encontrarse.
Llegó el día. El hombre lo esperaba. Al momento llegó el diablo y le dijo que le entregue el alma. El hombre le pidió por favor que le deje comé, que es el último día con la familia. En eso el diablo miró para arriba de la higuera y vio un higo muy maduro y muy lindo. Y al diablo le gustan mucho los higos. Y entonce le dijo al hombre que vaye a comé con su familia que él va a comé un higo que había madurado arriba de la higuera. Y subió arriba, trepó al árbol y comió el higo. El hombre terminó de comé con su familia y volvió y le dijo:
-Mientra usté se baje, yo me acuesto a dormí.
Sólo se podía bajá si el hombre le permitía. El hombre se puso a dormí. Se levanta más tarde y el diablo siempre estaba arriba de la higuera, todavía no se baja. Entonce el hombre a la oración le hace seña que se baje y se vaya. El diablo se baja golpeandosé, acalam-brado, y se va.
Al otro día viene otro diablo. El hombre le pide que lo deje comer con la familia como último día. El diablo enseñado por el que vino ante, sabe que no hay que trepá por la higuera, pero se sentó en el banco.
El hombre terminó de comé, vino y le dice:
-Bueno, ya estoy listo, vamos.
El diablo se quiso levantá, pero no podía levantarse del banco. Hacía fuerza, pero no podía. Y nada, estaba pegado el diablo en el banco. Entonce el hombre le dice que él va a dormí la siesta mientra él se levanta. Durmió, se levantó y nada, el diablo estaba pegado. En la oración, le hace seña el hombre al diablo que se levante y se vaya. El diablo se levanta todo encogido de tantas horas de estar sentado y se va.
Al otro día viene otro diablo. El hombre le pide que lo deje comer con la familia como última vé, y le dice que no. Éste venía enseñado y no trepó a la higuera ni se sentó en el banco. Entonce el hombre se pone las apargata, y le dice al diablo:
-Bueno, vamo por fin.
Pero el hombre con las apargata salió caminando y cada paso que daba era una legua, y en seguida se perdió del diablo y no lo vio má. Y así ganó el hombre.

Paulino Silvano Olivera, 59 años. Eldorado. Iguazú. Misiones, 1961.

