Que
había una señora que tenía un hijo flojo, flojísimo. Era un hijo
solo.
A
ningún lado quería ir. No quería hacer nada, nada. Él le decía
siempre que tenía pereza. Por eso le habían puesto el Perecita.
Se
fue Perecita a la leña. Había juntado unas leñitas y había hecho
una carguita. La tenía ahí a la carguita, y él 'taba recostado en
la arena en la orla de un río. Tenía mucha pereza, porque era tan
flojo. Era lo que tenía él, porque era un muchacho muy bueno. Y que
había un pescadito afuera de l'agua pidiendo misericordia que lu
echaran al agua. Y entonce que le dice al muchacho:
-Pero,
¡echame, te lo pido por favor!, que yo te voy a dar una virtú. Una
variíta de virtú, te voy a dar.
El
pescadito, entonce, le dio la variíta de virtú y le dijo que le
pida lo que quiera que todo le iba a dar.
-Variíta,
por tu virtú, que se junte una carga de leña, y que yo vaya arriba
y que la leña vaya caminando sola.
Y
siguió el camino de las casas. Y entonce que pasó por el palacio
del Rey. Y que áhi 'taban las hijas del Rey y que cuando lo vieron
se largaron a réirse y decían:
Y
al tiempo la hija más linda del Rey tuvo un nene. Y el nene nació
con una naranja di oro en la mano. Y al que le diera la naranja di
oro, ése era el padre.
Entonce
el Rey 'taba muy enojado. Tenía una rabia terrible. Quería saber
cuál era el padre del niño para castigarlo.
Que
el Rey llamó a todos los más grandes, más ricos, y no daba a nadie
la naranja el niño. Entonce llamó a todos los vecinos, y nada. Y ya
nu había quedau nadie. Bueno, entonce se acordaron que el único que
había quedado era Perecita.
Y
prepararon el cajón. Los ponen y los echan a la mar. La niña
lloraba muchísimo y ella decía que no tenía ninguna culpa, que eso
era un castigo que no sabía de dónde le había venido.
Entonce
le pidió a la variíta que el cajón salga al otro lado de la mar y
que áhi se formara un palacio mejor que el del Rey. Y todo se hizo
así.
A
los pocos días el Rey se enteró que al otro lado de la mar había
un palacio mejor que el de él, y mandó que vieran de quén sería.
Y se enteraron que era de Perecita. Entonce el Rey lo hizo buscar. Y
entonce Perecita le contó todo cómo había pasado y que la niña no
tenía ninguna culpa.
Y
él se puso muy contento y les pidió que vinieran a vivir con él. Y
los dejó tranquilos en las casas de él y fueron muy felices.
Beneranda
Vallejos de Tula, 50 años. El Durazno Alto. Pringles. San Luis,
1958.
Campesina.
Aprendió el cuento de la madre.
Cuento
1090. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 072
No hay comentarios:
Publicar un comentario