Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 26 de enero de 2015

El destino de los hombres .089

En un poblado vivían un hombre de una cabeza muy grande, un hombre de una gran barriga y un hombre de piernas finísimas. Los tres eran muy amigos, y decidieron irse de viaje.
Al tercer día, estaban muy hambrientos. Se les había acabado la comida, y lo único; que encontraron junto a la costa fue un esbelto cacotero. Discutían quién debía ser el que subiera a alcanzar los cocos, y el hombre de la cabeza grande, para evitar más discusiones, se ofreció voluntario.
Al llegar arriba, empezó a agitar las ramas para que los cocos caye­ran a la playa. De pronto resbaló y le quedó la cabeza atrapada entre dos ramas. Al ver que su compañero se estaba ahogando, el hombre de la gran barriga decidió: «No podemos dejarle morir sin ayudarle». Así que se encaminó al cocotero con ánimo de serle útil. Pero su gran barriga le tapaba la cara y, con las prisas que llevaba por auxiliar a su amigo, se dio un gran golpe contra el tronco y murió.
Al ver lo sucedido, el tercer hombre comprendió que no era un día afortunado; así que echó a correr hacia el poblado. Corría veloz, pero la finura de sus piernas le traicionó: se partieron por el camino, y también murió lejos del poblado y de la familia.
Al pasar el tiempo, la gente del poblado se dio cuenta de que algo les había pasado. Así que tres nuevos amigos salieron en busca de los anteriores. Para perder menos tiempo, tomaron un cayuco y siguieron la costa. Pero un viento de enorme fuerza azotó el mar y volcó la embarcación. Los tres amigos dieron con sus huesos en una isla de­sierta.
Un día, mientras uno de ellos paseaba por la playa, encontró una lámpara. Al frotarla, apareció un genio que le indicó que cumpliría los tres primeras órdenes que le dieran. El hombre llevó al genio a los otros amigos, y decidieron que cada uno de ellos solicitaría la consecu­ción de un deseo.
El primer hombre pidió poder encontrar de nuevo a su poblado y a su familia. El deseo se cumplió al instante.
El segundo hombre pidió volver a poder trabajar en su finca. Tam­bién se cumplió el deseo con la misma rapidez.
Entonces, el tercer hombre vio que se había quedado solo; y pensó que no quería aburrirse de ninguna manera. En consecuencia, pidió que regresaran a la isla los dos amigos que habían marchado.
De esta manera, los tres volvieron a reunirse sin poder eludir su destino.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) – 055


El chico que se convirtió en una chica .028

El rey de un poblado y su mujer tuvieron un hijoi. Pero, como era muy bello, el padre decidió que no lo vestirían con ropas de hombre, sino con vestidos de mujer, hasta que se hiciera mayor. Y así lo hicie­ron.
Como en el poblado siempre lo veían vestido de mujer, uno de los chicos decidió casarse con él. Así que habló con sus padres, que estu­vieron de acuerdo, y éstos fueron a visitar el rey. Una vez acordada la boda, se casaron. Y, después de la ceremonia, el padre llamó a su yerno y le dijo:
«Vas a llevarte a mi hija. Pero por ahora no podrás meterte en la cama con ella. Y esto es lo que debe hacerse: tu mujer plantará un plátano, que irá creciendo hasta dar buenos frutos. Cuando uno de los plátanos madure y se abra, ella lo recogerá y lo cocinará. Y aquella noche podrás acostarte con ella».
El chico se llevó a la mujer a su casa, y durante mucho tiempo estuvieron durmiendo en habitaciones separadas, en camas distintas. Pero en aquel poblado la gente era muy entrometida, y cuando la mujer iba al río a bañarse la observaban. Pronto se extendió el rumor de que no se trataba de una mujer, sino de un hombre. Y los comenta­rios se sucedían.
Mientras tanto el plátano había ido creciendo, y daba buenos fru­tos. Un día se decidió que al domingo siguiente la mujer los recogería para cocinarlos y cumplir la disposición del padre. La mujer no sabía qué hacer, de manera que empezó a caminar bosque adentro con la intención de no volver jamás.
Metida en la inmensidad del bosque, halló una casita donde vivía una vieja solitaria que le preguntó: «¿Por qué has venido hasta este lugar tan lejano? ¿Qué es lo que estás buscando?». Ella le respondió que, a pesar de ser en realidad un hombre, al domingo siguiente debía meterse en la cama con su marido y bañarse desnuda delante de todo el poblado para acallar los rumores.
La vieja replicó: «Debes saber que yo tampoco soy lo que parezco. Soy el espíritu de tu madre muerta; y, como tu padre te ha encamina­do hacia esta extraña situación, voy a ayudarte». La vieja convirtió a su hijo en una mujer, y determinó que volviera al poblado.
Al llegar al poblado, cortó el plátano más maduro y lo preparó en la cocina. El domingo, a la hora prevista, todos los chicos y chicas corrían desnudos por la playa y tomaban sus baños. Ella era la última persona que debía acudir. Cuando empezaba a desnudarse, el marido se aver­gonzó de la situación e intentó que no siguiera adelante. Ella insistió hasta conseguir el acuerdo del marido, y así todo el poblado se percató de que era mujer.
Al volver a casa, comieron el plátano que había preparado y se acostaron juntos por primera vez. El hombre, la mujer y toda la fami­lia se sintieron satisfechos. Y los entrometidos quedaron en evidencia y se les consideró mentirosos a partir de aquel momento.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055


