Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de febrero de 2015

Los hermanos envidiosos .1065

Era un viejito que tenía tres hijos. El mayor le decía un día:
-Déme permisio padre pa ir a trabajar.
Le dio permisio el padre, y se jué. Siguió por una senda y se jué. Y encontró por allá lejo un río muy crecido. En la oría había un viejito andrajoso, muy pobre, que no podía pasar l'agua. Lo saludó él:
-¿Qui hace, tata viejo?
-Aquí estoy m'hijito, no puedo pasar l'agua. Pasame -le dice.
-¿Quién te va a pasar a vos, viejo mocoso? -le dice el muchacho.
Bué... Se jué, siguió el muchacho el camino. Quedó el viejito áhi no más. Caminó y caminó y llegó a la casa di un Rey y áhi encontró trabajo el muchacho.
Bué... después pidió permiso el segundo hijo, que le dijo al padre que lo dejara ir a trabajar. Le dijo el padre que se juera, y siguió el mismo camino qu'el otro hermano. Jue al mismo río y encontró al mismo viejito que 'staba áhi. Lo saludó:
-¿Qui hace, tata viejo?
-Acá 'stoy, hijito, por pasar el río. ¡Pasame!
-¿Quién te va a pasar a vos, viejo mocoso? -le dijo.
-Bué... se jué el muchacho por el mismo camino del otro. Llegó tamién a la casa del Rey y encontró trabajo tamién.
Bué... trancurrieron unos días y como no volvieron los hermanos, el menor pidió permisio al padre, también.
-¡Peru, hijo! -que le dice el padre. ¡Cómo me van a dejar solo!
Pero, tanto insistió, qui al fin le dijo que se juera también.
Bué... Siguió el mismo camino, llegó al mismo río y encontró al mismo viejito. Y ya lo saludó y dijo:
-¿Qué hace, tata viejo?
-Acá 'stoy, no puedo pasar l'agua. ¡Pasame!
Entonce le dijo el muchacho:
-¡Cómo no, tata viejo! Suba apacho, y lo pasó. Entonce, ¡Claro!, le dio muchas gracias, y le contó que los hermanos estaban trabajando en la casa del Rey. Bué... entonce el viejito le dio un mate, y le dijo que siguiera no más, y le dijo que iba a llegar a una ensenada, a un corral muy grande, que 'staba lleno de yeguas. Que entrase al corral, qu'estirase la manta en el medio y que'l animal que viniese y se revolcase, que ese lo agarrara para él.
-Ese animal -le dijo- te va a sacar de todos los apuros, te va a salvar de todos los peligros.
Jue el muchacho, llegó y entró al corral y extendió la manta.
Y ya vino un potriíto y se revolcó en la manta. Entonce, como li había dicho el viejo, corrió y lo agarró y subió en él. Y ya el potriíto habló y le dijo ánde 'taban los hermanos. Y le dijo también que los hermanos, de malos lu iban a poner en muchos trabajos. ¡Claro!, habló porque era una virtú que le dio el viejito, qu'era Dios.
Ya siguió él su camino, y lo que iban vio relumbrar una cosa a la oría del camino, y lo que llegó vio qu'era una pluma  di oro, una cosa la más bonita. Entonce lo que llegó se bajó a alcanzarla. Entonces el potrío le dijo:
-No alce esa pluma, amo, que por esa pluma se va a ver perdido.
Entonce le dijo él:
-Qué sabís, animal bruto, lo que hablás.
L'alzó y se la colocó en la cinta del sombrero. Bué... y siguió. Ese día era domingo, y el Rey 'taba de carreras. Corría un caballo oscuro, que tenía el Rey. Entonce que le dijo el potrío al mozo, que después que se pasaran las carreras, que le desafiara con él a todos los otros caballos. Ya de lejo devisó la cancha, llena 'e gente. Y ya quedó el alarme entre la gente de la cancha de ver ese hombre que llevaba aquello que le relumbraba en la cabeza que era la pluma, claro. Estaban partiendo todavía. No largaban. Después que llegó él, largaron. El caballo del Rey ganó al chirlo, se jué solo. Ya si allegó el Rey y s'encontró con los hermanos. Y después que se pagaron las paradas, las jugadas que se habían armau, ya le desafió él al Rey, con su potrío.
