Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 31 de enero de 2015

La prueba de ndjambu .013

Ndjambu sentía curiosidad por saber cuál de sus dos mujeres era mejor que la otra. De manera que un día las llamó a las dos y les dijo: «Voy a irme de viaje durante unos cuantos meses. Volveré con unos amigos, pero tenéis que prometerme que durante todo este tiempo vais a guardar esta carne de buey que os daré, para que mis amigos y yo podamos comer a nuestra llegada». Dio a cada una de ellas un garra­fón lleno de carne, y emprendió su camino.
Ngwalezie cumplió al pie de la letra las instrucciones de su marido. Pero quería que éste le considerase su mejor mujer; así que un día cogió el garrafón de Ngwakondi, echó al río toda la carne de buey y lo llenó de otras cosas. Ngwakondi, mientras tanto, había pensado lo mismo: vació el garrafón de Ngwalezie y lo llenó de cosas sin impor­tancia. Cuando llegó Ndjambu con sus amigos, llamó a sus dos mujeres para que trajeran sus garrafones y pudieran comer. Al ver que los dos garrafones estaban llenos de otras cosas, y que la carne de buey había desaparecido, se enfadó mucho. Pero no quería quedarse sin saber cuál de las mujeres era la mejor, así que las sometió a otras pruebasi.
Sus amigos pusieron una cuerda que cruzaba el río, y ataron sus extremos a ambas orillas. Ngwalezie intentó pasar de una orilla a otra, y lo consiguió con suma agilidad. Ngwakondi, sin embargo, en cuanto intentó pasar, no supo mantener el equilibrio y se zambulló en el agua. Los amigos de Ndjambu se reían de ella, que pidió una nueva prueba.
Uno de los amigos de Ndjambu era brujo, y tenía amistad con un tiburón. Lo llamó y retó a ambas mujeres para que subieran encima de él y aguantaran el equilibrio durante cinco vueltas. Subió Ngwalezie a lomos del gran pez, y aguantó sin esfuerzo las cinco vueltas. Ngwakon­di, por su parte, dio de nuevo con sus huesos en el agua, entre las carcajadas de todos los presentes. Ndjambu, entonces, no admitió nin­guna prueba más. Y quedó convencido de la superioridad de Ngwalezie.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

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i El narrador ha preferido dar más importancia a las posibles pruebas, con la inten­ción de demostrar que Ngwalezie es la mejor de ambas mujeres; ello va en detrimento de la estructura habitual de este tipo de cuentos, que prosiguen con el castigo de Ngwa­lezie, etc. Nótese que el resultado es una victoria gratuita de la protagonista.

La preciosa kaisa .100

Un muchacho huérfano vivía en un poblado donde había soldados y civiles. Los soldados tenían más alimentos que los civiles, porque poseían las mejores fincas. Un día, el muchacho se adentró en el bos­que y encontró una de esas fincas, llena de yuca, plátanos y caña de azúcar. Cortó con su machete lo que más le apetecía, y se lo llevó a su casa. Cada día fue repitiendo la misma operación. El jefe de los solda­dos advirtió que alguien les estaba robando, y puso a diez hombres para que vigilaran esa finca. El muchacho hizo caso omiso a sus reque­rimientos y, cuando intentaron prenderle para que no tocara los culti­vos, se abalanzó sobre ellos y los mató. El jefe de los soldados se enfu­reció al ver el resultado de la vigilancia que había puesto, y dejó a otros diez hombres.
Y, como éstos corrieran la misma suerte, pensó que podría dejar en la finca una estatua con un imán que atrapara al ladrón. El muchacho regresó a la finca y empezó a cortar plátanos, caña y yuca. Y, al ver a la estatua, creyó que se trataba de otro guardián y la golpeó. Le quedó la mano atrapada. Golpeó con la otra mano, y también quedó atrapa­da. Intentó darle una patada, y también el pie quedó apresado.
El jefe de los soldados estaba satisfecho por la trampa que había ideado. Y ordenó que llevaran al muchacho a la playa y que, una vez allí, le metieran en un ataúd lleno de hierro y le arrojaran al mar. Los soldados llevaron al muchacho a la playa y le metieron dentro de un ataúd lleno de hierro. Pero, para hacerle sufrir más, le dejaron unas horas al sol antes de arrojarlo al agua.
El chico sufría el ardor del sol, cuando empezó a gritar: «No quiero casarme con la preciosa Kaisa». Un hombre que pasaba por allí, le dijo: «No seas tonto. Si es una mujer tan preciosa, cásate con ella». Y siguió su camino. Otro hombre repitió el mismo comentario. Pero el tercer hombre que se acercó le dijo: «Si no quieres casarte con esa preciosa mujer, deja que sea yo el que me case con ella». El muchacho le explicó: «No me importa que quieras casarte con la preciosa Kaisa. Pero, para ello, tienes que ocupar mi lugar en este ataúd. Dentro de un rato vendrán los soldados y te llevarán con la esposa más preciosa con que hayas podido soñar jamás».
El hombre accedió: liberó al muchacho y se puso en su lugar. El chico escapó rápidamente, 'y el hombre esperó la llegada de los solda­dos. Mientras se lo llevaban en el cayuco, pensaba que era un ser afortunado. Pero, siendo inocente, murió ahogado; mientras que el muchacho huérfano escapaba de la muerte y explicaba lo sucedido a toda la gente del poblado.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

La oreja y el mosquito .054

La oreja y el mosquitoi eran buenos amigos.
El mosquito siempre andaba detrás de su amiga la oreja; e incluso cuando ésta se iba a dormir, el mosquito se acercaba y la llamaba: «¡Amiga, amiga, amiga!».
Hasta que la oreja se cansó y le llamó la atención: «¿Por qué vienes a molestarme? Si lo vuelves a hacer, te pasará algo malo».
El mosquito no hizo caso y volvió a las andadas. Entonces, la oreja le pegó con toda su fuerza.
Por eso han dejado de ser amigos: el mosquito continúa yendo detrás de la oreja, pero ya no se entienden.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055


i Se trata de la típica oposición entre dos animales. El hecho de que en realidad la oreja no sea un animal, no modifica la estructura de la fábula.