Cuento 944. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


0.015.1 anonimo (argentina) - 069

Trino, el joven valiente .852

Que era un hombre pobre. Resulta que tenía la señora muy enferma. Hacía tres días que no podía tener familia. El hombre tenía justo para comer con lo que ganaba en el día, en el trabajo. Con la enfermedad de la señora, él no podía salir a trabajar. La señora se le estaba por morir y los hijos lloraban de hambre.
Y él al ver llorar los hijos, intentó quitarse la vida para no ver el sufrimiento de la familia.
Alzó un lazo y se jue retirado de la casa, con la intención de horcarse. Él que había atado el lazo en el árbol, y se iba subiendo arriba del árbol para largarse de áhi, llegó un señor en un coche, y le pregunta:
-¿Qué está por hacer, señor?
Y el hombre pobre le contesta:
-Con avisarle a usté lo que me pasa no voy a remediar mi necesidad.
El señor le contesta:
-Muchas cosas puede remediar. Basta que me avise qué es lo qué 'tá por hacer usté con ese lazo atado al árbol.
El hombre pobre le contesta:
-Estoy por quitarme la vida.
-¿Cuáles son las razones, para que usté se quite la vida? -le dice el señor.
El hombre pobre le contesta:
-Mire, señor, mi señora hace tres días que 'tá penando y mis hijos se mueren di hambre. Para no verlos sufrire intento hacer esto.
El señor le dice:
-Vamos, amigo, yo le voy a arreglar esta situación con este compromiso, que si la criatura que va a tener su señora, es varón, va a ser para mí. Yo pagaré todos los gastos de médico y lo ayudaré para que lo críe y para que lo haga educar hasta cierto tiempo, que yo disponga llevarlo. Yo soy dueño de un regimiento, y cuando él sea útil para manejar el regimiento, yo lo haré llevar.
El hombre pobre lo aceta y se van a su casa. Y nace la criatura, varón. Le pusieron de nombre Trino.
El señor pagó todos los gastos y el hombre le avisó a la señora este compromiso, que él había sellado con este señor. La señora le contestó que estaba bien.
El chico se iba criando hasta una edad de colegio. Rindió sesto gradó, siempre con la ayuda de este señor.
Este niño, los padres nunca le avisaron a él que ellos habían sellado este compromiso con este señor.
Una tarde llegó un señor a caballo, donde traía una carta y un traje militar para que se presentara el joven ante el ejército de este señor. El hijo, ese día, no se encontraba en las casas. Como este hijo era tan educado y tenía muy buenos amigos, él vino a la noche a la casa. Encontró a los padres que 'taban llorando. Él les preguntó qué pasa, porque lloran. Les pregunta, por dos o tres ocasiones y recién los padres le avisan este compromiso que ellos tenían con él. El hijo les contesta:
-Mis padres, no lloren. Si ustedes han sellado ese compromiso, está bien. Yo voy a ir gustoso a cumplir.
En seguida los padres le entregan la carta de este señor, donde le dice:
«Áhi te mando el caballo y la ropa militar, para que te informes y vengas al cuartel. Lo único que te advierto que tengas mucho cuidado en el viaje con la gente envidiosa».
Este hijo siguió viaje. Salió en la mañana temprano. A la noche llegó a un pueblo y se dirigió a un hotel, pidiendo comida para él y alguna comodidar para guardar el caballo.
Al estar él, adentro, en el hotel, si arrima un señor adonde él estaba y le pregunta que si venía de lejo, como buscando hacerlo amigo. Este joven olvidando lo que en la carta le decía el señor, le empezó a conversar lo que hacía y a donde se dirigía, y para qué iba. Este señor le dijo si no quería que lo acompañara a comer y así conversaban un rato, y este joven acetó. Comieron, y entonce le dice al joven, este señor:
-Si quere vamos a dormir en la misma pieza, así los acompaña-mos.
Y el joven ateta con mucho gusto.
Este joven, rendido del viaje, se durmió fuerte, y el acompañante le roba la ropa militar y le roba el caballo. Y sigue viaje al cuartel en donde lo esperaba el señor. Este señor y la señora no lo conocían al joven, pero lo querían como a un hijo y lo esperaban como a un hijo. Ellos sólo tenían una hija que les habían robado y estaba en un castillo encantado.
Este señor que le robó la ropa y el caballo al joven era calvo y se compró una cabellera del mismo color que el pelo del joven.
Y llegó, y lo recibieron muy bien y le entregaron el mando del regimiento.
 El joven, cuando se despertó, se dio cuenta de todo y si acordó de las palabras de la carta, que se cuide de los envidiosos. Entonce empieza a ver cómo llega allá, a la casa del señor.
Se pone en camino y llega a un pueblo. Áhi 'taba en una esquina y llega un militar buscando pión pa manejar un sulke, casualmente del señor que le mandó el uniforme. Él se ofrece y se va de pión. Para que no lo conozca, él andaba siempre con la cabeza atada. Y áhi le tenían mucho cariño porque lo ven que es muy trabajador y valiente. Y un día le dice la señora al señor:
-Más bien a este pión lo hubieras puesto al mando del ejército y no a ese burro que has puesto.
Ya lo querían como hijo al pión y él hacía todo en la casa.
El jefe del regimiento tenía que buscar la niña encantada y casarse con ella. Éste que le robó la ropa, lo reconoció al joven y para hacerlo matar, le dijo al señor que se había dejado decir que él era capaz de tráir la niña encantada. Y claro, él se quería casar con la niña, pero como no era valiente, no era capaz de ir a tráila. Y él mismo como jefe del regimiento lo llama, y le dice:
-Mirá, la niña con quén yo me tenía que casar la han robado, y si vos no me la tráis aquí, inmediatamente te afusilo.
Trino se dio cuenta que éste ahora lo quería hacer matar.
Esa noche no durmió, pensando, y en eso oye que lo llaman para ajuera:
-Trino... Trino...
Él no sabía quén podía ser, porque áhi nadie sabía que él se llamaba Trino. Y va. Era un cuartito di ande salía la voz. Y le dice un hombre:
-¿Qué te pasa?
Y él le cuenta lo que le pasa, y entonce le dice:
-Mirá, yo soy un mago y te voy a ayudar, yo te vengo a salvar. Mañana pedí que te den la caja de fierro, ésa que tiene el padre de la niña, cien bueyes, cien bolsas de trigo, cien conejos, un barco cargado con proveeduría y cien conscritos para ir a buscar la niña.
Todo le dieron. No le querían dar la caja, pero al fin se la dieron.
En esa caja se acomodó el mago, y nadie, juera del joven, sabía este secreto. El joven tenía la orden de no tocar los bueyes, ni el maíz, ni el trigo, para nada.
Salieron de viaje. A los diez días se termina la proveeduría. Lo jue a hablar al mago y éste le dice que tenga paciencia, que ya iban a llegar a tierra, y que áhi podía cargar comida.
Llegan a tierra, pero había una gran cantidar de tigres, que no podían bajar. Entonces el mago le dice que les largue los cien bueyes. Y áhi, mientras los tigres comen los bueyes, ellos cargan de todo. Entonce se le presenta un tigre, al joven, y le dice que cuando necesite algo, que lo llame, que él lo va ayudar. Él se sorprende, pero el mago le dice que es el rey de los tigres, que ya lo va a necesitar.
Y siguen. Y se les vuelve a terminar la comida. Y el mago le dice que ya van a llegar a tierra.
Llegan, pero no pueden bajar por la gran cantidar de hormigas que hay. Entonces el mago le dice que le largue las cien bolsas de trigo. Y se las largó. Y mientras las hormigas comen, ellos cargan de todo. Entonce se le presenta la reina de las hormigas y le dice que cuando la necesite la llame.
Siguen y llegan a tierra pero no pueden bajar por la gran cantidar de águilas que hay. Entonce el mago le dice que les tire los cien conejos y que carguen tranquilos. Y largaron los conejos y cargaron comida. Entonces se presentó una águila, el rey de las águilas, y le dijo que cuando algo necesitara, la llamara, que al momento iba a llegar.
Y siguieron viaje. Hasta de tanto viajar llegaron a la orilla ande 'taba el castillo encantado. Áhi 'taba abandonado por la razón de que todos los que habían ido áhi, 'taban encantados en el castillo en forma de maceta. Todos 'taban dehesperados al ver esto.
Entonce el mago le dijo al joven:
-Vos tenís que ir con mucho coraje a tráir la niña. Si no volvís todos los del barco van a quedar encantados. No tenía que recibir nada, que te van a envitar con toda clase de atenciones, ni te tenís que dejar besar con nadie. Tenís que decir que vas a buscar la niña nada más.
Y él jue y llegó. Cuando él estaba adentro, había muchas niñas, una lo hablaba di un lado, otra de otro. Él no atendía nada. Buscó la niña y le dijo que venía a llevarla. Y mientra la niña se preparaba para viajar, las otras lo volvían loco, y en un descuido, una viene de atrás y lo besa. Y ya quedó encantado él adentro del castillo.
Y bueno. Entonce le dieron de penitencia 'tar adentro de una pieza que 'taba al frente de una sierra altísima, que nunca podrían dentrar los rayos del sol, porque atajaba la sierra. Él se iba dehencantar sólo cuando áhi dentraran los rayos del sol.
Él se afligía por la gente que había quedado en el barco, que se iban a perder todos. Entonce se acuerda de aquellos animales que le supieron ofertar ayuda, y en seguida hace el pedido al tigre, a la hormiga y al águila, que lo salven.
Al momento vido en la punta de la sierra que 'taba llena de tigres que cavaban con las uñas, de hormigas que desprendían pedacitos de piedra y de águilas que acarriaban tierra para todos lados. Al poco rato no más abrieron un pedazo en la sierra y dentraron a su pieza los rayos del sol.
Áhi no más se dehencantó y salió libre. Y áhi vino la niña con un pincel, le dijo:
-Paselé el pincel a estas macetas que 'tan en fila. Cada maceta que le pasaba el pincel era un contristo que se paraba, y li hacía la venia.
Áhi no más Trino sacó la niña y se jue al barco, con el regimiento qui había desencantado. Eran de otro barco.
Y ya todos contentísimos se pusieron de viaje en los dos barcos.
Y la niña no sabía cónque agradecerle a Trino, y le dijo que se iba a casar con él.
Entonce, en el viaje, la niña le preguntó cómo había sido el caso. Entonce él le contó toda su historia. Ella sabía que ella tenía que casarse con este joven, que el padre había ayudado. Y ésa era la casualidar. Ella le dijo que siempre lo esperaba en el castillo porque sabía que él era muy valiente.
El otro, el que le había robado el traje de militar y el caballo, ya había pensado de hacerlo fusilar a este joven si venía. Él sabía que era muy valiente. Y así se casaba él con la niña.
Los padres de la niña siempre se subían arriba de la casa para devisar con larga vista a ver si volvían los barcos. Y por fin una tarde vieron estos dos barcos que venían a poca distancia di áhi.
Y ya el jefe del regimiento cuando vido que venían llegando, mandó a formar las tropas para recibir la niña, y él iba con los que créiba que iban a ser los suedros.
Cuando llegan, baja la niña primero, y éste va primero a darle la mano, y ella no le da la mano y le tira un manotón a la cabeza y le saca la cabellera, y corre ande 'tán los padres. Y áhi quedó mal él.
Y él entonce quere hacer afusilar a Trino. Pero los afusilaron a él.
Ya se supo todo. Los padres estaban contentísimos, y Trino se casó con la niña, y él jue el jefe del regimiento.
Y áhi vivieron felices.

Agustín Cruz Bustamante, 40 años. Villa de María del Río Seco. Córdoba, 1952.

El narrador campesino, es nativo del lugar.

Variante del cuento tradicional.