El Rey pedía que l'echaran otro caballo al oscuro, y que él joven le dijo qu'él le jugaba, que por plata no se paraba. Ésa era la virtú que Dios li había dau con el potrío, que lo que le pidiera o lo que quisiera que se lu iba a dar. Bué... y ya hicieron la carrera por miles de pesos. Y el joven corrió en el potrío. Y el potrío li había dicho que topara toda jugada que l'hicieran, y él lu hizo así. Ya jueron a la cancha, vinieron las autoridades y comenzaron las partidas. Y ya avinieron y largaron. Y el potrío le ganó lejísimo al caballo del Rey. Ya cobró miles sobre miles el joven, y se puso muy rico.
Los hermanos d'envidiosos qu'eran, lu intrigaron con el Rey por la pluma di oro. La pluma había síu di un loro del Rey que se li había quedau encantau al otro lado del mar. Y el Rey, que ya estaba enojado con la ganada del caballo, ese día no más lo llamó al orden y le dijo que di ande sacaba esa pluma. Le dijo el joven qu'él l'había encontrau en el camino, lo que venía. Bué... que le dijo:
-L'haiga hallau o no l'haiga hallau, usté me va a trair el loro que se me ha quedau al otro lau del mar.
-Pida la mercé que quera... Plazo 'e tres días... Sino le corto la cabeza.
Bué... El mozo se jue más triste que la noche, ande 'staba el potrío y le dijo lo que le pasaba.
-¿No te dije -le dijo el potrío- que nu alzaras esa pluma?... Pero no se te dé cuidado, yo te voy a salvar.
Bué... Le dijo que le fuera a pedir al Rey una sábana sin pecar, vino y pan. Ya lo pidió y se lo dieron. Bueno... Entonce le dijo:
-Ensíllame no más -y ya siguieron viaje y caminaron y caminaron y llegaron a la oría del mar.
Desensillame -le dijo- y dame de comer.
Entonce, ya cuando descansaron, le dijo que lu ensillara otra vez y ya s'entraron a la mar. El potrío era nadador. Le dijo qu'en l'oría del otro lado del mar, había un naranjo, y que allí estaba el loro. Que cuando estaba con los ojos cerráu, estaba despierto, y que cuando estaba con los ojos abiertos estaba dormíu. Ya llegaron y se pararon abajo 'el naranjo. Qu'el naranjo era altísimo. Qu'el joven se paró en el lomo del potrío y que el potrío se comenzó a criar, a criar, hasta que ya llegó al estremo que el mozo podía agarrar el loro. El loro estaba con los ojos abiertos, y áhi no más lo envolvió bien con la sábana y ya el potrío se bajó. Se bajó hasta que quedó como era. Y pegaron viaje de vuelta. Ya cuando salieron a la otra oría de la mar, le volvió a decir el potrío que lo desensillara y volvieron a almorzar áhi.
Y ya almorzaron y siguieron viaje. Y a todu esto, eran los tres días de plazo.
Ya en el camino, el potrío lo venía conversando al mozo y le dijo:
-Tus hermanos ya te tienen otra preparada.
Y el mozo se puso triste.
Los hermanos si habían subíu arriba, para ver si llegaba, porque se cumplía el plazo, y cuando vieron que venía una cosa que relumbraba, ya se dieron cuenta que era él y bajaron y le dijeron al Rey y lu intrigaron para que el Rey le di era otro trabajo de peligro como ése. Y en seguida no más, llegó y pasó ande estaba el Rey y le entregó el loro.
-Acá está, señor, el loro.
-¿Y no decía usté, amigo, que no sabía ánde 'staba el loro?... Bueno, amigo, así como me ha tráido el loro, me tiene que tráir el anío que se le cayó a la Princesa cuando veníamos pasando el mar. Usté si ha dejau decir qu'es capaz de trairmeló.
-Yo nu hi dicho nada, señor.
