Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 5 de febrero de 2015

Los tres humitos verdes .855

Había tres hermanos que dispusieron salir a rodar tierra. Uno sabía leer, los otros dos no. Trabajaban en un punto, y cuando les iba mal, se iban a otro.
Andando así, un día, después de haber hecho un largo camino, casi sin rumbo fijo, resolvieron descansar a la sombra de un árbol. De allí se divisaba la falda de una sierra, con un arroyo y una quebrada en donde había unas peñas muy grandes. Los hermanos, después de comer lo que llevaban, se dispusieron a dormir la siesta. Los que no sabían leer se durmieron; el otro no podía dormir cavilando en algo que no se daba cuenta él mismo. En eso estaba, cuando se dispuso a dar una vuelta por la quebrada.
Caminando por la falda de la sierra, encontró una peña muy grande con una inscripción que decía:

Quien me dé vuelta hallará favor en mí.

Trató de dar vuelta la peña, pero le fue imposible. Entonces fue y llamó a los otros dos hermanos. Éstos no querían ir, pero tanto les rogó él, que al fin consintieron en ayudarlo. Después de haber trabajado días y días, lograron dar vuelta la peña. Descubrieron un gran hueco, sin fin, al parecer.
-¿Y qué himos hecho con esto? -le decían los hermanos. ¿Háis visto?
El hermano entonces determinó de ver qué era eso. Comenzaron a cortar cueros, a hacer lonjas angostas y a anudarlas unas con otras. Con ellas hicieron un torzal muy largo, muy largo. Pusieron en la boca del hueco unos palos clavados y colocaron una roldana. Al extremo del torzal aseguraron un noque de cuero, para que se pusiera allí la persona que iba a bajar. Arreglaron que el que bajara, cuando quisiera que lo sacaran, tenía que cimbrar el lazo.
Ya se puso uno de los hermanos en el noque y lo bajaron. Cuando había bajado una gran profundidad, sintió un aire muy caliente. Se asustó, y movió el lazo para que lo sacaran. Dijo que había sufrido aquel calor muy grande y que no se animó a seguir más.
Bajó, entonces, el otro hermano. Llegó al lugar del aire caliente, pero lo resistió, y siguió bajando. Llegó después de un rato, a un lugar donde había un aire muy frío. Se asustó y pidió que lo sacaran. Cuando salió dijo que había resistido el gran calor, pero que el frío era muy grande, y que no lo podía soportar.
Entonces le tocó bajar al menor, el que sabía leer y que había encontrado las peñas. Pasó el lugar del gran calor y el lugar de gran frío. Que era muy valiente y sufrido este mozo. Ya cuando había bajado una profundidá muy grande, se dio cuenta que había llegado al fondo. Hizo la seña de parada, moviendo el torzal. Bajó del noque, y en medio de la gran oscuridá de aquella cueva, tanteando, dio con unas cosas como sacos o bolsas. Sacó una de aquellas pilas, y se dio cuenta que estaban llenas de monedas de oro y plata. Echó una bolsa al noque y movió el torzal, que era la seña para levantarlo. Cuando salió el noque afuera, los hermanos la descargaron, y locos de contentos de ver esta fortuna, volvieron a mandar el noque abajo. Volvió a echar otro saco, el mozo, y sacudió el torzal. Cuando llegó afuera el segundo saco, los hermanos, contentos, se pusieron a discutir qué hacían. Pensaron que si mandaban el noque iba a subir el hermano y que les podía quitar uno de los sacos. Resolvieron no bajar más el noque, dejar al hermano en el fondo, y cargar cada uno con una bolsa. Así lo hicieron, y se fue cada uno para su lado, con la bolsa de oro y plata al hombro.
El hermano, que estaba en la cueva, cansado de esperar, desengañado de sus hermanos, empezó a andar por la cueva. En eso que andaba empezó a ver una lucecita que no sabía de dónde venía. A medida que se acercaba, se convencía de que salía al otro lado del mundo. Al fin salió a un lugar lleno de sol y campo abierto. Vio a una cabrita que jugaba, a los brincos. Más lejos, una hermosa casa. La cabrita fue y se ganó en las casas. Llegó y vio que era el único ser viviente que vivía allí. Una gran quinta rodeaba la casa.
