Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

8-2-2015 a las 21:47:50 10.000 relatos y 10.000 recetas

10.001 relatos en tiocarlosproducciones

10.001 recetas en mundi-recetasdelabelasilvia

Translate

lunes, 5 de enero de 2015

Colas de conejo

Los conejos pueden ser de todos los colores y tamaños, algunos tienen las orejas largas y otros las tienen caídas, pero todos tienen una cola algodonosa. Todos menos Alfi, y por eso sus amigos se burlaban de él.
-No te preocupes, yo te quiero con cola o sin ella -le decía su mamó.
Pero Alfi sí que se preocupaba y por las noches lloraba antes de dormirse. Una noche soñó que se encontraba con un hada y le contaba su problema.
-¡Con un poco de magia lo solucionaremos! -dijo el hada. Cogió unas flores de diente de león, las ató e hizo con ellas una bonita y esponjosa cola. Date la vuelta -le dijo. Y con un destello se la colocó en su lugar.
Alfi se despertó sobresaltado.
-¡Ojala mi sueño fuera realidad! -pensó, lleno de tristeza.
Entonces se miró la espalda y allí, para su asombro, encontró una hermosa y algodonoso cola blanca.
-¡Por fin soy un conejo de verdad! -dijo con orgullo. Y salió corriendo a enseñarles a sus amigos su cola nueva.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Cocodrilo, sonrie

¡Di salami! -le pidió el fotógrafo. Y así lo hizo el cocodrilo
Colmillos, sonriente. Las luces del flash brillaron y las cámaras hicieron «clic» ante su mejor sonrisa.
-¡Eres un talento natural! -exclamó el jefe de la expedición, que viajaba con un equipo de fotógrafos especializados en animales salvajes.
Colmillos sonrió al reflejo en el río de su propia imagen.
-¡Oooh, eres un tipo muy guapo! -se pavoneó, haciendo rechinar alegremente su hermosa dentadura.
Colmillos estaba orgullosísimo de sus afilados dientes y de su buen aspecto. Subía y bajaba por la orilla del río para que todos lo viesen.
-¡Soy una estrella! -dijo. Mi cara será famosa en todo el mundo.
-Gracias por dejarte fotografiar -dijo el jefe de la expedición.
-Yo, encantado. ¡Vengan cuando quieran! -respondió Colmillos.
-Y, como recompensa, aquí está el camión de chocolate que nos pediste -dijo el jefe.
-¡Qué rico! -dijo Colmillos. Muy amable por su parte. Se lo agradezco mucho.
Cuando se fueron, Colmillos se tumbó a tomar el sol en la orilla del río, fantaseando con la fama y la fortuna, y metiéndose una chocolatina tras otra en su enorme boca abierta.
En ese momento, pasó deslizándose una serpiente.
-¿Qué esss esssto -siseó. Un cocodrilo comiendo chocolate. Essso esss algo muy raro.
-En absoluto -replicó Colmillos. A todos los cocodrilos les encanta el chocolate, pero la mayoría de ellos no es lo suficientemente inteligente como para conseguirlo.
-Puesss sssi eresss tan lisssto, deberíasss sssaber que sssi comesss demasssiado chocolate, ssse te caerán los dientesss -siseó la serpiente.
-¡Qué tontería! -dijo Colmillos, enfadado. Para tu información, yo tengo unos dientes perfectos.
-¡Suerte que tienes! -respondió la serpiente. Y se marchó reptando.
Colmillos siguió masticando tan contento y así se fue comiendo el montón de chocolate. Tomaba chocolate para desayunar, comer y cenar.
-¡Mmmhhh, qué rico! -decía con placer, relamiéndose los labios con una gran sonrisa chocolateada. ¡Esto es el paraíso!
-No dirás lo mismo cuando estés tan gordo que ya no puedas flotar en el río -dijo el papagayo, que lo estaba observando desde un árbol.
-¡Bobadas! -se burló Colmillos. Tengo un tipo estupendo, ¡no hace falta que te lo diga!
-Si tú lo dices -contestó el papagayo. Y se internó en la selva.
Pasaron los días y las semanas y Colmillos seguía tan feliz comiendo una chocolatina tras otra, hasta que se le acabaron todas.
-Mi próxima comida la tendré que volver a atrapar en el río -pensó Colmillos con tristeza. ¡Cómo me gustaría tener más chocolate!
Pero cuando Colmillos se metió en el río, en lugar de nadar suavemente por la superficie como siempre, esta vez se hundió hasta el fondo y el estómago se le quedó pegado al barro.
-¡Oh, cielos!, iqué le pasa al río? -se dijo a sí mismo con asombro. ¿Por qué hoy me cuesta tanto flotar?
-Y precisamente alguien que tiene un tipo tan estupendo como el tuyo -dijo el papagayo con ironía mientras lo miraba desde un árbol.
Colmillos no le respondió. Se volvió a sumergir en el agua dejando fuera sólo sus ojos brillantes y miró al papagayo con muy mala cara.
Cuando se despertó a la mañana siguiente, sintió un gran dolor en la boca, como si algo le estirase y le retorciese los dientes.
-¡Ay, qué dolor, cómo me duelen las muelas! -gritó.
-¿Cómo esss posssible? -siseó la serpiente. ¡Con esssosss dientesss tan perfectosss que tienesss!
-Y se volvió a marchar reptando y riéndose para sus adentros.
Colmillos ya sabía lo que tenía que hacer: se fue río abajo a visitar al doctor Torno, el dentista. El camino se le hizo larguísimo, tardó mucho y llegó jadeando y resoplando.
-¡Abre bien la boca! -dijo el doctor Torno, que era un oso hormiguero, mientras metía la nariz en la boca de Colmillos. ¡Oh, cielos! Esto no tiene buen aspecto. ¿Qué has estado comiendo, Colmillos? ¡Enséñame dónde te duele!
-Aquí -dijo Colmillos. Fue señalando, triste y avergonzado, el interior de su boca, y aquí, y aquí, y aquí también...
-Bueno, no hay nada que hacer -dijo el doctor Torno. Esta vez vamos a tener que sacarte todos los dientes.
Así que Colmillos se quedó sin un solo diente.
Al poco tiempo fue a la selva otra expedición fotográfica.
-¡Di salami! -le pidió el jefe de la expedición.
-iSALAMI! -sonrió Colmillos, asomándose por detrás de un árbol.
Pero esta vez, en lugar de los flashes de las cámaras, lo que oyó fueron las carcajadas incontenibles de los fotógrafos.
-¿No decías que Colmillos era un guapo cocodrilo de dientes perfectos? -dijeron al jefe. Se tendría que llamar Mellas, en vez de Colmillos.
El pobre Colmillos se escondió cabizbajo entre los arbustos y se puso a llorar. Todo lo que le pasaba era culpa suya, por haber sido tan glotón y haber comido tanto chocolate.
-Vamos, vamos -le dijo el doctor Torno, acariciándole el brazo. Pronto lo arreglaremos poniéndote unos dientes nuevos.
Y, desde aquel día, Colmillos se prometió a sí mismo que no volvería a comer chocolate.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Catarrin

