Era
un padre que tenía tres hijos. Un día que le dice el hijo mayor:
-Mire,
hijo, mañana temprano se va a ir al corral y se va a agarrar un
caballo que tengo áhi, y se va a venir para acá, para que lleve una
carta que tengo, para Nuestra Madre.
Al
otro día temprano, se va el mozo éste, y en el corral nu había más
di un burro y el patrón li había dicho un caballo. Y va, y vino
otra vez de vuelta ande 'taba el viejito, y que le dice:
-Vea,
acá, al poco ir, va a encontrar unos hachadores. Lo van a llamar,
pero usté no les haga caso. Si lo queren atajar, usté peguelé un
azote al burro, que no lo van a ver más.
Bueno...
Se jue. Al poco andar encontró a los hachadores que 'taban al lado
del camino. Lo llamaban en toda forma:
Más
allá donde va, encuentra un río clarito, crecido, que venía
echando olas. Que dice éste, cuando lo vio:
Lo
que vino, encontró los hachadores y hizo lo mismo, lo llamaron, y él
no se paró. Y vino a la casa del viejito, del patrón. Cuando llegó,
sale el viejito y que le dice:
-Bueno
-que le dice el viejito, ahora ya no necesito más pión. Es el único
trabajo que tenía. Así que ahora le voy a pagar. ¿Qué quiere más
de pago, un medio, o un crucifico, o un almú de plata?
-A
este almú de plata lo lleva y lo echa en una caja más grande.
Después de un año, usté lo puede abrir y va a tener más plata.
Llegó
a la casa del mismo viejito que había ido el otro hermano. Llegó y
lo recibió igual que al otro.
-Para
llevar una carta a Nuestra Madre. Mañana temprano se va ir a buscar
un caballo, que está en el corral.
Al
otro día temprano se va y no ve ningún caballo en el corral. Sólo
había un burro. Se volvió, no lo agarró nada, y le dice al
viejito:
-Tome
esta carta -le dice. Se la va llevar a Nuestra Madre. Acá cerca va a
encontrar unos hachadores y lo van a llamar. Usté no les haga caso.
Peguelé al burro, y siga.
Después
de caminar un rato encontró un río. Venía echando olas de crecido
que venía. Que dice el joven éste:
-¡Cómo
paso! Acá me voy a augar. Qué sabe el viejo zonzo éste lo que yo
hago. Yo tiro la carta y me vuelvo.
Tiró
la carta y se volvió. Cuando volvió, encontró los hachadores y
pasó. Llegó y le preguntó el viejito:
-Bueno,
ahora te voy a pagar. Ya no necesito más servicio. ¿Qué querís
más, un medio, un crucifico, o un almú de plata?
Le
dio el almú de plata y le dijo que lo ponga en una caja grande y la
guarde un año para que se aumente.
Bueno,
se jue. Llegó a la casa y le dijo a los padres que le había ido muy
bien. Pidió la caja grande y guardó el almú de plata.
Bueno,
al otro día le dice el hijo menor a los padres:
Y
se jué el hermano menor. Llegó a la casa del viejito. Llegó y lo
saludó y le preguntó si no necesitaba un pión.
Bueno,
al otro día temprano se jue al corral. No había ningún caballo,
nada más que un burro. Y que dice:
-Tome
esta carta. La va a llevar a Nuestra Madre. Cuando salga, cerca no
más, va a encontrar unos hachadores y lo van a llamar. Usté siga.
Peguelé al burro, y pase.
Se
jue. Cuando caminó un trecho, encontró a los hachadores. No les
hizo juicio. Le pegó un azote al burro y siguió.
Se
abrió el río y pasó. Más allá encuentra un río de leche, muy
crecido. Y que se vuelve a parar, y que dice:
Se
abrió el río. Pasó. Más allá encuentra un río de sangre,
crecidísimo. Y él vuelve a pensar que si ha salvau de los otros,
pero no se salva de éste. Pero volvió a decir:
Más
allá, en lo que va, encontró unos pastizales hermosos. Y en esos
pastizales había ovejas que estaban flacas, flacas, muy flacas.
Él
miró, y pasó no más. Más allá encontró, en unos peladares
inmensos, que no había nada de pasto, ovejas que estaban gordas,
gordas, muy gordas.
