Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 12 de enero de 2015

Karim, el aprendiz de panadero

En Arabia, hace muchos, muchísimos años, había un aprendiz de panadero llamado Karim que era perezoso como él solo...
Un día, el dueño tuvo que salir y le pidió a Karim que cociera el pan necesario para todo el día.
Karim se puso a trabajar con mucha calma y, en cuanto estuvieron las hogazas en el horno, se sentó y se quedó dormido al momento.
Lo despertó horas después un fuerte olor a pan quemado.
Como no quería perder el tiempo cociendo otros, se contentó con raspar las partes quemadas y vendió el pan así a los clientes, que ya hacían cola. A su regreso, el dueño comprobó con satisfacción que había vendido todo el pan. Sin embargo, cuando salió a la calle vio que los clientes, furiosos, se dirigían hacia él para tirarle las hogazas de pan a la cara, quejándose de que estaban duras, secas e incomibles.
El panadero corrió a refugiarse en su tienda y encontró a Karim dormido. Lo despertó con rudeza y le hizo pagar todas las hogazas. Después de Unos días más tarde, era el cumpleaños del esto, Karim tuvo todo el tiempo que quiso para abuelo. Y, al abrir el regalo de Pedro, comprobó, ser perezoso, pues el dueño lo echó de allí en cuanto hubo pagado los panes.

0.999.1 anonimo cuento - 064


Julian y los cuervos

Un día, Julián decidió que era su deber atrapar al lobo que, durante la noche, había robado las ovejas del pastor.
Saltó sobre su caballo y partió. En un bosque cercano se topó con un nido de cuervos. «Quizá los cuervos sepan algo, pero ¿cómo voy a convencerlos de que me lo digan?» -pensó para sí.
Mientras Julián se preguntaba cómo hacerse amigo de los cuervos, recordó que llevaba unas avellanas en el bolsillo. Las había cogido por el camino. Le dio una a cada uno de los cuervos y, después, les preguntó si sabían dónde vivía el lobo.
-iCroa! ¡Croa! -respondieron los cuervos. Síguenos y te llevaremos hasta allí.


0.999.1 anonimo cuento - 064

Julian al rescate de los corderos

Por el camino, los cuervos pelaron las avellanas y, siguiendo aquel rastro de cáscaras, Julián llegó a la guarida del lobo, en lo más intrincado del bosque.
Llamó a la puerta y gritó:
-He venido a buscar los corderos que robaste.
-¿Qué corderos? -exclamó el lobo, sin querer abrir la puerta. No sé nada de esos corderos.
Pero, en aquel preciso instante, los corderos, que le habían oído llamar a la puerta, se pusieron a balar ruidosamente y el lobo tuvo que soltarlos.
-No vuelvas a hacerlo -le aconsejó Julián. De lo contrario...
Desde aquel día, el lobo no volvió a robar un solo cordero.


0.999.1 anonimo cuento - 064

Jonas y la princesa

Había una vez un reino cuyo palacio se erguía en lo alto de un imponente acantilado cortado a plomo. El rey que en él habitaba tenía una hija muy inteligente que había decidido casarse únicamente con el hombre que consiguiera hacerle exclamar: «¡Es increíble!»
Muchos nobles vinieron desde lo cuatro puntos cardinales y le relataron las historias más inverosímiles, pero ninguno consiguió que dijera: «¡Es increíble!»
Un día, el hijo de un granjero, llamado lonás, tuvo una idea y se encaminó hacia el palacio del rey. Lo condujeron hasta el salón del trono, donde estaba la princesa.
-Alteza real -empezó, postrándose a sus pies, debo contaros una extra-ordinaria aventura que acaba de ocurrirme... Pero, antes que nada, permitidme que os diga que tenéis una mota negra en la cara.
-¡Es increíble! ¡Si me acabo de lavar!
Al momento, se dio cuenta de que había caído en la trampa. Pero, fiel a su palabra, se casó con Jonás, el hijo del granjero.


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Ivan y el ogro

Había hace muchísimos años un grupo de caballeros, famosos por su valor y por sus hazañas. Uno de los más valientes era el caballero Iván.
Un día, volvía a caballo a su castillo cuando escuchó, a lo lejos, una voz llorosa de mujer.
-¡Socorro! ¡Por favor, que alguien me ayude! -gritaba.
Iván espoleó al caballo y galopó al rescate. Cuando llegó al lugar de donde provenía la voz, comprobó, horrorizado, que un ogro terrible estaba a punto de raptar a una hermosísima joven. Pero esto no atemorizó a Iván lo más mínimo.
Con la espada hirió al ogro y tanto daño le hizo que el ogro soltó a la joven y se agachó a curarse la herida. Iván aprovechó este momento para golpearlo en la mano con la empuñadura de la espada. El ogro cayó de rodillas y, cuando pudo levantarse, salió huyendo para no volver nunca jamás.
La joven era tan bella que Iván se enamoró inmediatamente. Aquel mismo día se casaron.


0.999.1 anonimo cuento - 064

Inocentada

-¡Mamá! -gritó Pepito. ¡Ven corriendo! ¡La sartén está ardiendo!
La madre llegó a toda prisa, pero allí no había ni rastro de incendio.
Al poco rato, Pepito oyó que su madre lo llamaba:
-¡Ven! ¡Corre! ¡La abuela ha traído un helado de chocolate!
Pepito no se movió. A él no era tan fácil engañarlo, no iba a caer en una trampa tan tonta.
-¡Ven, Pepito! ¡El helado se está deshaciendo!
Pepito permaneció en su sitio, esperó unos minutos y bajó la escalera con aire ingenuo. Su madre acababa de comerse su helado. Al verlo tan decepcionado, le dijo:
-¡Creí que no querías!
Esta vez, la broma se había vuelto contra él.