El monstruo Catarrín vivía en un país muy lejano, en una selva donde nunca había estado nadie.
El capitán García, el famoso explorador, fue a esa selva en busca de nuevos animales. Primero encontró un gran pájaro de colores que se pasaba todo el día contoneándose. Luego descubrió un mono que sabía hacer punto. Pero su mayor descubrimiento tuvo lugar cuando se encontró con el monstruo Catarrín comiéndose un plátano en lo alto de un árbol. El capitán García se emocionó muchísimo cuando comprobó que el monstruo era inteligente, es decir, que podía pensar como una persona. También era bastante feo, pero si no lo hubiera sido no sería un monstruo, ¿verdad? Así pues, Catarrín era grande, feo, peludo y de color rojo. El capitán García decidió llevárselo a casa para enseñárselo a su mujer. Volvieron juntos en avión y en el aeropuerto los esperaba la mujer del capitán García.
-Marga, éste es el monstruo que he descubierto -dijo el explorador.
-¡Hola! ¿Cómo estás? -lo saludó Marga. 
-Cooomoooesssdasss -repitió el monstruo.
A continuación cogió la mano de la señora, la olió y se puso a bailar con ella.
-Ya he empezado a enseñarle español -dijo Marga cuando pasaron bailando por tercera vez.
Al llegar a casa, lo primero que quiso hacer el monstruo fue bailar con todo el mundo. Pero al cabo de unas semanas empezó a sentirse enfermo y triste. Tosía, moqueaba y estornudaba. El pelo se le puso verde y empezó a caérsele. Y por la nariz le salía una cosa muy feo. Cuando Marga fue de visita, no quiso bailar con ella.
-¿Qué es lo que te pasa, mi querido monstruo? -te preguntó Marga.
-Soy el monstruo Catarrín -respondió él y me fui de la selva sin mi amigo. Cuando él no está conmigo, me pongo enfermo y me salen cosas por la nariz. Mi amigo es el monstruo Pañuelín.
-¿Y necesitas al monstruo Pañuelín para que te seque la nariz? -creyó entender Marga.
-No, no, no -dijo Catarrín. Pañuelín es un mago. Él hará que Catarrín baile otra vez. Sólo Pañuelín conoce la poción mágica secreta.
El capitán García volvió a llevar a Catarrín a la selva para buscar a su amigo. De repente, apareció una especie de col gigantesca que se abalanzó sobre Catarrín. Éste lanzó un grito de alegría, pues la col era el monstruo Pañuelín. Al momento volvió a internarse en la selva.
-Ha ido a buscar poción mágica -susurró Catarrín.
Pañuelín regresó con una bebida en una cáscara de coco. Catarrín se la bebió y se fue a la cama. A la mañana siguiente su color volvía a ser rojo y se le había secado la nariz. Enseguida se puso a bailar con todo el mundo. El capitán García deseaba con todas sus fuerzas conocer el secreto de tu poción mágica.
-Limón caliente y miel -susurró Pañuelín, guiñándole un ojo.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Buenas noches, osito

Osito y sus papás habían estado en el circo. Ahora regresaban a casa en coche.
-Es muy tarde. ¿Por qué no duermes un poco? -dijo mamá Oso.
-No tengo sueño -contestó Osito, aguantándose un bostezo. ¡Qué divertidos han sido los payasos! Han sido lo que más me ha gustado.
-Los trapecistas eran muy emocionantes -dijo mamá Oso.
-Sí, han sido lo mejor -contestó Osito. De mayor seré trapecista.
-Pensaba que querías ser payaso -dijo papó Oso, sonriente.
-Seré payaso en mi tiempo libre -bostezó Osito.
-¿Y qué te han parecido los ciclistas equilibristas? -preguntó riéndose mamá Oso.
-También seré ciclista -suspiró Osito, apoyando la cabeza en el cojín.
Osito se durmió y soñó que trabajaba en el circo. En su sueño hacía que la gente se riera y también que gritara y contuviera el aliento por la emoción.
-Buenas noches, Osito circense -dijo papá Oso al llevarlo en brazos a la cama.
-Buenas noches -dijo Osito en sueños.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Blas, el osito presumido

