Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 4 de enero de 2015

Los artistas chinos y griegos

Los chinos y los griegos disputaron frente al sultán para ver quiénes eran los mejores pintores, y para decidirlo el sultán encargó a cada grupo que pintara una casa. Los chinos consiguieron todo tipo de pinturas y colorearon su casa de la forma más elaborada. Los griegos, a su vez, no usaron ningún color sino que se dedicaron solamente a limpiar las paredes de su casa de toda suciedad, puliéndolas hasta que quedaron tan claras y brillantes como la superficie de un espejo.
Cuando las dos casas estuvieron listas para la inspección del sultán, éste admiró mucho la casa pintada por los chinos, pero la casa de los griegos obtuvo el premio, ya que todos los colores de la otra casa estaban reflejados en sus paredes con una variedad interminable de sombras y matices.


0.187.1 anonimo (asia) - 065

Los animales agradecidos y el hombre ingrato

En tiempos muy lejanos, el Rey Brahma-Datta ocupaba el trono de Varanasi, en la India. Una vez, uno de sus súbditos fue al bosque con su hacha a cortar madera, cuando fue sorprendido por un león y cayó en una fosa. El león, que quería comérselo, también cayó en la fosa. Lo mismo sucedió con un ratón y una víbora que lo perseguían, quienes cayeron en el mismo lugar. Un halcón se lanzó sobre el ratón, pero también quedó cautivo dentro de la fosa, enredado en la maleza.
Sus naturalezas no cambiaron al encontrarse atrapados de este modo, y todos los perseguidores querían matar, mientras que los otros, ansiosos, buscaban desesperadamente escapar.
Sin embargo, el sabio león dijo a los animales:
-Honorables, ustedes son mis compañeros. Tal cómo vienen suce-diendo las cosas, en este momento todos estamos sufriendo una angustia intolerable. Por lo tanto, no debemos ponernos en peligro los unos a los ótros, sino esperar tranquilos, sin disturbios.
El destino quiso que en ese momento se encontrara por la zona un cazador buscando gacelas, que llegó hasta el lugar donde los animales se hallaban atrapados. En cuanto lo descubrieron, comenzaron a gritar pidiendo ayuda.
El cazador entendió lo que había sucedido y, antes que a todos, ayudó al león a salir de su cautiverio. La gran bestia tocó sus pies en homenaje, y dijo:
-Te demostraré mi gratitud a su debido tiempo. Pero no ayudes al hombre de cabeza negra -el hombre que tenía pelo negro, porque él olvida las bondades que se le otorgan.
El cazador liberó a las otras criaturas, que también le expresaron su gratitud, y siguió su camino.
En otra ocasión, el cazador llegó a un lugar donde el león había dado muerte a una gacela y el animal tocó sus pies y le obsequió la presa.
Poco tiempo después sucedió que el Rey Brahma-Datta había salido al parque con sus mujeres, y se quedó dormido. Las damas se despojaron de sus ropas, pasearon por el parque, dejaron sus joyas en el suelo y se sentaron tranquilas a descansar. Una de las mujeres había dejado sus joyas y se había quedado dormida. El halcón, que había estado observando todo lo que había en el suelo, se abalanzó sobre las gemas y voló con ellas hacia donde estaba el cazador, a quien se las obsequió.
Más tarde, el rey y sus mujeres se despertaron y regresaron a Varanasi, pero una de las mujeres le dijo al esposo:
-¡Oh rey, mis joyas se han perdido en el parque!
El rey dio órdenes para que los objetos perdidos se encontraran y sus ministros iniciaron una amplia pesquisa.
Esto llegó a oídos del hombre de cabeza negra, quien a veces visitaba al cazador y sabía que éste tenía en su poder las joyas y cómo las había obtenido. Con ingratitud en su corazón fue al rey y le dijo quién las tenía.
El rey se enojó mucho. Sus hombres visitaron al cazador y le dijeron:
-Sabemos que has robado las joyas del rey en el parque.
El cazador se asustó mucho y trató de explicar lo que había sucedido, relatando toda la historia. Pero fue encadenado y enviado a prisión.
El ratón, sin embargo, se enteró de lo que había pasado. Fue hacia la víbora y le dijo:
-Nuestro benefactor, el cazador, a causa de la maldad del hombre de cabeza negra, ha sido encarcelado. ¿Qué podemos hacer?
La víbora contestó:
-Veré al cazador.
Fue a ver al cazador en la prisión, donde le dijo:
-Hoy morderé al rey. En cuanto sepas lo que ha sucedido, te ofrecerás a curarlo. Cuando él acepte, tú utilizarás este remedio especial para curarle. Si lo haces, no hay duda de que el rey te recompensará, te liberará y te hará valiosos obsequios.
Así, la víbora mordió al rey y el cazador le curó, por lo que el rey le liberó y obsequió con valiosos regalos.