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Hassan y cobra

Cada vez que el pequeño -Hassan empezaba a tocar la flauta, Cobra, su serpiente, erguía su gran cabeza y empezaba a dibujar ondas en el Aire. También el resto del cuerpo se movía al ritmo que le marcaba la música de Hassan, como si llevara el compás. Por eso la llamaban Cobra, el director de orquesta.
-Hassan -dijo un día la serpiente; últimamente me resulta muy cansado moverme al ritmo de la música. Creo que me estoy haciendo vieja.
-¿Cómo vamos, entonces, a ganamos la vida? -preguntó Hassan.
-Tengo una idea -contestó Cobra. Yo puedo tocar la flauta y tú llevarás el ritmo.
¡Qué magnífico espectáculo! El dinero empezó a lloverles como caído del cielo.


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Han robado el arbol de navidad

Un año, pocos días antes de Navidad, unos ladrones sin escrúpulos entraron, sin ser vistos, en un castillo y robaron todos los adornos y regalos de Navidad. ¡Qué desastre!
Pero Luis no se dio por vencido. Salió del castillo, se encaminó al bosque y taló el árbol más verde que encontró.
Lo arrastró hasta el castillo y lo escondió en su habitación. Pasó la noche confeccionando adornos nuevos con todo lo que encontró a su alcance y los pintó de oro y plata. Después, encontró unas velitas y las colocó sobre las ramas. A la mañana siguiente, en el desayuno, las gentes del castillo seguían llorando, trastornadas por lo ocurrido. Luis aprovechó el momento para encender las velas y sus mil llamas centellearon, para asombro de los presentes. Pasado el primer momento de incredulidad, todos expresaban su admiración y se quedaban boquiabiertos contemplando el magnífico abeto. Volvían a sonreír.
-Además -dijeron, llenos otra vez de ánimo, todavía tenemos tiempo de comprar nuevos regalos y de decorar el castillo.
Y así lo hicieron.


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Fuego! ¡fuego!

¡Vaya día! Doña Celia estaba preparando la comida para su marido cuando, de repente, se prendió la sartén. Inmediatamente echó agua encima. Esto era lo peor que podía haber hecho porque el agua hizo saltar el aceite hirviendo. Las llamas se propagaron y, pronto, el fuego se adueñó de toda la casa. Doña Celia tuvo el tiempo justo de llamar a los bomberos antes de salir huyendo.
Se oyó un concierto de sirenas. Los bomberos no tardaron en llegar y en un momento dominaron el fuego.
Si alguna vez veis que se incendia una sartén, no echéis agua para apagarla. Sacadla fuera, con muchísimo cuidado de no quemaros, o sofocad las llamas con un paño.


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Flip el duende

Como se acercaba el otoño, Tomás llevó a su pequeño taller nuevos objetos para modelar. No se contentaba ya con la arcilla, sino que se servía también de otros objetos, como castañas, bellotas, piñas y hojas de castaño.
Con arcilla, unas hojas verdes, una zanahoria y una pata de pollo confeccionó un duende al que llamó Flip. Aquella misma noche, se lo llevó a su padre, impaciente por conocer su opinión.
-Me parece que tu duende no es demasiado apropiado para el escaparate de una ferretería -apuntó su padre. Pero si algún día vendemos cuentos de hadas, todos los niños se pararán a verlo y estoy convencido de que les encantará.


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Feliz como un rayo de sol

Paula era una niña feliz, el sol parecía brillar siempre donde ella estaba. Un día, su maestra decidió llevar a toda la clase de excursión.
-¡Qué suerte que Paula esté en nuestra clase! -dijo la maestra. Tiene que hacer buen tiempo el día de la excursión, porque sobre Paula siempre luce el sol.
Fijaron una fecha y todos los niños esperaban, emocionados, el día señalado. Paula le dijo al sol dos palabras para que brillara ese día. Sin embargo, no quiso salir durante toda la semana anterior.
La mañana del día señalado, la mamá de Paula le dijo:
-Será mejor que les digas a tus amigos que cojan el impermeable.
Paula estaba desconsolada. Conforme avanzaban por el campo, el cielo se iba oscureciendo más y más. Pero, de repente, las nubes desaparecieron y empezó a brillar el sol. Entretanto, habían llegado al lugar escogido para comer. Ni una nube quedaba en el cielo.
A la mañana siguiente, cuando Paula se despertó, el sol entraba por su ventana.
-¡Menudo susto me diste ayer! -le recriminó Paula.
Y el sol pareció hacerle un guiño.


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El zorro y las uvas

Un zorro atravesaba una viña y su estómago gruñía de hambre. Al mirar hacia arriba, vio unos espléndidos racimos de uvas, que se doraban al sol.
El zorro se relamió y se le hizo la boca agua al imaginar el suculento desayuno que le esperaba.
Saltó por tres veces para alcanzarlas, pero fue en vano. Entonces se dijo: «De todas formas, esas uvas deben de estar todavía verdes. Si alguna vez quiero, puedo alcanzarlas sin problema. En realidad, no me gustan las uvas.»
Como dice el refrán, el que no se consuela es porque no quiere.

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El zorro y la cabra

Un zorro y una cabra coincidieron un día de verano. Los dos tenían calor y estaban sedientos.
-No podemos seguir así -dijo el zorro. ¿Por qué no saltamos al pozo?
A la cabra le pareció una buena idea y saltaron. Tras haber bebido toda el agua de que fueron capaces, la cabra, inquieta, preguntó:
-Y ahora, ¿cómo vamos a salir?
-Tengo una idea -dijo el zorro. Ponte derecha sobre tus patas traseras, apoya tus cuernos en el borde del pozo y treparé por tu lomo para salir. Una vez fuera, yo te subiré.
-Buena idea -asintió la cabra. E hizo todo lo que el zorro había sugerido. El zorro subió a toda prisa y desapareció, sin que la cabra volviera a verlo nunca más. Por suerte, pasaba por allí un granjero. Sacó del pozo a la cabra, que había estado a punto de quedarse allí para siempre.


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El zorrito burlado

Un zorrito muy glotón atrapó un día un cisne en el patio de una granja y escapó con su presa hacia el bosque. Por el camino, le dijo el cisne:
-No te pareces nada a tu padre. Lo primero que él habría hecho es dejarme en un tronco de árbol y darme las gracias por dejarme cazar.
-¿Qué te hace pensar que yo no voy a hacer lo mismo? -preguntó el zorro con aire altanero.
Colocó al cisne el tronco de un árbol y empezó a darle las gracias. Fue visto y no visto, el cisne batió sus alas y echó a volar hacia el árbol más próximo, fuera ya del alcance del zorro.


