Eran
dos ancianos que tenían tres hijos varones. Ya se llegó el tiempo
que ellos quisieron salir a andar, ¿vio? Entonce, ante se usaba que
iban a solicitarle permiso al padre y a la madre para salir a rodar
tierra. Los padres les dieron la bendición y los autorizaron a irse.
Entonces salieron a rodar tierra. Les dieron el sí los padres y se
fueron. Entonce salió el mayor, que era Juan. Salió un día ante.
Pedro lo seguía; se fue el día despué. Manuelito era el más
chiquito, ése era muy chico. Le decían Manuelito no más porque era
el menor. Entonce le decían:
-Mirá,
Manuelito, vos no nos vas a seguir. Vos
tenís que acompañar a papá, aquí, al padre, hasta que vos seás
grande porque vos no tenís la edá de salir.
-Yo
me voy en la mulita.
-Pero
es él. La mula es la d'él. 'Tamos aquí y lu esperamos. ¡Ah, este
muchacho! ¿Qué hacimos, le pegamos o li hacimos otra cosa?
Dice
Juan:
Iba
un río muy fragoso, muy montañoso, fragoso, así, ¿no? Le ataron
la mula bien, en un palo, en un árbol, y a él lo tiraron al río. A
poco andar, él pegó unos manotones. Había un árbol caído y se
agarró él del árbol. Y Manuelito se salió para ajuera del agua,
del río. Salió y se jue y buscó el animal. Y estaba la mula bien
arrimadita. Entonce la desató como pudo, y subió otra vez y los
siguió otra vez de nuevo. A la mula no le hicieron nada, sinó que
la amarraron para que se secara ahí.
Entonces
Pedro le dice:
-Mirá,
te llevamo de mozo, pero hagamos otra cosa. Hagamos de un día de
mozo uno, y otro día el otro.
Porque
ya llegaban a un campo donde había peñascos, ¡era horrible! Tenían
que hacer un camino muy largo para buscar los reinatos. Bueno... Ya
llegaron y dijo Pedro:
-En
primer lugar le va a tocar a Juan, el mayor, hacer de sereno toda la
noche. El compromiso de él va ser amanecerse cuidando los otros dos
que se acuestan a dormir, nada más, y él va atender los animales
que llevamos, y a la mañana, cuando esté el desayuno listo, nos
aula, y nosotros desayunamos y salimos.
Y
habrá que salvarlos. Porque no había que despertarlos a los demás,
nada. El hombre se las tenía que arreglar como la suerte lo ayudara.
Salió y la corrió. La pelió y la lastimó y se fue la serpiente.
El tipo, después, n o dijo nada. No le tenía que conversar ningún
secreto a los otros, nada, nada.
A
la otra noche ya le tocó a Pedro. La otra estapa le tocó a Pedro.
Le ocurrió el mismo caso. También pelió con la fiera, la
serpiente, y la lastimó y la corrió. Pero él no llevó ninguna
muestra de que había peliado con la fiera, nada.
A
la tercer noche ya le tocaba a Manuelito. Bué... qué iba hacer,
¡tan chiquito!, pues. Bueno... Lo más dispuesto él agarró y hizo
todo lo que había que hacer a la noche. A eso de... sería la una de
la mañana, sintió un gruñido. Era una fiera que venía muy
cerca. Se azotaba cuando venía. Y era una fiera que tenía siete
cabezas. Era una serpiente de siete cabezas. Salió él, antes que
viniera. Ya venía cerca. Él salió a encontrarla. Ya la pelió y la
pelió con un faconcito que tenía. La pelió hasta que la mató.
Entonce agarró las cabezas, les sacó las siete lenguas y las ató
en un pañuelo. Bué... A la madrugada sacó las ramas que había
roto en la pelea, con el cuchillo, y borró todos los rayones del
suelo, que no hubiera rastros, que no vieran los hermanos, ¿vio? En
la lucha, en la pelea que tuvieron, la serpiente le apagó el fuego.
No tenía fuego él y no tenía con qué encender y no podía
despertarlos a ellos. Entonce Manuelito dice:
Salió...
Al subir una montaña muy lejos divisó una luz que se apagaba y se
encendía, que se encendía y se apagaba; al rato pobre, y al rato se
levantaba. Entonces se jue Manuelito para allá. Y bueno... Ya llegó
cerca y miró por entre los montes. Había gente por la orilla del
juego. Ya vio que había gente y había un asado, todo eso. Eran
saltiadores que había en un campamento. Ya dijo:
Manuelito
sacó el cuchillo y cortó un pedazo di arriba hasta abajo del
costillar que estaban asando. ¡Gaucho, el Manuelito!