Cuento 852. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


0.015.1 anonimo (argentina) - 069

Pompeira el valiente .851

Era un viejo y una vieja. El viejo era muy flojo, tan flojo que no servía para nada más que para 'tar sentado a la orilla del juego, en la cocina. La vieja hacía todo. Salía a ver la hacienda, a tráir la leña, a acarriar agua, a carniar, a componer los cercos, a sembrar las chacras, y iba al pueblo a comprar los vicios y todo lo que se necesitaba en las casas.
Un día, la vieja andaba campiando unos animales y se encontró con un gigante. Entonces el gigante le dice:
-No si asuste, no le voy a hacer nada, pero no hay más que usté se tiene que venir conmigo. Yo la voy a llevar a mi casa, la voy a tratar bien y usté va a tener todo lo que necesite sin andar trabajando como un hombre, como anda.
-No, señor, no puedo ir porque tengo que atender a mi esposo. ¡Cómo me voy a ir y lo voy abandonar!
Pero el gigante la llevó no más.
Cuando llegaron a las casas del gigante, la hizo entrar y la encerró. Tenía puerta de fierro la casa y el gigante le echó llave. La vieja tenía todas las comodidades y vivía con el gigante. Al año tuvo familia, un niño varón. El niño era muy vivo y durísimo, a los cinco o seis día ya andaba corriendo. Al mes, el chico ya 'taba grandecito y el gigante le dijo a la vieja que se juera, que ya no la necesitaba más.
-Si me voy me va a matar mi marido -le dice la vieja.
-El niño tiene que quedar. Es el único heredero de lo que tengo. Todas esas piezas llenas de plata van a ser para él -le dijo el gigante.
El niño le dijo que él se iba con la madre no más. Se jue la vieja con el chico, pero él tenía que volver esa tarde.
Cuando llegó a su casa, la vieja, el viejo le dice:
-Te fuiste sin cría y volvís con cría. ¡Ya vas a ver lo que te va a pasar!
Sacó, el viejo, un lazo trenzado y la jue a castigar a la vieja. El chico al lado de la madre 'taba y no se movía. Cuando le jue a pegar el viejo a la vieja, el chico lu echó al suelo di un chirlo. El viejo se enderezó y quiso pegarle, pero el chico lo volvió a echar al suelo. El viejo guardó el lazo y se jue a la cocina y se sentó a la orilla del juego.
La vieja echó leña al juego que 'taba cuasi apagado y se puso a hacer la comida. Después comieron.
Esa tarde, el chico se aprontó para irse a la casa del gigante, y le dijo al viejo:
-Si la tocás a mi madre, mañana te mato -y se jue.
El chico llegó a la casa del gigante y le dijo:
-Mañana echemé una tropilla de yeguas para enlazar un potro en el corral.
El gigante le echó una linda tropilla al corral. Entró a enlazar el chico. Cada potro que enlazaba y le pegaba una estirada, lo mataba. Eran potros gordos y bravos y los mató a cuasi todos.
Después le dijo al padre, al gigante:
-Mire, padre, hagamé hacer una espada de catorce arrobas.
El gigante se la hizo hacer de acero puro.
A los pocos días el herrero que hizo la espada le mandó decir al gigante que ya 'taba hecha pero que él no se la podía tráir. El chico jue y la trajo. El padre lo bautizó con el nombre de Pompeira. El chico la encontró muy liviana a la espada y le dijo al herrero que le echara catorce arrobas más.
Cuando tuvo hecha la espada, el herrero les mandó a decir que la podían tráir. El chico jue y la agarró a la espada y la manejaba con el dedo chico para todos lados. La encontró liviana todavía, pero para no ponerlo en más gastos al padre le dijo al herrero que la dejara así.
Güeno... Jue a la casa, el chico, y le dijo al gigante:
-Padre, no hay más, que ahora me voy a rodar tierra. El gigante le dijo que para qué se va a ir sin necesidad. Pero él le dijo que se iba no más.
El gigante le trajo dos mulas pa que hiciera el viaje. Ensilló una de las mulas y a la otra la llevó de tiro. Se despidió y se jue.
A los muchos días de caminar sin rumbo se le cansa la mula que montaba. Le pegó una estirada, le cortó la cabeza y la tiró. Ensilló la otra. A los dos o tres días se le cansó la otra mula. La tiró ensillada y no sacó del apero más que una bolsa de lona. Y siguió de a pié. Lejos, encontró un dijunto. Lo estuvo mirando sin saber qué hacer. Al fin lo dejó. Después de caminar, va pensando y se vuelve y lo llevó al hombro. Al hacerse de noche, se tiró a dormir a la orilla del camino y lo puso al dijunto de cabecera. Al día siguiente se despertó y siguió andando con el dijunto al hombro. Llegó a un cementerio y lo enterró al muerto.
Siguió de nuevo su viaje y cerca no más encuentra a un hombre que llevaba una iglesia en la cabeza. Le pregunta que para dónde va y el otro le contesta que la cambiaba de lugar porque no estaba bien ande la habían hecho. Le preguntó a este hombre tan fortacho que cómo se llamaba y le dijo que se llamaba Miliquinaco. Entós le dice:
-Deje eso, amigo. Vamos, mejor, a rodar tierra juntos. Le pago lo que pida.
El hombre dijo que güeno, lo conchabó y siguieron juntos.
Por el camino encuentran a otro hombre que 'staba envolviendo una espesura con un hilo de carretel. Le preguntó, Pompeira, qué 'staba haciendo y el hombre le dice que 'staba por arrancar esos árboles. Áhi le pegó una estirada y sacó todos los árboles de ráiz. Entós le preguntó el nombre y le dijo que se llamaba Placamontaña. Era otro hombre muy fortacho, tan fortacho como el otro. Entós le dijo Pompeira:
-Deje di arrancar árboles, amigo, y vamos juntos a rodar tierra. Yo le pagaré lo que usté quera.
El hombre dijo que güeno, y lo conchabó Pompeira. Y siguieron camino los tres.
Caminando llegaron a una ciudá muy grande. Había casas de negocio muy surtidas. Pompeira le dijo que se quedaran por una noche áhi.
Al otro día determinaron de ir a cazar aves para comer. Salieron de la ciudá y se entraron en medio de unos cerros. Dispusieron que se quedara Miliquinaco a hacer la comida y los otros dos salieron a cazar. Miliquinaco era el que alzaba las casas y las iglesias como si jueran un juguete.
Miliquinaco hizo juego y preparó la comida en una olla grande de fierro qui habían comprado en la ciudá. Cerca de las doce del día retiró la olla con la comida cocida y se sentó en una piedra a esperar los compañeros. Cuando 'tá sentado se le presenta un viejo con una barba tan larga que se la pisaba con el dedo grande del pie, y le dice:
-¿Qué hacís aquí, gusanillo de la tierra?
-Callate, viejo zonzo, y vení que te voy a convidar con pan y vino.
Entós el viejo se le arrimó y lo echó al suelo de una trompada. Y lo aporrió muchísimo. Este viejo parecía de fierro porque tenía muchas más juerzas que este hombre que era tan fortacho. Después que lo dejó tendido en el suelo a golpes, jue ande había hecho la comida y le volcó la olla, y se jue.
Al rato llegaron los compañeros y lo encontraron revolcado, lleno de chichones y sin comida. Él les cuenta que un viejo había venido, lu había aporriado y li había volcado la comida. Que parecía que tenía manos de fierro porque él, con la juerza que tenía no se podía atajar las trompadas. Como los compañeros traían muchos animales cazados, se prepararon otra comida.
Güeno... Al día siguiente quedó el segundo, Placamontaña, el que arrancaba con un hilo las montañas di árboles. Los otros dos se jueron a cazar.
Placamontaña hizo juego, preparó la comida, y cuando ya 'taba bien cocida se sentó a la sombra a descansar y a jumar un cigarro. En eso que 'taba llegó el viejo y le preguntó:
¿Qué hacís aquí, gusanillo de la tierra? Éstos son mis dominios y naide puede 'tar sin mi permissio -y áhi no más lo echó al suelo di una trompada.
Placamontaña, con las juerzas que tenía, no se podía ni atajar una de las trompadas que le tiraba el viejo. Lo aporrió hasta que se llenó, como lo había aporriau al otro. Después jue y le volcó la comida y li apagó el juego.