0.187.1 anonimo (asia) - 065

Los acertijos

Hubo una vez y no hubo una vez, cuando el cielo era verde y la tierra era un caldo espeso, un rey en la fortaleza montañosa del Pamir, cerca de las fronteras de China, India y el reino de Afganistán. El soberano de ese reino era sabio, fuerte, valiente, caballeroso y muy rico. Todos le amaban y respetaban por su justicia, bondad y honestidad. Un día, el rey hizo un extraño anuncio que los heraldos proclamaron por toda la tierra:
-Alguien debe llegar hasta mí, ni vestido ni desnudo, ni a pie ni a caballo, y hablarme ni desde dentro ni desde fuera. Si esta persona llega, el país se salvará, si no seremos destruidos.
Todos se divirtieron con el edicto del rey y por largo tiempo nada sucedió, hasta que un día una joven, de manera inesperada, le dijo a su padre un pobre leñador:
-Padre, debo ir ante el Rey. Yo sé cómo podemos ser salvados y por esto también nosotros seremos aliviados de la pobreza.
El leñador estaba sorprendido y trató de disuadirla de su plan, pero ella no pudo ser convencida y entonces él, de mala gana, le permitió dejar su pequeña cabaña y viajar hasta donde el Rey gobernaba.
Cuando la muchacha llegó al palacio del Rey, se acostó ante la puerta y llamó:
-¡Sal afuera, oh Rey, porque estoy aquí para salvar tu reino!
El Rey preguntó:
-¿Qué es esa conmoción?
-Vuestra Majestad, hay una joven campesina gritando que debeis verla, ya que ella salvará al país! -respondieron los cortesanos.
El Rey fue a la entrada y vio a la doncella tendida a lo largo del umbral:
-No estoy ni dentro ni afuera. De esta manera he cumplido una de las cosas que querías -dijo ella.
-Pero -dijo el Rey, ¿qué hay acerca de no estar ni vestida ni desnuda? -y entonces notó que ella estaba usando una red que la cubría y que no la cubría.
-No he llegado ni cabalgando ni a pie -explicó ella- porque llegué aquí arrastrada por una cabra de la montaña.
El Rey le dijo que entrara al palacio y cuando estuvieron sentados en plena corte, dijo:
-Sabed, oh inteligente joven, que estoy bajo el poder de un terrible vampiro, un demonio sobrenatural que dice que destruirá el país. Sin embargo, se le oyó confesar en sueños que sólo una persona que hiciera lo que yo anuncié podría salvar el reino.
-Estoy lista para ayudar -dijo la joven. Pero ¿qué tengo que hacer?
-Debes responder los siguientes acertijos -dijo el rey, que han sido vociferados repetidas veces por el vampiro en sus desvaríos. Primero: ¿Cuántas estrellas hay en el cielo?
-Eso es fácil -dijo la doncella, tantas como pelos tiene la cabeza de un vampiro. Esto puede ser confirmado arrancándolos como se cuenta cada estrella, uno por uno.
-Muy bien -dijo el rey- se lo diré. Ahora la siguiente pregunta: ¿Qué distancia hay desde aquí hasta el fin de la tierra?
La muchacha contestó enseguida:
-Tanta como desde el fin de la tierra hasta aquí.
-Muy bien -dijo el rey- se lo diré al vampiro. Y ahora la última pregunta: ¿Qué altura tiene el cielo? La joven dijo:
-No hay dificultad con esa pregunta. El cielo está tan alto como un vampiro pueda patearse a sí mismo. Sería conveniente que lo intentara si no me cree.
-Muy bien -dijo el rey- se lo diré al vampiro.
El vampiro volvió de una expedición de caza, unas pocas horas después, y le dijo al rey con una voz como de trueno:
-¡Rey estúpido! ¿Tienes ya las respuestas a los acertijos?
El rey le dijo lo que la doncella había respondido. El vampiro estaba furioso:
-Esas son las respuestas correctas, pero tú aún no has pasado la prueba final, que concierne al método para matarme. Seré muerto sólo por alguien que no sea ni hombre ni bestia; por alguien que lo haga ni de día ni de noche; alguien que me ofrezca un regalo que no es un regalo; no seré muerto por metal, ni cuerda, ni veneno, ni piedra, ni fuego, ni agua; por alguien que no esté comiendo ni ayunando en ese momento.
Y el vampiro, entonces, se fue a un grañ árbol a dormir, ya que estaba repleto de comida por su cacería. Deliraba en su sueño de una manera bastante alarmante. El rey contó la conversación a la hija del leñador:
-Nada más simple -dijo ella. Comenzaré muy pronto.
Cuando llegó el crepúsculo, ni de día ni de noche, ella fue hacia la base del árbol, donde el vampiro dormía, y gritó:
-¡Despierta, vampiro, ya que ha llegado tu último momento! Soy una mujer, ni hombre ni bestia, no es de día ni de noche. Aquí está mi regalo que no es un regalo.
Y le ofreció un pájaro. Cuando el vampiro trató de tomarlo, el pájaro voló y el vampiro se dio cuenta de que este regalo no era realmente un regalo.
-¡Pero tú debes estar comiendo o ayunando! -bramó.
-¡No estoy haciendo nada de eso! Estoy mascando un pedazo de corteza de árbol -gritó la doncella a su vez.
Y tan pronto como ella dijo estas palabras, el vampiro, vencido por la ira, cayó al suelo. No había sido muerto por espada o lanza, por soga o flecha, por veneno o por ninguna otra cosa más que por su propia furia, que le hizo caer al suelo, donde su tremendo peso lo aplastó de muerte.
-Ahora -dijo el rey tan pronto como cada cual terminó de sacudirse por el temblor de la tierra que el impacto había causado- dime una última cosa, doncella: ¿Qué estoy pensando?
-Que soy tan inteligente y atractiva que tú me desposarás -dijo la joven.
Y estuvo en lo cierto. Se casaron y gobernaron el reino juntos el resto de sus largas y felices vidas.


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Las hormigas y la pluma

Una hormiga deambulaba descarriada, cierto día, por una hoja de papel y vio, de pronto, una pluma que escribía finos trazos negros.
-¡Qué maravilla! -exclamó. Qué cosa tan notable y con vida propia, que hace garabatos en esta bella superficie, hasta el extremo de que puede equipararse a los esfuerzos conjuntos de todas las hormigas del mundo. ¡Y qué garabatos hace! Parecen hormigas. Y no una, sino millones que actúan juntas.
Le relató sus ideas a otra hormiga, la cual estuvo igualmente interesada. Alabó los poderes de observación y reflexión de la primera hormiga.
Pero otra hormiga dijo:
-Sirviéndome de tus esfuerzos, tengo que admitirlo, he observado ese extraño objeto. Pero he llegado a la conclusión de que no es él quien impulsa su trabajo. Has cometido el error de no observar que esa pluma está unida a otros objetos, que la rodean y conducen. Esos y no otros deben ser considerados como el origen de su movimiento.
De este modo, las hormigas descubrieron los dedos.
Pasado bastante tiempo, otra hormiga caminó sobre los dedos y se dio cuenta de que formaban parte de una mano, que exploró total y minuciosa-mente, al estilo de las hormigas, trepando por todas partes y escudriñándolo todo.
Regresó entonces junto a sus compañeras, y les gritó:
-¡Hormigas! Tengo noticias de importancia para vosotras. Esos pequeños objetos forman parte de otro mucho mayor. Y éste es el que verdaderamente lo mueve todo.
Pero luego se descubrió que la mano estaba unida a un brazo, y el brazo a un cuerpo, y que no existía una sino dos manos, y que existían dos pies que no escribían.
Y prosiguieron las investigaciones.
Las hormigas llegaron así a tener una idea adecuada de la mecánica de la escritura.
Pero acerca del sentido e interición de la escritura, no pudieron averiguar nada con su acostumbrado método de investigación, porque no sabían leer y escribir.


