Éste
qu'era un viejito y una viejita, según mi acuerdo. Quesque tenían
tres hijos varones. Un día que 'staban muy pobres. L'ella no tenía
nada pa comer. Y el hijo más grande, viendo esa pobreza, salió a
rodar tierra. Cuando anduvo mucho se topó con un viejito de barba
blanca y le preguntó pand'iba. Y le contó el muchacho. El viejo lo
mandó a llevar una carta. Éste la tiró por áhi y se volvió y
mintió que la había entregau. El viejo le dijo si qué quería
ahora él, cien pesos o un Dios te lo
pague.
El
muchacho quería los cien pesos. Y el viejito se los dio, y se volvió
el muchacho pa su casa. Y cuando llega allá el padre lo hartó a
palos, porque sólo llevaba una carga de carbón.
Después
salió a rodar tierra el segundo hijo. Y volvió con el mismo
resultado. Pero después salió el más chico y se topó con el
viejito, y cuando le dijo:
-¿Qué
querís, los cien pesos o un Dios te lo
pague? El changuito le contestó que
quería un Dios te lo pague.
Entonces
el viejito le dijo que tenía que hacer un largo viaje. Y le 'bía
dau un burrito. Y le dijo qui ande s'hinque el burrito, tenía que
entregar una carta pa una señora.
Salió
el chico y cuando ya 'bía caminau un buen poco se le apareció un
río de creciente clara. Y el burrito la 'bía cruzau no más. Más
allá le apareció un río con creciente blanca. Y también la 'bía
pasau con el burrito. Porque el viejito li había dau una espuelita
de plata al changuito pa que lo espuelie al burrito cuando encuentre
un peligro. Más allacito no más se le apareció un río con agua
color sangre y lo mismo lo 'bía pasau el changuito con su burrito,
al que le hincaba la espuelita. Y más allacito había encontrau dos
piedras blancas que estaban juntandosé y separandosé. Y cuando se
habían separau li había hincau l'espuelita al burrito y había
pasau no más. Y di áhi, había seguíu no más y había encontrau
dos toros peliando. Quesque se juntaban y se separaban. En cuanto se
'bían separau ha pasau el changuito con el burrito. Y di áhi, más
allá ha encontrau un potrero con alfalfa y llenito de vacas flacas,
y lo había pasau. Más allá ha encontrau un potrero sin pasto y
llenito de vacas gordas. Y 'bía seguíu no más hasta que el burrito
s'hincau solito en una casita. Y había salíu una señora y le 'bía
dau la carta. La señora le 'bía recibíu la carta y después que le
'bía dau de comer al changuito. Después se 'bía dormíu el
changuito.
El
burrito que 'staba atau se 'bía muerto y estaba los huesitos no más.
El changuito había dormío un año. Y la señora lo despertó y le
dijo que se vaya. Y le dio otra carta pal viejito. Cuando había
queríu irse el burrito estaba muerto, los huesos no más. Entonces
la señora le dio un carboncito bien negro y brillante pa que lo
toque al burrito. Y cuando lo tocó al burrito con el carboncito, se
paró y empezó a caminar.
Y
ya no había encontrau nada hasta llegar al viejito. Y el viejito le
preguntó al changuito si qué había visto. El changuito le contó
todo. Entonces el viejito le dijo que la creciente clara, eran las
lágrimas que su madre derramó cuando lo había teníu a él; la
creciente blanca, la leche que había tomau de su pecho cuando el
changuito era chiquito; el río con creciente de sangre era la sangre
que la madre había derramau en el parto; que los toros eran los
malos compadres que hacen mal con sus acciones, a la gente; que las
piedras que se juntaban eran las malas comadres que se pasan hablando
de los vecinos; que las vacas flacas del potrero con pasto, eran la
gente mala que tenían plata y siempre estaban queriendo más, sin
llenarse de una vez; que las vacas gordas en el potrero sin pasto
eran la gente pobre y humilde que estaba conforme con lo poco que
tenía, y que la señora que le dio la carta era la Virgen y el
viejito era Tata Dios.
Entonces
el viejito recibió la carta de la señora y le dijo que lleve el
carboncito a su casa y se vaya. No le dio más porque él había
querido un Dios se lo pague
no más. El changuito se volvió y al llegar a la casa del padre, al
verle las manos vacías, lo castigó. La madre lo consoló. Y el
chico le dijo que saquen todas las cosas de la pieza grande de la
casa. Y cuando ésta quedó vacía, el changuito agarró el
carboncito que le dio la señora y lo tiró adentro. Entonces toda la
pieza se 'bía llenau di oro y plata. Quesqu'era muy mucha, que no la
podían contar. Entonces el padre le 'bía pedíu perdón a su hijo y
'bía reconocíu que era bueno.
Horacio
Galleguillos, 52 años. La Cuadra. Famatina. La Rioja, 1950.
Trabajador
de campo y minero.
Cuento
1011. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 072
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