Volvieron los compañeros y Placamontaña contó lo mesmo que el otro cómo lu habían aporriáu y lu habían dejau en el suelo, y li habían volcau la comida.
Güeno... Prepararon las aves qui habían cazau y se quedaron áhi.
Al día siguiente, Pompeira dice:
-Ahora me toca a mí. Vayan no más ustedes a cazar.
Pompeira hizo juego, preparó la comida y después se sentó a jumar, y puso al lado la espada. Al rato no más se le para adelante el viejo de la barba y le dice:
-¿Qué hacís en mis propiedades? ¿Quién ti ha autorizado a 'tar en este lugar?
Y junto con lo que le dijo le tiró una trompada, pero Pompeira se la atajó. Áhi saltó con la espada en la mano y se trenzaron a peliar. El viejo peliaba a trompadas y Pompeira con la espada. Lo partía al viejo, por el medio, y las mitades del cuerpo se volvían a pegar. Así peliaron mucho tiempo hasta que Pompeira le pega un hachazo al   viejo en el talón y lo mató. En el talón había teníu el viejo las fuerzas y la vida. Lo agarró a la rastra de la barba y lo colgó arriba di un algarrobo muy grande qui había. Áhi lo dejó y se fue a sentarse ande 'taba.
Cuando vienen los compañeros, les dice:
-Vayan a tráir la comida y miren al viejo. Áhi lo tengo colgau de la barba.
Lo van a ver al viejo y no había más que las carretas, y las barbas del viejo que habían quedau colgando del algarrobo. Áhi jueron las crucijadas de Pompeira.
-Güeno -dice- nu hay más que lo tenimos que seguir anque sea hasta el fin del mundo.
Comieron, descansaron un rato y siguieron el rastro de la sangre que dejaba el viejo sin carretillas y sin barbas. Llegaron ande 'taba una piedra muy grande y áhi se pardían los rastros. Los dos hombres fortachos quisieron mover la piedra, pero no pudieron. Entós Pompeira la empujó y la hizo saltar. Áhi descubrieron un güeco. Se veía que este güeco era muy profundo. Intentaron medirle el fondo con los lazos que tenían y no alcanzaban todos los lazos yapados. Entós echaron siete cueros de güey al agua y cuando tuvieron en condiciones hicieron una soga muy larga para bajar por el güeco.
Al día siguiente se jueron al güeco. Ataron al lazo di un árbol y de la otra punta lo ataron a Miliquinaco. Le dijieron que lo tratara de sacar al viejo que ya debía 'tar muerto. Quedaron que cuando quisiera que lo sacaran por cualquier causa, que cimbrara el lazo.
Lo bajaron a Miliquinaco. Pasó varios pisos claros, oscuros, medios oscuros... Llegó a uno de aire muy frío que congelaba, y lo soportó... Llegó a otro de aire muy caliente que causi se cocinaba; tuvo miedo y cimbró el lazo para que lo sacaran. En seguida lo sacaron los compañeros. Entós les contó los sustos qui había pasado, que soportó el aire frío, pero que no había podido soportar el aire caliente.
Le tocó el turno a Placamontaña. Lo ataron y lo bajaron. Placamontaña pasó los lugares oscuros y claros, soportó el aire frío, también el aire muy caliente que lo asaba, y entró en otro de aire fétido. Intentó soportar, pero al fin no pudo más y cimbró el lazo. Áhi no más lo sacaron. Contó lo que había soportado, pero que al fin lu había vencido el aire fétido, porque no lo había podido sufrir.
Güeno... Ahora le tocó el turno a Pompeira. Pompeira dijo que no lo vayan a sacar hasta que él no cimbre tres veces el lazo.
-No voy a volver hasta que no lo traiga a ese viejo del diablo.
Lo largaron a Pompeira. Pasó los lugares claros, oscuros, el aire frío que congelaba, el aire caliente que cocinaba, el aire fétido que augaba, y al fin llegó al otro mundo. Vio árboles, lagunas y casas. En el tronco di un árbol ató la soga y por la lista de la sangre lo siguió al viejo. Dio con unos palacios y áhi entraba la lista de sangre.
Esos palacios eran del viejo de la barba y áhi tenía éste a una niña en encanto. Llega áhi Pompeira y si asoma y lo ve al viejo que se 'taba peinandosé una barbita chiquita que ya le estaba saliendo. Entós le dice Pompeira:
-En busca tuya vengo.
-Por irte a buscar estaba -le contesta el viejo.
Ya se juntaron a peliar. Peliaron tanto, que no daban más ninguno de los dos. En cada hachazo que le daba con su espada Pompeira, lo partía en dos al viejo, pero cuando retiraba la mano se volvía a juntar. Hasta qui al fin le pudo pegar en el talón, y lo mató. Entós lo quemó al cuerpo del viejo pa que no volviera a vivir.
Pompeira entró al palacio, y encontró a la niña que tenía en encanto el viejo. La niña lloraba di alegría lo que este joven valiente la salvaba, pero tamén le pidió que sacara a una hermana de ella que estaba más abajo, y que la tenía en encanto un gigante que era más malo que el viejo. Entós le dio ella un anillo de virtú para que lo llevara al reino de más abajo. Él tenía que decir: Dios y el anillo de virtud, que baje al reino del gigante. Pompeira lo dijo y al momento estuvo en el palacio del gigante. Por una ventana la vio a la niña que tenía en encanto el gigante, que era más bonita que la otra. La habló y la niña muy asustada le dijo:
-¡Vayasé, vayasé, joven, que el gigante que me tiene en encanto es malísimo! Esos montones de güesos que 'stán áhi son toda la gente qui aquí viene y la mata el gigante. El gigante ha salido, pero va a llegar di un momento a otro.
-No se le dé cuidau -le contestó Pompeira. Por el momento, abra la puerta para entrar.
-No, no -le dijo la niña, porque somos perdidos los dos.
Entós Pompeira le pegó un puntapié y la hizo pedazos. Entró al palacio y al ratito no más llegó el gigante bramando. Ya tomó el olor de que había gente del otro mundo y venía pronto a matarla. Pompeira lo esperaba con la espada en la mano.
Cuando llegó el gigante lo encaró Pompeira y se pusieron a peliar. Peliaron muchísimo hasta que Pompeira lo mató al gigante. Entós vino llorando de contenta la niña, y le dijo que por favor salvara a otra hermana de ella, la menor, que 'taba más abajo encantada por una serpiente.
-La serpiente es más mala que el gigante.
-No tenga miedo por mí -le dice Pompeira, y se va.
Se jue Pompeira más abajo y llegó al palacio de la serpiente.
Se asoma por la ventana y ve a la más joven de las niñas y que era la más bonita. Ya cuando lo vido, la niña le dice:
-¡Ay, joven!, ¿quí anda haciendo por estos mundos? No entre que la serpiente los va a comer a los dos. Pompeira le pegó un puntapié a la puerta, la rompió y entró. Entós le dijo a la niña:
-No tenga miedo. Yo hi venido para salvarla a usté como hi salvado a sus hermanas. Ya va a ver cómo mato a la serpiente.
-Güeno... Se pusieron a conversar. Se sentaron. Él 'taba con la espada en la mano. Entós le dijo:
-Venga, espulguemé hasta que llegue la serpiente. La niña se puso a espulgarlo y en eso se durmió Pompeira. Ya cuando sintió la niña el bramido de la serpiente que venía, lo quería despertar a Pompeira, pero no podía. Lo sacudía, le tiraba el pelo, pero el joven no se despertaba. Entós se largó a llorar y le cayó una lágrima en la cara a Pompeira, y se despertó. Le pregunta por qué llora, y le dice que lloraba porque venía llegando la serpiente y él no se despertaba. Que ya los iba a comer a los dos. Áhi no más se paró Pompeira, y ya llegó la serpiente, que tenía siete cabezas. Y se pusieron a peliar sobre el montón de güesos de las personas que la serpiente había muerto. Peliaron muchísimo. Le cortaba cuatro o cinco cabezas y se le volvían a pegar. Al fin di un golpe le cortó las siete cabezas, y la mató.
Güeno, le dijo a la niña que se jueran.
-Tiene que llevarme con una cabra mora -le dice- que tengo acá y que nos va a prestar muchísimos servicios.
-¡Cómo no! -le contesta él.