Mirad qué piel tan suave tengo -decía a los demás juguetes el oso Blas, que era muy presumido. ¡Mirad cómo brilla!
A Blas le encantaba hablar de sí mismo.
-Soy el juguete más listo del cuarto de juegos. Lo sabe todo el mundo -solía decir.
Lo que no sabía es que todos los demás juguetes se reían de él a sus espaldas.
-Ese oso se cree que es muy listo -gruñó el perro Scoty. Pero no es lo bastante listo como para notar cuándo uno está harto de él.
-Algún día recibirá una lección -dijo la mona Mili.
Y exactamente eso fue lo que pasó. Un caluroso día de verano, estaban todos los juguetes sin hacer nada en el sofocante cuarto de juegos.
-¡Ojalá pudiéramos salir todos a dar un paseo! -dijo la muñeca de trapo.
-Podríamos hacer una merienda en el bosque -dijo el oso viejo.
-Aún mejor, podríamos ir a dar una vuelta en el coche de juguete -propuso el conejo.
-Pero es que ninguno de nosotros es lo bastante grande o listo como para conducir el coche -dijo la muñeca de trapo, entristecida.
-¡Yo sí! -dijo una voz que procedía del rincón. Era Blas, que había estado escuchando la conversación. Yo sé conducir el coche de juguete y conozco el mejor sitio para merendar en el bosque -añadió.
-Nunca te hemos visto conducir el coche -dijo el conejo con desconfianza.
-Porque lo conduzco por la noche, cuando estáis durmiendo. La verdad es que soy muy buen conductor -respondió Blas.
-¡Pues entonces, vamos allá! -exclamó tu muñeca de trapo.
Y en cuestión de segundos habían empaquetado la merienda y estaban sentados en el coche.
-No me apetece conducir ahora. Hace mucho calor -murmuró Blas.
Pero como a los otros no les interesaban sus excusas, Blas se sentó en el asiento del conductor y puso el motor en marcha. En realidad, Blas no había conducido un coche en su vida y estaba bastante asustado, pero, como no quería que tos demás se dieran cuenta, hizo ver que sabía lo que estaba haciendo. Una vez fuera, tomaron el sendero del jardín. «¡Meeec, meeec!» Blas tocó la bocina y el coche giró hacia la carretera rural. Al poco rato, iban circulando por ésta y cantando alegremente.
Todo fue bien hasta que la muñeca de trapo dijo:
-Oye, Blas, ¿no deberíamos haber girado ahí para ir al bosque?
-Yo ya sé por dónde voy. Déjame a mí -contestó Blas, enfadado. Y aceleró.
-Frena un poco, Blas, que me estoy arrugando -dijo el oso viejo, que estaba empezando a inquietarse.
-Gracias, pero no necesito consejos -replicó Blas. Y aceleró aún más.
A todos los demás les empezó a entrar miedo, pero Blas se lo estaba pasando en grande:
-¿A que soy un conductor estupendo? ¡Mirad, sin manos! –exclamó.
Y quitó las manos del volante justo cuando estaban llegando a una curva muy cerrada. El cochecito se salió de la carretera y chocó contra un árbol. Todos los juguetes salieron despedidos y acabaron en la cuneta.
Todos se sentían un poco aturdidos, pero por suerte nadie estaba herido. No obstante, estaban todos enfadados con el presumido de Blas.
-Eres un oso estúpido -le dijo el conejo, furioso. ¡Nos podríamos haber hecho mucho daño!
-Ahora tendremos que volver andando a casa -dijo la muñeca de trapo, frotándose la cabeza. ¿Dónde estamos?
Todos se quedaron mirando a Blas.
-A mi no me preguntéis –dijo.
-¡Pero tú nos dijiste que conocías el camino! -se indignó el oso viejo.
-Estaba fingiendo -contestó Blas con voz temblorosa. La verdad es que no sé conducir y tampoco sé dónde estamos ahora.
-Y acto seguido se puso a llorar.
Los demás juguetes estaban furiosos con Blas.
-¡Eres un oso revoltoso y presumido! -lo reprendieron. ¡Ya ves en qué problemas nos has metido con tu fanfarronería!
Los juguetes estuvieron caminando, perdidos por el bosque, durante toda la noche, abrazándose unos a otros para vencer el miedo que les producían las sombras que aparecían alrededor de ellos. Era la primera vez que pasaban la noche fuero de casa. Cuando ya estaba a punto de amanecer, encontraron la casita donde vivían y, de puntillas, volvieron a entrar en el cuarto de juegos. ¡Qué alivio estar en casa de nuevo!
Por suerte, su dueña no se había dado cuenta de su desaparición y no se enteró nunca de la aventura que habían vivido los juguetes mientras ella dormía. Eso sí, a menudo se preguntaba qué había sido de su coche de juguete.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Blas, el albañil atolondrado