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El vuelo de las cometas

El viento empezaba a soplar y las ráfagas agitaban los rastrojos. Las cometas aparecieron por doquier en el cielo: grandes, pequeñas, en multitud de formas, tamaños y colores.
-Niños, no olvidéis que la cola de la cometa es tan importante como el papel y la madera -les dijo su madre, cuando hubo terminado de ayudar a sus hijos a fabricarse su propia cometa. Deberíais esperar a que vuelva papá y os ayude a ponerla.
Cuando el padre volvió del trabajo, los niños se apiñaron a su alrededor pidiéndole, todos a un tiempo, que les ayudara a poner la cola a su cometa, pues era lo más importante.
-Claro, os ayudaré -les dijo. Pero ¿sabéis qué es lo más impar-tante de todo para volar bien una cometa?
-¡No! -respondieron los niños a coro.
-¡Pues es el viento, claro! -contestó.

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El visir y el espejismo

Un visir emprendió viaje en camello hacia un país de cuyo sultán iba a ser consejero. Pero se perdió en el desierto y, lo que es peor, empezó a quedarse sin agua. Al poco tiempo, él y su camello estaban medio muertos de sed.
En varias ocasiones, le pareció ver un oasis verde y frondoso, pero, cada vez que se acercaba, comprobaba que se trataba sólo de un espejismo.
Así le ocurrió tantas veces que, cuando por fin divisó uno de verdad, no creyó lo que veían sus ojos y pensó que se trataba de otro espejismo. Ni siquiera cuando la gente que allí vivía le ofreció un cántaro de agua recién sacada del pozo, quiso creer que era real. Sólo cuando el agua rozó sus labios y tragó el primer sorbo de agua fresca, exclamó con un suspiro de alivio: ¡Alá sea alabado!


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El vaquero y el bisonte

Había una vez un vaquero que no sabía hacer nada de nada, excepto cuidar vacas y toros. Además, era incapaz de conservar un trabajo por mucho tiempo. Iba un día de rancho en rancho buscando trabajo, cuando en medio de un prado vio un sombrero vaquero colgado de un árbol. Al acercarse, comprobó que era un vaquero que estaba allí subido.
-¡Eh! ¡Hola! -gritó. ¿Qué haces ahí arriba?
El vaquero subido al árbol se puso un dedo en los labios y susurró:
-¡No grites! Estoy cuidando este bisonte y yo, en tu lugar, me subiría al árbol. No serías el primero al que ha embestido.
Rápido como el rayo, el vaquero no tardó en refugiarse en la copa y quizá siga allí todavía.


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El valiente caballero

El valiente caballero Sir Arthur dejó un día su fabuloso castillo y partió a caballo en busca de aventuras. Este primer día trascurrió apaciblemente, sin que se le presentara ninguna.
Desanimado, el bravo caballero decidió regresar al castillo. Pero, en ese mismo momento, oyó que una joven pedía socorro.
La voz provenía de una ventana abierta. El esforzado caballero subió a su caballo, desenvainó su flamante espada y corrió al galope hacia la ventana.
Miró por ella y pudo ver, descorazonado, a una encantadora joven subida a una silla, con la falda remangada. Un simple ratón era la causa de tal grito de terror. Sir Arthur echó de allí al animalito y la joven se mostró más agradecida que si la hubiera librado de las fauces de un dragón.


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El vagabundo astuto

Un día de feria, llegó al pueblo un ladrón muy astuto. Sabía que en cualquier casa encontraría toda la comida que quisiera, porque todo el mundo estaba en la feria.
En la primera granja robó, sin que nadie se diera cuenta, un pavo recién asado. En la segunda casa cogió un conejo, en la tercera, un faisán relleno. Pero, esta vez, lo cogieron con las manos en la masa y lo llevaron ante el juez del pueblo.
-Ahora, pillastre, cuéntame todo lo que has hecho -dijo el magistrado.
-He obligado a un pavo a salir del horno -respondió el astuto vagabundo.
-¡Qué amable de tu parte! ¿Qué más? -preguntó el magistrado.
-Le dije al conejo que saliera del corral y no comiera más zanahorias.
-¡Qué suerte que hayas venido a nuestro pueblo! -concluyó el magistrado. Si no hubieras salvado a ese pavo y a ese conejo, estas pobres gentes habrían muerto de hambre.
El astuto ladrón recibió una recompensa y le rogaron que se quedara en el pueblo cuanto quisiera. ¡Pero, por si acaso, se marchó aquel mismo día!


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El tio carlos

El tío Carlos era prestidigitador. Solía ir a las fiestas de cumpleaños a entretener a los niños.
Un día, Juanito invitó a sus amigos y el tío Carlos fue también, como siempre. Hizo para ellos toda clase de trucos. Sacó conejos de su extraño sombrero y después vino lo mejor. Le pidió a Juanito que se colocara a su lado. El niño así lo hizo. El tío Carlos pronunció, entonces, unas palabras mágicas y agitó su mano sobre la cabeza de Juanito. Al instante, el niño desapareció. Todos sus amigos se quedaron boquiabiertos de asombro.
A continuación, el tío Carlos volvió a pronunciar otras palabras mágicas y Juanito apareció tan misteriosamente como se había ido.
-¿Dónde has estado? -exclamaron sus amigos.
-¡En ningún sitio! -contestó Juanito.
-Pero si habías desaparecido -gritaron todos. El tío Carlos te hizo desaparecer.
-¿Es verdad, tío Carlos? -preguntó Juanito.
-Sí, es verdad. -respondió el mago.
-¿Cómo? -preguntaron a una todos los niños y niñas.
Pero el tío Carlos se limitó a responder:
-Ese es mi secreto.

