Era
un viejito que tenía tres hijos. El mayor le decía un día:
Le
dio permisio el padre, y se jué. Siguió por una senda y se jué. Y
encontró por allá lejo un río muy crecido. En la oría había un
viejito andrajoso, muy pobre, que no podía pasar l'agua. Lo saludó
él:
Bué...
Se jué, siguió el muchacho el camino. Quedó el viejito áhi no
más. Caminó y caminó y llegó a la casa di un Rey y áhi encontró
trabajo el muchacho.
Bué...
después pidió permiso el segundo hijo, que le dijo al padre que lo
dejara ir a trabajar. Le dijo el padre que se juera, y siguió el
mismo camino qu'el otro hermano. Jue al mismo río y encontró al
mismo viejito que 'staba áhi. Lo saludó:
-Bué...
se jué el muchacho por el mismo camino del otro. Llegó tamién a la
casa del Rey y encontró trabajo tamién.
Bué...
trancurrieron unos días y como no volvieron los hermanos, el menor
pidió permisio al padre, también.
Bué...
Siguió el mismo camino, llegó al mismo río y encontró al mismo
viejito. Y ya lo saludó y dijo:
-¡Cómo
no, tata viejo! Suba apacho, y lo pasó. Entonce, ¡Claro!, le dio
muchas gracias, y le contó que los hermanos estaban trabajando en la
casa del Rey. Bué... entonce el viejito le dio un mate, y le dijo
que siguiera no más, y le dijo que iba a llegar a una ensenada, a un
corral muy grande, que 'staba lleno de yeguas. Que entrase al corral,
qu'estirase la manta en el medio y que'l animal que viniese y se
revolcase, que ese lo agarrara para él.
Y
ya vino un potriíto y se revolcó en la manta. Entonce, como li
había dicho el viejo, corrió y lo agarró y subió en él. Y ya el
potriíto habló y le dijo ánde 'taban los hermanos. Y le dijo
también que los hermanos, de malos lu iban a poner en muchos
trabajos. ¡Claro!, habló porque era una virtú que le dio el
viejito, qu'era Dios.
Ya
siguió él su camino, y lo que iban vio relumbrar una cosa a la oría
del camino, y lo que llegó vio qu'era una pluma di oro, una
cosa la más bonita. Entonce lo que llegó se bajó a alcanzarla.
Entonces el potrío le dijo:
L'alzó
y se la colocó en la cinta del sombrero. Bué... y siguió. Ese día
era domingo, y el Rey 'taba de carreras. Corría un caballo oscuro,
que tenía el Rey. Entonce que le dijo el potrío al mozo, que
después que se pasaran las carreras, que le desafiara con él a
todos los otros caballos. Ya de lejo devisó la cancha, llena 'e
gente. Y ya quedó el alarme entre la gente de la cancha de ver ese
hombre que llevaba aquello que le relumbraba en la cabeza que era la
pluma, claro. Estaban partiendo todavía. No largaban. Después que
llegó él, largaron. El caballo del Rey ganó al chirlo, se jué
solo. Ya si allegó el Rey y s'encontró con los hermanos. Y después
que se pagaron las paradas, las jugadas que se habían armau, ya le
desafió él al Rey, con su potrío.
El
Rey pedía que l'echaran otro caballo al oscuro, y que él joven le
dijo qu'él le jugaba, que por plata no se paraba. Ésa era la virtú
que Dios li había dau con el potrío, que lo que le pidiera o lo que
quisiera que se lu iba a dar. Bué... y ya hicieron la carrera por
miles de pesos. Y el joven corrió en el potrío. Y el potrío li
había dicho que topara toda jugada que l'hicieran, y él lu hizo
así. Ya jueron a la cancha, vinieron las autoridades y comenzaron
las partidas. Y ya avinieron y largaron. Y el potrío le ganó
lejísimo al caballo del Rey. Ya cobró miles sobre miles el joven, y
se puso muy rico.
Los
hermanos d'envidiosos qu'eran, lu intrigaron con el Rey por la pluma
di oro. La pluma había síu di un loro del Rey que se li había
quedau encantau al otro lado del mar. Y el Rey, que ya estaba enojado
con la ganada del caballo, ese día no más lo llamó al orden y le
dijo que di ande sacaba esa pluma. Le dijo el joven qu'él l'había
encontrau en el camino, lo que venía. Bué... que le dijo:
-L'haiga
hallau o no l'haiga hallau, usté me va a trair el loro que se me ha
quedau al otro lau del mar.
-¿No
te dije -le dijo el potrío- que nu alzaras esa pluma?... Pero no se
te dé cuidado, yo te voy a salvar.
Bué...
Le dijo que le fuera a pedir al Rey una sábana sin pecar, vino y
pan. Ya lo pidió y se lo dieron. Bueno... Entonce le dijo:
Entonce,
ya cuando descansaron, le dijo que lu ensillara otra vez y ya
s'entraron a la mar. El potrío era nadador. Le dijo qu'en l'oría
del otro lado del mar, había un naranjo, y que allí estaba el loro.