Él
miró y pasó. Más allá encontró dos piedras, una de un lado y la
otra del otro lado del camino, que se estaban chocando a cada
momento, por donde tenía que pasar él. Entonces, dice él:
Esperó
un rato, y cuando se retiraron, le pegó un azote al burro y pasó
muy rápido. Casi lu agarran las piedras. Siguió no más. Lo que va
más allá, ve dos que están colgados de la lengua, uno a una orilla
del camino y el otro a la otra orilla. Y cada uno tenía un tizón de
fuego. Venían y chocaban con los tizones de fuego. Él llegó y se
paró a pensar cómo podía hacer para pasar. Y áhi le pegó un
azote al burro, y pasó rápidamente. Casi le pegan unos tizonazos.
Siguió viaje.
Al
poco andar agarró la fragancia de una flor muy aromática, que
encantaba. Entonces él siguió por el aroma de la flor. Fue, fue,
fue, hasta que llegó a la misma flor, y llegó a unas casas, como un
palacio. Bueno, llegó áhi y pensó que ésa era la casa de Nuestra
Madre. Salió una viejita. Y él le preguntó:
Bueno,
se puso a espulgarlo al joven éste, y se quedó dormido. Y durmió
un año en la falda de Nuestra Madre, pero él creía que había
dormido un día. Cuando despertó, que le dice ella:
Se
despidió, y se fue.
Cuando
volvió, encontró las mismas cosas que a la ida y pudo pasar por
todas las piedras, el peladar, el campo de pastizal hermoso, los
colgados, los ríos. Y vino ande 'taba el viejito.
-Cuando
salí encontrí unos hachadores. Áhi me llamaban y yo no les hice
caso. Me llamaban, me insultaban y me querían atajar para que hable
con ellos.
-Más
allá encontré un río de agua clarita. Venía crecido. Y yo le
dije, abrite río, y se abrió el río, y pasé.
-¡Ah!
-que le dice- ésos son los ricos miserables, que no comen por
horrar, y por eso se ven en ese estado.
-Más
allá vide en un peladar, que no había una planta de pasto, unas
ovejas que 'taban invernadas de gordas.
-¡Ah!
-que le dice, ésos son los pobres que no horran y comen, por eso
están bien. Los pobres avenidos.
-Más
allá encontré, en el camino, que había dos piedras, y venían y se
chocaban al medio, y casi me apretan.
-¡Ah!
-que le dice, ésos son tus hermanos, que vinieron y me engañaron, y
por eso 'tán condenáus. Me engañaban que llevaban la carta y no la
llevaban nada.
-Y
más allá tomé la fragancia de una flor y llegué a la casa que
iba. Y salió una viejita, y le di la carta. Y yo me quedé dormido
en su falda y ella me espulgó mientras dormía.
-¿Qué
voy hacer con un almú de plata? El medio y el crucifico me van a
quedar de recuerdo. Los voy a tener siempre, mientra que la plata se
gasta. Déme el medio y el crucifico.
-Cuando
te vas a tu casa, que te den una caja grande para que guardes el
medio y el crucifico. Y cuando tus hermanos abran las cajas al año,
vos también abrís la tuya, para ver quén tiene más plata.
Él
le dijo que eso no más había ganado, un medio y un crucifico, y que
le den una caja grande para guardarlos un año. Echó el medio y el
crucifico en la caja, y la cerró. Los hermanos se reían y lo
burlaban.
-Pero,
sos zonzo -le decían. ¿Para qué querís eso? Nosotros himos
recibido mucha plata. Con esto vamos a comer toda la vida y vos te
vas a morir de pobre.
Ya
se llegó el tiempo que tenían que sacar la plata. Al año más u
menos, dispusieron de sacarla a ver quén tenía más plata. Abrió
la caja el mayor y estaba llena de carbón. Abrió el del medio, y
también estaba llena de carbón. Abrió el menor, y estaba, ¡ve!,
volcandosé de plata. Entonce los otros quedaron muy tristes y el
padre se enojó con ellos, porque el menor le contó cómo había
visto y hecho todo. Y el padre se enojó y los echó de la casa. Y el
hijo menor quedó, y ellos se jueron a aprender a ser güenos.
Juan
Lucero, 67 años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1952.
Un
gran narrador.
Cuento
1017. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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