La mujer que pario un machete, una lanza, un hacha y un hijo .024

En un poblado la gente pasaba mucha hambre: porque, cuando tenían una finca cultivada, llegaban manadas de jabalíes y se lo comían todo.
Una mujer de ese pueblo, de la cual nadie conocía que tuviera marido, quedó embarazada. Y, en el momento del parto, dio a luz un machete, una lanza, un hacha y un hijoi.
El hijo empezó a crecer. Y, a medida que se hacía un hombre, observó que aquellos objetos que su madre había parido le obedecían en todo: cuando iba a la finca, el machete le chapeaba lo que quería; cuando tenía que cortar un árbol grande, el hacha lo talaba completa­mente sola; y si salía al bosque a cazar animales, con sólo fijarse en el que quería abatir provocaba que la lanza se dirigiera al cuerpo del animal en cuestión y lo matara. Y, cuanto más crecía el chico, más afilados y certeros eran esos instrumentos.
Un día, su madre regresó de la finca con las manos vacías: los jabalíes habían hecho un buen trabajo y no quedaba nada. El mucha­cho pasó la noche vigilando la finca; pero los jabalíes, al no haber nada en ella, ya no regresaron.
Había que hacer una finca nueva. Y, con su machete y su hacha, en poco rato la tuvo preparada. La madre fue a plantar sus verduras y volvió a la casa. A la mañana siguiente, la madre fue a la finca y volvió enseguida exclamando: «¿Recuerdas los árboles que habías cortado para hacer la finca? Pues están levantados otra vez». El chico no creía lo que su madre contaba. Pero, efectivamente, se dirigió a la finca y comprobó que todos los árboles estaban de nuevo en su sitio, como si nadie los hubiera cortado jamás.
El chico reunió a toda la gente del poblado, para que acudieran con él a la finca por la noche. Pero en todo el poblado no hubo nadie que se atreviera a acompañarle. Así que fue solo. Y, en medio de la noche, oyó unas voces que se acercaban. Al cabo de un rato se dio cuenta de que era la manada de jabalíes: todos ellos podían hablar, y comentaban que levantarían de nuevo los árboles si alguien los cortaba otra vez.
Al día siguiente, el muchacho ordenó a su hacha que talara otra vez los árboles de la finca. Y por la noche acudió de nuevo a su escondrijo. De nuevo se oyeron las voces de la manada; y cada jabalí llevaba una botella con un líquido que hacía que los árboles recuperaran el lugar de antaño. El chico observó que uno de los jabalíes parecía ser el jefe de todos, y ordenó a la lanza que lo matara. La lanza se dirigió en pos del jabalí; y, sin llegar a matarle, lo hirió mortalmente. Los demás cerdos de la manada recogieron el cuerpo de su jefe y regresaron huyendo a su poblado.
El muchacho quería recuperar su valiosa lanza. Así que se dirigió a lo más profundo del bosque, donde vivía solo un anciano. Éste le dijo: «Los hombres de ahora tenéis dificultades porque nunca pedís consejo a los más viejos. Ya que tú lo has hecho, te ayudaré». Le indicó el camino del poblado de los jabalíes, pero le advirtió que debería llevarse un caballo blanco, que él mismo le regaló, y tres bolsas llenas de cala­bazas, de cacahuetes y de maíz, respectiva-mente.
El muchacho se despidió de su madre, y le entregó una botella mágica para que supiera cómo se encontraba: si le herían o se encon­traba en un grave apuro, el líquido de la botella se pondría rojo; en caso contrario, permanecería de color blancoii. La madre le dio las tres bolsas que el anciano había dispuesto, y el muchacho partió en su caballo blanco.
Al llegar al poblado, se dio cuenta de que no se trataba de un poblado de jabalíes: eran fantasmas, que por la noche adquirían esa forma; y estaban celebrando el funeral por su jefe, que finalmente había fallecido. El muchacho entró en el poblado llorando desespera­damente: «¡Oh, Dios mío! Alguien ha atravesado a mi buen padre con una lanza, y voy a quedarme solo en la vida!». La gente le acogió con mucho cariño, puesto que efectivamente creyeron que se trataba del hijo de su jefe; y lo alojaron en una casa en la que vivían un ciego y un tartamudo.
Por la mañana siguiente, el muchacho pidió una lanza para salir a cazar. Unos no estaban de acuerdo con que le dieran la misma lanza que había matado al jefe del poblado, pero el muchacho les replicó: «Tengo derecho a ella, puesto que soy su hijo. Y no podemos celebrar el funeral si no hay carne suficiente para todos». Así los convenció, y se adentró en el bosque junto con sus dos compañeros.
Y cada vez que observaba la presencia de un animal, se dirigía así a su lanza: «Te ordené que mataras al jefe de la manada de jabalíes, y lo hiciste. Ahora mata a este otro animal». Y regresó al poblado cargado de toda suerte de piezas, de manera que la fiesta empezó con gran albo­rozo.
Mientras tanto, el ciego y el tartamudo discutían sobre la covenien­cia de explicar lo sucedido a todo el poblado. Como no se pusieron de acuerdo, llegaron a las manos y se dieron muerte mutuamente. Enton­ces el chico comprendió que había llegado el momento de huir. Montó en su caballo blanco y emprendió el regreso al poblado de su madre.
Al amanecer, los fantasmas entraron en la casa del muchacho para pedirle que volviera de nuevo al bosque para cazar más animales. Pero, al ver los cadáveres del ciego y el tartamudo, creyeron que el chico les había matado y se pusieron a volar en su busca.
Aquella mañana, la madre del muchacho sacó la botella mágica y vio con horror que poco a poco el líquido que contenía adquiría un tono rojizo, hasta llegar a ser como la sangre. En aquel momento el chico miró atrás y vio cómo los fantasmas estaban a punto de darle alcance. Entonces sacó las tres bolsas que el anciano había dicho, y empezó a tirar trozos de calabaza, granos de cacahuete y maíz, al tiem­po que espoleaba a su caballo. Los fantasmas, satisfechos por la comi­da que iban encontrando, se olvidaron de la persecución. Y el mucha­cho regresó sano y salvo a su poblado, con su caballo y su lanza, cayendo en los brazos de, su madre.
La valentía del muchacho y la sabiduría del anciano habían logrado resolver esa dificultad.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

i Por la estructura del cuento, debe referirse a Ugula. Nótese que la madre actúa como un donante involuntario; de ahí que no serían verosímiles la primera función del donante ni la reacción del héroe.

ii Es una escena de enlace que prepara la posterior persecución.

