Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de febrero de 2015

Nuestra madre .1017

Era un padre que tenía tres hijos. Un día que le dice el hijo mayor:
-Vea, padre, voy a salir a rodar tierra.
-Bueno, amigo -que le dice.
Se jue éste.
Llegó una tarde a la casa de un viejito. Que le dice:
-Buenas tardes, tata viejo.
-Buenas tardes, hijo -que le dice el viejito. ¿No sabe quién ocupará un pión?
-Yo ocupo -que le dice el viejito.
-Bajesé no más, pase para acá.
Luego di un rato que 'taban conversando, que le dice:
-Dígame, señor, ¿para qué será el trabajo?
Que le dice:
-Para que le lleve una carta a Nuestra Madre.
En la noche, después de que cenaron y todo, que le dice el viejo:
-Mire, hijo, mañana temprano se va a ir al corral y se va a agarrar un caballo que tengo áhi, y se va a venir para acá, para que lleve una carta que tengo, para Nuestra Madre.
Al otro día temprano, se va el mozo éste, y en el corral nu había más di un burro y el patrón li había dicho un caballo. Y va, y vino otra vez de vuelta ande 'taba el viejito, y que le dice:
-Vea, señor, nu hay ningún caballo. Áhi nu hay más di un burro.
Y que le dice el patrón:
-Y ése es el caballo.
Se volvió el mozo otra vez y jue y lu agarró al burro y lo trajo.
Cuando ya 'taba listo para salir, le dio la carta y le indicó cómo tenía que ir. Y le dijo:
-Vea, acá, al poco ir, va a encontrar unos hachadores. Lo van a llamar, pero usté no les haga caso. Si lo queren atajar, usté peguelé un azote al burro, que no lo van a ver más.
Bueno... Se jue. Al poco andar encontró a los hachadores que 'taban al lado del camino. Lo llamaban en toda forma:
-Vení, che, conversemos. Vení -y él no les hacía caso.
Entonce le dio un azote al burrito, y ¡qué!, ni el polvo le vieron.
Más allá donde va, encuentra un río clarito, crecido, que venía echando olas. Que dice éste, cuando lo vio:
-Pero, ¡cómo hago para pasar! Seguro que acá me voy a augar.
Y pensó un rato a la par del río, y que dice:
-Qué sabe el viejo zonzo lo que yo hago -y sacó la carta, la tiró al agua y se volvió.
Lo que vino, encontró los hachadores y hizo lo mismo, lo llamaron, y él no se paró. Y vino a la casa del viejito, del patrón. Cuando llegó, sale el viejito y que le dice:
-¿Cómo le ha ido?
-Bien -que le dice.
-¿Le llevó la carta a Nuestra Madre?
-Sí.
-¿No le dijo nada?
-No -que le dice, no me dijo nada.
-Bueno -que le dice el viejito, ahora ya no necesito más pión. Es el único trabajo que tenía. Así que ahora le voy a pagar. ¿Qué quiere más de pago, un medio, o un crucifico, o un almú de plata?
Que dice el joven:
Qué voy hacer con un medio o con un crucifico. Déme un almú de plata.
Le dio el almú de plata.
-A este almú de plata lo lleva y lo echa en una caja más grande. Después de un año, usté lo puede abrir y va a tener más plata.
-Bueno -le dice, al almú de plata lo voy a llevar a la casa de mis padres.
Se despidió, y se fue.
-¿Cómo te ha ido? -le dicen cuando llega a la casa.
-Mi hi ganáu un almú de plata. Me van a preparar una caja grande para guardarlo.
Le prepararon una caja y áhi echó el almú de plata.
Al otro día, que dice el segundo hijo:
-Vea, padre, yo también me voy a rodar tierra.
Consiguió el permiso y se jue.
Llegó a la casa del mismo viejito que había ido el otro hermano. Llegó y lo recibió igual que al otro.
-Buenas tardes, tata viejo.
-Buenas tardes, hijo.
-¿No sabe quién puede ocupar un pión?
-Yo ocupo. Desensille y pase para adentro.
-¿Para qué será el trabajo?
-Para llevar una carta a Nuestra Madre. Mañana temprano se va ir a buscar un caballo, que está en el corral.
 Al otro día temprano se va y no ve ningún caballo en el corral. Sólo había un burro. Se volvió, no lo agarró nada, y le dice al viejito:
-Señor, no hay ningún caballo en el corral; hay un burro.
-Y ése es el caballo -le dice.
Se jue y lo trajo al burro. Entonce le dio la carta y le dio las señas ande tenía que ir.
-Tome esta carta -le dice. Se la va llevar a Nuestra Madre. Acá cerca va a encontrar unos hachadores y lo van a llamar. Usté no les haga caso. Peguelé al burro, y siga.
Se jue el mozo. Al poco andar encontró los hachadores. Lo llamaron:
-Venga, venga, vamos a conversar.