Se jueron y se juntaron con las otras dos hermanas. Llegaron ande 'taba la soga. Las niñas le dijieron que salga él primero. Él dijo que no. Colgó a la mayor y cimbró la soga. Cuando salió ajuera, la niña, Miliquinaco dijo:
-Ésta es pa mí.
Mandaron la soga y colgó a la segunda. Cuando salió ajuera, Placamontaña dijo:
-Ésta es pa mí.
Mandaron la soga. Entós la niña menor le dijo que cuando se colgara él, que con seguridá le iban a cortar la soga los compañeros. Que él subiera con la cabra mora por que si no iba a ser perdido. Que la llevara colgando. Que si le cortaban la soga, subiera en la cabra y dijiera: Arriba con mil diablos, y que iba a estar ajuera. Y así sucedió todo. Cuando salió la niña ajuera, dijeron:
-Ésta va a servir para piona.
Cuando lo iban subiendo a Pompeira, a la mitad de la subida, le cortaron la soga. Entós él subió en la cabra mora, y se equivocó y dijo: Abajo con los mil diablos. Y llegó muy abajo ande vivían los diablos. Ya se vio perdido y se jue a buscar trabajo. Llegó a una casa y se conchabó. Los diablos le dijieron que casualmente 'taban por ir a buscar un pión para cuidar una majada di ovejas. Éstas eran hijas del diablo. Le dijieron que no las llevara cerca del mar.
-Mañana temprano ensille la mula negra que va a estar en el corral, pa cuidar las ovejas.
La mula negra era la diabla. Cuando llega a ensillarla, la mula 'taba echando juego por boca y narices. Entró, agarró el bozal para ponerle, y cuando la mula se le vino encima, le pegó con la espada y la desmayó. Después la ensilló y la montó. La mula comenzó a corcoviar. Las ovejas se le dentraron a la mar y la mula tamén se iba di atrás para echarlo a él a la mar. Ya cuando iba a dentrar, la desmayó di un golpe. Después la hizo andar para el corral. Para bajarse, como corcoviaba tanto, la tuvo que desmayar otra vez de un palo.
El diablo, como vio que li había pegado mucho a la mula, que era la diabla, le dice:
-Mañana le voy a echar un machito negro, muy mansito, pa que cuide las ovejas.
Con el machito le pasó lo mesmo. Era el hijo del diablo. Lo desmayó todas las veces que el diablo lo quería embromar.
Al día siguiente la diabla y el hijo amanecieron muy lastimados y embichados en las lastimaduras.
-Mañana va a tener que ensillar un machito moro, más mansito que el negro -era el otro hijo.
Ocurrió lo mismo. El macho 'taba atado echando juego por boca y narices. Cuando iba para ensillarlo, siente Pompeira que lo silban. Él creyó que era el patrón. Miraba para todos lados y no vía a naide. Ya le pareció que era para el lado del monte. Ya vido que era una águila. Le preguntó que si ella lo silbaba, y l'águila le contestó que era ella.
-¿Querís que te saque de penas? Soy el alma de aquel hombre que encontraste muerto y enterrastes. Por eso vengo a sacarte de este infierno. Aquí estos diablos te van a matar. Mañana, tú les dices que no te quieres conchabar más. Cuando te quieran pagar tú les pides el carnerito lanudo, ese que anda atrás de las ovejas. No te lo van a querer dar, pero no recibas dinero. No recibas dinero de ninguna manera. Así lo hizo. El águila le dijo que lo enlazara y lo matara al corderito. Y él lo enlazó y lo carnió.
Ya 'taban pronto para viajar. El águila tomó la sangre y comió los menuditos. A los dos cuartitos y al espinazo se los llevaron para el viaje. Los dos cuartitos y el espinazo los pusieron en el cogote del águila y Pompeira subió a caballo atrás de las alas. Entonces el águila le dijo:
-Agarrate, que nos vamos. Siempre mirá para arriba o adelante y nunca para abajo.
Quiso volar y no pudo levantarse. Claro, Pompeira llevaba la espada que era muy pesada.
-No ti aflijás -le dice el águila- ya vamos a ver la forma de arreglar todo.
Se subieron a un cerro que había áhi no más, y se largaron.
Volaron todo el día. Al anochecer, el águila le dijo que tenía mucho hambre y Pompeira le dio un cuartito del cordero. Siguieron volando. Volaron toda la noche. A la madrugada le volvió a pedir de comer y le dio el otro cuarto. Siguieron volando todo el día y a la tarde comió el espinazo. Volaron toda la noche y a la madrugada le dice a Pompeira:
-Dame de comer porque si no los vamos abajo y somos perdidos.
Entós Pompeira sacó la espada y se cortó un murlo y se lo dio.
Siguió vuelo el águila. Volaron todo el día. A la caída de la tarde le volvió a pedir comida.
-Ya 'tamos muy cerca, pero no tengo alientos pa seguir, ya me 'stoy por cáir.
Pompeira sacó l'espada, se cortó el otro murlo y se lo dio. Siguieron vuelo. Volaron toda la noche. A la madrugada salió al otro mundo. Se asentó en una higuera y le dijo que se bajara, pero Pompeira no se podía mover sin la carne de las piernas; 'taba enválido. Entós l'águila le dice:
-Esperáte un momento. Date güelta, dame la trasa.
Pompeira se dio güelta todo lo que pudo, y l'águila lanzó los dos murlos del joven, y áhi no más se los pegó a las piernas. Pompeira quedó como nuevo, más juerte y más joven. Entós le dijo l'águila, que ella era l'alma del muerto que él enterró, y le dice:
-Himos llegado al mundo y al lugar ande querías llegar. En aquella ciudá que se ve allá, es donde 'tan tus piones y las niñas, las que salvaste del encanto. Tenís que castigarlos por la traición qui han cometido. A mí ya se me termina el permisio que Dios me dio para ayudarse y pagarte el favor que me hicistes. Pompeira li agradeció el favor que li había hecho y se despidió como si fuiera su mejor amigo. Y se voló l'águila.
Pompeira se jue a la ciudad.
Llegó a la ciudá y de averiguación en averiguación dio con la casa ande 'taban los piones con las niñas. A la menor la habían echau de piona, a la cocina; la pobre 'taba sucia y hilachenta. Pompeira se vistió muy pobre de ropa como si juera un mendigo.
Jue a la casa, Pompeira, y pasó a la cocina. Habló con la piona y le dijo que les dijiera a los patrones que venía en busca de trabajo. La piona les dijo a los patrones, pero ellos contestaron que después verían, que por la traza no parecía trabajador, este joven, que parecía más un flojo y cochino. Que vuelva más tarde, que en la casa ellos no atendían esa clase de gente.
La piona lo atendió. Lo hizo sentar y cuando sirvió la comida, sin que vieran los demás, le dio de comer.
Después Pompeira le empezó a hablar y le dijo:
-¿Usté no me conoce? ¿Usté no si acuerda de mí?
La niña le dijo que no, que su vida era muy triste áhi y que ya ni tenía memoria de nada.
Entós le dijo Pompeira:
-Y si viera una prenda ¿me conocería?
-¡Quién sabe!
Entós sacó la espada y le dice:
-A esta espada ¿la conoce?
-Sí, es de Pompeira, que mi ha salvado a mí y ha salvado a mis hermanas de un encanto.
-Soy yo.
-No, no puede ser porque él ha quedado en el otro mundo por la traición de éstos que 'tán de patrones y eran sus piones.
-No, yo hi venido, y ya me va a conocer. Y ya va a ver que los voy a degollar con mi espada a estos canallas. Ya me la van a pagar. Ya van a ir usté y sus hermanas al reino del padre de ustedes.
Se jue, se vistió con el mejor traje y se presentó con la espada en la mano. Cuando lo vieron Miliquinaco y Placamontaña, se quedaron helados. No sabían qué hacer y le preguntaron si era alma del otro mundo.
-No -les dice Pompeira-, soy de este mundo que vengo a hacerles pagar la traición a mí y el mal que les hacen a estas niñas.
Áhi no más, di un solo golpe con la espada les cortó la cabeza a los dos. A las niñas les dijo que si aprontaran y las llevó a la casa del padre de ellas, que era un rey.
Cuando vido a sus hijas el Rey se puso muy contento y no sabía cómo pagarle a Pompeira que las había salvado. Lo hizo casar con la menor y se quedó en el palacio para que juera rey cuando él se muriera. Se hizo una gran boda y vivieron felices.