La mujer que no cultivaba ninguna finca .026

Una mujer vivía con su marido y sus hijos en un lugar muy aleja­do. Y como era muy perezosa, no cultivaba ninguna finca. Salía al bosque y regresaba con lo que podía recoger. Un día encontró una gran finca en medio del bosque. Ella llenó su cesta y regresó a casa. Así que durante mucho tiempo toda la familia comió de aquella finca que la mujer había encontrado.
Pero sucedió que un día apareció la bruja del bosque, que era la propietaria de la finca, mientras la mujer estaba llenando la cesta: «¿Así que eres tú la que me roba todos los días? Prepárate, que voy a devorarte enseguida». La bruja sacó sus dientes y sus uñas para comer­se a la mujer ladrona, pero ésta le dijo: «Ten piedad de mí. Si no me matas y dejas que me lleve la comida, mañana te regalaré a mi hija».
Al día siguiente, la mujer llegó a la finca con su hija mayor y la entregó a la bruja. Ésta se encontraba satisfecha por el trato que había cerrado: «Puedes quedarte con toda la finca, si quieres. Pero aprende a cultivarla, si no quieres regalar a todos tus hijos». Y se llevó a la chica a su casa, donde tenía desde tiempo atrás a otra chica que también le habían regalado. Cuando la mujer regresó a su casa, al marido le extra­ñó que la hija mayor no llegara: «¿No había ido al bosque contigo?». Le respondió: «La he dejado mientras recogía la comida, y no la he vuelto a ver. Quizás se haya perdido en el bosque». El marido se acos­tumbró a comer bien y en abundancia, pero se entristecía cuando pensaba en su hija mayor. Y cada vez que preguntaba por ella a su mujer, ésta le respondía de mala manera.
Pasaba el tiempo. La mujer tuvo otro hijo: Cuando se hizo mayor, decidió irse de casa para buscar esposa. Su madre le preparó comida para el camino y, antes de emprender la marcha, su padre le regaló un bastón: «Puedes irte, hijo. Y si alguna vez te encuentras en grave peli­gro, este bastón te dará ayuda para hacerle frente».
El muchacho anduvo por el bosque durante mucho tiempo.. Al cabo encontró la casa de la bruja. Al verle llegar, las dos chicas se metieron en la casa. El chico se acercó y les dijo: «No tengáis miedo, no soy un extraño». Las chicas sentían vergüenza, pero cuando él hubo contado su historia le dijeron: «Eres tú mismo, como hombre, quien debe elegir a la mujer que quieres». Y eligió a la que era su propia her­mana.
Cuando la bruja llegó a la casa, preguntó al muchacho por qué razón se encontraba en ese lugar. Al concluir sus explicaciones, la bru­ja inquirió: «Y, de estas muchachas que ves, ¿no hay ninguna que te guste?». Él repitió la elección y la bruja convino que se quedara a vivir en la casa.
Pero como ambas chicas estaban acostumbradas a dormir en la misma cama, no quisieron separarse; y, durante largo tiempo durmie­ron los tres juntos. Hasta que la bruja decidió cambiar la situación y habló con la chica soltera: «¿No te das cuenta de que tu compañera ya ha encontrado marido? Debes dejar que se acuesten, solos».
Por la noche, cuando el chico quiso tocar a su mujer, apareció un ratoncito que le susurró al oído: «No toques a tu mujer, que es tu propia hermana». E igualmente, cuando la mujer se acercó a su mari­do, el ratoncito insistió: «No toques a este hombre, que es tu propio hermano». A ambos les quedó una honda preocupación por este suce­so, pero siguieron los consejos del animal. Por la mañana, el chico indagó sobre la familia de la muchacha. Ésta le contó lo sucedido: «Yo vivía en tal casa de tal poblado, hasta que mi madre me cambió por una gran finca de la bruja». Comprendieron que el ratoncito estaba en lo cierto, y que eran hermanos. El chico decidió: «Te llevaré de vuelta a casa con nuestros padres»i.
Llegó el día en que se habían propuesto escapar. Pidieron a la solte­ra que fuera al río a pescar. Y, mientras todos estaban fuera, aprove­charon la ocasión para huir. La compañera soltera se dio cuenta de que estaban tramando algo, de manera que volvió a la casa de improviso. Y, al no hallarlos, salió corriendo en su busca. Lloraba y gritaba mien­tras los buscaba por el bosque, así que decidieron aceptarla y prosiguie­ron la fuga los tres.
Cuando la bruja volvió a su casa y la encontró vacía, pensó inme­diatamente que querían hacerle una mala jugada. Empezó, pues, a volar, tan rápidamente que en poco tiempo los tuvo a su alcance. El chico, al ver que la bruja les atraparía, levantó su bastón y al instante apareció un gran muro de piedraii que la bruja no pudo cruzar. Y de esta manera pudieron llegar a su casa sin mayor problema.
Sus padres estaban muy contentos y le preguntaron: «¿Cuál de estas dos chicas que has traído va a ser tu mujer?». El chico les sorprendió: «Ni ésta ni aquélla. La primera es mi propia hermana, hija vuestra. La segunda no lo es, pero quiero qué viva aquí como si lo fuera. Todo esto ha sucedido por vender a vuestra hija a cambio de comida. ¿Es que tú, madre, no puedes cultivar la finca como todas las mujeres? Y tú, pa­dre, deberás decidir qué haces con ella, porque es una mala mujer».
El padre echó a la mujer de casa. Y desde entonces vivió feliz con sus tres hijos.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

i En este cuento, el motivo del incesto no es central; sino el rescate de la hermana, del cual es un episodio. La no consumación del incesto es primordial para su mutuo re­conocimiento.

ii El motivo de un muro de piedra capaz de detener a una bruja que vuela, es poco coherente. No vuelve a aparecer.

La muerte de ngwalezie .012

Ndjambu decidió irse de viaje. Llamó a sus dos mujeres y les advir­tió: «Me voy de viaje. Pero no quiero que nadie toque el plátano que hay enfrente de la casa, porque a mi regreso quiero invitar a mis ami­gos». Y partió hacia el lugar adonde deseaba ir.
Ngwakondi vio que ahí se le presentaba una oportunidad para que Ngwalezie quedara mal con su marido. Un día, mientras la otra había ido a trabajar a la finca, Ngwakondi cortó el plátano, lo cocinó y se lo comió. Luego escondió la cáscara en la parte de la basura que corres­pondía a Ngwalezie.
Ya faltaba poco para el regreso de Ndjambu. Ngwalezie se apresta­ba a cortar el plátano para tenerlo a punto en el momento en que su marido regresara, cuando se dio cuenta de que ya no estaba ahí. Llamó a Ngwakondi, y ésta dijo que no sabía nada del plátano.
Cuando Ndjambu llegó, se puso hecho una furia. Cogió su escopeta y ordenó a las dos mujeres que buscaran por todas partes hasta encon­trarlo. Ellas buscaron por toda la casa, por la cocina y por los alrededo­res. Y por fin apareció la cáscara en la parte de la basura de Ngwalezie. Ndjambu disparó la escopeta, y Ngwalezie, la buena mujer, murió.
A partir de entonces, cada vez que Ngwakondi iba a la finca pasaba por delante de la tumba de Ngwalezie. Se paraba allí y empezaba a cantar y a bailar de alegría, celebrando su muerte. Esto molestaba mucho al fantasma de Ngwalezie; y, al fin, decidió matar a la mujer mala: un día, cuando Ngwakondi regresó a su casa después de bailar de nuevo sobre la tumba, enfermó y al cabo de poco tiempo muriói.
De manera que Ndjambu se quedó sin ninguna mujer, por no ha­ber sabido darse cuenta de que la mala le había engañado.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055


