Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 5 de febrero de 2015

Pompeira el valiente .851

Era un viejo y una vieja. El viejo era muy flojo, tan flojo que no servía para nada más que para 'tar sentado a la orilla del juego, en la cocina. La vieja hacía todo. Salía a ver la hacienda, a tráir la leña, a acarriar agua, a carniar, a componer los cercos, a sembrar las chacras, y iba al pueblo a comprar los vicios y todo lo que se necesitaba en las casas.
Un día, la vieja andaba campiando unos animales y se encontró con un gigante. Entonces el gigante le dice:
-No si asuste, no le voy a hacer nada, pero no hay más que usté se tiene que venir conmigo. Yo la voy a llevar a mi casa, la voy a tratar bien y usté va a tener todo lo que necesite sin andar trabajando como un hombre, como anda.
-No, señor, no puedo ir porque tengo que atender a mi esposo. ¡Cómo me voy a ir y lo voy abandonar!
Pero el gigante la llevó no más.
Cuando llegaron a las casas del gigante, la hizo entrar y la encerró. Tenía puerta de fierro la casa y el gigante le echó llave. La vieja tenía todas las comodidades y vivía con el gigante. Al año tuvo familia, un niño varón. El niño era muy vivo y durísimo, a los cinco o seis día ya andaba corriendo. Al mes, el chico ya 'taba grandecito y el gigante le dijo a la vieja que se juera, que ya no la necesitaba más.
-Si me voy me va a matar mi marido -le dice la vieja.
-El niño tiene que quedar. Es el único heredero de lo que tengo. Todas esas piezas llenas de plata van a ser para él -le dijo el gigante.
El niño le dijo que él se iba con la madre no más. Se jue la vieja con el chico, pero él tenía que volver esa tarde.
Cuando llegó a su casa, la vieja, el viejo le dice:
-Te fuiste sin cría y volvís con cría. ¡Ya vas a ver lo que te va a pasar!
Sacó, el viejo, un lazo trenzado y la jue a castigar a la vieja. El chico al lado de la madre 'taba y no se movía. Cuando le jue a pegar el viejo a la vieja, el chico lu echó al suelo di un chirlo. El viejo se enderezó y quiso pegarle, pero el chico lo volvió a echar al suelo. El viejo guardó el lazo y se jue a la cocina y se sentó a la orilla del juego.
La vieja echó leña al juego que 'taba cuasi apagado y se puso a hacer la comida. Después comieron.
Esa tarde, el chico se aprontó para irse a la casa del gigante, y le dijo al viejo:
-Si la tocás a mi madre, mañana te mato -y se jue.
El chico llegó a la casa del gigante y le dijo:
-Mañana echemé una tropilla de yeguas para enlazar un potro en el corral.
El gigante le echó una linda tropilla al corral. Entró a enlazar el chico. Cada potro que enlazaba y le pegaba una estirada, lo mataba. Eran potros gordos y bravos y los mató a cuasi todos.
Después le dijo al padre, al gigante:
-Mire, padre, hagamé hacer una espada de catorce arrobas.
El gigante se la hizo hacer de acero puro.
A los pocos días el herrero que hizo la espada le mandó decir al gigante que ya 'taba hecha pero que él no se la podía tráir. El chico jue y la trajo. El padre lo bautizó con el nombre de Pompeira. El chico la encontró muy liviana a la espada y le dijo al herrero que le echara catorce arrobas más.
Cuando tuvo hecha la espada, el herrero les mandó a decir que la podían tráir. El chico jue y la agarró a la espada y la manejaba con el dedo chico para todos lados. La encontró liviana todavía, pero para no ponerlo en más gastos al padre le dijo al herrero que la dejara así.
Güeno... Jue a la casa, el chico, y le dijo al gigante:
-Padre, no hay más, que ahora me voy a rodar tierra. El gigante le dijo que para qué se va a ir sin necesidad. Pero él le dijo que se iba no más.
El gigante le trajo dos mulas pa que hiciera el viaje. Ensilló una de las mulas y a la otra la llevó de tiro. Se despidió y se jue.