Comió
la carne, Manuelito, y pidió juego. Agarró un palo prendido, un
tizón, y se jue. Cuando va cruzando, así, ve unas luces, así. Un
reinato, ¿ve? Entonce dejó la mulita por allá y jue a curiosiar.
Había ahí el custodio que estaba durmiendo ahí. Él pasó no más.
Pero el hombre 'taba durmiendo, no lo vio. Porque los reyes manejaban
esos custodios. Él entró para allá. Una puerta, una galería.
Entró a una pieza. Una chica durmiendo. Una chica muy hermosa.
Entonces jue y le sacó un anillo. Un anillo di oro que tenía. Entró
más allá a otra pieza. Otra niña durmiendo. Le sacó otra prenda,
un diamante. Entró más adentro. Otra chica más linda que las dos
primeras. No había nada que robarle, le dio un beso, y se jue. Iba
contento porque llevaba fuego. Llegó al campamento. Ya venía el
día, ya. Hizo fuego. Ya preparó todo, el desayuno y los caballos
ensillaus. Bueno, los despertó. Se levantaron, desayunaron los
hermanos y se fueron. Bueno, justamente llegaron a la parte de ese
reinato ande había estado él, ¿vio? Estaban ya adentro. Claro, los
reyes eran curiosos. Los mayordomos que tenían, ésos, llegaba algún
forastero, y le avisaban áhi no más, inmediatamente al Rey. Les
daban la posada y le avisaban al Rey. Entonces a la segunda noche,
ellos los llamaban, les hacían reunión para comprobar qué personas
eran, porque ellos tenían que saber quién dentraba ahí. Bueno...
Fue el mayordomo, el capataz, y le dijo al Rey que habían llegado
estos tres desconocidos, estos muchachos buscando trabajo, y áhi
'taban.
-Esta
noche me los traen a esos muchachos -le dice el Rey.
Ya
se había perdido el anillo de la chica, ya se había perdido el
diamante de la otra, en fin. No se sabía qué pasaba y entonce el
Rey dice:
Bueno,
ya vinieron, los presentaron, los pusieron ahí, los hicieron sentar.
Todos los del reinato vinieron ahí, pues. Que tenían que venir
todos para saber lo que había. Entonces ya los sentaron ahí, los
tres a un lado. Entonce el Rey preguntó:
-Cada
uno de ustedes me va contar la historia de su vida, lo que le ocurrió
a ustedes en su gira, en su viaje que han hecho. Cada uno va a decir.
Bueno,
contaron. Áhi salió. Ya conversó Juan. Ya salió que había
peliado con una fiera cuando 'taba cuidando los hermanos, en fin.
No
traía nada. Bueno... Pedro lo mismo. Conversó que era una cruzada
muy fea, que le ocurrió eso, que pelió con esa fiera. Y dijo todo.
Bueno,
no tenía nada tampoco.
-A
mí me ocurrió un caso como los de mis hermanos. Yo pelié con la
serpiente para salvarle la vida a ellos. Y justamente tuve la suerte
que la maté.
Qué,
los otros se querían morir. Claro, porque ellos no tenían costancia
de la historia de la vida. Entonce dijo el Rey:
-Después,
mi Rey, al verme que se apagó el fuego por el combate, la lucha que
tuve con esta fiera, yo no sabía cómo iba hacer fuego a la
madrugada. Salí a andar el mundo, porque iba perdido, a ver si
encontraba fuego con qué hacer la comida o no. Así que me encontré,
muy lejos, y divisé un fuego que ardía y se apagaba, así. Y jui
hasta que llegué ande 'taba él. Lleguí y había unos saltiadores,
y dijo todo él.
-Y
entré para adentro, y en primer lugar encontré una señorita que
estaba durmiendo. Así, le llevé un anillo, acá está.
-Y
entré en la última pieza y había una chica que era muy hermosa y
como no tenía qué llevarle, le di un beso -dice.
Y
a la final de todo, el Rey lu hizo casar a Manuelito con la hija
menor. Y hicieron una gran fiesta.
El
cuento es una variante del cuento fundamental y contiene el motivo
del cuento de el chiquillo o
los tres hermanos.
Cuento
845. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 069
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