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El soldado dormido

Ricardo Valiente era, a todas luces, el personaje más popular del país. Robaba a los ricos para repartir entre los pobres.
Y sucedió que un día fue hecho prisionero y encarcelado. Lo pusieron bajo el cuidado del capitán Vigilante. Permanecía horas y horas sentado ante la celda de Valiente, sin tomarse un solo minuto de descanso.
Hay que aclarar que Valiente era uno de los hombres más cultos del país. Incluso había aprendido a hipnotizar a las personas. Se puso a balancear la cadena de su reloj de un lado para otro ante los ojos del capitán, hasta que no pudo mantenerlos abiertos. Ricardo dijo entonces al capitán:
-Te sientes cansado, muy cansado.
Y el capitán empezó a dar muestras de cansancio. Al momento, Ricardo le ordenó que descorriera el cerrojo de la puerta y le dejara escapar. El pobre soldado estaba tan hipnotizado que obedeció todas sus órdenes.
Cuando despertó, Valiente se encontraba ya muy lejos de allí, escondido en lugar seguro. El infortunado capitán no supo cómo explicar lo ocurrido.


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El señor cuervo

Estaba el señor cuervo sobre la rama de un árbol. El olor del queso que llevaba en el pico atrajo a un zorro. Se apostó al pie del árbol y empezó a adular al cuervo:
-¡Qué bien os sienta ese traje negro! -exclamó. Imagino que debéis de tener una hermosa voz... Me encantaría escucharla, si me hacéis el honor.
Incapaz de resistirse a tal cumplido, el cuervo no se hizo de rogar. Y, al abrir el pico para de mostrarle al zorro que tenía razón, se le cayó el queso, que fue a caer en las fauces del zorro, justo como él esperaba.


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El sastre y las tres princesas

Aquella misma noche, el sastre llegó a un espeso bosque. Una carroza negra conducida por caballos negros se detuvo donde él estaba y de ella bajó una princesa vestida también de negro.
-Satán, aquí me tienes -dijo ella. Llévame con mis dos hermanas.
El sastre no tuvo tiempo de explicar que no era el diablo, pues en aquel momento apareció el auténtico demonio.
El sastre dijo a Satán que no lograría llevarse a la princesa y empezó a golpearle con su látigo de corteza de tilo. Después, añadió:
-Si quieres que deje de golpearte, trae aquí inmediatamente a las dos hermanas de la princesa.
El diablo salió corriendo a todo correr y, mientras, la princesa explicó al sastre que el diablo había capturado a sus dos hermanas y que las echaba tanto de menos, que su padre se había resignado a que se fuera también con ellas.
Cuando volvieron las hermanas, el sastre acompañó a las tres hasta el palacio de su padre, quien le ofreció una recompensa y organizó un banquete en su honor.


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El sastre y el labrador

Un sastre decidió correr mundo en busca de fortuna. Hizo un hatillo con todas sus pertenencias y partió.
En el camino, se encontró con un labrador que llevaba al hombro un saco con un conejo para venderlo en el mercado.
«Un conejo me vendría bien ahora» -se dijo el sastre, y le cambió el hatillo por el conejo.
Al cabo de un rato, llegó a un pueblo en el que crecía gran cantidad de tilos. El sastre había oído decir que un látigo de corteza de tilo ahuyenta al mismísimo diablo. Así que hizo un alto para trenzarse un látigo.
Me dirás, con razón, que todo esto no tiene nada que ver con la ilustración de este cuento. Pero tendrás que esperar a mañana para descubrirlo, porque yo me voy a la cama y tú deberías hacer lo mismo.


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El rey sol y la princesa iwanta

La princesa Iwanta no soportaba que le dijeran que no. Cada vez que tenía un capricho, quería conseguirlo en el acto. Un día, le pidió al rey Sol que le diera un paseo en su carro.
El rey Sol, que conocía demasiado bien a Iwanta, se limitó a asentir con la cabeza. La princesa subió al carro de un brinco y se pusieron en camino. O, para ser más exactos, echaron a volar, porque el carro del sol era un carro alado.
-Acabamos de sobrevolar un hermoso valle -exclamó Iwanta. ¡Quiero verlo otra vez!
-Lo verás otra vez mañana -le contestó el rey Sol.
Iwanta empezó a patalear, pero fue en vano. Siguieron volando días y días sin parar, hasta que por fin la princesa prometió al rey Sol que nunca más sería caprichosa.


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El rey pies grandes

Había una vez un rey que tenía unos pies enormes. Sus súbditos le llamaban el rey pies grandes, aunque, en realidad, se llamaba Roldán.
Un día, ya harto, exclamó:
-Desearía tener unos pies normales.
Dio la casualidad de que pasaba un hada y oyó su deseo. Entró en palacio y respondió:
-Si de veras deseáis tener unos pies normales, podéis tenerlos. Pero, a cambio, deberéis entregar a vuestra hija mayor a las hadas.
El rey adoraba a su hija mayor pero, tras mirar sus pies, supuso que ella lo comprendería. La hizo llamar y, ya en el salón del trono, le explicó que tenía la intención de entregarla a las hadas a cambio de unos pies de tamaño normal.
-Pero, padre, ya no seréis el mismo con unos pies normales.
-¿Qué quieres decir? -preguntó el rey.
-Sois un buen rey. Los súbditos os quieren. No se burlan de vos porque tengáis los pies grandes.
-¿Quieres decir que no se ríen de mí?
-¿Reírse de vos? Por supuesto que no.
Al rey le alegró tanto la noticia que no necesitó al hada y nunca más volvió a ocuparse de sus pies.


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El regreso de enero

-Todos somos importantes -afirmó Enero. Sin el trabajo de cada uno de nosotros, los demás no podrían sobrevivir. Yo soy el primero en llegar y es en Enero cuando la vida empieza a germinar bajo tierra. Preparo el terreno a Febrero para que la naturaleza reviva. Cuando llega marzo, barre el polvo del invierno. Abril trae un poquito de calor a las flores y a las plantas, hasta que Mayo y Junio toman el relevo. Es entonces cuando la vegetación florece y reverdece. Siguen julio y Agosto que, con sus días largos y cálidos y sus noches templadas, la hacen madurar. En Septiembre y Octubre es la época de la siega. Después, los hombres necesitan descanso y, precisamente en Noviembre, alargan las noches. Por fin, como los hombres necesitan alegrarse, llega Diciembre con la Navidad.
Así es como nos relevamos unos a otros en la eterna ronda de las estaciones.