A los muchos días de caminar sin rumbo se le cansa la mula que montaba. Le pegó una estirada, le cortó la cabeza y la tiró. Ensilló la otra. A los dos o tres días se le cansó la otra mula. La tiró ensillada y no sacó del apero más que una bolsa de lona. Y siguió de a pié. Lejos, encontró un dijunto. Lo estuvo mirando sin saber qué hacer. Al fin lo dejó. Después de caminar, va pensando y se vuelve y lo llevó al hombro. Al hacerse de noche, se tiró a dormir a la orilla del camino y lo puso al dijunto de cabecera. Al día siguiente se despertó y siguió andando con el dijunto al hombro. Llegó a un cementerio y lo enterró al muerto.
Siguió de nuevo su viaje y cerca no más encuentra a un hombre que llevaba una iglesia en la cabeza. Le pregunta que para dónde va y el otro le contesta que la cambiaba de lugar porque no estaba bien ande la habían hecho. Le preguntó a este hombre tan fortacho que cómo se llamaba y le dijo que se llamaba Miliquinaco. Entós le dice:
-Deje eso, amigo. Vamos, mejor, a rodar tierra juntos. Le pago lo que pida.
El hombre dijo que güeno, lo conchabó y siguieron juntos.
Por el camino encuentran a otro hombre que 'staba envolviendo una espesura con un hilo de carretel. Le preguntó, Pompeira, qué 'staba haciendo y el hombre le dice que 'staba por arrancar esos árboles. Áhi le pegó una estirada y sacó todos los árboles de ráiz. Entós le preguntó el nombre y le dijo que se llamaba Placamontaña. Era otro hombre muy fortacho, tan fortacho como el otro. Entós le dijo Pompeira:
-Deje di arrancar árboles, amigo, y vamos juntos a rodar tierra. Yo le pagaré lo que usté quera.
El hombre dijo que güeno, y lo conchabó Pompeira. Y siguieron camino los tres.
Caminando llegaron a una ciudá muy grande. Había casas de negocio muy surtidas. Pompeira le dijo que se quedaran por una noche áhi.
Al otro día determinaron de ir a cazar aves para comer. Salieron de la ciudá y se entraron en medio de unos cerros. Dispusieron que se quedara Miliquinaco a hacer la comida y los otros dos salieron a cazar. Miliquinaco era el que alzaba las casas y las iglesias como si jueran un juguete.
Miliquinaco hizo juego y preparó la comida en una olla grande de fierro qui habían comprado en la ciudá. Cerca de las doce del día retiró la olla con la comida cocida y se sentó en una piedra a esperar los compañeros. Cuando 'tá sentado se le presenta un viejo con una barba tan larga que se la pisaba con el dedo grande del pie, y le dice:
-¿Qué hacís aquí, gusanillo de la tierra?
-Callate, viejo zonzo, y vení que te voy a convidar con pan y vino.
Entós el viejo se le arrimó y lo echó al suelo de una trompada. Y lo aporrió muchísimo. Este viejo parecía de fierro porque tenía muchas más juerzas que este hombre que era tan fortacho. Después que lo dejó tendido en el suelo a golpes, jue ande había hecho la comida y le volcó la olla, y se jue.
Al rato llegaron los compañeros y lo encontraron revolcado, lleno de chichones y sin comida. Él les cuenta que un viejo había venido, lu había aporriado y li había volcado la comida. Que parecía que tenía manos de fierro porque él, con la juerza que tenía no se podía atajar las trompadas. Como los compañeros traían muchos animales cazados, se prepararon otra comida.
Güeno... Al día siguiente quedó el segundo, Placamontaña, el que arrancaba con un hilo las montañas di árboles. Los otros dos se jueron a cazar.
Placamontaña hizo juego, preparó la comida, y cuando ya 'taba bien cocida se sentó a la sombra a descansar y a jumar un cigarro. En eso que 'taba llegó el viejo y le preguntó:
¿Qué hacís aquí, gusanillo de la tierra? Éstos son mis dominios y naide puede 'tar sin mi permissio -y áhi no más lo echó al suelo di una trompada.
Placamontaña, con las juerzas que tenía, no se podía ni atajar una de las trompadas que le tiraba el viejo. Lo aporrió hasta que se llenó, como lo había aporriau al otro. Después jue y le volcó la comida y li apagó el juego.
Volvieron los compañeros y Placamontaña contó lo mesmo que el otro cómo lu habían aporriáu y lu habían dejau en el suelo, y li habían volcau la comida.