i El estereotipo que encarna Ngwalezie, esencialmente bueno, impide al narrador una excesiva prolijidad en el relato de su venganza. Las maldades de Ngwakondi, en cambio, suelen ser más elaboradas.

La muerte de ilombe .017

Los hijos de Ndjambu habían ido al río. Pescaban cangrejos: me­tían la mano dentro de sus agujeros, les obligaban a salir, y los mata­ban con el machete. Al final, los contaban: «Este cangrejo es para mi padre; este otro es para mi madre; este otro para mi hermano...».
Ilombe, la única hija de Ngwalezie, había encontrado un cangrejo que se resistía a salir de su gran agujero. Ilombe metió la mano hasta la muñeca, luego hasta el codo, a continuación todo el brazo, después la cabeza...
Los hijos de Ngwakondi, al ver la situación en que se encontraba, la empujaron hasta sepultarla dentro del agujero, y lo cubrieron con pie­dras y arena. Al volver a casa, Ngwalezie temió lo peor, a pesar de que ellos disimulaban lo que había sucedido: «Se ha ido a pescar a otra parte del río, y todavía no ha vuelto». Desconsolada, Ngwalezie fue a visitar a Totiya, la curandera del poblado. Ésta la tranquilizó: «Dentro de un tiempo, te llamaré. Entonces sabrás qué debes hacer para recu­perar a tu hija Ilombe».
Ngwalezie esperó durante mucho tiempo. Durante esa espera le nació otro vástago, un niño. Cuando el segundo hijo creció, aprendió a ir al río para pescar cangrejos. Y, al terminar la pesca, los contaba: «Este cangrejo es para mi padre; este otro es para mi madre Ngwalezie; este otro...». Siempre que debía mencionar a su hermana, los hijos de Ngwakondi se echaban a reír. Hasta que él se cansó de tanta burla y habló con su madre: «¿Es que no tengo ningún hermano?». Ngwalezie le contestó: «Tenías una hermana, pero desapareció en el río». El hijo objetó: «Si es verdad que ha desaparecido, debes hacer todo lo que puedas para recuperarla enseguida»i.
Ngwalezie volvió a casa de Totiya, y ésta le dijo: «Ha llegado, en­tonces, la hora de recuperar a Ilombe. Toma esta medicina, esta póci­ma que he elaborado para ti: acude con ella al río, y donde veas unas piedras empieza a llamar a tu hija con todo el desconsuelo que has acumulado. Entonces verás que por el río aparecerán bananas, pláta­nos, toda clase de manjares, telas y vestidos. No los toques. Luego aparecerá un ataúd barnizado, lleno de oro, mercurio y otros minera­les. Tampoco lo toques. A continuación saldrá del río otro ataúd sin barnizar, en el que está tu hija. Tienes que frotarle los cabellos, las uñas y las piernas con la medicina que te he dado, y tendrás a tu hija sana y salva».
Ngwalezie cogió el ungüento de Totiya, y buscó las piedras del río. Encima de ellas, clamó amargamente por su hija: «Ilombe, hija mía, ¿dónde estás?, ¿a qué lugar te han llevado?». Y el llanto de la mujer provocaba la salida, sobre el agua, de toda clase de alimentos y de vestidos. Ngwalezie no tocaba nada, y proseguía su lamento. Apareció el primer ataúd, lleno de oro, mercurio y otros minerales, y Ngwalezie no quiso acercarse a él. Sólo acudió a la salida del segundo ataúd; y al ver que Ilombe se encontraba dentro de él, untó con el ungüento mági­co las piernas, las uñas y los cabellos de su hija, que recobró la vida y reconoció a su madre.
Al volver al poblado, Ngwakondi se puso furiosa y llamó a sus hijos: «Desde luego, parece que no tengáis valentía para nada. Habíais matado a Ilombe, pero Ngwalezie la ha recuperado y vivirá con ella a partir de ahora. Quiero ver si vosotros sois capaces de lo mismo». Y agarrando a su hija, la llevó al río, la metió en un agujero de cangrejos y la sepultó con piedras y arena. A continuación visitó a la curandera, Totiya, que le dio el mismo ungüento y las mismas instrucciones.
Cuando Ngwakondi estuvo situada en aquel lugar del río, empezó a llamar a la hija muerta: «Hija mía, ¿dónde estás? Acude a mi llama­da». Aparecieron la comida y las telas, y Ngwakondi pensó: «Y, mien­tras espero la llegada de ,mi hija, ¿tengo que dejar pasar todas estas riquezas?». Y empezó a recoger todo lo que pudo. También recogió oro y mercurio del primer ataúd; y, cuando llegó el segundo, apareció en él la hija de Ngwakondi víctima de una enfermedad repugnante e incurable.
Ngwakondi, desazonada, recuperó a su hija mediante la unción del ungüento; pero, al llegar a casa, y viendo aquella repugnante enferme­dad, sus hermanos la rechazaron y la apedrearon hasta producirle la muerte.
Ndjambu, conocedor de todo lo ocurrido, decidió pasar a vivir con Ilombe y con Ngwalezie. Y Ngwakondi, por no haber sabido respetar a una mujer, recibió su castigo.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055


i Esta afirmación introduce una variante respecto a los cuentos 25 y 26: ahora deberá ser la propia Ngwalezie la que supere una prueba dificil para recuperar a la hija muerta.