i En la versión en lengua ndowe recibe el nombre de «Ikoba dja Ndjambu» (las bragas de Ndjambu).

El chico que parecia una chica .029

Un hombre y una mujer tenían muchos hijos. Uno de ellos se parecía tanto a una chica que toda la gente del poblado lo creía. Y, al hacerse mayor, muchos hombres quisieron pedir su mano. Sus padres siempre los rechazaron a todos, hasta que un día vino un hombre de un poblado lejano y accedieron a sus pretensiones.
Al llegar al poblado de su marido, el chico no quería acostarse con él, porque sabía que en realidad era un hombre y sentía vergüenza por el hecho de que sus padres hubieran aceptado aquel matrimonio. Nun­ca iba a la playa y la gente empezó a sospechar que pasaba algo raro.
El hermano de su marido, Etundji, pasaba por ser un adivino. Hizo un agujero en la pared del cuarto de baño, y cuando el chico iba a bañarse le observaba con atención. Un día le contó a su hermano mayor que se había casado con un hombre. Éste no le creyó, y se irritó tanto que le amenazó con matarle.
Etundji, sin embargo, no tenía miedo a su hermano. Extendió el rumor por todo el poblado, hasta que el jefe congregó a toda la gente: «Para que todos sepamos la verdad, el próximo domingo todas las mujeres se bañarán desnudas en la playa». Algunos hombres no esta­ban de acuerdo: «Con lo fea que es mi mujer... yo la tenía escondida en casa, y ahora todos verán que no tiene ningún atractivo». El jefe man­tuvo su orden y cada cual marchó a su casa.
Excepto el chico. Éste se adentró en el bosque, preocupado por lo que sucedería cuando todos vieran que era un hombre. En el bosque, encontró una casucha donde vivía una anciana que era adivina y cu­randera. El chico le contó su problema, y la anciana dijo: «No debes preocuparte, porque has acudido al lugar adecuado. Yo sé cambiar el sexo de la gente. Muchas otras veces lo he hecho». Entró en su habita­ción y regresó con una cesta llena de atributos sexuales femeninos. El mismo chico pudo escogerlos y la anciana, con sus hechizos, se los co­locó.
El chico ya era una chica de verdad. Así que esperó tranquilamente a que llegara el domingo. Todas las mujeres habían acudido a la playa, tal como se había ordenado. La chica fue la última en llegar. Y, cuan­do todos observaban con expectación lo que se iba a descubrir, desnu­dó su cuerpo. Y era el cuerpo de una mujer. Su marido, al verlo, la abrazó efusivamente y se la llevó a casa, donde se acostaron juntos por primera vez.
La gente se irritó con Etundji: «Decías que eras un adivino, y lo único que has hecho es extender la mala fama de una persona inocen­te. Le apresaron y le dieron muerte, porque quien miente puede des­truir al pueblo con sus palabras».