Lo quisieron atajar. Él le pegó al burro, y siguió.
Después de caminar un rato encontró un río. Venía echando olas de crecido que venía. Que dice el joven éste:
-¡Cómo paso! Acá me voy a augar. Qué sabe el viejo zonzo éste lo que yo hago. Yo tiro la carta y me vuelvo.
Tiró la carta y se volvió. Cuando volvió, encontró los hachadores y pasó. Llegó y le preguntó el viejito:
-¿Cómo te ha ido?
-Bien, señor.
-¿Le llevaste la carta a Nuestra Madre?
-Sí, señor.
-¿No te ha dicho nada?
-Nada, señor.
-Bueno, ahora te voy a pagar. Ya no necesito más servicio. ¿Qué querís más, un medio, un crucifico, o un almú de plata?
-Qué voy hacer con un medio o con un crucifico. Deme un almú de plata.
Le dio el almú de plata y le dijo que lo ponga en una caja grande y la guarde un año para que se aumente.
Bueno, se jue. Llegó a la casa y le dijo a los padres que le había ido muy bien. Pidió la caja grande y guardó el almú de plata.
Bueno, al otro día le dice el hijo menor a los padres:
-Yo también quiero ir a rodar tierra.
Y se jué el hermano menor. Llegó a la casa del viejito. Llegó y lo saludó y le preguntó si no necesitaba un pión.
-Yo ocupo -le dijo el viejito, y lo contrató para que hiciera ese trabajo. Y le dijo:
-Mañana se va a ir al corral. Va a ir agarrar un caballo y lo trái.
Bueno, al otro día temprano se jue al corral. No había ningún caballo, nada más que un burro. Y que dice:
-Esti hay ser el caballo.
Lo agarró, lo trajo. Y el viejito le dio señas ande tenía que ir. Y le dijo:
-Tome esta carta. La va a llevar a Nuestra Madre. Cuando salga, cerca no más, va a encontrar unos hachadores y lo van a llamar. Usté siga. Peguelé al burro, y pase.
Se jue. Cuando caminó un trecho, encontró a los hachadores. No les hizo juicio. Le pegó un azote al burro y siguió.
Después llega al río de agua cristalina. Se paró. Que estuvo un rato, y dice:
-¡Cómo pasaré!
No hallaba cómo hacer para pasar. Y después dijo:
-¡Obra sea de Dios! Abríte río, que voy a pasar aunque sea nadando.
Se abrió el río y pasó. Más allá encuentra un río de leche, muy crecido. Y que se vuelve a parar, y que dice:
-¡Cómo paso! Me salvé del otro, pero de éste no me salvo. Obra 'e Dios, abríte río.
Se abrió el río. Pasó. Más allá encuentra un río de sangre, crecidísimo. Y él vuelve a pensar que si ha salvau de los otros, pero no se salva de éste. Pero volvió a decir:
-¡Obra 'e Dios! Abríte río.
Se abrió el río y pasó. Siguió marchando.
Más allá, en lo que va, encontró unos pastizales hermosos. Y en esos pastizales había ovejas que estaban flacas, flacas, muy flacas.
Él miró, y pasó no más. Más allá encontró, en unos peladares inmensos, que no había nada de pasto, ovejas que estaban gordas, gordas, muy gordas.
Él miró y pasó. Más allá encontró dos piedras, una de un lado y la otra del otro lado del camino, que se estaban chocando a cada momento, por donde tenía que pasar él. Entonces, dice él:
-¡Cómo paso! Ahora me van a matar estas piedras.
Esperó un rato, y cuando se retiraron, le pegó un azote al burro y pasó muy rápido. Casi lu agarran las piedras. Siguió no más. Lo que va más allá, ve dos que están colgados de la lengua, uno a una orilla del camino y el otro a la otra orilla. Y cada uno tenía un tizón de fuego. Venían y chocaban con los tizones de fuego. Él llegó y se paró a pensar cómo podía hacer para pasar. Y áhi le pegó un azote al burro, y pasó rápidamente. Casi le pegan unos tizonazos. Siguió viaje.
Al poco andar agarró la fragancia de una flor muy aromática, que encantaba. Entonces él siguió por el aroma de la flor. Fue, fue, fue, hasta que llegó a la misma flor, y llegó a unas casas, como un palacio. Bueno, llegó áhi y pensó que ésa era la casa de Nuestra Madre. Salió una viejita. Y él le preguntó:
-Digamé, ¿dónde será la casa de Nuestra Madre?
Que le dice ella:
-Aquí es. Yo soy Nuestra Madre.
-Acá le traigo una carta que le ha mandado mi patrón. Bueno. Le dio la carta.
-Hijo, pasá -que le dice. Vení, hijo, descansá, y te voy a espulgar.
Bueno, se puso a espulgarlo al joven éste, y se quedó dormido. Y durmió un año en la falda de Nuestra Madre, pero él creía que había dormido un día. Cuando despertó, que le dice ella:
-Hijo, váyase. Llevemé esta carta para su patrón.