Guillermo Ortiz, 70 años. San Martín. San Luis, 1932.

Campesino rústico pero inteligente. Gran narrador.

Cuento 851. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


0.015.1 anonimo (argentina) - 069

Narciso y narcisa .883

Éste era un rey y una reina. Tenían un reinado grande y mucha gente en su reinado. Y muchos sirvientes. A unos los empleban para dar de comer a los caballos, a otros a los chanchos, las vacas, los gansos. Para cada animal tenían quien los cuidaba.
Entonces en el palacio había una vieja bruja que al Rey, a la Reina y a todos los tenía encantados. Y la vieja bruja tenía una hija que se llamaba Narcisa. Y el marido de la bruja trabajaba en el palacio.
Bueno... Y llegó un muchacho que se llamaba Narciso a pedirle trabajo al Rey. Y entonce el Rey lo empleó para que le diera de comer a una yegua y a una chancha. Y le dijo:
-Echale carne a la yegua y pasto a la chancha.
Y entonces el muchacho se sorprendió y le preguntó que por qué iba a echale carne a la yegua y pasto a la chancha, siendo que los yeguarizos comen pasto y los chanchos carne. Y entonces le dijo que no se le ocurriera echarle pasto a la yegua y carne a la chancha porque sería perdido.
Bueno... La bruja, al que llegaba allí se lo comía o lo volvía piedra o animal. No podían tener gente que sirviera, por eso.
Pero, ¿qué pasó? Que el Narciso con la Narcisa simpatizaron mucho. Entonces le dice la Narcisa:
-Mirá, aquí están todos bajo el mando de mi mamá. Tienes que hacer todo lo que mi mamá te mande y tal como te lo dice. Yo te voy a ayudar. Ella te va a mandar cosas imposibles para poderte matar.
Entonce el muchacho cumplía al pie de la letra lo que le decía. Entonces un día lo quiso tentar. Y le dijo que no, porque su amito le había dicho que hiciera así.
Un día le entregó un trigo y le dijo que su amito le había dicho que lo sembrara, lo cosechara, lo trillara, lo moliera y amasara esa harina dentro de 15 días porque si no la cabeza le iban a cortar.
Entonces el muchacho se puso a llorar.
En eso llegó la Narcisa y le dijo que por qué lloraba.
Entonces él le dijo:
-Cómo no voy a llorar si tu madre por orden del Rey me ha dicho que tengo que sembrar este trigo, cosecharlo, trillarlo, molerlo y amasarlo en el plazo de 15 días.
Y entonces ella le dijo:
-No se te dé nada. Yo te voy a ayudar. Esperá no más que yo te voy a ayudar.
Entonces lo sembró al trigo. A los 2 ó 3 días ya estaba alto el trigo, soltando la espiga. En seguida se maduró y lo cortó. Lo cosechó, lo trilló, lo aventó, lo molió y antes de 15 días le llevó el pan al Rey.
Entonces la vieja bruja la empezó a peliar a la Narcisa diciendolé que ella tenía la culpa porque cómo el muchacho podía hacer eso si ella no lo ayudaba. Porque la muchacha sabía también brujería, pero sólo para hacer bien.
Bueno... Entonces la vieja le dijo un día:
-¿Sabes hilar?
Porque entonces los hombres hilaban a la par de las mujeres. Entonces le entregó un vellón de lana. Y le dijo que el amito lo mandaba que en dos días tenía que hilarlo, torcerlo, teñirlo y tejerle una alfombra.
Otra vez el muchacho se puso a llorar. ¡Cómo iba hacer esa cosa imposible! Entonce llegó la Narcisa y le dijo que no se le diera nada, que ella tenía una vaquita que le ponía la lana en las astas y que ella solita se la iba a hilar, y ella en un momento se la iba a teñir y se la iba a tejer.
Y así lo hizo, y antes de dos días tenía todo el trabajo, y se lo entregó a la bruja para que se lo lleve al Rey.
La bruja estaba furiosa porque no había conseguido matarlo ni sacarlo del puesto, y dijo que iba a hacer la última prueba. Entonces le entregó dos piedras grandotas y le dijo que eran papas. Y le dijo que las tenía que hervir toda esa noche y que al otro día se las tenía que entregar para desayuno, bien cocidas.
Y el muchacho se puso a llorar amargamente. Y vino la Narcisa y él le pidió ayuda, y ella le dijo que era imposible porque ella no sabía nada para eso. Y que lo mejor que podían hacer era irse porque la madre los iba a matar a los dos. Y así como lo dijeron lo hicieron.
En la noche, cuando todos se acostaron, entonces ellos hicieron cada uno un montoncito de saliva y se prepararon sus cosas para irse. Entonces la niña le dijo a Narciso que fuera a buscar un caballo que tenía la madre que caminaba tres leguas al tranco.
Entonces agarró, y en el apuro fue él por última vez a darle de comer a la chancha y a la yegua. Y en el apuro le dio carne a la chancha y pasto a la yegua. Y entonces la yegua le habló, le dijo:
Has desobedecido y por eso serás perdido.
Y la chancha empezó a gritar. Y la yegua le dijo que matara la chancha y montara en ella. Y él mató la chancha y montó en la yegua. Y en vez de traerle a la niña el caballo que caminaba tres leguas al tranco, le trajo la yegua que caminaba dos leguas al tranco. La niña le dijo que era una lástima que se hubiera equivocado, pero que ya no tenían nada que hacer.
Entonces antes de salir tomó un güevo, un peine, un poco de ceniza, un poco de sal y un espejo. Ella conocía bien a la madre y sabía que los iba a seguir. Cada uno hizo un montoncito de saliva. La saliva iba a contestar por ellos cuando la madre los llamara. Se prepararon para salir y se fueron.
La vieja, como era bruja, maliciaba que se iban a ir y los empezó a llamar:
-Narciso, ¿se cuecen las papas? Y la saliva le contestaba:
-Cocinandosé están.
Y la llamaba a la muchacha:
-¡Narcisa!
-¡Mamita! -le decía la saliva.
La saliva le respondió toda la noche hasta que aclaró. Y cada vez la saliva contestaba más débil. Y al final, apenas respondía la saliva. Y entonces dijo:
-Ya se están durmiendo. Los voy a atar, los voy a matar, los voy asar y los voy a comer.
Había mandado a preparar un horno para asarlos. Y se levantó contenta para comerlos, y cuando no los encontró se puso furiosa y se fue al marido. Le dijo que le trajera el caballo que caminaba tres leguas y la yegua que caminaba dos. Y al ver que no estaba la yegua se puso contenta, porque los iba a alcanzar. Y resolvió que fuera el marido. Y se fue el marido.
El viejo se puso a perseguirlos. Caminó como hasta los doce días. Ya los llevaba bien cerquita porque su caballo era más ligero. Entonces la niña le dice a Narciso:
-¿Ves esa nubecita, ese polvito que se ve lejos? Es mi papá que nos viene siguiendo.
-¿Qué vamos a hacer? -le dice Narciso.
-Mi papá es muy bueno -dice la niña y lo vamos a engañar, él no se va a dar cuenta. Nosotros nos vamos a transformar, la yegua en durazno florecido y nosotros en dos pajaritos.
Entonces el viejito llegó áhi, muerto de calor, y en ese desierto vio ese duraznero florecido y esos dos pajaritos. Entonces agarró, se bajó, lo ató al caballo en el durazno, y se puso a sombrear debajito del árbol y se durmió una siesta. Y entonces dijo:
-¡Que seré tonto! No los voy a seguir más. De aquí no los voy a alcanzar.
Y el viejito se volvió. Cuando llegó a las casas de vuelta, le preguntó la bruja si los había alcanzado o los había visto. Entonces le dijo que no, que sólo había encontrado un duraznero florecido y dos pajaritos. Entonces le dijo la vieja:
-Esos eran, ¡ah, viejo tonto! Esos eran ellos y vas a tener que irlos a buscar.
Entonces emprendió otra vez la vuelta, a perseguirlos. Caminó todo lo que había andado y encontró el mismo desierto y no encontró nada. Entonces dijo:
-¡Ah!, mi vieja tensa razón, éstos eran ellos. ¡Miren cómo me engañaron!
Mientras tantos los otros aprovecharon para alejarse mucho, mucho. Pero como el caballo del viejo caminaba tres leguas al tranco, a la tardecita ya los iba alcanzando otra vez. Entonces la Narcisa le dijo al Narciso:
-¿Ves aquella nubecita de polvo? Ése es mi papá que los viene alcanzando.
Entonces ella agarró y transformó al caballo en una iglesia con el altar, los santos y todo, y al muchacho en un padre, y ella en una virgen. Entonces el viejo, cuando llegó áhi, dijo:
-¡Ah, tanto tiempo que no veo una iglesia, que no oigo misa, que no veo los santos! Voy a pasar a rezar.
Entonces llegó, entró a la iglesia, se arrodilló, rezó y dijo:
-De aquí me voy a volver. ¡Quién sabe a dónde se han ido los muchachos! Si los quiere seguir mi mujer, que los siga ella.
Cuando llegó a la casa, para qué le dijo, la vieja casi se lo comió.
-Bajate, viejo inservible. Yo los voy a seguir. Y vas a ver cómo los voy a alcanzar.
Subió la vieja en el caballo y empezó a galopar. Y en un poco rato ya los llevaba bien cerquita. Entonces la chica le dijo al muchacho:
-¿Ves aquella nube espesa? Ésa es mi mamá, y si nos alcanza estamos pedidos.
Y ya la vieja venía cerquita. Y ya los iba a alcanzando. Entonces, cuando ya la vieja estaba bien cerquita, la Narcisa le tiró el peine, y el peine se volvió un monte de plantas espinudas. Y la vieja encaraba y se rajuñaba, sangraba por todas partes, se rompía toda la ropa. Pero la vieja era porfiada y segura y seguía encarando hasta que consiguió pasar el monte.
Y siguió otra vez a lo que daba, la vieja. Y ya los volvía a llevar cerca. Entonces la chica le tiró el güevo. Y el güevo se le volvió un río, pero enorme de grande. Y entonce la vieja entró, llegó hasta la mitá y la fuerza del agua la volvió. Pero ella siempre con la porfía de pasar. Le dio unos cuantos azotes al caballo y volvió a entrar al río hasta que pasó. Mojadita la vieja, entumecida, pero lo pasó. Entonce le volvió la chica a decir al muchacho:
-¿Ves aquella nube espesa? Es mi mamá que nos viene alcan-zando.
Entonce la chica agarró y le tiró el puñado de sal. Y se le volvieron unas rocas muy altas, unos riscos peinados como los de la Cordillera que no podía pasar. Pero ella empezó a dar vueltas y vueltas. Se caía, se levantaba con su caballo, se rajuñó, se lastimó y se causó tantas heridas, pero seguía porfiando. Y porfió hasta que cruzó los riscos. Y consiguió pasar. Y ya la Narcisa le volvió a decir al Narciso:
-¿Ves aquella nube oscura? Ésa es mi mamá que nos viene alcanzando.
Y ya los alcanzaba. Entonces la muchacha le tiró el puñado de ceniza. Y se olvió una neblina espesa, espesa, que no se veía nada, nada. Pero la vieja empezó a ver si pasaba. Y se empezó a internar y a internar por la neblina que no se veía ni las manos. Pero tanto porfió y porfió, que al fin consiguió pasar la neblina. Y ya la Narcisa le volvió a decir al muchacho:
-¿Ves aquella nube oscura que viene? Es mi mamá que los alcanza. Bueno, éste es el último recurso que nos queda -dijo, y sacó el espejo.
Le tiró el espejo a la vieja y se le volvió un mar, que no se le veía el fin. La vieja siempre imprudente se metió, pero qué, caminó unos diez metros y se tuvo que volver. Casi se ahogó. Y ya perdió la esperanza de alcanzarlos. Entonce le echó una maldición y le dijo:
-Anda, hija ingrata, que el que te lleva en el anca del caballo te ha de olvidar.
Entonce la chica le dijo al muchacho:
-Mirá la maldición que me echa mi madre, que el que me lleva en el anca del caballo me ha de olvidar.
El muchacho juró que nunca la olvidaría, que antes se moriría que poderla olvidar a ella que le debía la vida.
Siguieron camino. Caminaron mucho. Después de mucho caminar llegaron a una población. Llegaron a una casa y pidieron alojamiento. Entonces en esa casa les dieron alojamiento. Y justo esa noche daban una gran fiesta en el palacio del Rey. Y fue a la fiesta el joven y no volvió más.
Se había enamorado de la hija del Rey. Y se quedó a vivir en el palacio y perdió la memoria de todo.
Y pasó el tiempo. Y ya se corrió la noticia que este mozo se iba a casar con la hija del Rey. Y se preparó una gran fiesta.
Y la Narcisa preparó un pollito y una pollita que hablaban y se fue a la fiesta. Y entonces pidió permiso para mostrar un pollito y una pollita que sabían hablar, y con esa novedá le dieron permiso para que los hiciera ver al Rey, a la Reina, y a los invitados de la fiesta. Entonces la niña entró con la pareja de pollitos. Y toda la concur-rencia estaba curiosa por ver esta novedá. Y el muchacho miraba todo y la miraba a la Narcisa pero ya no la conocía, la había olvidado, porque se había cumplido la maldición de la bruja. Entonces empe-zaron a hablar el gallito y la gallinita:
-¿Te acordás gallito ingrato cuando llegaste a trabajar al palacio del Rey donde había una bruja que tenía una hija, y que el Rey por indicación de la bruja te mandó a sembrar un trigo, a cosecharlo, a trillarlo y a amasarlo en el plazo de 15 días, y te pusiste a llorar?
-Cucurú que no me acuerdo -decía el gallito.
-¿Te acordás gallito ingrato cuando te dieron el vellón de lana para hilarlo, torcerlo, teñirlo y tejerlo?
-Cucurú que no me acuerdo.
-¿Te acordás gallito ingrato cuando te dieron las piedras y te dijeron que eran papas, que las tenías que cocer, y que si no las entregabas cocidas te iban a matar?
-Cucurú que no me acuerdo.
-¿Te acordás gallito ingrato cuando le echaste el pasto a la yegua y la carne a la chancha?
-Cucurú que no me acuerdo.
-¿Te acordás gallito ingrato cuando nos fuimos en la yegua que caminaba dos leguas al tranco y nos salió a buscar mi papá, y transformamos la yegua en duraznero y nosotros en dos pajaritos?
-Cucurú que no me acuerdo.
-¿Te acordás gallito ingrato cuando nos alcanzó mi papá y transformamos la yegua en iglesia y nosotros nos transformamos en un padre y en una virgen?
-Cucurú que no me acuerdo.
-¿Te acordás gallito ingrato que cuando salimos yo había agarrado un peine, un güevo, un puñado de ceniza, un puñado de sal y un espejo para tirarle a mi madre porque sabía que nos iba a seguir?
-Cucurú que no me acuerdo.
-¿Te acordás gallito ingrato cuando mi mamá nos alcanzaba y le tiré el pine y se formó un gran monte espinudo?
-Cucurú que me voy acordando.
-¿Te acordás gallito ingrato cuando mi mamá pasó el bosque y nos iba alcanzando y yo le tiré el güevo y se le volvió un río grande y caudaloso, pero tanto trabajó hasta que lo pasó?
-Cucurú que me voy acordando.
-¿Te acordás gallito ingrato cuando mi mamá pasó el río, y los iba alcanzando y yo le tiré la ceniza, y se formó una niebla espesa que no la dejaba pasar, pero tanto porfió hasta que la pasó?
-Cucurú que me voy acordando.
-¿Te acordás gallito ingrato cuando mi mamá nos iba alcanzando y yo le tiré la sal y se formó un riscal muy grande que no la dejaba pasar, pero tanto porfió hasta que lo pasó?
-Cucurú que me voy acordando.
-¿Te acordás gallito ingrato cuando mi mamá los iba alcanzando y le tiré el último recurso, el espejo, y se le volvió un mar, y como no lo pudo pasar me echó una maldición y me dijo: ¡Anda hija ingrata que el que te lleva en el anca del caballo te ha de olvidar!
-Cucurú que me acordé -dijo el gallito.
Y el joven se acordó de todo y la reconoció a la Narcisa y se abrazaron. Y el joven contó a todos lo que había pasado, y dijo que tenía que casarse con la Narcisa, que por una maldición de la bruja la había olvidado. Y en seguida buscaron jueces, curas, y se casaron. Y hicieron una fiesta muy grande. Yo también 'tuve en la fiesta y me divertí.
Se fueron a casar los jóvenes, pero no se olvidaron de su yegüita. Y entonces la yegüita se transformó en una princesa con las palabras mágicas que le dijo la Narcisa: Princesa eras, Princesa eres, Princesa serás. La Narcisa sabía que la vieja bruja la había encantado.
Y se casaron la Narcisa y el Narciso y tuvieron muchos hijos y fueron muy felices.

Celia Álvarez de Casado, 51 años. Ranquelcó. Ñorquín. Neuquén, 1951.

La narradora, semiculta, pertenece a familias tradicionales de la Provincia. Es nativa de Chos Malal, en donde oyó el cuento desde niña.

Cuento 883. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

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