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

El chico de bello rostro .031

Una mujer y su marido tenían un hijo enclenque y raquítico, pero con un rostro bellísimo y perfectamente proporcionadoi. Creció, y se acostumbró a situarse junto a la ventana, desde donde cantaba. Tam­bién su voz era muy bella, y gustaba mucho a las chicas.
A veces, éstas acudían a su casa para visitarle, y su madre les decía: «Ahora no puede salir, porque se ha dormido». Pero, en realidad, la madre lo escondía en un cesto para que nadie se diera cuenta de su cuerpo deforme. Las chicas esperanzadas, esperaban que algún día se encaprichara de una de ellas y quisiera casarse. De manera que decidie­ron regalarle comida y otras muchas cosas.
El chico estaba encantado con los regalos. Y cuando, desde su ven­tana, veía que las chicas se acercaban, avisaba a su madre: «Ya vienen las chicas, con sus caras bonitas y sus tetas al aire. Méteme en la cesta,
porque si me ven con este cuerpo raquítico no me harán más regalos». Cuando las chicas llegaban a la casa, la madre ya había escondido al chico. Le dejaban sus regalos y se iban apenadas.
Pero él jamás compartía los regalos con su madre. Hasta que un día le advirtió: «No debes portarte así de mal conmigo. Desde que vienen a visitarte esas chicas, ni siquiera puedo ir a la fincaii porque tengo que recibirlas. Si no compartes los regalos, no te esconderé más». Al cabo de un rato, el chico la avisó de nuevo: «Ya vuelven las chicas con sus caras bonitas y sus tetas al aire. Méteme en el cesto, para que no vean mi cuerpo raquítico». La madre lo escondió y el chico volvió a devorar la comida que le habían dejado, sin compar-tirla con su madre.
Ésta se enfadó muchísimo. Y al día siguiente, cuando las chicas repitieron la visita, encontraron al muchacho fuera del cesto. Gritaba desconsolado: «¡Mamá, escóndeme en el cesto!». Pero su madre no le hacía ningún caso.
Las chicas se molestarqn de verdad y le dijeron: «¿Cómo puedes tener un rostro tan bello y un cuerpo tan repulsivo?». Una le agarró una mano, otra una pierna, y todas tiraban de él: «Nos has engañado todo este tiempo. Así que todas nos llevaremos una parte de tus miem­bros asquerosos». Con el cuerpo desgarrado y descuartizado, el chico murió.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

i En la versión en lengua ndowe recibe el nombre de «Djomba dja Ndjambu» (el envuelto de Ndjambu). El envuelto es una manera de preparar la comida propia de los pueblos del África Central.

ii No debe entenderse la «finca» en el sentido europeo. «Finca» es una pequeña porción de bosque que los hombres chapean y queman para que una mujer cultive en ella frutas y hortalizas propias del país. Cada mujer tiene su «finca» y acude a ella por las mañanas; a veces, el trabajo se alarga durante todo el día.