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Las botas de hunain

Una vez, un árabe del desierto llegó a una ciudad donde vio en un escaparate, un par de botas que se ofrecían en venta. Entró en la tienda e hizo una oferta, pero Hunain, el zapatero, mantuvo su precio y, finalmente, el beduino salió furioso de la tienda.
-El precio que me pides equivale al de mi camello -dijo enojado.
El zapatero quedó muy ofendido por el comportamiento y el lenguaje de este árabe, y decidió que no lo dejaría ir con tales insultos. El árabe montó su camello y emprendió el camino hacia las tiendas de su tribu. El zapatero, que sabía de dónde provenía su presunto cliente, tomó las botas y, acortando camino, llegó a un lugar por donde el beduino iba a pasar. Allí colocó una bota sobre la arena.
Luego, el zapatero siguió andando por ese camino una milla más, en donde dejó caer la otra bota, ocultándose para ver qué sucedía, ya que tenía un plan.
Al poco rato se acercó el árabe y vio la primera bota tirada en el camino, y se dijo a sí mismo: «Ésta es una de las botas de Hunain, el zapatero, si estuviera la otra me las podría llevar a cambio de nada», y siguió su camino. Después de todo, ¿de qué le servía una bota?
Poco después, el árabe llegó hasta donde estaba la otra bota. Pensó: «¡Qué pena que no recogí la primera! En ese caso habría tenido el par».
Luego se le ocurrió que podía regresar a buscar la primera bota, y así tendría las dos.
El beduino estaba todavía lejos de su tienda y no quería cansar a su camello, así que lo dejó atado y corrió hacia el lugar donde había visto la primera bota.
El zapatero salió de su escondite y, dejando la segunda bota donde estaba, se marchó con el camello del árabe.
Cuando el árabe regresó al lugar donde había dejado su camello, se dio cuenta de que éste no estaba. Pensando que se había extraviado, regresó caminando hacia las tiendas de su gente.
-¿Qué has traído de la ciudad? -preguntaron los otros beduinos al verlo llegar cojeando.
-Sólo las botas de Hunain -dijo el miserable.


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La serpiente

Una vez un cazador pasaba por una cantera cuando vio una serpiente atrapada por una enorme piedra.
Al verlo, la serpiente le pidió:
-Por favor, ayúdame, levanta la piedra. El cazador respondió:
-No puedo ayudarte, pues seguramente me devorarás.
El reptil volvió a pedir ayuda, prometiendo que no comería al hombre.
Entonces, el hombre liberó a la serpiente y ésta, inmediatamente, hizo un movimiento hacia él como para atacarlo.
-¿No prometiste que no ibas a comerme si te dejaba ir? -preguntó el hombre.
La serpiente respondió:
-El hambre es el hambre -respondió la serpiente.
-Pero -dijo el cazador, si haces algo incorrecto, ¿qué tiene que ver el hambre con ello?
El hombre entonces sugirió que expusieran el asunto ante la opinión de otros.
Se internaron en un bosque donde encontraron un perro. Le preguntaron si le parecía que la serpiente debía comer al hombre, y respondió:
-Una vez pertenecí a un hombre. Cazaba liebres y siempre me daba la mejor carne para comer. Pero ahora que soy viejo, y que no puedo atrapar ni una tortuga, él quiere matarme. Así como yo he obtenido mal a cambio de bien, eso es lo que la serpiente debe darte a ti. Declaro que te coma.
-Ya has oído su juicio -dijo la víbora al hombre.
Pero decidieron que oirían tres opiniones y no una, así que continuaron su camino. Al poco rato, encontraron un caballo y le pidieron que juzgara el caso.
-Pienso que la serpiente debe comer al hombre -dijo el caballo.
Y continuó:
-Una vez tuve un amo. Él me alimentó mientras yo podía trabajar. Ahora que estoy débil y ya no puedo cumplir con mis tareas, desea matarme.
La serpiente dijo al hombre:
-Tenemos ahora la unanimidad de dos juicios.
Un poco más adelante, se cruzaron con un zorro. El cazador dijo:
-Querido amigo, ¡necesito tu ayuda! Pasaba por una cantera cuando vi a esta enorme serpiente atrapada bajo una roca al borde de la muerte. Me pidió que la liberara; yo lo hice y, sin embargo, ahora quiere comerme.
El zorro respondió:
-Si tengo que dar mi opinión, volvamos al lugar de los hechos para ver la situación de manera más real.
Volvieron a la cantera, y el zorro pidió que la roca fuera colocada encima de la serpiente, para reconstruir los hechos. Así se hizo. Entonces, el zorro preguntó:
-¿Era así como estabas?
-Sí -dijo la serpiente.
-Muy bien -dijo el zorro. Así permanecerás el resto de tu vida.


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La prueba del zorro

Había una vez un zorro que se encontró en el bosque con un joven conejo. El conejo le preguntó:
-¿Qué eres?
El zorro le contestó:
-Soy un zorro y si quiero te puedo comer.
-¿Cómo puedes probar que eres un zorro? -preguntó el conejo.
El zorro no supo contestarle, porque en el pasado los conejos siempre habían corrido sin hacer tales preguntas.
Entonces el conejo dijo:
-Si puedes mostrarme una prueba escrita de que eres un zorro, te creeré.
Entonces el zorro trotó hacia el león, que le dio un certificado de que era un zorro.
Cuando regresó donde el conejo le esperaba, el zorro comenzó a leer el documento. Le gustaba tanto que se detenía con deleite en cada párrafo. Mientras tanto, al captar desde las primeras líneas el meollo del mensaje, el conejo se metió en un hoyo y nunca se le volvió a ver.
El zorro volvió con el león y vio que un venado hablaba con el rey de la selva. El venado decía:
-Quiero ver una prueba escrita de que eres un león.
El león respondió:
-Cuando no tengo hambre, no necesito molestarme. Cuando tengo hambre, no necesitas nada escrito.
El zorro contestó molesto al león:
-¿Por qué no me dijiste que hiciera eso, cuando te pedí el certificado para el conejo?
-Mi querido amigo -le dijo el león. Me debías haber dicho que te lo pedía un conejo. Yo pensé que era para algún estúpido ser humano, de quien algunos de estos animales idiotas han aprendido ese pasatiempo.