Güeno... Prepararon las aves qui habían cazau y se quedaron áhi.
Al día siguiente, Pompeira dice:
-Ahora me toca a mí. Vayan no más ustedes a cazar.
Pompeira hizo juego, preparó la comida y después se sentó a jumar, y puso al lado la espada. Al rato no más se le para adelante el viejo de la barba y le dice:
-¿Qué hacís en mis propiedades? ¿Quién ti ha autorizado a 'tar en este lugar?
Y junto con lo que le dijo le tiró una trompada, pero Pompeira se la atajó. Áhi saltó con la espada en la mano y se trenzaron a peliar. El viejo peliaba a trompadas y Pompeira con la espada. Lo partía al viejo, por el medio, y las mitades del cuerpo se volvían a pegar. Así peliaron mucho tiempo hasta que Pompeira le pega un hachazo al   viejo en el talón y lo mató. En el talón había teníu el viejo las fuerzas y la vida. Lo agarró a la rastra de la barba y lo colgó arriba di un algarrobo muy grande qui había. Áhi lo dejó y se fue a sentarse ande 'taba.
Cuando vienen los compañeros, les dice:
-Vayan a tráir la comida y miren al viejo. Áhi lo tengo colgau de la barba.
Lo van a ver al viejo y no había más que las carretas, y las barbas del viejo que habían quedau colgando del algarrobo. Áhi jueron las crucijadas de Pompeira.
-Güeno -dice- nu hay más que lo tenimos que seguir anque sea hasta el fin del mundo.
Comieron, descansaron un rato y siguieron el rastro de la sangre que dejaba el viejo sin carretillas y sin barbas. Llegaron ande 'taba una piedra muy grande y áhi se pardían los rastros. Los dos hombres fortachos quisieron mover la piedra, pero no pudieron. Entós Pompeira la empujó y la hizo saltar. Áhi descubrieron un güeco. Se veía que este güeco era muy profundo. Intentaron medirle el fondo con los lazos que tenían y no alcanzaban todos los lazos yapados. Entós echaron siete cueros de güey al agua y cuando tuvieron en condiciones hicieron una soga muy larga para bajar por el güeco.
Al día siguiente se jueron al güeco. Ataron al lazo di un árbol y de la otra punta lo ataron a Miliquinaco. Le dijieron que lo tratara de sacar al viejo que ya debía 'tar muerto. Quedaron que cuando quisiera que lo sacaran por cualquier causa, que cimbrara el lazo.
Lo bajaron a Miliquinaco. Pasó varios pisos claros, oscuros, medios oscuros... Llegó a uno de aire muy frío que congelaba, y lo soportó... Llegó a otro de aire muy caliente que causi se cocinaba; tuvo miedo y cimbró el lazo para que lo sacaran. En seguida lo sacaron los compañeros. Entós les contó los sustos qui había pasado, que soportó el aire frío, pero que no había podido soportar el aire caliente.
Le tocó el turno a Placamontaña. Lo ataron y lo bajaron. Placamontaña pasó los lugares oscuros y claros, soportó el aire frío, también el aire muy caliente que lo asaba, y entró en otro de aire fétido. Intentó soportar, pero al fin no pudo más y cimbró el lazo. Áhi no más lo sacaron. Contó lo que había soportado, pero que al fin lu había vencido el aire fétido, porque no lo había podido sufrir.
Güeno... Ahora le tocó el turno a Pompeira. Pompeira dijo que no lo vayan a sacar hasta que él no cimbre tres veces el lazo.
-No voy a volver hasta que no lo traiga a ese viejo del diablo.
Lo largaron a Pompeira. Pasó los lugares claros, oscuros, el aire frío que congelaba, el aire caliente que cocinaba, el aire fétido que augaba, y al fin llegó al otro mundo. Vio árboles, lagunas y casas. En el tronco di un árbol ató la soga y por la lista de la sangre lo siguió al viejo. Dio con unos palacios y áhi entraba la lista de sangre.
Esos palacios eran del viejo de la barba y áhi tenía éste a una niña en encanto. Llega áhi Pompeira y si asoma y lo ve al viejo que se 'taba peinandosé una barbita chiquita que ya le estaba saliendo. Entós le dice Pompeira:
-En busca tuya vengo.