Como el mozo tenía hambre y sé, buscó qué comer y beber. Entró a la quinta y vio un peral cargado de hermosas frutas, y se allegó a cortar algunas. Hizo el intento, y al tocar una pera, oyó una voz que le gritó:
-¡Deje eso! ¡No son suyas!
Intentó otra vez cortar un fruto y de nuevo le gritaron:
-¡Deje eso! ¡No son suyas!
Se le acercó la cabrita y le preguntó por qué hacía eso. Él le dijo que porque tenía hambre. Entonces la cabrita lo invitó a pasar a la casa. Pasó y unas manos invisibles le sirvieron de todo, en una mesa de lo mejor y tendida a todo lujo. Comió de todo hasta no poder más.
Después de un rato, apareció la cabrita y le dijo que si él era verdaderamente hombre, le tenía que ayudar a salir del encanto en que ella estaba. Que le iba a pagar lo que quisiera. Él le contestó que él haría humanamente todo lo que pudiese. La cabrita le dijo que si él estaba dispuesto a hacerlo, eran tres noches las que tenía que sufrir por ella. Le dijo que tenía que pasar en la oscuridá de una de esas piezas, tirado boca abajo, sobre una alfombra. Que vendrían los diablos y jugarían con él y lo estropearían de la manera que a ellos se les antojara. Que cuando lograra tocar el agua de unas palanganas que pondría ella en cada esquina de la pieza, lo dejarían por esa noche.
-No es más -le dijo la niña al final. ¿Se anima?
-Sí, me animo -dijo el mozo. Haré lo que pueda.
Esa misma noche, después de cenar, lo llevó a la pieza preparada y lo dejó tendido, boca abajo, en la alfombra, y le dijo:
-Usté nada diga; no proteste, oiga lo que oiga, y le hagan lo que le hagan.
Luego llegaron los diablos y comenzaron a jugar con él a la pelota. En una de esas dio con una de las palanganas con agua; algo se mojó, y en el momento desaparecieron los diablos. Durmió tranquilo el resto de la noche. Cuando amaneció llegó la cabrita a saludarlo. Hasta los hombros, era una preciosa niña; el resto del cuerpo era cabra, como antes.
A la noche siguiente volvió a quedar en la pieza. Llegaron los diablos y jugaron a la pelota con él hasta que tocó agua de una palangana, y los diablos desaparecieron. Durmió, y al alba se presentó la cabrita transformada en niña, hasta la cintura.
A la tercera noche quedó en las mismas condiciones. Llegaron los diablos y jugaron con él a la pelota hasta que logró tocar agua, y ellos desaparecieron. Él durmió hasta el alba, y entonces se apareció la cabrita hecha una niña completa y hermosísima. Entonces le dijo, que en agradecimiento por haberla sacado con el peligro de su vida, de ese encanto, se iba a casar con él. Que sus padres, sabiendo que estaba en libertá, la iban a venir a buscar en un precioso carruaje, con acompañamiento de bandas de música y que iban a hacer una gran fiesta. Le dijo que lo único que le pedía es que no se fuese a quedar dormido, porque entonces estaría todo perdido para él. Él aseguró que no, pero ella, en precaución, le entregó un pañuelo, un anillo y una servilleta, las tres cosas de virtú. Le dijo que cuando tuviera hambre, le pidiera qué comer a la servilleta; cuando quisiera verla a ella, le pidiera al anillo, y cuando quisiera transportarse a otro lado, se lo pidiera al pañuelo.
En eso que estaban, ya se sintió el rumor de que llegaban muchas personas. Le recomendó por última vez que no se fuese a dormir porque si se dormía, tenía que ir a buscarla a ella a Los Tres Humitos Verdes, para casarse.
Ya llegaron los padres de la niña, los sirvientes y muchísima gente más. Por todos lados se oía música, y risas y conversaciones. En ese barullo, viene el joven, y sin darse cuenta se queda dormido. Todos se fueron y él se quedó solo. Al despertarse se encontró en medio de esa soledá, abandonado. Se había olvidado de todo. Sólo se acordaba que le había dicho una niña muy hermosa, que diebía ir a casarse a Los Tres Humitos Verdes.
¿Dónde será ese lugar? -se decía.
Comenzó a caminar, y por los rastros de los carruajes se fijó en la dirección que habían seguido, y tomó ese rumbo. Sigue y sigue, por días y días, sin encontrar a quién preguntarle por ese lugar que él buscaba. Por fin vio a un carancho que se voló de un árbol, y le preguntó:
-Amigo, ¿no sabe dónde son Los Tres Humitos Verdes?
-Yo no sé -le contestó el carancho- pero alguno de los de mi gente, que son tantos, tal vez sepa.
-¡Haga el favor de preguntarles, amigo!
Pegó un grito, el carancho, y se vinieron de los quintos infiernos todos los caranchos. Les preguntó a todos, uno por uno, y ninguno conocía ese lugar.
-Bueno, amigo -le dijo el carancho- les he preguntado a todos y ninguno sabe de este lugar.
Se despidieron, y el joven siguió su camino. En eso que iba pasó un jote. Le preguntó al jote lo mismo, y éste le contestó que él no sabía nada, pero le prometió llamar a su gente para averiguar. Llamó el jote a todos los jotes, pero tampoco ninguno había oído hablar de ese lugar.
Siguió el mozo su camino, y en eso que iba vio volar un águila. El águila no sabía tampoco de ese lugar, pero llamó a todas las águilas. Llegaron todas, menos una, la más vieja. Le preguntó a todas las presentes, pero ellas no conocían tampoco ese lugar.
-Bueno amigo -le dijo el águila, ninguna de mis águilas sabe nada, pero falta la más vieja, y si no conoce ella ese lugar, no lo conoce nadie.
Ya vieron venir, muy lejos, un bultito. Se fue viendo cada vez más cerca. Era el águila, que volaba muy bajo y lerdo. Al fin llegó, y le preguntaron por el lugar ese de Los Tres Humitos Verdes.
-Casualmente de allá vengo -dijo el águila vieja.
-Entonces, me puede llevar -le dijo el mozo.
-Ya estoy muy vieja -le contestó el águila- casi no puedo volar. Sólo he venido por ser el llamado de nuestro Rey. Hi dejado por esto de ver el casamiento de una niña muy hermosa, que se casa hoy; están en grandes preparativos.
-Pero, ¿será posible, amiga? ¡Yo tengo que asistir a ese casamiento!, ¡no puedo faltar! Le pagaré lo que guste; lo que me pida.
A fuerza de ruegos consiguió que el águila lo llevara.
-Bueno -le dijo el águila, tiene que llevar mucho de comer, para que me vaya socorriendo.
Compró un cordero, y ya cuando estaba listo, le dijo el águila:
-Suba en mis hombros, cierre los ojos, ¡y vamos!
Y así se fueron. Voló mucho tiempo el águila y le pidió carne. Voló otro tiempo y le pidió carne otra vez. Voló más tiempo y le pidió carne al joven. Le dio lo último que tenía. Siguió volando, y le pidió carne, otra vez, y como se le había terminado el cordero, el joven se cortó un pedazo de una pierna y se lo dio. Siguió volando, y le volvió a pedir carne. El joven se cortó un pedazo de la otra pierna y se lo dio. Ya cuando vio el águila que eso le iba a costar la vida al joven, le dijo:
Yo no puedo seguir más. Los Tres Humitos Verdes quedan allá, atrás de aquellas montañas azules. No le cobro nada porque no he podido dar cumplimiento a lo prometido.
Se despidió y se fue, el águila. El joven quedó muy triste, deses-perado. En eso va a secarse el sudor con el pañuelo, y se ve el anillo, y se ve la servilleta, y se acuerda de golpe de la virtú que tenían estas prendas, y de la niña, y de todo lo que había pasado. Le pide al pañuelo que lo lleve adonde estaba la niña, y al momento se encuentra en la puerta de una catedral, y ve que la niña venía del brazo de un joven, y con su cortejo para casarse. Los dos se miraron y se reconocieron.
Cuando llegó al altar con el joven que le había elegido su padre, pero que ella no quería, se separó, y le habló al padre:
-Vea, padre. Yo me iba a casar con este mozo porque creía que el que me sacó del encanto había muerto, porque con la virtú que yo le dejé no venía, pero ha venido. Está en la puerta, y yo me quiero casar con él, que es al que quiero y es mi verdadero novio.
Bueno, el padre no tuvo más remedio que acatar la voluntad de su hija. Hicieron pasar al joven, y la niña se casó con él, como lo había prometido. Y vivieron muy felices y contentos muchos años.

Luis Gerónimo Lucero, 50 años. Nogolí. San Luis, 1944.

Este cuento es una variante de el mundo subterráneo y agrega el motivo final de Los tres picos de amores.

Cuento 855. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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