-Haiga dicho u nu haiga dicho, usté me lo tiene que trair. Palabra de Rey no puede faltar. Si no me lo trai plazo é tres días, le corto el cogote. Y me lo trai con la yeguada ande se crió el potrío que usté muenta.
Bué... Se jué muy triste ande 'staba el potrío.
-Ya te lo había dicho yo -le dijo el potrío. Pedíle al Rey una espada que corte un pelo en, el aire, pan y vino.
Y ya lo pidió y se lo dieron.
-Ensillame no más -le dice el potrío.
-Ya me voy. Yu hi síu potrío de la manada y el padrillo mi aborrece. Cuando yo llegue ¡me va a sacar matando!, y yo me voy a venir. Cuando él raye aquí, vos le tenís que pegar con l'espada, y le tenís que sacar de un golpe el cencerro. ¡No le vas a escapar, porque seremos perdidos! Con el cencerro está el anío.
Bué... Se jué el potrío y al rato no más que si oyó un temblor, y llegó el padrío y le tiró el joven y l'escapó, y se volvió a zambullir en el mar. Y lo volvió a sacar di atrás el potrío. Y al rato volvió otra vez el padrío, y ya el joven le pegó bien y lo mató. Y le sacó el cencerro. Apenas le sacó el cencerro comenzó a salir la yeguada. Overiaba la oría de la mar. Qu'eran muy bonitas las yeguas. El cencerro se lo puso al potrío, y que todas las yeguas lo rodiaban. Ya las juntaron y siguieron, y que la yeguada seguía al tañido del cencerro.
Los divisadores del Rey qu'estaban divisando, porque ya se cumplía el plazo. Y entre éstos estaban los hermanos. Que bajaron y vieron que venía una polvadera, y qu'era el mozo con una yeguada grandísima. Ya los hermanos lu intrigaron otra vez, y que le dijeron al Rey qu'era brujo. Que sólo así podía hacer esas hazañas. Y el Rey comenzó a hacer juntar leña para hacerlo quemar por brujo en unos hornos de ladrillos, que tenía.
Y ya llegó y le entregó la yeguada y el anío.
-Bueno -que le dice el Rey, nadie ha hecho lo que usté ha hecho. Nu hay más que usté es brujo. Lo vamos a quemar. Pida la mercé que quera.
Bue... ya se jue muy triste, y le dice el potrío:
-¿No te dije yo? No se te dé cuidado. Yo te voy a salvar. Andá pedile una sábana sin pecar, y que te dé permiso pa galopiarme en la cancha ande galopia el oscuro d'él.
A todo esto, los hornos están coloráu de calientes.
Ya le dieron al mozo la sábana sin pecar, y lo galopió al potrío. Tenía qu'empapar la sábana con el sudor. Y ya empapó la sábana y el potrío le dijo:
-Vos t'envolví en la sábana, y t'entrás no más al horno, que ya mañana los vamos a ver. Y ya jué y abrieron las llaves de los hornos. Y él s'envolvió en la sábana y s'entró.
Al otro día le dice el Rey a los sirvientes que jueran a aventarle las cenizas al brujo para que no apestara la ciudá. Entonce van y abren las puertas. ¡Y qué!, si el joven era güen mozo, más güen mozo estaba, y vivito y sanito. Y ya le dijeron al Rey. Y cuando lo vido tan güen mozo, el Rey qu'era medio feucón, se quiso poner güen mozo y quiso hacer lo mismo que el joven.
Mandó a encender los hornos y se llevó una sábana sin pecar, y galopió el oscuro. Ya s'empapó la sábana. A todu esto los hornos 'taban qui ardían, porque les había hecho echar el doble de leña. Bué... Y ya lu envolvieron en la sábana, lu echaron al horno y le cerraron la puerta. Al otro día, cuando amaneció, les dice la Reina:
-Vayan a aventar las cenizas del Rey para que nu apeste la ciudá.
Y ya jueron y estaba tan quemado, que ni las cenizas habían quedau.
Entonce la Reina se casá con el joven, y estarán viviendo felices tuavía y en medio de riquezas.

Juan Lucero, 60 años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1952.

Cuento 1065. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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