-Por irte a buscar estaba -le contesta el viejo.
Ya se juntaron a peliar. Peliaron tanto, que no daban más ninguno de los dos. En cada hachazo que le daba con su espada Pompeira, lo partía en dos al viejo, pero cuando retiraba la mano se volvía a juntar. Hasta qui al fin le pudo pegar en el talón, y lo mató. Entós lo quemó al cuerpo del viejo pa que no volviera a vivir.
Pompeira entró al palacio, y encontró a la niña que tenía en encanto el viejo. La niña lloraba di alegría lo que este joven valiente la salvaba, pero tamén le pidió que sacara a una hermana de ella que estaba más abajo, y que la tenía en encanto un gigante que era más malo que el viejo. Entós le dio ella un anillo de virtú para que lo llevara al reino de más abajo. Él tenía que decir: Dios y el anillo de virtud, que baje al reino del gigante. Pompeira lo dijo y al momento estuvo en el palacio del gigante. Por una ventana la vio a la niña que tenía en encanto el gigante, que era más bonita que la otra. La habló y la niña muy asustada le dijo:
-¡Vayasé, vayasé, joven, que el gigante que me tiene en encanto es malísimo! Esos montones de güesos que 'stán áhi son toda la gente qui aquí viene y la mata el gigante. El gigante ha salido, pero va a llegar di un momento a otro.
-No se le dé cuidau -le contestó Pompeira. Por el momento, abra la puerta para entrar.
-No, no -le dijo la niña, porque somos perdidos los dos.
Entós Pompeira le pegó un puntapié y la hizo pedazos. Entró al palacio y al ratito no más llegó el gigante bramando. Ya tomó el olor de que había gente del otro mundo y venía pronto a matarla. Pompeira lo esperaba con la espada en la mano.
Cuando llegó el gigante lo encaró Pompeira y se pusieron a peliar. Peliaron muchísimo hasta que Pompeira lo mató al gigante. Entós vino llorando de contenta la niña, y le dijo que por favor salvara a otra hermana de ella, la menor, que 'taba más abajo encantada por una serpiente.
-La serpiente es más mala que el gigante.
-No tenga miedo por mí -le dice Pompeira, y se va.
Se jue Pompeira más abajo y llegó al palacio de la serpiente.
Se asoma por la ventana y ve a la más joven de las niñas y que era la más bonita. Ya cuando lo vido, la niña le dice:
-¡Ay, joven!, ¿quí anda haciendo por estos mundos? No entre que la serpiente los va a comer a los dos. Pompeira le pegó un puntapié a la puerta, la rompió y entró. Entós le dijo a la niña:
-No tenga miedo. Yo hi venido para salvarla a usté como hi salvado a sus hermanas. Ya va a ver cómo mato a la serpiente.
-Güeno... Se pusieron a conversar. Se sentaron. Él 'taba con la espada en la mano. Entós le dijo:
-Venga, espulguemé hasta que llegue la serpiente. La niña se puso a espulgarlo y en eso se durmió Pompeira. Ya cuando sintió la niña el bramido de la serpiente que venía, lo quería despertar a Pompeira, pero no podía. Lo sacudía, le tiraba el pelo, pero el joven no se despertaba. Entós se largó a llorar y le cayó una lágrima en la cara a Pompeira, y se despertó. Le pregunta por qué llora, y le dice que lloraba porque venía llegando la serpiente y él no se despertaba. Que ya los iba a comer a los dos. Áhi no más se paró Pompeira, y ya llegó la serpiente, que tenía siete cabezas. Y se pusieron a peliar sobre el montón de güesos de las personas que la serpiente había muerto. Peliaron muchísimo. Le cortaba cuatro o cinco cabezas y se le volvían a pegar. Al fin di un golpe le cortó las siete cabezas, y la mató.
Güeno, le dijo a la niña que se jueran.
-Tiene que llevarme con una cabra mora -le dice- que tengo acá y que nos va a prestar muchísimos servicios.
-¡Cómo no! -le contesta él.
Se jueron y se juntaron con las otras dos hermanas. Llegaron ande 'taba la soga. Las niñas le dijieron que salga él primero. Él dijo que no. Colgó a la mayor y cimbró la soga. Cuando salió ajuera, la niña, Miliquinaco dijo:
-Ésta es pa mí.
