En
medio de la selva había un poblado donde la gente nunca había visto
el mar. Un chico de ese poblado, que era cazador, se adentraba en la
espesura en dirección al mar cuando iba de caza. Cada día llegaba,
sin saberlo, un poco más cerca. Hasta que un día oyó el rumor de
las olas y regresó espantado a su casa.
Al
día siguiente preparó su comida y volvió sobre sus pasos, para
averiguar qué era lo que provocaba aquel gran ruido. Por el camino
encontró a un hermoso pájaro de plumas brillantes de muchos
colores, lo cazó y se lo llevó con él.
Al
llegar al mar, quedó maravillado por encontrar un río tan grande y
un espacio tan abierto. Siguiendo la costa divisó un poblado y, en
él, un palacio. Desde una de las ventanas le estaba observando la
hija del rey de aquel lugar, que le tiró una cuerda y le invitó a
subir. La chica le contó que su padre no quería que se viera con
ningún hombre, porque quería que diera a luz sin haberse acostado
con ningún varón.
Al
despedirse, le pidió que le regalara el pájaro. Él replicó: «No
puedo dártelo, porque es lo único que tengo para comer. Pero, como
tiene unas plumas tan hermosas, te entregaré una si me muestras tu
pie». Ella accedió.Y el chico, desde aquel día, acudía a
visitarla y le daba una pluma a cambio de que ella le mostrase una
parte de su cuerpo. Por fin se acostaron juntos y, al cabo de un
cierto tiempo, la chica quedó embarazada. Él volvió a su poblado a
la espera de que diera a luz.
Cuando
la chica estaba a punto de alumbrar a su hijo, mandó recado a su
novio. Éste llegó al poblado con toda su familia. Y cuando llegó
el momento, la hija del rey dio a luz a un niño muy hermoso. El rey
reunió a toda la gente del poblado y les dijo: «Siempre habíais
oído decir que Dios es el único que había conseguido que una mujer
diera a luz sin necesidad de acostarse con un hombre. Sin embargo,
ahora podéis daros cuenta de que yo también he podido conseguirlo.
Si hay alguien entre vosotros que pueda desmentirlo, que se levante y
que hable delante de todos».
La
gente del poblado estaba contenta de que su rey hubiera conseguido
hacer lo mismo que Dios. Por eso se sorprendieron al ver que el chico
del bosque se levantaba. Cuchicheaban: «¿Cómo un salvaje del
bosque puede enseñarnos nada a nosotros los de la costa, que somos
civilizados?». El chico explicó su historia y la hija del rey entró
en el palacio y regresó con la cesta llena de las plumas que le
había regalado. Entonces todos les creyeron, porque nadie había
visto nunca unas plumas semejantesi.
El
rey, avergonzado, entregó su palacio al chico del bosque, que se
quedó allí con la chica y con toda su familia. Desde entonces, la
gente del bosque ha vivido también en la playa.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
i
Las
plumas cumplen la función de «marca», además de haber provocado
una progresiva iniciación sexual.
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