Blas era un albañil muy diligente que trabajaba siempre con el mayor interés. ¡Pero a veces era muy olvidadizo!
Una mañana, se presentó en la consulta de la veterinaria Mariví.
-¡El albañil Blas a su servicio! -anunció. Me parece que tiene un encargo para mí.
-Yo no, Blas -contestó Mariví, sino Pilar, la empleada de correos.
-¡Claro! -dijo Blas. Lo siento, ¡qué olvidadizo que soy!
-Y se marchó a casa de Pilar, la empleada de correos, donde repitió: ¡El albañil Blas a su servicio!
-¡Guau!-dijo Rocky, el perro de Blas.
-Entra -respondió Pilar. Sacó un plano y se lo enseñó a Blas.
-Quiero construir una caseta de juegos en el jardín -añadió. Es una sorpresa para mis nietos, Pedro, Paula y Paty. He dibujado este plano para enseñarte cómo debe ser.
Blas y Pilar se pusieron a mirar el plano juntos.
-La caseta de juegos ha de tener dos puertas grandes -dijo Pilar, una delante y otra detrás.
La trasera, con un pequeño escalón. Debe tener cinco ventanas: dos a ambos lados de la puerta delantera, y las otras tres, una en cada pared.
-Sí, ya veo -dijo Blas.
-Y un tejado inclinado -añadió Pilar. Nada de tejados planos.
-De acuerdo -respondió Blas. Lo haré lo mejor que pueda.
Pilar se fue a la oficina de correos y Blas empezó a trabajar. Pero justo cuando acababa de empezar sopló una fuerte ráfaga de viento que se llevó volando el plano de Pilar.
-¡GUAU! -ladró Rocky. Dando un salto, intentó cogerlo.
¡Oh, no! El plano se había enganchado en las ramas de un árbol. Rocky consiguió hacerse con él, pero cuando llegó a manos de Blas estaba hecho jirones.
-¡Oh, cielos! -gimió el albañil Blas. ¿Cómo voy a construir la case-ta de juegos?
Blas trató de recordar todo lo que aparecía en el plano, pero enseguida se hizo un lío.
-¿Eran cinco ventanas y dos puertas con un escalón? –se pregón-taba Blas. ¿O eran dos ventanas y cinco puertas con tres escalones? ¿El tejado era plano o inclinado? ¿Y las puertas, grandes o pequeñas? ¡Oh, cielos, cielos!
Blas decidió hacerlo todo lo mejor posible. Se puso a medir... mezclar... poner ladrillos... aserrar madera... clavar clavos... fijar tornillos... hacer argamasa... pintar... Y se esforzó por hacerlo todo lo mejor posible.
A última hora de la tarde, Pilar volvió de su trabajo en la oficina de correos. Estaba impaciente por ver lo que Blas había hecho. Pero, ¡vaya sorpresa se llevó! El tejado de la caseta de juegos era plano. La parte inferior de la casa estaba inclinada. Había dos escalones que conducían a dos puertas situadas a un mismo lado de la casa, y dos pisos de alturas diferentes. En una pared había dos ventanas y en la otra, una.
-¡Está todo mal! -dijo Pilar. ¿Qué harás para arreglarlo todo a tiempo?
Pero a Blas no le dio tiempo ni de responder, porque en ese momento llegaron los nietos de Pilar.
-¡Ooooh! ¡Mira! ¡Una caseta de juegos! -gritaron contentísimos echando a correr hacia allí. ¡Y tiene una puerta para cada uno!
-¡Y podemos subirnos al tejado! -dijo Puty.
-¡Y deslizarnos por un tobogán! -añadió Pedro.
-¡Y como hati tantas ventanas entra mucha luz! -dijo Paula.
-¡Abuela, es la mejor caseta de juegos del mundo! -dijeron los niños.
Es perfecta. ¡Muchas, muchas gracias!
-A quien tenéis que dar las gracias es al albañil Blas -sonrió Pilar.
-Lo he hecho todo lo mejor que he podido -respondió Blas, sonriente.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Aqui no hay sitio

En la granja El Manzano, hacía aquel día mucho calor. Los pollitos fueron a refrescarse al establo, pero las vacas habían llegado antes.
-No hay sitio -mugió Vaca. Probad en el estanque de los patos.
-Esto no es un estanque para pollitos -dijo mamá Puta al verlos. Los pollitos fueron a la pocilga, donde Cerdo se revolcaba en el barro.
-Parece divertido -dijeron los pollitos, mirando desde el cercado.
-Sí -gruñó el cerdo codicioso, ¡pero es todo para mí! De repente, Pepito Pollito tuvo una idea.
-¡Vamos! -gritó. ¡Seguidme!
Y entraron tras él en el jardín del granjero, donde una fuente de agua helada surgió del suelo y salpicó a todos los pollitos.
-¡Oh! ¡Qué refrescante! -dijo Rosita entre risas. ¡Es estupendo!
Los pollitos se pasaron toda la tarde entrando y saliendo del agua fresca, hasta que llegó, la hora de cenar. Al volver, vieron que el sol había secado el charco de Cerdo, que los patitos habían vaciado con sus salpicaduras toda el agua del estanque y que a las vacas se las habían llevado a la sofocante vaquería donde las ordeñaban.
Pero ellos, todavía chorreantes, volvieron fresquitos y alegres a casa con su mamá.


0.999.1 anonimo cuento - 061

Timur agha y el lenguaje de los animales

Había una vez un turco, llamado Timur Agha, que buscaba por pueblos y ciudades, por aldeas y por el campo a alguien que pudiera enseñarle el lenguaje de animales y pájaros. Por dondequiera que fue hizo estas investigaciones porque sabía que el gran Najmudin Kubra había tenido ese poder y buscaba a un discípulo descendiente en línea directa de él, para poder beneficiarse con esa extraña ciencia, la ciencia de Salomón.
Finalmente, como había cultivado la cualidad de la generosidad, salvó la vida de un viejo y débil derviche, que estaba suspendido de un puente de cuerdas en la montaña y que le dijo:
-Hijo mío, yo soy el derviche Bahaudin y acabo de leer tus pensa-mientos; de ahora en adelante comprenderás el lenguaje de los animales.
Timur prometió no confiar el secreto nunca a nadie.
Timur Agha volvió a su granja y pronto pudo hacer uso de su nuevo poder. Un buey y un burro estaban hablando en su propio idioma. El buey decía:
-Yo tengo que arrastrar un arado y tú no haces más que ir al mercado debes de ser más inteligente que yo. Dame un consejo para salir de esta situación.
-Todo cuanto debes hacer -dijo el astuto burro- es echarte en el suelo y fingir que tienes un terrible dolor de estómago. Entonces el granjero te cuidará, porque eres un animal valioso, te dejará descansar y te dará mejor comida.
Pero, naturalmente, el granjero había escuchado esto. Cuando el buey se echó en el suelo, Timur dijo en voz alta:
-Tendré que mandar a este buey al carnicero esta noche, a menos que se encuentre mejor dentro de media hora.
Y, claro, se encontró mejor, mucho mejor.
Esto hizo reír a Timur, y su mujer -que tenía un carácter descontento- insistió en que le dijera por qué se estaba riendo. Recordando su promesa, se negó.
Al día siguiente fueron al mercado; el granjero caminando, la mujer montada sobre el burro y la cría del burro caminando detrás. El burrito rebuznó y Timur se dio cuenta de que estaba diciendo a su madre:
-No puedo seguir caminando, déjame que monte.
La madre contestó:
-Yo llevo a la mujer del granjero y no somos más que animales, ésta es nuestra suerte, no puedo hacer nada por ti, hijo mío.
Timur enseguida hizo bajar a su mujer del burro para que éste pudiera descansar. Se detuvieron debajo de un árbol. La mujer se puso furiosa pero Timur dijo solamente:
-Creo que es tiempo de que descansemos.
La burra se dijo: «Este hombre conoce nuestro lenguaje. Debe de haberme oído hablar con el buey y por eso lo amenazó con mandarlo al carnicero. Pero a mí no me hizo nada y en realidad está pagando con amabilidad nuestra intriga.»
Y rebuznó:
-Gracias, amo.
Timur se reía con tento con su secreto, pero su mujer seguía furiosa.
-Creo que conoces algo de la manera de hablar de estos animales.
-¿Quién ha oído jamás de animales que hablan? -preguntó Timur.
Cuando llegaron a casa, acostó al buey en el suelo sobre paja fresca que había comprado y él le dijo:
-Tu mujer te está acosando y de ese modo tu secreto pronto será divulgado. Si sólo lo supieras, pobre hombre, podrías conseguir que se comporte bien y tú estarías a salvo, solamente con amenazarla de que le darás una paliza con un palo no más fuerte que tu meñique.
«Así -pensó Timur- que este buey a quien amenacé con el matadero se preocupa por mi bienestar.»
Por lo tanto fue a ver a su mujer, agarró un pequeño palo y dijo:
-Te vas a portar bien? ¿Vas a dejar de hacerme preguntas cada vez que me ría?
Ella se asustó mucho, porque él nunca le había hablado así. Nunca más tuvo que decírselo, y así se salvó del horrible destino que espera a los que confían un secreto a otros que no están preparados para recibirlo.