El cerco de los leones .010

Dos hermanas que estaban embarazadas intercambiaron sus confidencias: «Yo creo que daré a luz a un hijo muy hermoso» , decía la primera. Y la segunda vaticinó: «El mío, además de ser muy hermoso, nacerá con una estrella luminosa en la frente y otra en el pecho».
Cuando llegó el momento de dar a luz, la primera mujer alumbró a un niño realmente hermoso. Entonces acudió a ayudar a su hermana; sin embargo, cuando ésta estaba distraída le golpeó en la cabeza y la dejó inconsciente. La mujer parió en este estado, y el niño recién nacido iluminaba la estancia con sus dos estrellas. Presa de la envidia, la primera de las hermanas cogió al pequeño y lo tiró a un cerco de leones hambrientos. Luego buscó un palo, lo manchó de sangre y lo puso junto a su hermana.
Cuando ésta recobró el conocimiento, le dijo: «Eres una mentirosa: dijiste que darías a luz a un hermoso niño con dos estrellas radiantes, y mira lo que ha salido de tu cuerpo». La mujer quedó horrorizada al ver lo que había parido. Pero, como no estaba muy convencida de que pudiera ser verdad que una mujer dé a luz un palo, sugirió que deberían ir a visitar al curandero.
Este les dijo: «Es un problema muy sencillo: has dado a luz a un niño, y debes ir a buscarlo a un cerco de leones que se encuentra cerca del poblado». La mala hermana estaba muy tranquila, porque creía que los leones se habrían comido al niño y ya no quedaría rastro de él. Pero, a medida que iban acercándose, la luminosidad de las estrellas del niño era más intensa: los leones no se lo habían comido, porque aquellas dos estrellas, una en la frente y otra en el pecho, les atemorizaban.
La buena madre hizo un lazo con una cuerda, y pudo atrapar al pequeño sin más problemas. Al llegar a casa, vio que su hermana se había dado muerte; y desde entonces vivió feliz con su hijo.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

El casamiento de ilombe .004

Desgraciadamente, Ngwalezie había muerto hacía ya algún tiempo. Ilombe era la única hija de Ndjambu, que vivía con Ngwakondi. Un día, se acercó un hombre al poblado para hablar con Ndjambu. Le dijo que venía de lejanas tierras, y que buscaba esposa. Ndjambu le, ofreció a Ilombe en matrimonio; y, como ella aceptó, se hicieron los preparati­vos. El hombre pidió entonces un tiempo para ir a su país y traer a sus parientes para la ceremonia. Y quedaron de acuerdo en una fecha.
Cuando ya se acercaba la fiesta, Ilombe pidió a Ngwakondi que le hiciera un peinado especial para el día de su boda. Ngwakondi sentía envidia por la suerte de Ilombe, y aceptó con la mala intención de matarla. Efectivamente, mientras le estaba tensando los cabellos, Ngwakondi levantó la aguja y la hundió en la cabeza de Ilombe. Al ver que estaba muerta, huyó.
Llegó el día de la ceremonia, y llegaron los invitados a la fiesta. También había llegado el prometido, que quería presentar a Ilombe a su gente. Ndjambu estaba impaciente, y no comprendía la tardanza de las dos mujeres: «Hace ya un par de días que están encerradas, prepa­rando un peinado especial». Al fin, Ndjambu decidió no esperar más, y fue a buscarlas. Pero, al entrar en la habitación, solamente encontró el cuerpo sin vida de su hija Ilombe.
Ndjambu gritaba desesperado por la muerte de su hija y la desapa­rición de su mujer, cuando llegó a su casa el curandero del poblado. Éste examinó el cuerpo de la chica. Al reconocer la cabeza, vio la aguja clavada; y, cogiéndola con sumo cuidado, la extrajo con dos de sus dedos. Al instante, Ilombe se recobró. Y, ante el aturdimiento de Ndjambu, contó a todos los invitados la fechoría cometida por Ngwakondi.
Todos se pusieron a buscar a la mala mujer, y por fin la encontra­ron metida en el bosque. La llevaron ante su marido. Ilombe pidió clemencia por ella, pero no hubo piedad y recayó en Ngwakondi la sentencia fatal: la metieron en un saco lleno de piedras, la llevaron a alta mar en un cayuco, y la echaron al agua, donde pereció ahogada.
Ndjambu asistió a la boda de su hija con todos los invitados. E Ilombe fue muy feliz con su marido hasta el fin de sus días.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