0.187.1 anonimo (asia) - 065

La princesa y el burro

Había una vez, hace muchos años, en la ciudad de Ispahan un gran y noble rey. Tenía una sola hija, la luz de sus ojos, cuyo nombre era Noor-Chusham. Su pelo era negro y su cara hermosa como la luna creciente en su décima cuarta noche y siempre andaba vestida con ropas de seda. Pero, a pesar de tener vestidos diferentes para cada hora del día y joyas distintas para cada día de la semana, no era feliz. ¿Y por qué no lo era?
Porque la única cosa que la princesa realmente deseaba era justo la única cosa que no le permitían poseer. Esta cosa era un burro; un suave y acariciable burro peludito.
-¿Un burro, hija mía? -gritó el rey cuando ella se lo pidió. Tú, la hija de mi corazón, deseando un burro, como cualquier niña de la feria? No, no no no, mil veces, no -y salió.
Pero Noor-Chusham fue a ver a su tía, a Lady Lalla-Ruk y le dijo:
-Tía, tía, dime cómo podría convencer a mi padre de que me regale un burrito, porque eso es la única cosa en el mundo que deseo.
Y su tía, riéndose detrás de sus velos, dijo:
-Vuelve a verme dentro de tres días, querida, veré lo que puedo hacer.
Así que Noor-Chusham esperó con mucha impaciencia, y cuando amaneció el día en el que pudo ser admitida otra vez a la presencia de su tía apenas pudo contener su excitación.
Ahora bien, Lady Lalla-Ruk era en realidad una mujer-genio, una de las hadas buenas y hermosas que sabía practicar toda suerte de hechizos y que estaba bien dispuesta para con los hombres; se había casado con el hermano del rey y roto sus conexiones con los genios de su juventud. Así que le llevó tres días el recordar un hechizo que pudiera serle útil.
Cuando Noor-Chusham entró en la casa de su tía sintió un fuerte olor a incienso y Lady Lalla-Ruk estaba frotando sus manos encima de un brasero, lleno de carbones ardientes que se encontraba en medio de la sala de audiencias.
-Tía, qué estas haciendo? -gritó.
-Siéntate allí, hijita mía, creo que ya lo tengo -dijo su tía plácidamente. Mientras hablaba se produjo una humareda encima del brasero y un gigantesco genio apareció ante ellas con los brazos cruzados, en los que brillaban brazaletes de cobre y de sus largas y puntiagudas orejas colgaban aros de esmeraldas.
-En nombre de Salomón, hijo de David, la paz sea con él -gruñó el Genio, por qué me has despertado de mi sueño, mi señora?
-Deseo que en el Palacio pasen ciertas cosas y tú tienes que procurar que se produzcan -dijo Lalla-Ruk firmemente. Escúchame bien, ¡oh mi listo amigo!
El genio, dejando ver sus agudos colmillos blancos, sonrió porque le gustaban las alabanzas.
-Tienes que hacer que corran ratoncitos de ojos rojos por todas las piezas del harén y que bandadas de murciélagos vuelen alrededor de la sala del trono del rey. También quiero que gatos salvajes silben y chillen de noche detrás de todas las ventanas y que loros parloteen en cien lenguas diferentes justo en el momento en que el rey desee echar su siestecita. ¿Me entiendes, oh listo amigo?
-Escucho y obedezco -el genio inclinó su cabeza, cerró sus gran-des ojos negros y desapareció en una humareda.
Y todo cuanto el hada había ordenado ocurrió. En una hora las damas del harén, dando voces y chillidos, empezaron a correr en busca de los guardias del palacio para comunicarles que cientos de ratoncitos de ojos rojos, habían invadido sus aposentos corriendo allí por todas partes. Los guardias, armados de cuchillos y puñales acudieron para combatirlos, pero en cuanto lograban agarrar algunos y los metían por fin en sus bolsas, aparecían otros y en mayor cantidad. Luego los guardias del rey tuvieron que dedicarse a la tarea de cazar y volver a cazar los murciélagos que entraban y salían siempre de nuevo, por la sala de trono. Y cuando cayó la noche y todo el mundo fue a acostarse tampoco hubo paz porque aparecieron unos gatos salvajes, maullando y chillando ante todas las ventanas y saltando a los balcones, hasta a los de más altura. Al día siguiente, los ratoncitos volvieron al mismo lugar y otro tanto pasó con los murciélagos y cuando el rey trató de echar su siesta en su estudio, el lugar más seguro del palacio, aparecieron los loros. Loros rojos, verdes, multicolores, chillaron riendo y parloteando en cien lenguas diferentes. Era un pandemonium.
Entonces el Rey mandó llamar a Lady Lalla-Ruk y le dijo:
-Las cosas se han vuelto insoportables en el palacio y sospecho que hay una magia en todo esto. Así que, por favor, dime qué es lo que pasa.
-Majestad -dijo ella- dadme tres horas y hablaré. Ella salió en su palanquín, cerrado por velos y cortinas y llevado por cuatro esclavos negros y se encaminó a la feria de Ispahan. Todo el mundo miró con ojos asombrados a esa gran dama envuelta en su capa, bordada de estrellas, que trataba con el mercader de burros, la compra de un animalito orejón, gordo y peludo. Volvió al palacio el palanquín con sus cortinas suntuosas y detrás trotaba un burro, llevado por uno de los mozos de la caballeriza real.
Tres horas después, el rey llamó a asamblea a toda la corte, y grande fue su sorpresa cuando la princesa Noor-Chusham hizo su entrada, llevando por la brida a un burro.
-¿Qué significa esto? -bramó el rey, preso de una rabia tremenda.
-Majestad -dijo Lady LallaRuk, ésta es la respuesta a todas aquellas plagas extrañas que han ido apareciendo en el palacio. Permite que Noor Chusham tenga su burro y todo irá bien.
Y de pronto los loros dejaron de parlotear y los ratoncitos desaparecieron. Entonces todos los cortesanos aplaudieron y el rey, muy a pesar suyo, tuvo que ceder y permitir a su hija quedarse con el burro. Ella se puso tan contenta por haberse salido por fin con la suya que, echando los brazos al cuello de su animalito querido, le dio un gran beso cariñoso. Entonces los murciélagos desaparecieron y los gatos salvajes se callaron.
Pero luego, bajo la mirada fascinada de toda la corte, el burro empezó a dar coces, levantando sus pezuñas alto en el aire, rebuznando como enloquecido, y esto justo en frente del trono del rey. Lady Lalla-Ruk se echó atrás en su respaldo acolchado y la princesa Noor-Chusham soltó asustada la brida de su animalito favorito. El animal, de pronto, parecía estar poseído por un espíritu maligno.
-¡Guardias -bramó el capitán de la Guardia Realatrapen a este animal! Dará una coz a la preciosa persona de nuestro querido monarca, si no lo impedimos.
Pero apenas hubo pronunciado estas palabras, el cuerpo peludo y gris del animal cayó al suelo estremeciéndose y luego quedó allí quieto.
-Oh, mi pobre burrito, ¿qué habrá pasado? -gritó Noor-Chussham, llorando de pena.
En este mismo momento surgió de la piel del burro un hermoso y esbelto joven, vestido con prendas suntuosas, propias de personajes de alto rango.
-Os agradezco, Princesa -dijo con una reverencia elegante, que me hayais salvado de un hechizo que me ha mantenido prisionero en forma de burro durante los últimos veinte años. Cuando me abrazas-teis, se rompió el hechizo.
Así todo el mundo fue feliz, porque antes de despedirse para volver a su casa, el joven mandó comprar otro burro para Noor-Chusham y, en agradecimiento por su liberación, ordenó que se repartiera ropa y comida a todos los pobres de Ispahan.