Que cuando estaba con los ojos cerráu, estaba despierto, y que
cuando estaba con los ojos abiertos estaba dormíu. Ya llegaron y se
pararon abajo 'el naranjo. Qu'el naranjo era altísimo. Qu'el joven
se paró en el lomo del potrío y que el potrío se comenzó a criar,
a criar, hasta que ya llegó al estremo que el mozo podía agarrar el
loro. El loro estaba con los ojos abiertos, y áhi no más lo
envolvió bien con la sábana y ya el potrío se bajó. Se bajó
hasta que quedó como era. Y pegaron viaje de vuelta. Ya cuando
salieron a la otra oría de la mar, le volvió a decir el potrío que
lo desensillara y volvieron a almorzar áhi.
Los
hermanos si habían subíu arriba, para ver si llegaba, porque se
cumplía el plazo, y cuando vieron que venía una cosa que
relumbraba, ya se dieron cuenta que era él y bajaron y le dijeron al
Rey y lu intrigaron para que el Rey le di era otro trabajo de peligro
como ése. Y en seguida no más, llegó y pasó ande estaba el Rey y
le entregó el loro.
-¿Y
no decía usté, amigo, que no sabía ánde 'staba el loro?... Bueno,
amigo, así como me ha tráido el loro, me tiene que tráir el anío
que se le cayó a la Princesa cuando veníamos pasando el mar. Usté
si ha dejau decir qu'es capaz de trairmeló.
-Haiga
dicho u nu haiga dicho, usté me lo tiene que trair. Palabra de Rey
no puede faltar. Si no me lo trai plazo é tres días, le corto el
cogote. Y me lo trai con la yeguada ande se crió el potrío que usté
muenta.
-Ya
te lo había dicho yo -le dijo el potrío. Pedíle al Rey una espada
que corte un pelo en, el aire, pan y vino.
-Ya
me voy. Yu hi síu potrío de la manada y el padrillo mi aborrece.
Cuando yo llegue ¡me va a sacar matando!, y yo me voy a venir.
Cuando él raye aquí, vos le tenís que pegar con l'espada, y le
tenís que sacar de un golpe el cencerro. ¡No le vas a escapar,
porque seremos perdidos! Con el cencerro está el anío.
Bué...
Se jué el potrío y al rato no más que si oyó un temblor, y llegó
el padrío y le tiró el joven y l'escapó, y se volvió a zambullir
en el mar. Y lo volvió a sacar di atrás el potrío. Y al rato
volvió otra vez el padrío, y ya el joven le pegó bien y lo mató.
Y le sacó el cencerro. Apenas le sacó el cencerro comenzó a salir
la yeguada. Overiaba la oría de la mar. Qu'eran muy bonitas las
yeguas. El cencerro se lo puso al potrío, y que todas las yeguas lo
rodiaban. Ya las juntaron y siguieron, y que la yeguada seguía al
tañido del cencerro.
Los
divisadores del Rey qu'estaban divisando, porque ya se cumplía el
plazo. Y entre éstos estaban los hermanos. Que bajaron y vieron que
venía una polvadera, y qu'era el mozo con una yeguada grandísima.
Ya los hermanos lu intrigaron otra vez, y que le dijeron al Rey
qu'era brujo. Que sólo así podía hacer esas hazañas. Y el Rey
comenzó a hacer juntar leña para hacerlo quemar por brujo en unos
hornos de ladrillos, que tenía.
-Bueno
-que le dice el Rey, nadie ha hecho lo que usté ha hecho. Nu hay más
que usté es brujo. Lo vamos a quemar. Pida la mercé que quera.
-¿No
te dije yo? No se te dé cuidado. Yo te voy a salvar. Andá pedile
una sábana sin pecar, y que te dé permiso pa galopiarme en la
cancha ande galopia el oscuro d'él.
Ya
le dieron al mozo la sábana sin pecar, y lo galopió al potrío.
Tenía qu'empapar la sábana con el sudor. Y ya empapó la sábana y
el potrío le dijo:
-Vos
t'envolví en la sábana, y t'entrás no más al horno, que ya mañana
los vamos a ver. Y ya jué y abrieron las llaves de los hornos. Y él
s'envolvió en la sábana y s'entró.
Al
otro día le dice el Rey a los sirvientes que jueran a aventarle las
cenizas al brujo para que no apestara la ciudá. Entonce van y abren
las puertas. ¡Y qué!, si el joven era güen mozo, más güen mozo
estaba, y vivito y sanito. Y ya le dijeron al Rey. Y cuando lo vido
tan güen mozo, el Rey qu'era medio feucón, se quiso poner güen
mozo y quiso hacer lo mismo que el joven.
Mandó
a encender los hornos y se llevó una sábana sin pecar, y galopió
el oscuro. Ya s'empapó la sábana. A todu esto los hornos 'taban qui
ardían, porque les había hecho echar el doble de leña. Bué... Y
ya lu envolvieron en la sábana, lu echaron al horno y le cerraron la
puerta. Al otro día, cuando amaneció, les dice la Reina:
Y
ya jueron y estaba tan quemado, que ni las cenizas habían quedau.
Cuento
1065. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 072
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