La muchacha y el fantasma .008

Una chica que vivía en un poblado no conseguía casarse con nin­gún hombre: cuando alguno iba a conquistarla, sus padres siempre se oponían. Y era la única chica soltera del poblado.
Esto llegó a oídos de un fantasma que decidió probar suerte. Pero, como no tenía nada, pidió prestado todo lo que necesitaba para acer­carse al poblado de la chica: en un pueblo le dejaron una bicicleta, en otro unos calzoncillos, y así sucesivamente fue consiguiendo unos za­patos, unos pantalones, una camisa, un peine, una chaqueta y una corbatai. Con todo ello quedó muy elegante. Y, cuando llegó al pobla­do de la chica, ésta quedó impresionada y se ilusionó con él.
De manera que le trató de una forma exquisita: le preparó la cama, le dio comida, le facilitó el baño, y al llegar la noche durmieron separa­dos. A la mañana siguiente, el fantasma habló claramente al padre de la chica: «Me gusta tu hija, y quiero casarme con ella. Pídeme lo que quieras, pero deja que nos casemos». El padre respondió: «No creas que solamente busco tu dinero. Lo único que te pido para que puedas casarte es que la cuides y que la mantengas tal como hemos hecho hasta ahora su madre y yo». Quedaron de acuerdo y fijaron la fecha de la boda.
El fantasma regresó a su poblado y habló con sus padres: «He en­contrado a una mujer bellísima, y me hace mucha ilusión casarme con ella». Sus padres no lo tenían claro: «Si ni siquiera tienes una casa propia. ¿Crees que ella aceptará vivir en un agujero? Además, eres muy feo». El fantasma estaba realmente enamorado de la chica y replicó: «No todos los hombres pueden ser guapos, ricos y buenos. Y es verdad que tendremos que vivir en un agujero que he preparado. Pero si un hombre y una mujer se quieren, todas estas cosas no les preocupan». Los padres le vieron tan decidido que no le negaron su ayuda: le dieron comida y bebida, y también algo de dinero.
Llegó el día de la boda, y todo marchó sobre ruedas. El fantasma pudo ofrecer comida, bebida y dinero para las fiestas. Y el padre de la chica no aceptó ni exigió nada más para que se efectuara el casamien­to: solamente la promesa de que cuidaría de ella y la mantendría. Así que, una vez concluida la ceremonia, emprendieron el camino de re­greso hacia la casa del chico.
Al entrar en el primer poblado del trayecto, un hombre se les acer­có: «Vaya, amigo, ya es hora de que me devuelvas la corbata que te había prestado». El fantasma se la devolvió y, ante el estupor de su mujer, la tranquilizó: «No te preocupes. Esta corbata no tiene ninguna importancia para mí». Siguieron el camino, y en cada poblado alguien se acercaba a la pareja para exigir el retorno de lo prestado. Y, así, el fantasma fue devolviendo la chaqueta, el peine, la camisa, los pantalo­nes, los zapatos, los calzoncillos y, por fin, la bicicleta.
La chica no comprendía por qué su marido le iba diciendo que no se preocupara, y le dejó una de sus camisas para que -al menos- la gente no le viera desnudo. Al llegar al agujero que el fantasma había preparado, preguntó: «¿Tú crees que voy a vivir ahí? Enséñame dónde está tu poblado y dónde viven tus padres, para que vea que no me has engañado».
El fantasma se resistía, pero al final tuvo que acceder. Al entrar en el poblado, la gente decía: «Pero, ese hombre, ¿no había muerto? Debe ser un fantasma». Y todos cerraban las puertas de sus casas por mie­do.
Él se excusaba ante su mujer y le decía: «No les hagas caso. Sucede que he estado mucho tiempo fuera de aquí, y creen que había muerto. Pero no tienen razón».
La chica se dio cuenta de que algo raro ocurría. Y, cuando su marido se distrajo, entró corriendo en una casa para pedir auxilio: «Mis padres habían rechazado a todos mis pretendientes, y en cambio han permitido que me casara con un fantasma». La gente de la casa la retuvo durante un tiempo, hasta que el fantasma desaparecióii. Ento ces la devolvieron sana y salva a su poblado.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

i También el modelo de vestido es europeo.

ii El fantasma no se comporta como un agresor, pero la reacción de los demás perso­najes lo presume. Se trata de resaltar el error de la chica; que no es tanto el haber escogido a un fantasma como marido, sino a un hombre sin recursos materiales.

La muchacha y el camaleon .075

En un poblado había una chica muy bonita que no aceptaba casar­se con ninguno de los jóvenes del pueblo. Incluso había habido algunos de ellos que se habían peleado con la familia de la chica para intentar casarse con ella. Esto llegó a oídos del camaleón, que quiso probar fortuna: la chica le hizo sentarse, le dio bebida y le rechazó. Los anima­les del bosque recriminaron al camaleón su actitud, pero éste dijo: «También los animales podemos intentar casarnos con las muchachas bonitas». Y, efectivamente, muchos de ellos fueron a probar suerte, y todos fueron rechazados por la chica después de recibir aquel trato excelente. Incluso la serpiente fue rechazada.
Entonces probó de nuevo el camaleón, y la muchacha se dio cuenta de que era un animal muy bonito. Así que decidió casarse con él. Una vez celebrada la boda, la chica cogió un cesto de comida y emprendie­ron el camino hacia la casa del marido. Al llegar, la muchacha protes­tó: «¿Quieres que viva bajo las raíces aéreas de este árbol? ¡Si ni siquie­ra puedo entrar ahí! Y, cuando se termine la comida que he traído, ¿qué comeré?». El camaleón lo tenía todo previsto: «La mejor comida que hay son los insectos».
La chica comprendió que había cometido un error y emprendió la huida a través del bosque. El camaleón se sintió engañado y la siguió. Y, como iba adquiriendo el mismo color que el bosque, la muchacha no advirtió que la seguía hasta que ya era demasiado tarde: el cama­león la alcanzó y la mató para no pasar la vergüenza de verse abando­nadoi.
Al cabo de mucho tiempo, la familia de la muchacha quiso verla, y emprendieron todos el camino del bosque. Llegaron hasta una casu­cha, donde vivía una vieja adivina con una mujer joven. Los padres no la reconocieron, pero en realidad aquella chica era la que se había casado con el camaleón: la hechicera la había encontrado muerta en el bosque, y la había resucitado con su magia.
Los padres de la chica contaron su historia a la vieja, y ésta les recriminó: «¿Cómo podéis haber permitido que vuestra hija se casara con un animal?». Ellos replicaban, justificándose: «Ella se enamoró de ese camaleón y le eligió entre todos sus pretendientes. ¿Qué podíamos hacer? Si nos explicas dónde está su casa, por lo menos podremos visitarla y comprobar si se encuentra bien».
La vieja, entonces, les hizo ver que su hija era la mujer joven que estaban viendo, y les contó la historia de su encuentro. Luego les des­cribió el lugar donde el camaleón tenía su casa. Todos fueron allá y le dieron muerte.
Al regresar al poblado, vieron que la vieja hechicera ya se encontra­ba allí. La gente decía: «La muchacha es tan bonita como antes. Parece que el camaleón la ha estado cuidando muy bien». Y nadie de la familia se atrevía a contar lo que en verdad había sucedido.
Hasta que, por fin, la muchacha lo contó todo. La gente del pobla­do, indignada por aquel sucesoi mató a los padres de la chica. Y ésta se casó con uno de los jóvenes del poblado y, a partir de entonces, vivie­ron felices.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055


i En otros cuentos, el camaleón cumplía un papel de curandero; aquí se transforma en agresor. Ello demuestra la falta de fijación del personaje.