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El regalo del tio john

Mario sólo quería un regalo de Navidad. Era un mono de peluche que había visto en el escaparate de una tienda de juguetes. Por más que se lo advirtió a todo el mundo, supo enseguida que el regalo no se encontraba en ninguno de aquellos enormes paquetes, por la sencilla razón de que todavía estaba en el escaparate. La víspera de Navidad, su abuela le dio un billete para que se comprara lo que quisiera.
Mario corrió a la tienda de juguetes tan deprisa como pudo pero, cuando llegó, el mono ya no estaba.
-Lo siento, Mario -le dijo doña Julia, la dueña de la tienda. Se lo he vendido hace un momento a un señor americano.
Mario volvió a casa muy triste. Al llegar, encontró a su madre muy excitada.
-¡Mario! -exclamó. Adivina quién acaba de llegar a pasar con nosotros la Navidad. ¡Tu tío John de América!
Mario vio entonces, detrás de su madre, a un hombre muy alto. Llevaba un gran sombrero y una corbata amarilla. Mario sonrió y le dijo «hola», antes de pasar al salón donde habían instalado el árbol de Navidad.
Pasó revista a los regalos y se dio cuenta de que había uno nuevo. Llevaba pegada una tarjeta sobre la que se leía: «Para Mario. Feliz Navidad, de parte del tío John.» ¿Sabéis lo que contenía el paquete?


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El raton que comia oro

Un mercader persa partió un día en viaje de negocios. Le confió a su vecino el herrero cien kilos de oro. A su regreso, quiso recuperarlo.
-¿El oro? Lo siento, pero tengo que confesarte que los ratones se lo han comido todo -se excusó el herrero.
Por la noche, el mercader sacó de la cuadra los caballos de su vecino. A la mañana siguiente, el herrero fue a lamentarse a casa del mercader:
-Mis caballos han desaparecido.
-Han sido los búhos. La noche pasada vi cómo dos de ellos se llevaban a tus caballos por los aires -respondió el mercader.
-¿Cómo es posible que un búho pueda con un caballo? -preguntó, incrédulo, el herrero.
-¡En un país en que los ratones comen oro, los búhos pueden ser capaces de robar un caballo! -replicó el mercader.
El herrero, avergonzado, devolvió su oro al mercader y recuperó, a cambio, sus caballos.


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El raton gris estrena casa

El ratón gris había pasado todo el verano en un rincón del viejo cobertizo, pero, ahora que las noches iban refrescando, decidió encontrar un lugar más caliente para vivir.
Se coló en la casa, aprovechando que nadie miraba, y subió al desván. Se divirtió mucho curioseando entre las cajas viejas y los muebles olvidados.
De repente, se topó con una extraña caja. Tenía una especie de cúpula en lo alto, una empuñadura que se podía girar y, debajo de ella, un cajoncito.
-He encontrado una casa perfecta -exclamó el ratón, con su aguda vocecilla. Puedo colocar mi despensa bajo el tejado, dormir en la habitación de abajo y, cuando me aburra, montar en la manivela como en un tiovivo.
¿Has adivinado dónde había instalado su nueva casa? ¡Era un antiguo molinillo de café!


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El raton de ciudad y el raton de campo

-Querido vecino -dijo un día un ratón de campo a un ratón de ciudad. Ya llega la siega. ¿Por qué no unir nuestras fuerzas este año? Tú podrías segar las espigas de trigo y yo, con mi familia, las desgranaría. Después, lo repartiríamos en partes iguales.
-No es mala idea -consintió en ratón de ciudad. Así tardaremos menos.
El ratón de ciudad trajo, pues, las espigas, el ratón de campo las desgranó y dividieron el total en cinco montones. El primero era el ratón de campo padre, el segundo para su mujer y los dos siguientes para los dos hijos, de forma que sólo quedó uno para el ratón de ciudad.
El ratón de ciudad no quedó muy satisfecho del reparto. Desde entonces, nunca más ha querido participar en la siega y se ocupa sólo de sus propios asuntos.


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El ramo de marta

-Me gustaría tener flores en casa pero... ¡son tan caras en esta época del año! -se había quejado la mamá de Marta el invierno pasado.
Por eso, Marta había decidido que este año le regalaría a su madre flores de invierno. En primavera cogió olorosas violetas, pensamientos de colores y margaritas amarillas. Las colocó entre las hojas de un grueso libro.
En verano, justo antes de la siega, recogió amapolas de un rojo brillante y unas espigas de trigo del campo. Las metió en el mismo libro, junto a las flores de primavera. Después, en otoño, fue a buscar un poco de hierba y unas hojas recién caídas de tornasolados colores e hizo lo mismo con ellas.
Cuando llegó el invierno y su madre volvió a formular su deseo del año pasado, Marta le dio el ramo de flores, de hierbas y hojas secas, que le había preparado con tanto cariño. Su madre estuvo a punto de llorar de alegría.


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El principe panadero

-Aquel que encuentre un nombre para la manzana que mi hija, la princesa Rosalinda, ha cultivado, será el nuevo príncipe -anunció un día el rey Augusto.
Todos los cortesanos sugirieron nombres pero ninguno era del agrado del rey, hasta que, de pronto, el aprendiz del panadero hizo una última y feliz sugerencia. Era el muchacho más apuesto de todo palacio, pero, como era panadero, la princesa nunca había tenido ocasión de conocerlo. Se enamoró de él a primera vista y comprobó, entusiasmada, que el rey lo había elegido como futuro príncipe.
La pareja se casó al día siguiente. Así fue como el aprendiz de panadero se convirtió en príncipe y, años más tarde, en rey. Augusto sólo le hizo una advertencia: los buenos reyes nunca deben abusar de su poder.


