Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de febrero de 2015

Un dios se lo pague .1011

Éste qu'era un viejito y una viejita, según mi acuerdo. Quesque tenían tres hijos varones. Un día que 'staban muy pobres. L'ella no tenía nada pa comer. Y el hijo más grande, viendo esa pobreza, salió a rodar tierra. Cuando anduvo mucho se topó con un viejito de barba blanca y le preguntó pand'iba. Y le contó el muchacho. El viejo lo mandó a llevar una carta. Éste la tiró por áhi y se volvió y mintió que la había entregau. El viejo le dijo si qué quería ahora él, cien pesos o un Dios te lo pague.
El muchacho quería los cien pesos. Y el viejito se los dio, y se volvió el muchacho pa su casa. Y cuando llega allá el padre lo hartó a palos, porque sólo llevaba una carga de carbón.
Después salió a rodar tierra el segundo hijo. Y volvió con el mismo resultado. Pero después salió el más chico y se topó con el viejito, y cuando le dijo:
-¿Qué querís, los cien pesos o un Dios te lo pague? El changuito le contestó que quería un Dios te lo pague.
Entonces el viejito le dijo que tenía que hacer un largo viaje. Y le 'bía dau un burrito. Y le dijo qui ande s'hinque el burrito, tenía que entregar una carta pa una señora.
Salió el chico y cuando ya 'bía caminau un buen poco se le apareció un río de creciente clara. Y el burrito la 'bía cruzau no más. Más allá le apareció un río con creciente blanca. Y también la 'bía pasau con el burrito. Porque el viejito li había dau una espuelita de plata al changuito pa que lo espuelie al burrito cuando encuentre un peligro. Más allacito no más se le apareció un río con agua color sangre y lo mismo lo 'bía pasau el changuito con su burrito, al que le hincaba la espuelita. Y más allacito había encontrau dos piedras blancas que estaban juntandosé y separandosé. Y cuando se habían separau li había hincau l'espuelita al burrito y había pasau no más. Y di áhi, había seguíu no más y había encontrau dos toros peliando. Quesque se juntaban y se separaban. En cuanto se 'bían separau ha pasau el changuito con el burrito. Y di áhi, más allá ha encontrau un potrero con alfalfa y llenito de vacas flacas, y lo había pasau. Más allá ha encontrau un potrero sin pasto y llenito de vacas gordas. Y 'bía seguíu no más hasta que el burrito s'hincau solito en una casita. Y había salíu una señora y le 'bía dau la carta. La señora le 'bía recibíu la carta y después que le 'bía dau de comer al changuito. Después se 'bía dormíu el changuito.
El burrito que 'staba atau se 'bía muerto y estaba los huesitos no más. El changuito había dormío un año. Y la señora lo despertó y le dijo que se vaya. Y le dio otra carta pal viejito. Cuando había queríu irse el burrito estaba muerto, los huesos no más. Entonces la señora le dio un carboncito bien negro y brillante pa que lo toque al burrito. Y cuando lo tocó al burrito con el carboncito, se paró y empezó a caminar.
Y ya no había encontrau nada hasta llegar al viejito. Y el viejito le preguntó al changuito si qué había visto. El changuito le contó todo. Entonces el viejito le dijo que la creciente clara, eran las lágrimas que su madre derramó cuando lo había teníu a él; la creciente blanca, la leche que había tomau de su pecho cuando el changuito era chiquito; el río con creciente de sangre era la sangre que la madre había derramau en el parto; que los toros eran los malos compadres que hacen mal con sus acciones, a la gente; que las piedras que se juntaban eran las malas comadres que se pasan hablando de los vecinos; que las vacas flacas del potrero con pasto, eran la gente mala que tenían plata y siempre estaban queriendo más, sin llenarse de una vez; que las vacas gordas en el potrero sin pasto eran la gente pobre y humilde que estaba conforme con lo poco que tenía, y que la señora que le dio la carta era la Virgen y el viejito era Tata Dios.
Entonces el viejito recibió la carta de la señora y le dijo que lleve el carboncito a su casa y se vaya. No le dio más porque él había querido un Dios se lo pague no más. El changuito se volvió y al llegar a la casa del padre, al verle las manos vacías, lo castigó. La madre lo consoló. Y el chico le dijo que saquen todas las cosas de la pieza grande de la casa. Y cuando ésta quedó vacía, el changuito agarró el carboncito que le dio la señora y lo tiró adentro. Entonces toda la pieza se 'bía llenau di oro y plata. Quesqu'era muy mucha, que no la podían contar. Entonces el padre le 'bía pedíu perdón a su hijo y 'bía reconocíu que era bueno.
Y ha pasau por un zapatito roto para que usté me cuente otro.

Horacio Galleguillos, 52 años. La Cuadra. Famatina. La Rioja, 1950.

Trabajador de campo y minero.

Cuento 1011. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

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