La muchacha secuestrada .103

Las muchachas de un poblado salieron al bosque para buscar palo rojo. Cogieron lo que necesitaban, lo cargaron y volvieron al poblado. Una de ellas se dio cuenta de que había olvidado su aguja de trenzar, y regresó al sitio donde habían estado. Allí había un anciano que la cogió y la metió por la fuerza dentro de un saco que llevaba.
Cuando las otras muchachas llegaron al poblado explicaron a la madre de la que había olvidado la aguja que regresaría más tarde. Al llegar la noche, la gente salió al bosque a buscarla. Y, después de nue­vos intentos, la dieron por muerta.
El hombre anciano que había secuestrado a la chica la llevó por otros caminos e intentó hacer negocio con ella: cada vez que llegaba a un poblado, avisaba a la gente de que llevaba una cosa extraordinaria: un saco mágico que cantaba. La gente del poblado le daba mucha comida, y luego él sacaba su saco y le ordenaba que cantara. Entonces, la muchacha se ponía a cantar esta canción en la lengua de su poblado natal:

«No soy saco,
soy persona como tú.
Fuimos al bosque a buscar palo rojo,
por Dios, por Dios,
Olvidé una aguja en aquel sitio,
por Dios, por Dios,
Volví para buscar mi aguja,
por Dios, por Dios,
E»rontré a un anciano en aquel sitio,
por Dios, por Dios,
El anciano me cogió,
por Dios, por Dios,
Y me metió en un saco,
por Dios, por Dios»i.

A la gente le extrañaba mucho que un saco pudiera hablar. Pero, como no entendían lo que decía, el anciano seguía con su negocio.
Hasta que un día aconteció que llegaron al poblado natal de la muchacha. El viejo repitió su historia, y la chica empezó a cantar:

«No soy saco,
soy persona como tú.
Fuimos al bosque a buscar palo rojo,
por Dios, por Dios,
Olvidé una aguja en aquel sitio,
por Dios, por Dios,
Volví para buscar mi aguja,
por Dios, por Dios,
Encontré a un anciano en aquel sitio,
por Dios, por Dios,
El anciano me cogió,
por Dios, por Dios,
Y me metió en un saco,
por Dios, por Dios».

La gente del poblado empezó a murmurar que también en su po­blado había sucedido algo igual, cuando una chica olvidó su aguja después de haber ido a buscar palo rojo. Y receló del anciano. Éste se negó a enseñar a nadie lo que había dentro del saco, de manera que los hombres lo cogieron por la fuerza y, al abrirlo, apareció la muchacha enflaquecida y medio muerta de hambre.
Entonces mataron al anciano y llevaron a la niña al curandero del poblado, que la recuperó con un tratamiento de raíces y cortezas.
Reunieron a todas las muchachas y les explicaron que, en caso de ir al bosque, si una de ellas olvidaba algo las demás debían acompañarla para que no le sucediera nada malo.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

i Ibe elombo indi moto nove
Ibe,élombo indi moto nove
okeke ndi giki ka npele egio
na Ndjambe na Ndjambe
na belanide mwasi mwa mononge
na Ndjambe na Ndjambe
ka umba kobidi utodu mwa mumu vone
na Ndjambe na Ndjambe
utodu nwa mumu me ka mu anongomba
na Ndjambe na Ndjambe
avemba kobe
na Ndjambe na Ndjambe.

La mejor de las mujeres .095

Había una vez un poblado donde no vivía ninguna chica soltera. Siete jóvenes se pusieron de acuerdo para salir hacia otros poblados a encontrar mujeres con quien casarse. Sus padres les prepararon comi­da y les advirtieron: «Os vais a ir juntos, y tenéis que volver juntos».
El primer poblado que encontraron se encontraba muy lejos. En él vivían tres muchachas solteras, que aceptaron casarse con tres de los jóvenes. Recordando la advertencia de sus padres, las dejaron en aquel poblado y se marcharon los siete juntos hacia otro poblado, para ver si encontraban mujeres para los cuatro restantes. Efectivamente, en el poblado siguiente había cuatro jóvenes solteras que aceptaron el casa­miento. De manera que las tomaron y empren-dieron el camino de regreso al primer poblado, donde les estaban esperando las tres pri­meras.
Por el camino, uno de ellos vio a una nueva chica y dijo: «Esta chica me parece mejor que la que había escogido antes. Por tanto, dejaré a la mujer que había tomado y me casaré con esta otra». La primera chica se puso muy triste y regresó a su poblado. La segunda aceptó la boda y le invitó a pasar por su poblado para hablar con sus padres. Los otros seis jóvenes le dijeron: «Haz lo que te parezca bien; pero nosotros ya no te vamos a esperar». Y regresaron los seis a su poblado con sus respectivas mujeres.
El chico estaba contento por haber conseguido un mujer mejor. Pero, al entrar en el poblado de la chica, vio a una nueva mujer que le gustó mucho. Así que decidió dejar a la otra y casarse con ésta. Estuvo con ella un par de días y, al salir otra vez al poblado, vio a una nueva mujer que todavía le gustó más, y quiso casarse con ella. Y luego con otra, y con otra... hasta llegar a la última casa del poblado, donde también encontró a una chica que le pareció mejor y quiso casarse con ella.
Otro día, fue a la playa. Y pasaba por allí una chica con unas tetas muy grandes. El chico pensó: «Ésta sí que debe ser la mejor de las mujeres. Voy a intentar casarme con ella». Y regresó con ella al po­blado para hablar con sus padres sobre la futura boda. Al llegar al poblado, encontró a una mujer fantasma que iba pidiendo vestido y se enamoró de ella. Dejó a la chica de las tetas grandes y se acercó a la fantasma, que le parecía tan bonita, y emprendieron el camino hacia el poblado de ella.
Al llegar al primer poblado, salió una mujer y le dijo: «Amiga, ¿ya no recuerdas que te había dejado el paraguas? Tienes que devolvérme­lo». Y la mujer fantasma se lo devolvió. Luego tuvo que devolver el sombrero, la falda, las bragas... hasta que quedó desnuda. Enton-ces recuperó su forma habitual de esqueleto, y el chico -aterrorizado- la dejó para volver sobre sus pasosi.
En el camino de vuelta, intentó encontrar a una chica con quien casarse. Pero, como antes las había abandonado a todas, ninguna de ellas quiso saber nada de él. De manera que llegó solo a su poblado, donde explicó su historia. Sus padres le dijeron: «Todos tus compañe­ros se han conformado con una mujer normal, mientras que tú ambi­cionabas poseer a la mejor. Pues bien: quien desea lo mejor, suele quedarse sin nada».
Y, efectivamente, el chico se quedó soltero y murió sin descen­dencia.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055


