Ésta
era una señora criolla que tenía un hijo, y era viuda. Esta señora
se dentró a vivir con un gigante. Ella tenía escondido al gigante,
de miedo del hijo. El gigante empezó a hacer lo posible pa matar al
hijo o hacerlo matar. El hijo vivía en casa aparte y todos los días
venía a ver cómo estaba la madre. La madre siempre le decía que
estaba bien, y el hijo se iba contento. Un día, el gigante le dice
que le diga que está enferma, y el dotor le ha recetau que con las
barbas de los magos moros negros, iba a sanar, que seguro que los
negros lo iban a matar.
-Mal,
hijo -que le dice, 'toy enferma, y un dotor que pasaba me vido, y que
dijo que sólo con un tés de barbas de los magos moros negros me voy
a poner güena.
En
lo que iba en el viaje, que pasa por el puente de las casas del Rey,
y el Rey lo divisa y lo manda a llamar.
-¡Ah!,
pero eso es muy difícil -que le dice.
Entós,
él que le dice que él lo va ayudar pa que los magos moros no lo
maten. Y áhi l'hizo dar un güen caballo y una espada que cortaba un
pelo en el aire.
-Cuando
llegue -que le dijo, saquelé el freno al caballo, que le va ayudar a
peliar, y usté largue golpes con la espada a todos laus, pero no se
descuide que estos hombres son muy malos y brujos. Y se jue. Cuando
llegó -que anduvo muchísimo- le salieron los moros a matarlo,
porque el que llegaba áhi, era muerto. Entós él le sacó el freno
al caballo, y entraron a peliar. Y peliaron y peliaron hasta que los
mataron a todos. Áhi no más sacó las barbas y se alzó, porque
estos moros podían volver a vivir. Cuando va pasando por la casa 'el
Rey, le sale el Rey y le pregunta como le ha ido. Le dice que bien y
que trai las barbas de los magos moros. Entós que le dice que le
preste pa ver como son las barbas, y se va pa adentro. Entós él
guarda las barbas de los moros y le da barbas de un chivato negro.
Que eran igualitos. El mozo entrega el caballo y la espada, y se va.
Ya llegó y le dio a la madre las barbas.
Las
barbas eran pa que el gigante tomara un tés y le dieran una juerza
como nadies tenía pa matar al hijo de la señora. Ya tomó el
gigante el tés, y antes de darle juerza lo debilitó, y que no sabía
por qué.
-Agora
le vamos a mandar un peligro pior -que le dice a la madre. Y ya le
explicó que si haga la enferma y le pida las barbas de los magos
moros rubios.
-¡Ay,
hijo! -que le dice- 'stoy pior. Estas barbas no mi han hecho nada. Un
dotor que pasó me recetó un tés de las barbas de los magos moros
rubios.
-¡Cómo
no! -que le dice- yo se las voy a trair. Yo por mi madre muero -y se
jue.
Bué...
Se jue otra vez. Volvió a seguir el mesmo camino. Cuando va pasando
por las casas del Rey, le vuelve a salir éste, y le pregunta ánde
va, y le oferta el caballo y la espada. Y le dice que si los otros
moros eran malos, éstos eran el doble; que tuviera cuidau, que le
quitara el freno al caballo y peliara sin descansar porque lo iban a
matar. Se jue.
Ya
le salieron los moros, que vivían lejísimo, y lo querían matar. Le
boliaron el caballo y lo llevaron muy mal. Pero, en una de ésas
logró voltiar uno, y después mató otro, y hasta que al fin mató a
todos.
Ya
como quedó de a pie, sacó las barbas de los moros y agarró a
caminar, apurau, porque estos moros resucitan. Y ya resucitaron los
moros y lo comenzaron a seguir. El Rey que ya 'staba sabiendo todo
-porque era un ángel que lo ayudaba- le mandó caballo pa que
volviera. Ya cuando los moros lo llevaban cerquita, llegó el pión
con el caballo y pudieron escapar.
Ya
llegaron a las casas del Rey, y salió el Rey y le pidió las barbas
pa verlas. Y ya guardó él las barbas de los moros y que se las
cambió por la de un chivato rubio. Bien rubio que era el chivato.
Y
ya se jue y llegó a la casa de la madre y le dio las barbas, y se
despidió, y se jue. La madre le dio el tés al gigante, y en vez de
juerzas, que más se debilita el gigante.
En
ese momento él se acordó que en el medio 'el campo vivía una
curandera que él había óido nombrar y sin decir palabra se dio
güelta y se encaminó para allá. La madre que lo llamaba, pero él
que no atendía. Ya cuando llegó le contó a la curandera, que era
viejita, y le pidió por favor que le diera un remedio pa la madre.
La curandera le dijo:
Entonce
le dice que lo que tenía es que tenía un gigante que se había
dentrau a vivir con ella, y que lo quería hacer matar a él. Entós
él se volvió enojadísimo a la casa de la madre, y dentró y se
agarró a peliar con el gigante. El gigante que 'staba sabiendo todo
lo que pasaba porque era adivino, y que 'staba temblando.
Y
ya peliaron, y que al fin el mozo lo partió con la espada que le
había dau el Rey. Y el gigante quedó muerto áhi. Y él se despidió
de la madre para nunca más volver. Y él se jue, y nosotros los
vinimos para acá.
Bonifacio
Rodríguez, 56 años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1945.
Campesino
rústico. Buen narrador.
Variante
y nuevo desarrollo del motivo de la hermana infiel en la madre
traidora.
Cuento
924. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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