* * *
Timur Agha, en su folklore, tiene fama de percibir algo significativo en cosas que aparentemente no tienen importancia.
De esta historia se dice que transmite baraka (bendiciones) al narrador y a los que escuchan, y por eso es popular en los Balcanes. Muchos cuentos sufíes están disfrazados de cuentos de hadas.
Esta historia es atribuida (en su forma primitiva) a Abu-Ishak Chisti, jeque de los Derviches Cantores en el siglo X.


0.187.1 anonimo (asia) - 065

Salomon, el mosquito y el viento

Un día llegó un mosquito a la corte de Salomón, el rey sabio.
-Oh, gran Salomón, la paz sea contigo -dijo en alta voz. Vengo a suplicarte que rectifiques las injusticias
de las que tu corte me hace objeto diariamente. A lo que Salomón replicó:
-Haz constar tus quejas y ciertamente serás escuchado.
Dijo entonces el mosquito:
-Ilustre y digno señor, mi queja es contra el viento. Cada vez que salgo al aire libre, llega el viento y, con su soplo, me lanza muy lejos. Por consiguiente, no tengo esperanza de alcanzar los lugares que creo son mi destino legal.
Habló el rey Salomón:
-De conformidad con los principios de justicia generalmente aceptados, no puede admitirse queja alguna si no se halla presente la parte acusada para contestar los cargos.
Se volvió a los cortesanos y ordenó:
-Llamen al viento para que exponga su punto de vista. Llamado el viento, una suave brisa fue heraldo de su presencia. Después se hizo más fuerte.
Entonces, el mosquito gritó:
-¡Oh, gran rey!, retiro mi queja, porque el aire me está obligando a volar en círculos y, antes de que el viento llegue realmente, yo habré sido arrastrado muy lejos.
Así fue como las condiciones exigidas tanto por el demandante como por la corte fueron consideradas imposibles para la causa de la justicia.