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La pareja silenciosa

Hubo una vez una pareja de recién casados. Vestidos aún con sus ropas de boda se pusieron cómodos en su nuevo hogar cuando, finalmente, hubo partido el último de sus invitados.
-Querido esposo -dijo la joven señora, vé y cierra la puerta de calle, que ha quedado abierta.
-¿Cerrarla yo? -dijo el novio. ¿Un novio en su traje espléndido, con unas ropas principescas y una daga llena de joyas? ¿Cómo podría esperarse que hiciera tal cosa? Debes de estar fuera de tus cabales. Vé y ciérrala tú misma.
-¿Ah, sí? -gritó la novia. ¿Esperas que yo sea tu esclava? ¿Una gentil y hermosa criatura como yo, que usa un vestido de la seda más fina, engalanada para mi día de bodas, vaya a cerrar la puerta que conduce a una calle pública? ¡Imposible!
Permanecieron ambos en silencio un rato, y la mujer sugirió que podrían solucionar el problema con una apuesta. Quien hablara primero, convinieron, sería el que cerrara la puerta.
Había dos sofas en la habitación y la pareja se sentó, cara a cara, uno en cada uno, mirándose en silencio.
Estuvieron así dos o tres horas, cuando una banda de ladrones pasó por allí y se dio cuenta de que la puerta estaba abierta. Los ladrones se deslizaron dentro de la silenciosa casa, que parecía desierta, y comenzaron a llevarse cuanto objeto de valor encontra-ban.
La pareja de novios los oyó entrar, pero cada uno pensó que era el otro quien debía atender el asunto. Ninguno de los dos habló ni se movió mientras los ladrones iban de un cuarto a otro, hasta que finalmente entraron en la sala y, al principio, no notaron a la sombría y estática pareja.
La pareja seguía sentada allí mientras los ladrones se llevaban todos los objetos de valor y enrollaban las alfombras bajo los pies de los esposos. Confundiendo al idiota y a su obstinada mujer con maniquíes de cera, les sacaron sus joyas personales y la pareja no dijo nada en absoluto.
Los ladrones se fueron y la novia y el novio permanecieron sentados toda la noche sin moverse.
Cuando se hizo de día, un policía, en su ronda, vio la puerta abierta y entró a la casa. Yendo de un lugar a otro, llegó finalmente hasta la pareja y les preguntó qué había pasado. Ni el hombre ni la mujer se dignaron contestar.
El policía buscó refuerzos y una multitud de defensores de la ley se volvieron más y más coléricos ante el silencio total que a ellos les parecía, obviamente, una afrenta calculada.
El oficial a cargo, por último, perdió el control y le ordenó a uno de sus hombres:
-Dale a ese hombre un golpe o dos a ver si le vuelve el sentido.
Ante esto, la mujer no pudo contenerse:
-Por favor, gentiles oficiales -lloró. No le golpeen; ¡es mi marido!
-¡Gané! -gritó el tonto inmediatamente. Por lo tanto, tú tienes que cerrar la puerta!


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La isla desolada

Hubo una vez un hombre rico, que era de naturaleza buena y generosa y quería hacer feliz a su esclavo. Por lo tanto le dio la libertad y un cargamento de mercancías.
-Vé -dijo- y véndelas en distintos países. Lo que obtengas por ellas será tuyo.
El esclavo liberado se embarcó y viajó a través del océano inmenso. No había pasado mucho tiempo de viaje cuando se desató una tormenta. Su barco fue empujado hacia las rocas y se hizo pedazos; todo lo que había a bordo se perdió, excepto él mismo. Se las arregló para nadar hasta una isla cercana y pudo alcanzar la orilla.
Triste, abatido y solo, desnudo y sin pertenencias, caminó hasta que llegó a una ciudad grande y magnífica. Mucha gente se aproximó a recibirlo, gritando.
-¡Bienvenido! ¡Bienvenido! ¡Larga vida al rey!
Llevaron un rico carruaje y, subiéndolo en él, lo escoltaron a un magnífico palacio donde muchos sirvientes se reunieron a su alrededor. Fue vestido con ropajes reales y se dirigieron a él como su soberano: expresando completa obediencia a su voluntad.
El antiguo esclavo estaba, naturalmente, divertido y confuso, deseando saber si estaba soñando y todo lo que veía, oía y experimentaba no era meramente una fantasía pasajera.
Finalmente se convenció de que lo que estaba sucediendo era real, y preguntó a algunas personas que le rodeaban cómo había llegado a ese estado.
-Soy, después de todo -dijo, un hombre de quien no saben nada, un pobre y desnudo vagabundo al cual no han visto antes. ¿Cómo me pueden hacer su gobernante? Esto me hace mucha más gracia de lo que pueda decir.
-Señor -respondieron, esta isla está habitada por espíritus. Hace mucho tiempo ellos rezaron para que se les enviara un hijo de hombre que los gobernara y sus plegarias fueron escuchadas. Cada año es enviado un hijo de hombre. Ellos le reciben con gran dignidad y le sientan en el trono. Pero su mando y poder finaliza cuando concluye el año. Entonces le quitan sus ropas reales y le ponen a bordo de un barco que le lleva a una isla vasta y desolada. Allí, a menos que previamente haya sido sabio y se haya preparado para ese día, no encuentra ni amigos ni nada: se ve obligado a pasar una vida aburrida, solitaria y miserable. Entonces es elegido un nuevo rey y así año tras año. Los reyes que llegaron antes que tú fueron descuidados y no pensaron en ese momento, disfrutaron de su poder completamente, olvidando el día en que finalizaría.
Esta gente aconsejó al que había sido esclavo ser sabio y que permitiera que sus palabras permanecieran dentro de su corazón.
El nuevo rey escuchó atentamente todo esto y se sintió apenado por haber perdido incluso el poco tiempo que había pasado desde que llegó a la isla.
Le preguntó al hombre de conocimiento que había hablado:
-Aconséjame, Espíritu de la Sabiduría, cómo puedo prepararme para los días que me llegarán en el futuro.
-Desnudo has venido a nosotros -dijo el hombre y desnudo serás enviado a la isla deshabitada que te mencioné. En el presente tú eres rey y puedes hacer lo que te plazca; por lo tanto, envía trabajadores a la isla que construyan casas y preparen la tierra; que los terrenos áridos los transformen en campos fructíferos. La gente deberá ir a vivir allí y tú establecerás un reino para ti mismo. Tus propios súbditos estarán esperándote para darte la bienvenida cuando llegues. El año es corto, el trabajo largo; por ello, sé diligente y enérgico.
El rey siguió el consejo. Envió trabajadores y materiales a la isla desolada y, antes del fin de su poder, la isla se había convertido en un lugar placentero y atractivo. Los gobernadores que le precedieron habían esperado el final de su mandato con temor o divirtiéndose. Pero él miraba hacia adelante con alegría, ya que entonces podría empezar sobre la base de la paz permanente y de la felicidad.
Y el día llegó. El esclavo liberado que había sido hecho rey fue despojado de su autoridad. Junto con sus ropas reales perdió sus poderes. Le pusieron desnudo en un barco y las velas enfilaron hacia la isla. Cuando se aproximaba a la orilla, la gente que había enviado antes le recibió con música, canciones y gran alegría. Le hicieron su gobernante y vivió siempre en paz.