Mandaron la soga y colgó a la segunda. Cuando salió ajuera, Placamontaña dijo:
-Ésta es pa mí.
Mandaron la soga. Entós la niña menor le dijo que cuando se colgara él, que con seguridá le iban a cortar la soga los compañeros. Que él subiera con la cabra mora por que si no iba a ser perdido. Que la llevara colgando. Que si le cortaban la soga, subiera en la cabra y dijiera: Arriba con mil diablos, y que iba a estar ajuera. Y así sucedió todo. Cuando salió la niña ajuera, dijeron:
-Ésta va a servir para piona.
Cuando lo iban subiendo a Pompeira, a la mitad de la subida, le cortaron la soga. Entós él subió en la cabra mora, y se equivocó y dijo: Abajo con los mil diablos. Y llegó muy abajo ande vivían los diablos. Ya se vio perdido y se jue a buscar trabajo. Llegó a una casa y se conchabó. Los diablos le dijieron que casualmente 'taban por ir a buscar un pión para cuidar una majada di ovejas. Éstas eran hijas del diablo. Le dijieron que no las llevara cerca del mar.
-Mañana temprano ensille la mula negra que va a estar en el corral, pa cuidar las ovejas.
La mula negra era la diabla. Cuando llega a ensillarla, la mula 'taba echando juego por boca y narices. Entró, agarró el bozal para ponerle, y cuando la mula se le vino encima, le pegó con la espada y la desmayó. Después la ensilló y la montó. La mula comenzó a corcoviar. Las ovejas se le dentraron a la mar y la mula tamén se iba di atrás para echarlo a él a la mar. Ya cuando iba a dentrar, la desmayó di un golpe. Después la hizo andar para el corral. Para bajarse, como corcoviaba tanto, la tuvo que desmayar otra vez de un palo.
El diablo, como vio que li había pegado mucho a la mula, que era la diabla, le dice:
-Mañana le voy a echar un machito negro, muy mansito, pa que cuide las ovejas.
Con el machito le pasó lo mesmo. Era el hijo del diablo. Lo desmayó todas las veces que el diablo lo quería embromar.
Al día siguiente la diabla y el hijo amanecieron muy lastimados y embichados en las lastimaduras.
-Mañana va a tener que ensillar un machito moro, más mansito que el negro -era el otro hijo.
Ocurrió lo mismo. El macho 'taba atado echando juego por boca y narices. Cuando iba para ensillarlo, siente Pompeira que lo silban. Él creyó que era el patrón. Miraba para todos lados y no vía a naide. Ya le pareció que era para el lado del monte. Ya vido que era una águila. Le preguntó que si ella lo silbaba, y l'águila le contestó que era ella.
-¿Querís que te saque de penas? Soy el alma de aquel hombre que encontraste muerto y enterrastes. Por eso vengo a sacarte de este infierno. Aquí estos diablos te van a matar. Mañana, tú les dices que no te quieres conchabar más. Cuando te quieran pagar tú les pides el carnerito lanudo, ese que anda atrás de las ovejas. No te lo van a querer dar, pero no recibas dinero. No recibas dinero de ninguna manera. Así lo hizo. El águila le dijo que lo enlazara y lo matara al corderito. Y él lo enlazó y lo carnió.
Ya 'taban pronto para viajar. El águila tomó la sangre y comió los menuditos. A los dos cuartitos y al espinazo se los llevaron para el viaje. Los dos cuartitos y el espinazo los pusieron en el cogote del águila y Pompeira subió a caballo atrás de las alas. Entonces el águila le dijo:
-Agarrate, que nos vamos. Siempre mirá para arriba o adelante y nunca para abajo.
Quiso volar y no pudo levantarse. Claro, Pompeira llevaba la espada que era muy pesada.
-No ti aflijás -le dice el águila- ya vamos a ver la forma de arreglar todo.
Se subieron a un cerro que había áhi no más, y se largaron.
Volaron todo el día. Al anochecer, el águila le dijo que tenía mucho hambre y Pompeira le dio un cuartito del cordero. Siguieron volando. Volaron toda la noche. A la madrugada le volvió a pedir de comer y le dio el otro cuarto. Siguieron volando todo el día y a la tarde comió el espinazo. Volaron toda la noche y a la madrugada le dice a Pompeira:
-Dame de comer porque si no los vamos abajo y somos perdidos.