0.187.1 anonimo (asia) - 065

Por que el gallo nunca pudo volver al paraiso

Muchos años atrás, antes de que creara la Tierra, Dios creó los pájaros; y ellos vivían en el Jardín del Edén.
Había pájaros grandes y pequeños, todos de hermosos colores y de maravilloso plumaje y el que tenía la voz más fuerte era el gallo.
Volaban por el aire soleado del jardín, que les brindaba con sus árboles y flores comida en abundancia; y con el agua cristalina de sus múltiples arroyos apagaban su sed en aquellos días dorados.
Las frutas y bayas eran tan deliciosas, y la compañía de los ángeles tan divina, que el gallo empezó a sentirse descontento con esta vida demasiado cómoda y ansioso de aventuras.
Así que un día dijo al ángel que cuidaba del bienestar de los pájaros:
-¿Dónde podría ir para encontrar algunas aventuras y algún significado para mi vida, pues no hago nada de importancia en este lugar donde todo es bondad y luz?
Y el ángel contestó:
-Paciencia, valiente gallo, Dios el Misericordioso, el Compasivo, ya ha dispuesto tu situación.
Entonces el gallo, mesando y arreglando sus plumas, lanzó un grito fuerte y, lleno de orgullo, dijo a los otros pájaros:
-¡Pronto me darán un puesto importante! Presten mucha atención, pues uno de estos días voy a darles una gran sorpresa.
Los otros pájaros dijeron:
-Hermano, ¿qué clase de noticias son éstas?, ¿no estás satisfecho con la vida tal como es aquí en el sol del Jardín, entre árboles cargados de las frutas más selectas?
Pero el gallo gritó más fuerte aún y voló muy alto en el cielo, ya que estaba hinchado de orgullo, pues en aquellos tiempos los gallos podían volar tan alto como las águilas.
Y entonces el ángel se acercó al gallo y le dijo:
-Dios, el Misericordioso, el Compasivo, ha creado la Tierra allí debajo de nosotros y ha puesto en ella toda clase de seres: humanos y animales. Tú has de ir allí y llevar la noticia de la grandeza de Dios a todas esas criaturas.
-¿Entonces seré nombrado Heraldo -exclamó el gallo, el Mensajero de noticias Incomparables?
-No, no -dijo el ángel, debes volar hasta allí y volver enseguida, después de haber dicho a los hombres, animales y pájaros de allí abajo que mañana amanecerá por primera vez. Debes proclamar la grandeza de Dios, el Uno, usando tu voz con toda su fuerza y volver directamente aquí. Este es el mensaje que me han ordenado darte.
Entonces el gallo voló a la tierra. El primer día estaba rompiendo. Y el gallo, voceando con toda su fuerza gritó a los recién creados:
-¡Oh hombres, animales y pájaros! Dios me envía a darles la bienvenida al mundo y a decirles que yo, el Heraldo de los días de Dios, el pájaro de la voz más fuerte en el Jardín del Paraíso, he sido elegido entre todos ellos para esta tarea.
Asombrados todos cuantos le oyeron, hombres, animales y pájaros se postraron maravillados ante el gallo, rindiéndole tributo.
El gallo se levantó muy alto por el aire para demostrar su gran destreza y su corazón se hinchó de orgullo.
Cuando llegó la noche, se sentía tan cansado de tanto volar y contonearse que se quedó dormido, olvidándose por completo de que debía haber vuelto directamente al Paraíso.
Pasaron varios días en los que el gallo a la hora del alba despertaba con su grito de clarín a todo el mundo y todavía lo seguían tratando con reverencia.
Pronto comenzó a pensar que él era la criatura más importante en el mundo recién creado, y contoneándose entre los nuevos hombres y sacudiendo su penacho miraba a su alrededor con arrogancia.
Luego recordó las palabras del ángel y pensó:
-Mejor que vuelva ahora al jardín y lo más pronto posible, pues tengo la sensación de que ya me he quedado demasiado tiempo en la tierra.
Emitió un grito fuerte, juntó sus pies y sacudió sus alas listo para remontarse de nuevo hacia los cielos.
Pero, a pesar de probar una y otra vez, no había fuerza en sus alas. Logró sólo levantarse unos pocos pies por encima de la tierra y cayó otra vez al suelo.
Así, el gran orgullo del gallo, causó su perdición. Por haber olvidado la palabra de Dios tuvo que quedarse prisionero de la tierra. Por eso se puede ver a menudo cómo el gallo agita las alas contra su pecho, tratando de recuperar su velocidad anterior, pero ya nunca más puede volar ni tan siquiera sobre la cerca del jardín.


0.187.1 anonimo (asia) - 065

Paraiso de cancion

A hangar era un poderoso forjador de espadas que vivía en uno de los valles del este de Afganistán. En tiempos de paz hacía arados de hierro, herraba y, sobre todo, cantaba.
Las canciones de Ahangar, que es conocido por nombres diferentes en varias partes del Asia Central, eran ávidamente escuchadas por la gente de los valles. Venían de los bosques de nogales gigantescos, de las montañas nevadas del Hindu-Kush, de Qataghan, de Badakshán, de Khanabad, y Kunar, de Herat y Paghmán, para oír sus canciones.
Sobre todo, la gente venía a oír la canción de todas las canciones, que era la canción del Valle del Paraíso, de Ahangar.
Esta canción tenía la cualidad de fascinar. Poseía una tonada extraña y, sobre todo, una historia que era más extraña aún, tan extraña que la gente sentía que conocía el remoto Valle del Paraíso, sobre el cual cantaba el forjador. A menudo, cuando no estaba con ánimo de cantarla, le pedían que la cantara y él rehusaba. A veces, la gente le preguntaba si el Valle era en verdad real, y Ahangar sólo podía decir:
-El Valle de la canción es tan real como la realidad puede ser.
-¿Pero cómo lo sabes? -preguntaba la gente. ¿Alguna vez has estado allí?
-No de una forma ordinaria -decía Ahangar.
Para Ahangar, como para casi todo el que le escuchaba, el Valle de la Canción era, sin embargo, real, tan real como la realidad podía ser.
Aisha, una doncella local a quien él quería, dudaba de la existen-cia de ese lugar, y también Hasan, un jactancioso y temido esgrimista que juraba que se casaría con Aisha y no perdía oportu-nidad de reírse del forjador.
Un día, estando los del pueblo sentados silenciosamente alrededor de Ahangar, que les había estado contando su historia, Hasan habló:
-Si tú crees que este valle es tan real y está, como dices, en aquellas montañas lejanas de Sangan, en donde se levanta la neblina azul, ¿por qué no tratas de encontrarlo?
-Sé que hacerlo no estaría bien -dijo Ahangar.
-¡Tú sabes lo que te conviene saber y no sabes lo que no quieres saber! -gritó Hasan. Ahora, amigo, propongo una prueba. Tú quieres a Aisha, pero ella no confía en ti. Ella no tiene fe en ese absurdo valle tuyo. Nunca te podrás casar con ella, porque cuando no existe confianza entre hombre y mujer no pueden ser felices y sobrevienen toda clase de males.
-Entonces, ¿esperas que yo vaya al Valle? -preguntó Ahangar.
-Sí -dijeron Hasan y todos los presentes.
-Si voy y regreso a salvo, ¿consentirá Aisha en casarse conmigo? -preguntó Ahangar.
-Sí -murmuró Aisha.
Así fue como Ahangar tomó algunas moras secas y un poco de pan seco también, y corrió hacia las distantes montañas.
Escaló y escaló, hasta que llegó a un muro que rodeaba toda la sierra. Cuando ya había salvado sus escarpados lados, encontró otro muro aún más dificil de saltar que el primero. Después de éste, un tercero y un cuarto y, finalmente, un quinto muro.
Descendiendo al otro lado, Ahangar se encontró en un valle, sorprendentemente similar al suyo.
La gente salió a saludarlo y, al verla, Ahangar se dio cuenta de que algo muy extraño estaba sucediendo.
Meses después, Ahangar, el forjador de espadas, caminando como un anciano y cojeando, volvió a su pueblo natal y se dirigió a su humilde choza. Al correr la voz por la comarca, la gente se juntó frente a su hogar para oír sus aventuras.
Hasan, el esgrimista, habló por todos y llamó a Ahangar a la ventana.
Hubo un silencio cuando vieron lo mucho que había envejecido.
-Bien, maestro Ahangar, ¿llegaste al Valle del Paraíso?
-Sí, llegué.
-Y, ¿cómo es?
Ahangar, buscando sus palabras, miró a la gente que estaba congregada, con un cansancio y un sentimiento de desaliento que nunca antes había sentido, y dijo:
-Escalé, escalé y escalé. Cuando parecía que no podía haber señales de vida humana en un lugar tan desolado, y después de muchas pruebas y desilusiones llegué a un valle. Este valle es exactamente igual al que vivimos. Y entonces observé a la gente. Esa gente no sólo es como nosotros, sino que es la misma gente. Por cada Hasan, cada Aisha, cada Ahangar por cada uno de los que estamos aquí, hay otro exactamente igual en ese valle. Estas son semejanzas y reflejos para nosotros, cuando vemos tales cosas. Pero somos nosotros los que nos parecemos y reflejamos a aquellos que están allí, nosotros somos sus mellizos.
Todos pensaron que Ahangar había enloquecido por las penurias sufridas, y Aisha se casó con Hasan, el esgrimista.
Ahangar pronto envejeció y murió. Y todos los que habían escuchado la historia de labios de Ahangar, primero se descorazonaron y luego se hicieron viejos y murieron, pues sentían que iba a pasar algo sobre lo cual no tenían ningún control y que no tenían esperanzas. Así perdieron interés en la vida misma.
Sólo una vez cada mil años es visto este secreto por el hombre. Cuando lo ve, cambia. Cuando cuenta los hechos tal cuales son, se marchita y muere.
Las gentes creen que tal evento es una catástrofe, y que, por lo tanto, no deben saber sobre ello, pues no pueden comprender (tal es la naturaleza de sus vidas ordinarias) que tienen más de un yo, más de una esperanza, más de una oportunidad allá arriba, en el Paraíso de la Canción de Ahangar, el poderoso forjador de espadas.