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La historia de hiravi

En los tiempos del Rey Mahmud, el conquistador de Ghazna, vivía un hombre joven llamado Haidar Alí Jan. Su padre, Iskandar Khan, decidió conseguirle la protección del emperador y lo mandó a estudiar temas espirituales con los sabios más grandes de ese tiempo.
Cuando Haidar Alí hubo dominado las repeticiones y los ejercicios, cuando supo los recitales y las posturas físicas de las escuelas sufíes, fue llevado por su padre ante la presencia del emperador.
-Poderoso Mahmud -dijo Iskandar. He hecho que este joven, mi hijo mayor y más inteligente, sea entrenado en las técnicas de los sufíes, para que pueda obtener una posición digna en vuestra corte, sabiendo que sois el mentor del conocimiento de esta época.
Mahmud no se detuvo en averiguaciones. Simplemente, dijo:
-Tráelo nuevamente dentro de un año.
Un poco desilusionado, pero con grandes esperanzas, Iskandar mandó a Alí a estudiar los trabajos de los grandes sufíes del pasado y a visitar los templos de los antiguos maestros de Bagdad, para que el tiempo que había de transcurrir no fuese desperdiciado.
Cuando llevó al joven nuevamente a la corte, dijo:
-Pavo Real de esta época, mi hijo ha llevado a cabo largos y difíciles viajes y, al mismo tiempo, ha agregado a sus conocimientos una familiaridad completa con los clásicos. Ruego lo examinen para que demuestre que podría ser un adorno en la corte de vuestra majestad.
-Dejad que regrese después de otro año -dijo Mahmud inmediatamente.
Durante los siguientes doce meses, Haidar Alí cruzó el Oxus y visitó Bokhara y Samarkanda, Qasri-Arifin y Taqshqand, Dushambe y las tumbas de los santos sufíes de Turkestán.
Cuando regresó a la corte, Mahmud de Ghazna le miró y dijo:
-Puede que quiera regresar dentro de un año más.
Haidar Alí hizo ese año el peregrinaje a la Meca. Viajó a la India, y en Persia consultó libros raros y nunca perdió la oportunidad de encontrarse y estar con los grandes derviches de la época.
Cuando regresó a Ghazna, Mahmud le dijo:
-Ahora selecciona un maestro y, si te acepta, regresa después de un año.
Cuando terminó ese año e Iskandar Khan se estaba preparando para llevar a su hijo a la corte, Haidar Alí no mostró ningún interés en ir. Simplemente, se quedó sentado a los pies de su maestro en Herat, y nada de lo que dijo su padre lo hizo moverse de allí.
-He desperdiciado mi tiempo y mi dinero y este joven ha fallado las pruebas impuestas por el Rey Mahmud -se lamentaba el padre, y abandonó la empresa.
Mientras tanto, el día en que el joven tenía que presentarse llegó y pasó. Entonces Mahmud dijo a sus cortesanos:
-Prepárense para hacer una visita a Herat. Allá hay alguien a quien tengo que ver.
Al entrar el Emperador y su cortejo a Herat, al sonido de las trompetas, el maestro de Haidar Alí lo tomó de la mano. Lo llevó a la puerta de la tekkia y allí esperaron.
Poco después, Mahmud y su cortesano Ayaz, quitándose los zapatos, se presentaron en el santuario.
-He aquí, Mahmud -dijo el jeque sufí, al hombre que no era nada mientras visitaba reyes, pero que ahora es uno a quien visitan los reyes. Tómalo como tu consejero sufí, pues está listo.
Esta es la historia de los estudios de Hiravi, Haidar Alí Jan, el Sabio de Herat.


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La dama que salio de un armario