El almacen del rey maseni .081

Masenii era un rey muy rico, que tenía un almacén lleno de dine­ro.
Un cazador del poblado fue a vivir al bosque. Construyó una casa y preparó una gran trampa, muy profunda. Dentro de esa trampa fueron cayendo un hombre, una serpiente pitón y un ratón.
Cuando, al cabo de unos días, el cazador pasó a revisarla, el hom­bre le espetó: «Por favor, sácame de aquí y te ayudaré en todo lo que pueda». El cazador le tiró una cuerda y le subió. Al ver el éxito del hombre, la serpiente también intentó salvarse: «Sácame de aquí, por favor, y te ayudaré en todo lo que pueda». Y el ratón tampoco se quedó corto: «Sácame de aquí, por favor, y te ayudaré en todo lo que pueda». El cazador salvó a los dos animales, también, y los llevó a todos a su casa del bosque.
El hombre que había capturado limpiaba la casa y cocinaba para el cazador. El ratón, sin embargo, no se quedó en la casa para ayudar: se metió en el almacén del rey Maseni, cogió todo el dinero que pudo y lo llevó al cazador. Cada día repetía la misma operación, de manera que éste llegó a poseer bastante dinero.
Pero un día el rey Maseni visitó el almacén, y advirtió que le faltaba una buena parte del dinero que tenía guardado. Llamó a los hombres del poblado, y ordenó que hicieran saber que aquel que encontrara su dinero obtendría una buena recompensa.
La noticia llegó a oídos del hombre que el cazador había capturado. Harto de lavar y cocinar para el cazador, ese hombre acudió al poblado y lo denunció al rey Maseni. Efectivamente, cuando el rey y sus hom­bres llegaron a la casa del cazador, la encontraron llena de dinero. Apresaron al cazador y lo sometieron a juicio.
Durante el juicio, el cazador no pudo negar la procedencia del dinero. Así que le condenaron a muerte y le encerraron. La condena se ejecutaría al día siguiente, y el denunciante se casaría con la misma hija del rey.
Por la noche, el cazador se encontraba apesadumbrado. Apareció entonces la serpiente pitón que había salvado, y le dijo estas palabras: «Mañana, cuando te lleven delante de la gente para darte muerte, yo me deslizaré hasta la hija del rey y la morderé. Entonces tú debes ofrecerte para curarla: porque te doy estas hojas que son el antídoto más rápido contra mi veneno».
Por la mañanita, unos hombres acudieron al encierro del cazador, y lo llevaron frente a la multitud para matarle. Cuando el verdugo levan­tó su machete, la serpiente mordió a la hija del rey y desapareció velozmente entre las hierbas. Se armó un gran alboroto, y todos temían por la vida de la chica, Entonces el cazador levantó la voz: «Si me soltáis, seré capaz de curar a la hija del rey».
No tuvieron; más remedio que soltarle. El cazador se acercó a la chica, y con las hojas que tenía le frotó el cuerpo.. Ella se recobró inmediatamente, y se incorporó como si nada hubiera sucedido.
El rey Maseni, lleno de admiración por la sabiduría del cazador, le ofreció a la hija como esposa. E hizo matar al denunciante desleal, que así encontró su castigo.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat

0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055


i La adscripción obedece a una asimilación. El cuento no responde a la estructura habitual en los del rey Maseni.