0.187.1 anonimo (asia) - 065

Manzanas gigantes

Un sufí visitó cierta vez a un rey para aconsejarle sobre cuestiones de estado y los dos se hicieron buenos amigos. Al cabo de unos meses el sufí dijo:
-Ahora debo continuar mi camino para trabajar en privado entre la gente más modesta de tu reino, vivir en la pobreza y a muchos kilómetros de aquí. El rey lo instó a que se quedase, pero el sufí le aseguró que tenía que cumplir con su deber.
-¿Cómo permaneceré en contacto contigo? -preguntó el rey.
El sufí le entregó una carta y dijo:
-Si alguna vez recibes noticias increíbles sobre las frutas de tal y tal provincia, abre esto. Entonces mi trabajo habrá concluido y a ti te quedará algo por hacer.
El sufí viajó a su destino y vivió allí como un hombre del lugar, llevando a cabo sus funciones de acuerdo con la ciencia derviche. Algunos años después, cierto hombre, pensando que el sufí tal vez tenía una cantidad de dinero acumulada, le mató; pero todo lo que encontró fue un paquete cuyo envoltorio decía: «Semillas de manzanas gigantes». Sembró las semillas y al cabo de un tiempo, sorprendentemente breve, su jardín se llenó de manzanos que daban frutas tan grandes como la cabeza de un hombre. La gente empezó a reverenciar al asesino por creerlo un hombre santo; ya que, ¿quién podría llenar su huerto en cuestión de días, en pleno invierno, de árboles que produjesen frutas de semejante tamaño? Sin embargo, el asesino no se daba por satisfecho con esta adulación, y reflexionó: «Si no conseguí dinero del hombre que asesiné, ésta es mi oportunidad. Llevaré las manzanas al rey y sin duda él me recompensará.» Después de muchas dificultades fue llevado ante el monarca y dijo:
-Majestad, traigo en un cesto una manzana del tamaño de la cabeza de un hombre la cual he cultivado en pocos días, en pleno invierno en tal y tal provincia -dijo el asesino.
Al principio el rey se maravilló del tamaño de la manzana; luego recordó la carta del sufí. Pidió que se la trajesen de la cámara del tesoro donde había sido guardada y la abrió. La carta decía: «El hombre que cultiva manzanas gigantes, por grande que sea el respeto que haya conseguido con ello, es mi asesino. Que ahora se haga justicia.»