Erase una vez en Turquía un mercader muy rico que tenía un hijo. Todo lo que el muchacho deseaba se le concedía siempre y así sucedió durante años. Un día le dijo a su padre:
-Ya soy un hombre y no deseo seguir viviendo en casa contigo y mis hermanos y hermanas, por lo que te ruego me des una buena casa propia, rodeada de un hermoso jardín y amueblada con todos los tesoros que puedas encontrar, así me sentiré tan feliz como largo es el día.
El mercader preparó una hermosa casa con todo lo necesario para hacer de ella el más lujoso de los hogares y su hijo fue a vivir allí. Un día, el hijo del mercader, cuyo nombre era Mustafá, vio un pequeño nido en uno de los arbustos de su jardín, sacó de él un minúsculo huevo de color azul, lo guardó en su armario privado y luego y se olvidó de él por completo. Pero, he aquí, que se trataba de un huevo mágico, puesto en el nido por un hada y, en medio de la noche, cuando el hijo del mercader estaba profundamente dormido en su lecho, el huevo se abrió y salió de él una hermosa dama. Todos los días, la madre de Mustafá solía enviarle abundantes manjares preparados por sus propias manos y todos los días la hermosa dama del armario salía y comía lo que quedaba sobre la mesa antes de que los sirvientes lo retiraran a la cocina. Un día, Mustafá volvió a su cuarto después de haber terminado su comida del mediodía y vio a la hermosa dama sirviéndose de una de las fuentes.
-¿Quién eres? -preguntó-. ¿Y cómo entraste en mi casa?
-No sé quien soy -contestó la dama, salí de aquel armario y jamás he conocido otro hogar.
-No vivirás más en el armario -dijo Mustafá, serás mi invitada y vivirás en uno de los cuartos más grandes y hermosos de mi casa.
-Gracias -contestó ella, verdaderamente me sentía un poco encerrada en el armario.
Así fue como Mustafá envió un mensaje a su madre diciéndole que ya había encontrado a la joven con quien iba a casarse y que la felicidad de su hogar sería completa. Cuando la madre, que llegó al poco tiempo para inspeccionar a la futura esposa de su hijo, la vio, quedó encantada con la elección de Mustafá y la boda se celebró sin demora. Mustafá dio a su esposa el nombre de Maragos, que significa «ojos negros», y vivieron felices muchos años. Pasado el tiempo nacieron dos hijos a los que llamaron Yuleg y Timor.
Un día, un pescador llevó a la casa de Mustafá un hermosísimo pez. Brillaba de la cabeza a la cola con escamas de plata y tenía dos ojos brillantes y verdes. Nunca jamás se había visto en la comarca un pez tan hermoso. El pescador dijo:
-Si alguien come de este pez, cuando llore caerán perlas de sus ojos y cuando ría, de sus labios manarán diamantes.
Mustafá de inmediato compró el pez al precio de mil piezas de oro.
La dama Maragos, que nació en un armario, había muerto y la mayor parte de las tareas de la cocina las hacía la esposa de su hijo Yuleg, que era el primogénito.
-Querida -dijo Mustafá a su nuera favorita- te ruego que cocines para mí este pez con tus propias manos y me lo sirvas cuando esté listo, quisiera comerlo en la cena.
Ella asintió y lo llevó a la cocina. Esta nuera era una joven dulce y encantadora pero la esposa de Timor, el otro hijo, era tan distinta de ella como el día de la noche; era astuta y de corazón malvado. Había escuchado la conversación entre su suegro y el pescador y también a Mustafá pedirle a la esposa de Yuleg que le cocinara el pez. Así es que decidió robar el pez y dárselo a comer a su propio marido para que pudieran caer perlas de sus ojos y diamantes de sus labios.
Mandó buscar a Aroudnas, una malvada bruja, y le dijo que rápidamente hiciera un conjuro para que su suegro, su cuñada y su cuñado se quedaran dormidos para siempre y ella pudiera robar el pez mágico. Pero mientras le susurraba a la vieja, una sirvienta que dormía la siesta escondida bajo la cama la escuchó y contó lo que había oído a su ama, la esposa de Yuleg. Ésta inmediatamente contó todo a su esposo y él decidió que escaparan durante un tiempo huyendo disfrazados a un bosque. Timor entró y preguntó a su hermano:
-¿Adónde vais? ¡Mi esposa te buscaba hace un rato para darte un regalo de cumpleaños!
Yuleg contó a su hermano lo sucedido y cómo se había enterado del plan de su cuñada de dormirlos para siempre mediante un hechizo. La esposa de Yuleg lloraba y se lamentaba pero Timor le dijo:
-No llores hermana, pronto huiremos juntos. Comamos el pez nosotros y dejemos a la malvada mujer con sus maquinaciones.
Todos comieron, se vistieron rápidamente con trajes sencillos y, llevándose un cofre de alhajas, se deslizaron en la noche. Había un solo caballo en los establos pero era un buen corcel, de modo que los tres saltaron a su lomo y se alejaron al galope.
Cabalgaron y cabalgaron y cabalgaron hasta que estuvieron lejos, muy lejos de la casa. La luna creció y ellos siguieron cabalgando. Al cabo de un rato el caballo comenzó a cansarse y se detuvo en el borde de un gran bosque. Los tres fugitivos desmontaron y Timor fue de inmediato a juntar leña para hacer una fogata y mantener alejados a los animales. Yuleg entró en el bosque para buscar más leña y poco después se perdió.
Miraba en derredor, intentando volver donde estaban su hermano y su esposa cuando de repente ante él apareció un enorme elefante bramando con toda su fuerza, ataviado con un enjoyado arnés y con pinturas multicolores. Tenía sobre el lomo una gran hauda dorada, un asiento adornado con gemas preciosas. Muy suavemente, el animal levantó a Yuleg con su trompa colocándolo sobre el asiento. Lentamente y con paso seguro el elefante fue abriendo camino entre el bosque mientras Yuleg miraba asombrado, y le llevó hacia una gran ciudad que brillaba, blanca como el mármol, a la luz de la luna.
Las puertas y portales se abrieron al paso del elefante y muy pronto, aunque ya era medianoche, una enorme multitud se reunió en la plaza.
-¡El elefante nos ha traído a nuestro nuevo rey! -gritaba la gente mientras se inclinaban ante él.
El elefante se arrodilló y un gran personaje, que era el visir de ese reino, se acercó a Timor y le dijo algo que le sorprendió mucho:
-Majestad, cada año, cuando muere nuestro rey, este elefante sale a traernos un nuevo gobernante. Él y sólo él tiene poder para hallar a nuestro monarca.
-Pero ¿cómo es que cada año necesitan un nuevo rey? -dijo Yuleg inquieto.
-Lo que sucede es algo que ignoramos, pero cada doce meses desde el primer día de nuestra existencia, nuestro gobernante sea joven o viejo, tímido o rudo, guapo o feo, muere. Una y otra vez el elefante elige a alguien que se casa con la reina y nos gobierna mientras vive. ¡La pobre reina ha tenido hasta ahora quince maridos! Y cada uno de ellos fue encontrado sin vida en el dormitorio real doce meses después de la boda.
Yuleg fue llevado sin más demora a conocer a la reina que le recibió con alegría. Ella era una joven exquisitamente hermosa, sin signo alguno en su rostro del sufrimiento que debía haber sentido ante la muerte de quince maridos.
-Ven al dormitorio real, mi señor -dijo con voz como la de un ruiseñor. Y le condujo a una habitación con cortinas de seda.
Allí fue desvestido por los sirvientes quienes le dieron un camisón de hilo y salieron sin darle la espalda. La reina había desaparecido.
«Parece que ahora soy un rey», se dijo, y se tendió sobre la colcha de seda bordada en pedrería. Se preguntó qué sucedería después, así que entrecerró los ojos y fingió que dormía. A los pocos minutos escuchó un tenue movimiento susurrante y vio que la reina se deslizaba dentro del cuarto; un rayo de luna caía sobre su rostro y brillaba de tal modo que parecía cambiada, aunque aún llevaba sus vestidos reales. Su rostro se volvió hacia arriba mientras él miraba y en un instante se convirtió en una gigantesca serpiente verde. Yuleg dio un salto y asió a la criatura por el cuello, la sostuvo y luego, tomando su daga, le cortó la cabeza. En ese instante la serpiente desapareció y la joven y hermosa reina volvió a aparecer. El encantamiento se había roto y, una vez más, el reino estaba en paz.
Ahora bien, el joven se olvidó totalmente de su propia esposa y de su hermano, y se instaló con la reina a gobernar la comarca desde la gran ciudad de alabastro, como si jamás hubiera hecho otra cosa.
Al amanecer, Timor fue a la orilla del río y buscó ansiosamente a su hermano pero no vio señales de él. Regresó adonde estaba su cuñada y ella notó en su rostro que algo andaba mal.
-Una bestia salvaje seguramente se ha llevado a Yuleg al bosque, o tal vez un cocodrilo lo ha arrastrado al río -dijo. Su cuñada inclinó la cabeza apenada.
-Bueno, regresaré al río, tal vez esté allí -dijo Timor.
Así fue como la dejó bajo un árbol con el cofre de joyas y partió sin ninguna esperanza de que su hermano estuviese vivo. Cuando llegó al río y vio que Yuleg no había ido por allí, comenzó a sollozar y de pronto las lágrimas que cayeron de sus ojos se convirtieron en perlas. Esto era así porque había comido del pez mágico. Pronto pasó un hombre en un bote y vio al joven sollozando junto a lo que parecía ser una pila de perlas a su lado.
«Ajá», se dijo, «¡esto parece interesante!». Entonces fue hasta la orilla y atrapó a Timor atándole y poniéndolo en el fondo de su bote.
-Por favor, déjeme ir -dijo Timor, dejando caer más perlas en el bote- mi hermano se ha perdido y mi cuñada está sola en el linde del bosque.
-Te llevaré a casa conmigo y harás mi fortuna, jovencito -dijo el cruel barquero. Y partió navegando por el río hacia su casa.
Allí, en un cuarto oscuro, el pobre muchacho lloraba a menudo por la suerte que le esperaba y, día a día, hacía crecer la pila de perlas. El hombre malvado que le tenía prisionero, llevaba las perlas diariamente al mercado para venderlas, diciendo que las había encontrado en el río.
Mientras tanto, en el linde del bosque, la esposa de Yuleg dio a luz un niño. Aunque estuvo asustada, a medida que pasó el tiempo olvidó su miedo y cuidó del bebé. Pronto se quedó dormida y entonces llegó hasta allí un hombre que era jefe de policía en esa parte de la comarca y que no tenía hijos propios y, cuando vio a la pobre y andrajosa mujer dormida con el bebé en sus brazos, decidió robar al niño. Suavemente tomó al niño dormido de los brazos de su madre y se internó en el bosque.
¡Imaginad el horror de la pobre mujer cuando se despertó y descubrió que su bebé no estaba! Vagó por el bosque todo el día sin comer ni beber llamándole y llamándole hasta que pronto estuvo en medio del bosque totalmente perdida.
Un buen anciano que vivía en un claro con su esposa, se hizo cargo de la muchacha como si fuera de su propia familia. Pasaron los años y el barquero que durante tanto tiempo había tenido prisionero a Timor, murió, así que pudo escapar llevando consigo una gran bolsa de perlas que encontró en la casa en la que durante tanto tiempo había estado prisionero.
Después de vender las perlas, viajó y viajó hasta que volvió a los lindes del bosque donde había perdido a su hermano y a su cuñada. No se veía a nadie. Se sentó con la espalda contra un árbol preguntándose adónde ir. A los pocos minutos, un anciano y una muchacha salieron del bosque.
-Aquí es donde perdí a mi esposo y a mi cuñado la noche en que nació mi bebé, buen anciano -decía la joven, suspirando. Y entonces sus ojos se posaron en Timor y corrió a sus brazos.
-Mi querida hermana -dijo él, qué suerte haberte encontrado de este modo -y le contó toda la historia del principio al fin, desde que fue apresado hacía ya dos años.
Ella a su vez le explicó cómo había vivido con el anciano y su mujer, y aquel día iba a enseñarle el lugar donde habían estado juntos dos años atrás.
-Vé ahora con tu cuñado -dijo el anciano, busca a tu esposo e hijo porque estoy seguro de que están vivos y es tu deber encontrarlos estén donde estén. Y, diciendo eso, volvió al bosque.
Ahora bien, aquel día, el distraído Yuleg que había gobernado como rey durante dos años, decidió salir de caza en su elefante y llegó hasta aquel lugar del bosque. Vio las dos figuras quietas sobre el tronco de un árbol caído, y de inmediato le volvió la memoria reconociéndolos. Hizo arrodillarse al elefante y se reunió feliz con su esposa y su hermano.
-Venid conmigo a mi reino -exclamó, y comenzó a reír con tal placer que de sus labios cayeron diamantes.
-No puedo ir con vosotros, tengo que encontrar a nuestro hijo -dijo llorando la joven esposa, y cayeron perlas de sus ojos.
Los tres decidieron buscar al niño a lo largo y ancho de la comarca. Viajando en la enjoyada hauda del elefante, llegaron al fin a la casa del prefecto de policía donde el niño estaba jugando en el jardín. En cuanto le vio, la joven madre supo que era su hijo por una marca de nacimiento en forma de pájaro que tenía en la mano derecha. Yuleg hizo arrodillarse al elefante y, antes de que el jefe de policía o su mujer lo notaran, recogió al niño, lo puso en el hauda y el elefante se levantó llevándolo con ellos. Tras un largo viaje el elefante llevó a los cuatro de vuelta al palacio real de limpio y brillante alabastro y la hermosa reina salió a recibirlos.
-¿Quiénes son estas personas, mi señor? -preguntó a Yuleg cuando los vió descender del elefante.
-Es una larga historia -dijo él, y entrando en el palacio se la contó del principio al fin. Y añadió: ésta es mi primera esposa, así que, aunque tú eres la reina, ella será mi favorita y ambas debeis ayudaros una a la otra.
Las dos mujeres se abrazaron y prometieron que ambas cuidarían de él mientras viviesen. Así fue como los dos hermanos vivieron felices juntos en su reino distante, y muchos diamantes cayeron de sus labios cuando reían, pero nunca ninguno de ellos lloró perlas de sus ojos ya que fueron felices el resto de sus vidas.