Cuando los animales del bosque despreciaron a la tortuga .064

Los animales del bosque se habían acostumbrado a bañarse en un lugar del río que no era demasiado profundo. Cada día lo hacían, porque, además, se encontraba bastante cerca del lugar donde vivían. Y un día organizaron una gran fiesta.
La tortuga trabajó mucho, ayudó a prepararla. Pero, cuando llegó el día anunciado, la echaron fuera. Ella protestó: «¿Cómo podéis ha­cerme esto? He trabajado duramente, mucho más que vosotros. ¿Y ahora queréis echarme de la fiesta?». El elefante replicó: «No alborotes tanto; piensa que podría aplastarte una sola de mis pisadas, y jamás volveríamos a saber de ti. Mira, date cuenta de que ni siquiera alcanzas a sentarte en la silla. ¿Sabes lo que vamos a hacer? Métete debajo de la mesa y aprovecha lo que caiga de ella».
La tortuga salió en;busea de su amigo el camaleón, y le dijo: «Me han dicho que eres el curandero del poblado. Saca tus potingues, a ver si eres capaz de hacer algo interesante: seca el pozo de donde obtene­mos el agua». El camaleón le ofreció un caracol para que se ocupara de este trabajo.
Cuando la tortuga metió al caracol dentro del pozo, advirtió que se estaba tragando toda el agua. Al cabo de un rato, el pozo estaba seco completamente; sólo quedaba algo de agua en el fondo. Entonces, la tortuga volvió a la fiesta de los otros animales, y oyó que comentaban: «Ahora que ya tenemos la comida en la mesa, deberíamos ir a buscar agua. No podemos empezar sin el agua...».
El antílope se ofreció: «Iré yo, si queréis: porque tengo unas patas tan finas que puedo correr como el viento». Cogió un cubo y echó a correr a toda velocidad.
Llegó al pozo, ató una cuerda al cubo y lo echó abajo. Cuando ya empezaba a subir el agua, el caracol empezó a hablar en un lenguaje que nadie entendía: «Tyineke, enyongo, enyongo, enyongo...». El antí­lope abandonó el cubo y escapó raudo hacia el lugar de la fiesta. El león se enojó mucho: «¿No ves que tenemos hambre? ¿Dónde está esa agua que tenías que traernos?». El antílope no sabía qué decir: «Seño­res, en el pozo ha sucedido algo muy raro... Vayan a comprobarlo». Se enfadaron todos los animales: «Venga ya, ¡déjate de historias! Seguro que, tras llenar el cubo, te has dado cuenta de que pesaba mucho; y, para preservar tus patitas, te has inventado esta patraña! Siempre nos lías con tus mentiras...».
Y encargaron a la marmota el mismo trabajo. Recogió el agua que quedaba, y justo cuando cogía el cubo con la mano, sonó otra vez la voz del caracol: «Tyineke, enyongo, enyongo, enyongo...». La marmo­ta, atemorizada, se escabulló a toda prisa y regresó a la fiesta con el miedo metido en el cuerpo: «Señores, allí hay algo que habla en un extraño lenguaje, una lengua que nunca habíamos oído».
Pero la marmota no podía explicarlo todo: con tanta prisa no había advertido que el caracol, cuando terminaba de hablar, arrojaba toda el agua y el pozo volvía a llenarse. Luego se la bebía de nuevo, y el pozo quedaba otra vez vacío.
«Si queréis ya me acercaré yo, que tengo manos y piernas como una persona». El mono se ofrecía para repetir la operación. Y, efectiva­mente, la repitió: se dirigió al pozo, metió el cubo, estiró la cuerda, y... «Tyineke, enyongo, enyongo, enyongo...». Y vuelta a la fiesta, a toda marcha.
Las idas y venidas se sucedían, con toda clase de animales: grandes y pequeños, a todos les sucedía lo mismo y volvían a la fiesta con las manos vacías. El gorila ya estaba harto: «Ya está bien de tanta tontería. Iré yo. No hay voz que pueda asustarme». Fue, y regresó igual que los demás. Y lo mismo le pasó al elefante, que fue el último.
Entonces habló la tortuga: «Iré yo, a pesar de que no me hayáis aceptado en vuestra fiesta. Iré, a cambio de comida». Los animales se reían de ella, puesto que no la consideraban capacitada para algo en lo que todos ellos habían fracasado. La tortuga fue al pozo, se metió al caracol en el bolsillo, y regresó con el cubo lleno de agua sobre su caparazón. Todos la aclamaron, pero el león objetó: «Has sido muy valiente. Pero aquí no te queremos. ¡Véte fuera!».
La tortuga se marchó de la fiesta. Empezó a excavar la tierra, hasta que salió por debajo de la mesa donde los demás animales estaban comiendo, sin darse cuenta de lo que sucedía. Dejó al caracol en el suelo, y éste gritó de nuevo: «Tyineke, enyongo, enyongo, enyongo...». Y arrojó toda el agua que llevaba en el estómago. Los animales huye­ron precipitadamente: perseguidos por la tromba de agua, se metían en los peores sitios, se caían, tropezaban unos con otros...
La tortuga empezó a comer tranquilamente. Los animales empeza­ron a acercarse de nuevo, sorteando los charcos, todavía sin mucha convicción. Cuando la tortuga terminó de comer, el caracol desapare­ció.
Entonces, los animales recuperaron su confianza: «¡Vaya por Dios, qué atrevida eres! ¡O sea qué te has zampado nuestra comida! ¡Pues no habrá más remedio que comerte a ti también!». La tortuga ni se inmu­tó: «Quizá me comeréis. Pero tened en cuenta que yo siempre os he hablado en un lenguaje que todos comprendíamos. Lo que decía aquel caracol, ni siquiera sabría repetirlo». Los animales estaban sorprendi­dos: ¿Cómo puedes saber que se trataba sólo de un caracol?». Ella respondió: «Debo suponer que lo era, puesto que una vez los había oído y también me asusté como vosotros».
Las palabras conciliadoras de la tortuga no surtieron efecto: «De todas maneras habrá que comerte, puesto que no nos queda otra cosa». Los animales cogieron a la tortuga para comérsela. Ella, sin embargo, se dirigió al león: «Jamás creí que fueras tan ignorante. Si queréis que tenga un gusto más delicioso, no tenéis que comerme aquí mismo: cuando estoy en un poblado, estoy tan dura como un hueso; lo que debéis hacer es llevarme junto al río, porque allí incluso la concha se me vuelve blanda y sabe mejon».
La creyeron, y la transportaron junto al río. Al llegar a la parte más profunda, la tortuga se acercó al agua y miró su reflejo: «¿Os dais cuenta de que en realidad estoy metida en el río? Ésta es la auténtica tortuga, la más blanda, la más sabrosa. Éste es el mejor plato que podéis comer: la tortuga de caparazón tierno».
El león estaba satisfecho: se miraba las garras, se lamía los labios, pensaba que masticaría a la tortuga con todo detenimiento. La tortuga les metía prisa: «¿Qué estáis esperando? Venid uno a uno en busca de la cena, tomadme...» .
Los animales se disponían a saltar, cuando rugió la voz del león: «Un momento, que nadie salte todavía. ¡Seré yo el que empiece el festín!». Se lanzó de cabeza al agua. Los cocodrilos se abalanzaron sobre él y lo devoraron. Y el río quedó teñido de sangre. La tortuga estaba entusiasmada: «¿Os habéis fijado, amigos? El león me ha arran­cado un pata, y todo se ha llenado de sangre. Apresuraos, porque no creo que os llame a la mesa. Si perdéis el tiempo, él solo va a comerme entera». Los animales se tiraron al río, y todos fueron devorados.
El camaleón también quería saltar, pero la tortuga le advirtió: «No seas imbécil, y regresemos al poblado». Desde entonces vivieron felices y fueron buenos amigos.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


