Ndjambu
y Ngwalezie ya eran muy viejos. De manera que Ugula decidió irse de
casa para encontrar una mujer y un sitio mejor donde vivir.
Mientras
seguía el camino del bosque, oía ruido entre los árboles. Pensó
que alguien le seguía, pero no veía a nadie. Por fin llegó a la
playa y entonces, al volver la vista atrás, vio a un hombre que en
realidad era un fantasma.
El
fantasma le dijo: «Me gustaría ir contigo, porque también a mí me
gustaría tener a una mujer. Pero tienes que dejarme algo de ropa,
porque así desnudo no me querrán en ningún poblado». Ugula aceptó
el ofrecimiento, y se hicieron amigos.
Llegaron
juntos a un poblado y pidieron que les acogieran. En la casa donde
les alojaron había tres muchachas. Enseguida que el padre regresó,
pidieron su consentimiento para poder casarse con dos de ellas. Así
se hizo, y cada día y cada noche las muchachas daban abundante
comida a los dos maridos.
Pero
el fantasma no aceptaba que Ugula comiera tanto como él: «¿Es que
eres un criminal? ¿Dejarás que me muera de hambre mientras tú
comes una parte tan grande?», decía. Le arrancaba el plato de las
manos y se lo comía todo. La mujer de Ugula le empezó a preparar
comida a escondidas, durante la noche. Pero el fantasma siempre se
daba cuenta y repetía la misma escena. Hasta que por fin una noche
decidieron escaparse: abrieron la puerta y echaron a correr en
dirección al poblado de Ndjambu.
A
medianoche, el fantasma se despertó y vio que Ugula y su mujer no
estaban en la habitación. Al principio creyó que estarían comiendo
a escondidas, y se dirigió a la cocina para sorprenderles. Pero al
ver que no estaban en ninguna parte, empezó a perseguirles:
corriendo y volando, corriendo y volando, les alcanzó a la entrada
del poblado. Entonces dijo a Ugula: «Siendo mi amigo, no deberías
escapar así, como si quisiera hacerte daño».
Se
reconciliaron, y entonces el fantasma dijo: «Podemos seguir siendo
buenos amigos. Pero, con las prisas por alcanzarte, he olvidado traer
a mi mujer. Déjame unos días a la tuya». Ugula lo consultó con
ella y estuvieron de acuerdo. El fantasma y la mujer de Ugula se
fueron y Ugula entró en su pobladoi.
Al
llegar a su casa, se dio cuenta de que Ndjambu y Ngwalezie habían
muerto. Se puso a llorar desconsoladamente y estuvo siete días en el
poblado preparando la llegada de su mujer. Luego se dirigió al
poblado del fantasma y llamó a la casa donde se encontraba. El
fantasma estuvo muy contento por su visita y le dijo: «Ya sé que lo
pasaste mal por mi culpa en casa de nuestro suegro. Pero si entonces
te quitaba la comida, ahora te daré algo que te hará rico si eres
capaz de comerte toda esta gran olla llena de arroz que tu mujer ha
preparado».
Ugula
comprendió que su amigó quería reparar el daño que le había
hecho al haberle dejado tantas veces sin comida. Así que se apresuró
a comerse el arroz. Luego el fantasma le dio un anillo y le dijo:
«Todo lo que pedirás a este anillo te será concedido».
Y
así fue. Ugula y su mujer regresaron al poblado y, gracias a las
riquezas que obtuvieron del anillo, fueron felices durante el resto
de sus vidas.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
i
Este
préstamo de pareja no aparece en ningún otro cuento; como tampoco
el hecho de que un fantasma se convierta en donante, como sucede
después.
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