0.187.1 anonimo (asia) - 065

Los tres hombres perceptivos

Hubo cierta vez tres sufíes tan observadores y experimentados acerca de la vida que llegaron a ser conocidos como «Los tres hombres perceptivos».
En una ocasión, durante uno de sus viajes, encontraron a un camellero que les preguntó:
-¿Habéis visto mi camello? Lo he perdido.
-¿Es ciego de un ojo? -inquirió el primer hombre perceptivo.
-Sí -dijo el camellero.
-¿Le falta uno de los dientes de delante? -preguntó el segundo perceptivo.
-Sí, sí -respondió el camellero.
-¿Es cojo de una pata? -averiguó el tercer perceptivo.
-Ciertamente -reconoció el camellero.
Los tres perceptivos aconsejaron al buen hombre que caminase en la misma dirección que ellos habían seguido hasta allí, pero en sentido contrario, y lo encontraría. Pensando que ellos lo habían visto, el camellero se apresuró a seguir su consejo.
Pero no encontró el camello. Se dio prisa entonces en regresar para entrevistarse una vez más con los perceptivos, a fin de que,le dijeran qué debía hacer.
Los encontró al atardecer, en un lugar donde descansaban.
-¿Carga su camello de un lado miel y del otro maíz? -preguntó el primer perceptivo.
-Sí, sí -dijo el hombre.
-¿Lo monta una mujer embarazada? -preguntó el segundo perceptivo.
-Sí, sí -respondió el camellero.
-Ignoramos dónde está -dijo el tercer perceptivo.
Tras estas preguntas y esta negativa, el camellero llegó al convencimiento de que los tres perceptivos le habían robado su camello, su carga y jinete, y los demandó ante el juez acusándolos de ladrones.
El juez consideró que había razones para desconfiar de ellos, y los detuvo como sospechosos de robo, para llevar a cabo las consiguientes diligencias que confirmasen su culpa o los absolviera de ella.
Algo más tarde, el camellero encontró al animal vagando por el campo. Regresó a la corte y pidió que los tres perceptivos fuesen puestos en libertad
El juez, que no les había dado hasta el momento oportunidad de justificarse, preguntó cómo pudieron saber tanto acerca del camello sin siquiera haberlo visto.
-Vimos las huellas de sus pisadas en el camino -dijo el primer perceptivo.
-Una de las marcas era más débil que las demás, por lo que deduje que era cojo -dijo el segundo perceptivo.
-Sólo había mordisqueado los matorrales de un lado del camino, y, por consiguiente, tenía que ser ciego de un ojo -dijo el tercer perceptivo.
-Las hojas estaban rasgadas -continuó el primer perceptivo, lo que indicaba que había perdido un diente.
-Abejas y hormigas, en diferentes lados del camino, se amon-tonaban sobre algo depositado en él. Vimos que eran miel y maíz -explicó el segundo perceptivo.
-También encontramos algunos cabellos humanos tan largos que nos hicieron pensar que eran de mujer. Y estaban precisamente donde alguien había detenido al animal y se había apeado -declaró el tercer perceptivo.
-En el lugar donde la persona se sentó, observamos huellas de las palmas de ambas manos, lo que nos hizo pensar que había tenido que apoyarse, tanto al sentarse como al levantarse, y por ello dedujimos que debía estar embarazada, en un período muy avanzado de gravidez -dijo el primer perceptivo.
-¿Por qué no solicitaron ser oídos por el juez, para presentar estos argumentos en defensa propia?
-Porque contamos con que el camellero seguiría buscando y no tardaría en encontrar el animal -dijo el primer perceptivo.
-Y que se sentiría lo suficientemente generoso como para reconocer su error y solicitar nuestra libertad -dijo el segundo perceptivo.
-También contamos con la curiosidad natural del juez, que lo llevaría a investigar -dijo el tercer perceptivo.
-Descubrir la verdad por sus propios medios sería más beneficioso para todos que el que insistiéramos en que se nos había tratado con impaciencia -dijo el primer perceptivo.
-Sabemos por experiencia que es mejor que la gente llegue a la verdad a través de lo que piensa por voluntad propia -dijo el, segundo perceptivo.
-Ha llegado la hora de que nos marchemos, porque nos espera una labor que debemos llevar a cabo.
Y los pensadores sufíes siguieron el destino que se habían marcado. Todavía se los encontrará trabajando por los caminos de la tierra.

0.187.1 anonimo (asia) - 065


Los niños y el maestro

Para ilustrar la fuerza de la imaginación y la opinión, se cuenta un cuento de un truco que aplicaron unos niños a su maestro.
Los niños deseaban tener un día de vacaciones y el más astuto de ellos sugirió que cuando el maestro llegara a la escuela cada niño debía compadecerse de él por su supuesta apariencia de enfermo. De acuerdo con esto, cuando entró el maestro, uno dijo:
-¡Oh, maestro, qué pálido está!
Y otro dijo:
-Parece estar muy enfermo hoy.
Y así continuaron. El maestro primero respondió que nada le sucedía, pero, como un niño detrás de otro continuaron asegurándole que parecía estar muy enfermo, se imaginó finalmente que había enfermado. Así que regresó a su casa y quiso que los niños lo acompañaran allí, le contó a su mujer que no se encontraba bien, indicándole que notara lo pálido que estaba. Su mujer le aseguró que no estaba pálido y se ofreció a convencerlo trayendo un espejo; pero él rehusó mirarse y se metió en la cama. Luego les ordenó a los niños que comenzaran con sus lecciones, pero ellos le aseguraron que el ruido le daría dolor de cabeza; él les creyó y los mandó a sus casas, ante el enojo de sus madres.


0.187.1 anonimo (asia) - 065

Los ciegos y la cuestion del elefante

Mas allá de Ghor había una ciudad. Todos sus habitantes eran ciegos. Un rey con su séquito llegó hasta la ella con su ejército y acamparon en el desierto. Tenía un poderoso elefante, que usaba en los ataques y también para aumentar el temor de la gente.
El populacho estaba ansioso por ver al elefante y algunos en esta comunidad de ciegos corrieron como locos para encontrarlo. Como ni siquiera sabían la forma o figura del elefante que ellos buscaban a tientas, reunían información tocando alguna parte del mismo. Cada uno pensó que sabía algo porque podía sentir una parte.
Cuando volvieron con sus conciudadanos, grupos ansiosos los rodearon. Todos estaban ávidos, extraviados, por aprender la verdad de aquellos que conocían al elefante.
Preguntaron por la forma y la figura del elefante y escucharon todo aquello que les fue dicho.
El hombre cuya mano había llegado a una oreja dijo:
-Es una cosa rugosa y grande, ancha y abierta como una alfombra.
Y aquél que había tocado la trompa dijo:
-Es como una pipa derecha y vacía, fea y destructiva.
El que había sentido sus patas dijo:
-Es poderoso y fuerte como una columna.
Cada uno había sentido una parte entre muchas. Cada uno lo había percibido erróneamente. Nadie sabía todo: el conocimiento no es compañero de la ceguera. Todos imaginaban algo incorrecto, ninguno conocía la realidad.


0.187.1 anonimo (asia) - 065