i La mujer fantasma cumple, en cierta manera, el papel de agresor propio del perso­naje, puesto que engaña al protagonista. La función principal continúa siendo resaltar la inconsciencia del muchacho, que le llevará al desastre.

La maldad de ngwakondi .015

El rey Ndjambu se daba cuenta de que las mujeres tenían su impor­tancia en la vida, pero creía firmemente que los hombres son aún más importantes. De manera que se le ocurrió procurar que no hubiera más mujeres en su poblado. Incluso llamó a sus dos esposas, Ngwalezie y Ngwakondi, para que no tuvieran más hijas: solamente debían dar a luz a varones.
Sucedió que Ngwalezie quedó embarazada. Y, a lo largo de todo el embarazo, Ngwakondi deseaba que diera a luz a una niña, para que Ndjambu la castigara. Así sucedió, y Ngwalezie tuvo a una hermosa niña, cosa que provocó las iras de su marido: «Te lo había advertido. Lo que debes hacer ahora, para mi satisfacción, es llevártela al bosque y abandonarla».
Ngwalezie suplicó y suplicó, pero no obtuvo el perdón para su hija. Al llevarla al bosque, pensó que podría buscar un tronco hueco donde depositarla e irla cuidando. Encontró uno, colocó a su hija con mucho cuidado, y regresó al poblado. Cada día iba a ese árbol para amaman­tar a su hija, que empezó a crecer.
Ngwalezie no dejaba ningún día de ir a la finca. Y, cuando había recogido algo de comida, la cocinaba y se acercaba a ese árbol: «¡Hija mía, hija mía, hija mía!». La niña, al oír que la llamaban tres veces, salía de su escondite y tomaba la comida que su madre le había prepa­rado.
Con todo esto, Ngwalezie se pasaba muchas horas fuera de casa. Esto despertó la curiosidad de Ngwakondi, que no comprendía a qué se debían unas idas y venidas tan largas a la finca. Así que un día se decidió a seguirla, a escondidas, y se dio cuenta de lo que había sucedido.
Al día siguiente, Ngwakondi anunció que no quería ir a la finca con la otra mujer. Se quedó en casa. Pero, al cabo de un rato, afiló bien su machete y se dirigió a las entrañas del bosque, donde se encontraba ese árbol. Al llegar ahí, llamó tres veces: «¡Hija mía, hija mía, hija mía!». La muchacha respondió al instante: «¿Qué quieres, mamá?». Y, al sa­lir del lugar donde se encontraba, Ngwakondi se abalanzó sobre ella, la mató golpeándola con el machete, y esparció su cuerpo por el bosque.
Cuando Ngwalezie terminó su trabajo en la finca, también quiso acudir al lugar donde vivía su hija. Pero por el camino ya intuyó que algo malo había ocurrido porque, sin haber cazado a ningún animal, había rastros de sangre en muchos sitios. Presa de una gran excitación, al llegar al árbol llamó tres veces: «¡Hija mía, hija mía, hija mía!». La muchacha no acudía a su llamada. Ella repitió lo convenido muchas veces hasta que, en su desesperación, comprendió que Ngwakondi no había ido a la finca ese día para poder eliminarla.
Así que volvió a su casa, e hizo lo propio: afiló el machete, llamó a la otra mujer, se abalanzó sobre ella y la mató. Desde entonces vivie­ron solos Ndjambu y Ngwalezie.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

La maldad de ikandjaka .104

Ikandjaka vivía en un gran poblado lleno de gente. Se portaba muy mal, y solamente se entendía con un viejo tronco caído. A los demás les maltrataba mucho, incluso a sus propios padres. El jefe del poblado decidió castigarle y mandó a unos hombres para que le apresasen. Pero Ikandjaka se dio cuenta y huyó a tiempo hacia un poblado vecino.
Allí se celebraba una fiesta. Ikandjaka apartó a toda la gente a golpes, cogió la bebida y empezó a dársela a otro tronco caído que se encontraba en aquel lugar, creyendo que éste también sería amigo suyo. Pero el tronco escupía toda la bebida que le daba, porque no quería saber nada de él. Por fin, los hombres más fuertes del poblado pudieron sujetarle y le metieron en una cárcel.
En la cárcel, Ikandjaka engañó a todo el mundo: se portaba mejor que nadie. Por eso uno de sus vigilantes, que era curandero y adivino, confió en él y le enseñó todos sus conocimientos. Luego lo llevó a un cementerio, donde le favoreció con toda suerte de sortilegios, y le dejó escapar.
Al verse libre, Ikandjaka regresó a su poblado natal y reunió a toda lagente. Pero el jefe no le dejó hablar y ordenó que le mataran. Enton­ces Ikandjaka, haciendo uso de sus poderes, desapareció y se metió en la nariz del jefe de su poblado. Este empezó a tener muchos problemas para respirar, y decidió ir a consultar su caso al jefe del poblado vecino, donde Ikandjaka había estado preso. Al llegar ahí, Ikandjaka se metió en la nariz del otro jefe. Y éste empezó a pelear con el primero, dicién­dole que había venido al poblado para contagiarle su enfermedad.
La gente no podía separarlos, porque se trataba de dos jefes. Así que decidieron llamar al jefe de un tercer poblado. Y cada vez que se acercaba un nuevo jefe, Ikandjaka se le metía en la nariz para que se enfadara y se peleara con los otros. Hasta que llegó uno que también era curandero y adivino, y antes de hablar del asunto de Ikandjaka se metió picante en la nariz. Cuando Ikandjaka se metió en las fosas nasales del recién llegado, sintió que todo su cuerpo le picaba. Y huyó hacia otro poblado.
En una casa de ese poblado se celebraba también una fiesta. Ikand­jaka pretendió entrar para comer, pero unos hombres se lo impidieron.
Ikandjaka fue a un gallinero, cogió unos huevos podridos y los echó dentro de la casa. El mal olor provocó la salida de todos, y entonces Ikandjaka entró tranquilamente en la casa y empezó su banquete. Los hombres, al verle comer, se dieron cuenta de que había sido él quien les había echado los huevos podridos. Entraron todos juntos en la casa, le cogieron entre todos y le dieron muerte.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