0.999.1 anonimo cuento - 064

El principe feliz

Había una vez un príncipe que era tan popular que, al morir, sus súbditos mandaron hacer una estatua suya y la recubrieron de piedras preciosas.
Un día, un estornino fue a posarse sobre el hombro de la estatua y quedó asombrado al oír que esta le murmuraba:
-Coge uno de mis ojos de rubí y ve a dárselo a la pobre viuda que vive en esa cabaña.
El pájaro hizo lo que le decía y, desde entonces, todos los días llevaba una piedra preciosa a cada pobre del lugar. Poco a poco la estatua fue perdiendo todas sus piedras, hasta quedarse sin ninguna. Entonces, el alcalde ordenó que la quitaran de allí. El pueblo se quedó muy triste pero el estornino sabía que aquellas gentes guardarían siempre en el fondo de su corazón el recuerdo de su príncipe. Y esto era lo único que al príncipe le habría importado.


0.999.1 anonimo cuento - 064

El primer pez rojo

Hubo una vez, en el Valle del Sol Naciente, un hambre terrible. Un día, una niña que vivía en aquel lugar, escribió una carta y se la envió a un príncipe que vivía en una región lejana, por la que discurría el mismo río que atravesaba el Valle del Sol Naciente. Le contaba en ella todas sus penas. Después, pintó uno de los peces del río de un color rojo muy vivo y le ató la carta a la cola.
Un pescador atrapó al pez y se lo envió al príncipe. El príncipe se alegró tanto al recibir aquel pez de un rojo tan llamativo que envió un cargamento de arroz a la pequeña.
La niña, para demostrarle su agradecimiento, le envió otro pez pintado de rojo. El príncipe lo puso en un acuario con el primero y tuvieron un bebé pez también de color rojo. Y así fue como aparecieron los primeros peces rojos.


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El pozo encantado

Un hombre entró un día a una ciudad completamente desierta. Vio a varios fantasmas deambulando cerca de un pozo.
-¿Quién eres y qué quieres? -le preguntó uno.
-Estoy buscando trabajo -contestó el hombre.
-Aquí no hay trabajo -replicó otro fantasma. Nosotros ocupamos la ciudad. Cuando llegamos, nadie quiso concedernos lo que pedíamos, así que dormimos a todos los habitantes hasta que encontráramos a alguien dispuesto a ayudarnos.
-Y ¿qué buscáis? -preguntó el hombre.
-Un lugar donde descansar por toda la eternidad. Fuimos malos en vida, así que nuestro castigo es vagar por el mundo hasta que alguien nos dé su bendición.
El hombre se acercó al pozo y bendijo a los fantasmas. Nada más hacer este gesto, todos ellos desaparecieron. 
Los habitantes de la ciudad despertaron del sueño en que los había sumido el encantamiento y recompensaron al hombre.


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El pez que crecia a ojos vista

Una de las historias del abuelo se refería a un pez que, nada más sacarlo del agua, empezaba a crecer y crecer a ojos vista. Le contó a Ton¡ que un día el enanito verde había llevado uno de estos peces al molino y lo había metido en la bañera. Antes de que hubiera tenido tiempo siquiera de calentar el aceite en la sartén, el pez había crecido tanto que la bañera se había quedado pequeña.
El enanito verde lo frío en trozos e invitó al banquete a todos los habitantes del molino.
-¡Qué felices vivíamos cuando el enanito estaba con nosotros! -concluyó el abuelo.
Aquella misma noche, Toni soñó que llevaba a casa un pez que no paraba de crecer, hasta que el agua del baño inundaba toda la casa. Imaginaos su alivio cuando, al despertar, vio que sólo había sido un sueño.


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El pescador y el rey

Un día, como no era temporada de caza, un rey fue a dar un paseo a la orilla de un lago donde un viejo pescador y su hijo estaban fabricando una red.
-Es una buena red, pescador -dijo el rey. Me gustaría comprarla.
-No fabrico redes para venderlas, señor -respondió el pescador. Pero vos sois mi rey y os daré mi red a cambio de vuestro caballo.
-¿Por qué quieres un caballo a cambio de tu red? -preguntó el rey, sorprendido.
-Igual que vos necesitáis vuestro caballo para cazar, yo necesito una red para pescar -replicó el pescador.
El rey tuvo que admitir lo justo de estas palabras, así que decidió quedarse con su caballo y dejar su red al pescador.


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El perro dax y su dueña

Cuando el perrito Dax era muy pequeño, lo único que le molestaba era pisarse continuamente las patas de delante con las de atrás.
-¿Por qué tengo las patas delanteras tan cerca de las traseras? -gruñía, y le preguntaba a su dueña qué podía hacer para ponerle remedio.
-Tienes que hacer ejercicio, Dax -le repetía.
A partir de aquel momento, Dax hacía ejercicio todos los días. ¡Ahora no le reconoceríais! Su lomo se ha alargado, incluso demasiado, pero así es feliz.
Algún tiempo después, la dueña de Dax engordó bastante y entonces fue ella quien le preguntó cómo remediarlo. El perro le aconsejó que anduviera mucho y todos los días salía con ella a dar un largo paseo.


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El payaso y su perro

Todos los niños esperaban con impaciencia que el payaso empezara su número. Por fin, se levantó el telón y salió a la pista. Con él salió un perrito.
-Dime, perrito -le preguntó. ¿Qué diferencia hay entre un elefante y un buzón?
-No sé -ladró el perrito.
-No importa, ¡por el momento no voy a mandarte a echar una carta!
Al perro no pareció hacerle gracia este chiste, ni tampoco los que contó después, así que se puso a ladrar.
Entonces, los niños empezaron a gritar al perro que se fuera.
-Os arrepentiréis -ladró una vez más el perro mientras se iba de allí. Unos minutos más tare, el telón se bajó de repente. ¿Sabéis quién había tirado del cordón? Claro que sí, era el perro.
-No imaginaba que supieras hacer cosas tan difíciles -se admiró el payaso.
-Pues bien, ahora ya lo sabes -gruñó el perro. A los perros viejos no nos cuesta aprender nuevos trucos.