0.111.1 anonimo (guinea ecuatorial) - 055

Amigos que se querian como hermanos .018

Ugula; el hijo de Ngwalezie, tenía amigos por todas partes. Y siem­pre se portaba bien con todos. Decía: «Para mí, los amigos son como hermanos». Y hacía nuevas amistades por donde quiera que pasaba.
Pero se cansó de tantos amigos, porque no le dejaban en paz. Y pidió consejo a su madre. Ngwalezie le propuso: «Si quieres quedarte sólo con los amigos de verdad, reúnelos un día a todos; cuéntales que has matado al hijo del jefe, y pídeles que vengan contigo para ayudarte».
Ugula actuó tal como su madre le había sugerido; y vio con sorpre­sa que todos sus amigos, a los que tanto quería, se excusaban: «Si has matado al hijo del jefe, ¿cómo vamos a acompañarte? En tal caso, también nos perseguirían a nosotros». Todos fueron abandonando la reunión, excepto uno que permaneció fiel a su lado.
Los dos muchachos entraron en el bosque, y Ugula cazó un jabalí. Al volver al poblado, los amigos volvían a él diciendo: «¿Has cazado un jabalí? Puesto que somos tus amigos, podrías repartirlo con noso­tros».
Pero Ugula había aprendido la lección: comprendió que solamente el muchacho fiel le quería como a un hermano, y sólo con él repartió el jabalí. Ugula se quedó, a partir de entonces, con un único amigo.

Fuente: Jacint Creus/Mª Antonia Brunat


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