Entós Pompeira sacó la espada y se cortó un murlo y se lo dio.
Siguió vuelo el águila. Volaron todo el día. A la caída de la tarde le volvió a pedir comida.
-Ya 'tamos muy cerca, pero no tengo alientos pa seguir, ya me 'stoy por cáir.
Pompeira sacó l'espada, se cortó el otro murlo y se lo dio. Siguieron vuelo. Volaron toda la noche. A la madrugada salió al otro mundo. Se asentó en una higuera y le dijo que se bajara, pero Pompeira no se podía mover sin la carne de las piernas; 'taba enválido. Entós l'águila le dice:
-Esperáte un momento. Date güelta, dame la trasa.
Pompeira se dio güelta todo lo que pudo, y l'águila lanzó los dos murlos del joven, y áhi no más se los pegó a las piernas. Pompeira quedó como nuevo, más juerte y más joven. Entós le dijo l'águila, que ella era l'alma del muerto que él enterró, y le dice:
-Himos llegado al mundo y al lugar ande querías llegar. En aquella ciudá que se ve allá, es donde 'tan tus piones y las niñas, las que salvaste del encanto. Tenís que castigarlos por la traición qui han cometido. A mí ya se me termina el permisio que Dios me dio para ayudarse y pagarte el favor que me hicistes. Pompeira li agradeció el favor que li había hecho y se despidió como si fuiera su mejor amigo. Y se voló l'águila.
Pompeira se jue a la ciudad.
Llegó a la ciudá y de averiguación en averiguación dio con la casa ande 'taban los piones con las niñas. A la menor la habían echau de piona, a la cocina; la pobre 'taba sucia y hilachenta. Pompeira se vistió muy pobre de ropa como si juera un mendigo.
Jue a la casa, Pompeira, y pasó a la cocina. Habló con la piona y le dijo que les dijiera a los patrones que venía en busca de trabajo. La piona les dijo a los patrones, pero ellos contestaron que después verían, que por la traza no parecía trabajador, este joven, que parecía más un flojo y cochino. Que vuelva más tarde, que en la casa ellos no atendían esa clase de gente.
La piona lo atendió. Lo hizo sentar y cuando sirvió la comida, sin que vieran los demás, le dio de comer.
Después Pompeira le empezó a hablar y le dijo:
-¿Usté no me conoce? ¿Usté no si acuerda de mí?
La niña le dijo que no, que su vida era muy triste áhi y que ya ni tenía memoria de nada.
Entós le dijo Pompeira:
-Y si viera una prenda ¿me conocería?
-¡Quién sabe!
Entós sacó la espada y le dice:
-A esta espada ¿la conoce?
-Sí, es de Pompeira, que mi ha salvado a mí y ha salvado a mis hermanas de un encanto.
-Soy yo.
-No, no puede ser porque él ha quedado en el otro mundo por la traición de éstos que 'tán de patrones y eran sus piones.
-No, yo hi venido, y ya me va a conocer. Y ya va a ver que los voy a degollar con mi espada a estos canallas. Ya me la van a pagar. Ya van a ir usté y sus hermanas al reino del padre de ustedes.
Se jue, se vistió con el mejor traje y se presentó con la espada en la mano. Cuando lo vieron Miliquinaco y Placamontaña, se quedaron helados. No sabían qué hacer y le preguntaron si era alma del otro mundo.
-No -les dice Pompeira-, soy de este mundo que vengo a hacerles pagar la traición a mí y el mal que les hacen a estas niñas.
Áhi no más, di un solo golpe con la espada les cortó la cabeza a los dos. A las niñas les dijo que si aprontaran y las llevó a la casa del padre de ellas, que era un rey.
Cuando vido a sus hijas el Rey se puso muy contento y no sabía cómo pagarle a Pompeira que las había salvado. Lo hizo casar con la menor y se quedó en el palacio para que juera rey cuando él se muriera. Se hizo una gran boda y vivieron felices.

Guillermo Ortiz, 70 años. San Martín. San Luis, 1932.

Campesino rústico pero inteligente. Gran narrador.

Cuento 851. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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