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El payaso triste

El payaso Coco estaba muy triste. Su amigo Pepo, el otro payaso, acababa de marcharse y se había quedado sin compañero.
Se sentía tan desamparado que se sentó y se puso a llorar. Al ver su desconsuelo, se le acercó su gato Cristal y le puso una pata en la rodilla en señal de afecto. «¿Puedo ayudarte?» -parecía decir.
Coco miró al gato y pensó: «Si te disfrazara con un traje divertido y te pusiera una careta, quizá podríamos montar un buen número los dos solos.»
Dicho y hecho. Ensayaron varias semanas y, por fin, el número quedó listo. Coco y Cristal esperaban, nerviosos, que les llegara el turno de salir a pista. Poco después, el presentador anunció el nuevo número. No había razón para preocuparse. Lo habían ensayado tanto y estaban tan graciosos que el suyo fue el número de mas éxito de todo el espectáculo.


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El pato y la oca

La niña que era amiga de los guisantes llamó a la puerta del pato y, cuando este abrió, apuntó con un dedo hacia las vainas vacías que yacían esparcidas junto a la casa.
-Ha debido de traerlas el viento -dijo el pato.
La pequeña, entonces, llamó a la puerta de la oca.
-¿Qué insinúas? -se indignó la oca. Nunca pierdo de vista a mis hijitos y no les dejo ir a la huerta.
Las dos aves insistieron en que, de cualquier forma, los guisantes no son del gusto de patos y ocas, sino más bien de las maleducadas gallinas. La pobre niña vio, entonces, que lo único que le quedaba por hacer era recoger todos los guisantes que quedaban, los que no le habían quitado. Y así lo hizo, con ayuda de su madre, aquella misma tarde.


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El pastor y la princesa

La princesa Rosalía estaba enamorada de un pastor, pero el rey, desoyendo sus deseos, organizó un torneo para decidir quién sería merecedor de casarse con su hija. Señores, príncipes y nobles caballeros iban, pues, a disputarse la mano de la princesa. El más rápido en cabalgar hasta ella, desatar el pañuelo que rodeaba su cuello y quitarle la sortija que llevaba en el dedo, la tomaría por esposa.
Los caballos tomaron la salida y un caballero desconocido llegó el primero junto a la princesa. Le quitó el pañuelo y la sortija. Después, para darse a conocer, levantó la visera de su yelmo. La princesa dio un grito de alegría, pues había reconocido a su querido pastor. El rey, entonces, no tuvo más remedio que permitir que se casaran.


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El pastor de vacas

Todas las vacas quedaron horrorizadas cuando, una mañana, comprobaron que la hierba y el trébol del prado habían sido cortados.
-¿Qué han hecho con todo el pasto? -le preguntaron al pastor.
-Lo comeréis en invierno, cuando no haya nada.
-Pero ¿qué vamos a comer ahora? -mugían.
-Esperad a mañana y veréis -contestó el vaquero.
Aquella misma noche llovió y, a la mañana siguiente, la hierba y el trébol empezaron a brotar. El vaquero dio a sus vacas una parte del heno que acababan de segar y lo mismo hizo durante varios días. Pero, muy pronto, las praderas se cubrieron de hierba nueva y tierna, y las vacas pudieron volver a pastar a sus anchas.


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El pastor bondadoso

Un día, un pastor perdió una de sus ovejas. La buscó todo el día, al día siguiente y al otro.
-Te quedan aún muchas ovejas -le dijo un vecino.
Pero el pastor siguió buscando a pesar de todo y, unos días después, cuando se hallaba sentado cerca de un acantilado, oyó a la oveja balar. Se asomó al precipicio y vio que estaba allí, caída en un pequeño saledizo. Bajó con cuidado y recuperó su oveja.
-Nunca hubiera pensado que se tomara tantas molestias por un solo animal -musitó la oveja, aliviada, al oído del perro pastor. Después de todo, tiene muchas más.
-No es el número lo que importa -respondió el perro. Quiere a todas sus ovejas y, aunque tuviera un millón, se ocuparía de cada una como si fuera su preferida.


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El pajaro carpintero

Pablo era un niño que vivía con sus padres en una gran ciudad. Un día, su abuela le pidió que fuera a pasar una semana con ella en el campo.
Cuando vio que su madre se iba y le decía adiós con la mano, Pablo sintió que se le hacía un nudo en la garganta. De pronto, su mirada se detuvo sobre un pájaro de vivos colores, posado en un árbol del jardín de la abuela.
-Mira, abuelita -exclamó. ¡Qué loro tan bonito!
-No, hijo -dijo la abuela, sonriendo. Es un pájaro carpintero. Viene todos los días a que le dé de comer.
-¿Puedo dárselo yo? -preguntó Pablo.
La abuela entró en casa y salió poco después con nueces y frutos secos picados. Pablo cogió un poco y se lo tendió al pájaro. El pájaro carpintero voló de la rama, se posó sobre la muñeca de Pablo y se lo comió todo, muy agradecido.
Pablo no volvió a sentirse solo. La semana pasó volando y Pablo tenía tanto que contarle a su madre cuando vino a buscarlo, que se sentía un poco triste por tener que marcharse. Pero la abuela le prometió que volvería pronto. Ella y el pájaro carpintero iban a echarle de menos.


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El nuevo trabajo de mama

La mamá de Andrés tenía un nuevo trabajo y le había pedido a su hijo que fuera a verla al salir del colegio.
-No quiero pasar la tarde en una oficina -se quejó Andrés.
Pero su madre insistió tanto que, después del colegio, Andrés se dirigió a la oficina con sus tres amigos.
No os podéis imaginar lo contentos que se pusieron al descubrir que la madre de Andrés no trabajaba en una oficina sino en una tienda de juguetes.
El dueño de la tienda se alegró al ver llegar a los tres niños, pues acababa de recibir unos nuevos rifles de juguete y se los dio para que los probaran. Se divirtieron de lo lindo.