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La caja de joyas

Se cuenta la historia de una mujer que llevaba a la joyería una caja con joyas de varios tamaños. Justamente frente a la tienda tropezó y la caja cayó al suelo.
La tapa del cofrecito se abrió y las joyas se dispersaron por doquier.
Los ayudantes del joyero salieron de la joyería corriendo, para impedir que alguien que pasara por allí se llevara algunas de las joyas, y ayudaron a la mujer a recogerlas.
Un avestruz que paseaba por el lugar llegó velozmente y, sin que nadie lo notara, en medio de la excitación, se tragó la piedra mejor y más grande.
Cuando la mujer se dio cuenta de que le faltaba esta gema comenzó a lamentarse y, a pesar de buscarla por todas partes, no pudo encontrarla.
Alguien dijo:
-La única persona que pudo haber tomado la piedra es aquel derviche que está sentado silenciosamente junto a la joyería.
El derviche había visto al avestruz tragarse la piedra, pero no quería que se derramara sangre. Por lo tanto, cuando se le aprehendió, registró y hasta golpeó, no dijo más que:
-Yo no he tomado absolutamente nada.
Mientras le apaleaban, llegó otro derviche e instó a la muchedumbre a que tuviese cuidado con lo que estaba haciendo. Entonces, a él también le aprehendieron y acusaron de haber tomado la piedra, que subrepticiamente le pasó el primer derviche, sin creerle.
Mientras esto sucedía, apareció un hombre dotado de conocimiento y, al advertir la presencia del avestruz, preguntó:
-¿Estaba aquí ese pájaro cuando la caja cayó al suelo? 
-Sí -dijo la gente.
-En ese caso -aconsejó- presten atención al avestruz.
Se pagó al dueño del avestruz el valor del animal, lo mataron, y en su estómago se encontró la joya que faltaba.


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