La gallina y sus parientes .043

Los padres de la gallina le dieron a ésta un fogón y le dijeron: «Acércate al poblado de los hombres a buscar fuego. Pero anda con mucho cuidado, para que no te coman».
Al llegar la gallina donde vivían los hombres, a éstos les gustó. Y todos le decían: «¡Qué bonita ave ha venido a visitarnos!». La gallina se sentía hinchada de satisfacción, olvidó el encargo que traía y se metió en la primera cocina que encontró. Había allí un grano de cacahuete. La gallina lo picoteó y se lo comió. Luego, recorriendo el poblado, encontró restos de nyame, de yuca, y granos de calabaza. Todo se lo tragó, ante la indiferencia general.
De cocina en cocina y de estercolero en estercolero, la gallina se fue alimentando y engordó considerablemente. Al cabo de un tiempo, re­gresó a su poblado y reunió a sus parientes: «He estado en el mejor lugar del mundo: ahí se puede comer sin tener que trabajar, porque los hombres trabajaban para mí: solamente con los restos que les sobran, ha bastado para engordar de esta manera».
Los parientes sentían también ganas de engordar sin tener que tra­bajar; así que se dirigieron todos juntos al poblado de los hombres. Y, efectivamente, empezaron a picotear en todas las cocinas y todos los estercoleros hasta engordar y convertirse en animales apetitosos.
Con el tiempo, se acostumbraron a la presencia de los hombres, y se fueron amansando. De esta manera se convirtieron en animales do­mésticos.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

La gallina y la cucaracha .053

La gallina y la cucaracha vivían en la misma casa, y cada día salían juntas a trabajar a la finca. Pero la gallina siempre regresaba antes que la cucaracha, porque no tenía hijos; mientras que la cucaracha, al tener mucha prole, tenía que trabajar más y pasar más tiempo que la otra en la finca.
Un día, al regresar a casa, la gallina no había conseguido nada de comida. Pidió a los vecinos, pero éstos tampoco tenían nada para co­mer. Así que decidió comerse a uno de los hijos de la cucaracha. Cuan­do ésta regresó a la casa y preguntó por el hijo que faltaba, la gallina le dijo: «Al llegar estaba aquí, pero luego ha salido y no ha querido expli­car adónde iba».
El tiempo fue pasando y la gallina, cada vez que regresaba a casa de vacío, repetía la misma operación. Cuando a la cucaracha solamente le quedaban dos hijos, pensó que la gallina era la causante de su desgracia y se le enfrentó: «Cada vez que me falta un hijo, dices que al llegar a casa estaba aquí; y luego resulta que desaparece sin que tú hagas nada por evitarlo». La cucaracha subió a un árbol cercano y empezó a can­tar una canción:

«Gallina tonta, tuye, tuyeye, tuye,
tú sin hijos, tuye, tuyeye, tuye,
y yo con hijos, tuye, tuyeye, tuye»i.

A la gallina le molestó mucho que la cucaracha le recordara que no tenía hijos. Esperó a que bajara del árbol y empezó a pelearse con ella hasta tumbarla. Después, cogió a uno de los dos hijos que le quedaban y se lo comió.
Cuando la cucaracha se recuperó de sus golpes, volvió a la finca para buscar comida para el hijo que le quedaba. Al volver a casa, la gallina ya se lo había comido. Y la pobre cucaracha subió de nuevo al árbol para cantar:

«Gallina tonta, tuye, tuyeye, tuye,
tú sin hijos, tuye, tuyeye, tuye,
y yo con hijos, tuye, tuyeye, tuye».

Cuando bajó del árbol, la gallina ya la estaba esperando como la otra vez. E, igual que la otra vez, la tumbó; y, después, se la comió igual que había hecho con todos sus hijos sin excepción.
De ahí viene que la gallina y la cucharacha ya no sean amigas: la cucaracha huye al ver a la gallina y ésta, si la ve, la persigue para co­mérsela.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

i Kuna fulwave tuye tuyeye tuye
ove mba wana tuye tuyeye tuye
ke ngwe na wana tuye tuyeye tuye.

La gallina y el escarabajo .052

La gallina y el escarabajo habían sido buenos-amigos.
Un día, la gallina sugirió: «Podríamos trabajar juntos». De manera que fueron al bosque, desbrozaron una finca y empezaron a cultivarla. El escarabajo indicó: «Debería volver a casa, porque no me encuentro bien». Pero no era verdad: lo que quería el escarabajo era volver a casa para robar el aceite que la gallina había estado elaborando.
Muchas otras veces sucedió lo mismo. Y, cuando la gallina regresa­ba de la finca, cavilaba: «¿Quién debe ser el que me pilla el aceite?». Si lo preguntaba al escarabajo, éste respondía con una nueva patraña: «No lo sé. ¿Por qué no se lo preguntas a los demás?». Y nunca sacaba nada en claro.
Pero llegó un día en que la gallina y el escarabajo fueron de nuevo a su finca. Llevaban un cesto lleno de comida, porque pensaban estar trabajando todo el día. Sin embargo, el escarabajo repitió la misma canción: «Tengo que regresar, no me encuentro nada bien». Al llegar a casa, empezó a recoger el aceite de la gallina.
Y sucedió que el escarabajo se cayó dentro del aceite. La gallina lo encontró más tarde braceando, porfiando por escapar. Gritó: «¿No habías dicho que no sabías quién me quitaba el aceite?».
La gallina se enfadó mucho, y devoró al escarabajo. De ahí que no se entiendan: cuando un escarabajo ve a una gallina, intenta esca-bullir­se corriendo; y cuando una gallina ve a un escarabajo, intenta matarlo con el pico.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055