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El niño y el avestruz

Una tarde, unos niños jugaban cerca del zoo. Anochecía ya cuando uno de ellos se separó del grupo. Estaba muy cansado cuando llegó a lo que creyó era una colina. La escaló y encontró un rinconcito caliente y cómodo para echarse un rato y descansar. Y se quedó dormido.
Cuando despertó, notó que el montículo se movía. Al mirarlo más de cerca, vio que se había recostado encima de un enorme pájaro.
-¡Quiero volver a casa! -gritó.
-No puedo ir tan lejos -replicó el pájaro. Pero agárrate muy fuerte a mí.
¡Menudo paseo! En unos minutos habían llegado a las puertas del zoo. La casa del niño no estaba lejos y, una vez allí, se pasó la tarde contando a todo el mundo que había cabalgado sobre un avestruz.


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El murcielago que queria tener amigos

Aquella noche, el murciélago tenía ganas de charlar con alguien.
Fue a llamar a la puerta de la comadreja pero, al verlo, ésta gritó:
-¡Largo de aquí, ratón!
-¿A quién llamas ratón? -se indignó el murciélago. ¿No ves que soy un pájaro?
Pero la comadreja le cerró la puerta en las narices. Entonces, el murciélago probó suerte en casa del erizo, que vivía al lado. Apenas abrió la puerta, este último exclamó:
-¡Vete, no quiero tener nada que ver contigo, pájaro extraño!
-No soy un pájaro, erizo. ¿No ves que soy un ratón?
Pero el erizo ya había cerrado y el pobre murciélago solitario se fue a sobrevolar el lago, soñando con ser pájaro o ratón pero no las dos cosas al tiempo.


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El misterio del pan

La señora Oso estaba preparando un pan especial. Solía preparar a diario un pan normal, que a sus hijos les gustaba comer aún caliente, recién sacado del horno, y untado con mantequilla, que se derretía rápidamente. Hoy, sin embargo, estaba muy misteriosa. Incluso les pidió a sus hijos que salieran de la cocina mientras preparaba la masa.
Los niños estaban desilusionados, pues disfrutaban ayudando a su madre. Salieron y permanecieron un rato de pie, sin saber qué pensar. De repente, el pequeño Martín dijo:
-Si nos subimos en el cubo de la basura, podremos ver lo que hace mamá.
Y así lo hicieron.
Vieron cómo su madre preparaba la masa. No se parecía nada a la que solía hacer. Le añadía mantequilla, azúcar y melaza. Después le ponía también nueces, frutas troceadas y especias. Cuando estuvo listo, lo metió en el horno y los niños se fueron a jugar.
-Me pregunto qué era -declaró Martín.
-No era un pan como el de siempre -apuntó su hermano Andrés.
Cuando regresaron a la cocina, mamá estaba guardando el misterioso pan en un bote de metal. Olía de maravilla. En el bote había escrito las siguientes palabras: no abrir hasta el 25 de diciembre.
¿Qué podía haber en el bote?


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El mensaje del abuelo

Ton¡ iba todos los días a nadar al lago. Hacía mucho que sabía nadar pero, al ver a los patos bucear, le dio tanta envidia que decidió hacer él lo mismo. Se lo dijo a sus padres y tanto dio la lata que por fin le compraron unas gafas de bucear y un par de aletas.
Se divertía de lo lindo. Buceaba todo el día y esperaba encontrarse, en cualquier momento, con el enanito verde en su reino de las profundidades. Su abuelo le había encargado que, si lo veía, le dijera que ya no había ningún oso en el molino.
Pero, o Toni no veía bien bajo el agua, o el enano verde ya no vivía allí... Lo cierto es que todavía no ha vuelto al molino.


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El lobo y la cigüeña

Un lobo glotón se tragó, por descuido, un hueso. Se le quedó atravesado en la garganta y, por más esfuerzos que hizo para sacárselo, todo fue en vano.
Casualmente pasaba por allí una cigüeña. El lobo le pidió ayuda.
-Amigo lobo, ¡qué glotonería la tuya! -sonrió, mientras le sacaba el hueso de la garganta con su largo pico.
La cigüeña esperaba alguna muestra de agradecimiento. Pero el lobo no dijo nada.
-¡Al menos, podías darme las gracias! -se enfureció la cigüeña, molesta.
-¿Darte las gracias? -se extrañó el lobo. ¡Puedes darte por satisfecha con que no te haya devorado cuando te tenía a mi merced entre las mandíbulas!


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El lagarto y la tortuga

Había una vez un lagartito verde, que disfrutaba vagueando al sol sobre las rocas. Un buen día, fue a instalarse sobre la concha de una tortuga, creyendo que se trataba de un montón de piedras. Se acomodó tan bien que terminó por dormirse. Por eso no se dio cuenta de que, mientras dormía, el montón de piedras empezaba a moverse.
¿Quién sabe dónde habría terminado el lagarto si, en el camino, no hubiera tropezado la tortuga con una piedra? El lagarto se despertó.
-¡Dios mío! -se lamentó. ¿Dónde está el montón de piedras en el que me instalé?
Aterrorizada, la tortuga se detuvo y preguntó que quién hablaba, pues la concha le impedía sentir al lagarto sobre su espalda.
-¿Piedras? ¿Qué piedras? Soy una tortuga -respondió.
Al oír estas palabras, el lagarto saltó de la espalda de la tortuga y corrió de vuelta a casa. No estaba lejos. Ya sabéis lo lentas que son las tortugas.


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El ladron de lechugas

Alguien había estado en la huerta del tío Pedro, había arrancado algunas hojas de lechuga, para después desaparecer sin dejar rastro.
En un primer momento, el labrador sospechó de los conejos o las cabras. Pero, una mañana, encontró entre las matas una cesta. Sin duda alguien la había olvidado o dejado caer en su huida. Estaba llena de hojas de lechuga. Así que pensó que, en lugar de echar la culpa a los animales, debía pensar en alguien del pueblo. Se rascó la cabeza y, durante un rato, estuvo intentando adivinar quién podía haber sido. Conocía muy bien la cesta. La había visto muchas veces llena de hierba, de setas o de manzanas.
Entonces, decidió acercarse al pueblo.


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