Se despidió, y se fue.
Cuando volvió, encontró las mismas cosas que a la ida y pudo pasar por todas las piedras, el peladar, el campo de pastizal hermoso, los colgados, los ríos. Y vino ande 'taba el viejito.
Y él le preguntó:
-¿Cómo te ha ido?
-Muy bien. Nuestra Madre le manda esta carta.
La agarró y la llevó.
-¿Cuándo llegaste allá?
-Ese día no más, a la tarde, al dentro 'el sol.
-¿Y cuándo te viniste?
-Me vine al otro día.
-No, que le dice.
-Vos has dormido un año -que le dice.
-Puede ser. A mí me parece qui hi estau un día.
-Decime, ¿quí has encontráu por allí, lo qui has ido?
-Cuando salí encontrí unos hachadores. Áhi me llamaban y yo no les hice caso. Me llamaban, me insultaban y me querían atajar para que hable con ellos.
-¡Ah! -que dice, ésos son los malos entretenidos. No trabajan ellos ni dejan trabajar a los demás.
-Más allá encontré un río de agua clarita. Venía crecido. Y yo le dije, abrite río, y se abrió el río, y pasé.
-¡Ah!, esas son las lágrimas que han derramado nuestras madres por nosotros.
-Más allá encontré un río de leche, bien crecido. Yo le dije abrite, y se abrió, y yo pasé.
-Ésa es la leche que ha derramau nuestra madre por nosotros.
-Más allá encontré un río de sangre, muy crecido. Le dije que se abriera, y me dejó pasar.
-¡Ah!, ésa es la sangre que nuestra madre ha derramado por nosotros.
-Más allá vide que en un pastizal hermoso había unas ovejas, ¡ve!, que 'taban cayendosé de flacas.
-¡Ah! -que le dice- ésos son los ricos miserables, que no comen por horrar, y por eso se ven en ese estado.
-Más allá vide en un peladar, que no había una planta de pasto, unas ovejas que 'taban invernadas de gordas.
-¡Ah! -que le dice, ésos son los pobres que no horran y comen, por eso están bien. Los pobres avenidos.
-Más allá encontré, en el camino, que había dos piedras, y venían y se chocaban al medio, y casi me apretan.
-¡Ah!, ésas son las malas comadres, que viven peliando toda la vida.
-Más allá encontré dos colgados de la lengua, con un tizón de fuego, y que chocaban.
-¡Ah! -que le dice, ésos son tus hermanos, que vinieron y me engañaron, y por eso 'tán condenáus. Me engañaban que llevaban la carta y no la llevaban nada.
-Y más allá tomé la fragancia de una flor y llegué a la casa que iba. Y salió una viejita, y le di la carta. Y yo me quedé dormido en su falda y ella me espulgó mientras dormía.
-Esa señora es la Virgen. Y vos has dormido un año. Y yo soy Dios.
Muy bien, ahora te voy a pagar. ¿Y qué más querís, un medio, un crucifico, o un almú de plata?
Y que él, que dice:
-¿Qué voy hacer con un almú de plata? El medio y el crucifico me van a quedar de recuerdo. Los voy a tener siempre, mientra que la plata se gasta. Déme el medio y el crucifico.
Bueno, se los dio, y le dijo:
-Cuando te vas a tu casa, que te den una caja grande para que guardes el medio y el crucifico. Y cuando tus hermanos abran las cajas al año, vos también abrís la tuya, para ver quén tiene más plata.
Y se jue. Cuando llegó ande 'taban los padres, le preguntaron cómo le jue, y si ha ganado algo.
Él le dijo que eso no más había ganado, un medio y un crucifico, y que le den una caja grande para guardarlos un año. Echó el medio y el crucifico en la caja, y la cerró. Los hermanos se reían y lo burlaban.
-Pero, sos zonzo -le decían. ¿Para qué querís eso? Nosotros himos recibido mucha plata. Con esto vamos a comer toda la vida y vos te vas a morir de pobre.
Ya se llegó el tiempo que tenían que sacar la plata. Al año más u menos, dispusieron de sacarla a ver quén tenía más plata. Abrió la caja el mayor y estaba llena de carbón. Abrió el del medio, y también estaba llena de carbón. Abrió el menor, y estaba, ¡ve!, volcandosé de plata. Entonce los otros quedaron muy tristes y el padre se enojó con ellos, porque el menor le contó cómo había visto y hecho todo. Y el padre se enojó y los echó de la casa. Y el hijo menor quedó, y ellos se jueron a aprender a ser güenos.
Y el cuento se terminó.

Juan Lucero, 67 años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1952.

Un gran narrador.

Cuento 1017. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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