Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de febrero de 2015

Los güeycitos .990

Era un matrimonio que tenía tres hijos, dos chicos y una mujercita.
Una vez que los chicos 'taban jugando cerca de las casas, vino un pájaro grande, y se asentó en un gajo de un árbol, cerca di ande 'taban los chicos. Y cuando vio el pájaro que los chicos se descuidaban, le robó la muñeca de la chica y la alzó en las patas. Y se jue volando. Entonce, la chica desesperada porque le llevaban la muñeca que tanto quería, lo siguió mirando adonde iba el pájaro, para ver si voltiaba la muñeca. El pájaro se paró en un árbol, y la chica corrió hasta que 'stuvo cerquita. El pájaro se voló y se asentó más allá. La chica volvió a correr hasta ese lugar, y cuando iba llegando, el pájaro se voló y se asentó un poco más allá.
Así, la chica corría y corría, y el pájaro se iba asentando en otros árboles.
Así pasó todo el día, y la chica que corría, sin mirar para atrás, 'taba en el medio del campo, muy lejos de las casas de ella. Cuando se hizo la noche, el pájaro se asentó en un árbol, y áhi se quedó. Entonce la chica se quedó en el tronco, llorando y diciendolé al pájaro que le largara la muñequita.
Por fin, la pobrecita, de estar tan cansada, con hambre y perdida, se quedó dormida. Se despertó al otro día cuando 'taba saliendo el sol. Miró para arriba y vio al pájaro que 'taba con la muñeca en las patas. Entonce el pájaro se voló llevando la muñequita, y la chica salió coriendo atrás d'él gritandolé que le entregara la muñequita.
Así pasó todo el día, y se volvió a quedar dormida en el tronco di un árbol que se asentó el pájaro.
Así pasaron muchos días, hasta que al fin llegaron a un ranchito que había en el campo y 'taba solo. El pájaro largó la muñequita en el medio del patio y siguió volando. La chica agarró la muñequita, muerta de gusto y llorando de contenta. Entonce ella se dio cuenta de que 'taba perdida, y que en el ranchito no había nadie.
Con la muñequita en los brazos principió a ver en la casa todo lo que había. Adentro 'taban dos camitas igualitas, a la par. Había dos sillas igualitas, y de todo había dos cosas iguales. Jue a la cocina y en el juego vio que en la ollita se 'taba cocinando la comida. Entonce vio que debía haber gente en la casa y quedó más tranquila, pero siempre con miedo. Vio que había dos platos y dos servicios, cuchara, cuchillo y tenedor igualitos.
La chica atizó el juego, le echó leña y cuidó la comida y lavó los platos. Y jue y tendió las camas.
Se puso en un rinconcito, se hincó, y se puso a rezar para que Dios la ayudara, ya que 'taba solita y perdida. Y lloraba pensando que sus padres andarían buscandolá.
A eso de las doce del día oyó un tropel. Ella, asustada, no sabía adónde esconderse, y se metió abajo de una bateya que 'taba en el patio, y la puso boca abajo.
En seguida llegaron dos mozos tan igualitos, que de ver uno, era 'ver el otro. Éstos se bajaron y entraron adentro, y vieron que alguien había andado en la casa porque las camitas 'taban tendidas y la comida 'taba ya echa, y los platos lavados.
Entonces principiaron a buscar en toda la casa a ver si encontraban a alguien, porque por áhi cerca no vivían más que ellos, y no sabían de dónde podría haber venido alguien a la casa. Cuando, de repente, ven un trapito muy bonito que salía de abajo de la bateya. Y corrieron y levantaron la bateya, y se encontraron con una chica que tenía en los brazos una muñeca y que era tan linda como la muñeca.
Ellos muy contentos de ver una niña tan linda y con cara de tan buena, que lloraba asustada, la consolaron y le dijieron que les contara cómo 'taba áhi. La chica les contó lo que le había pasado y cómo se había perdido. Ellos le prometieron que la cuidarían y que ella sería su hermanita. La llevaron para adentro y se hincaron ante la Virgen; le juraron que ella sería su hermanita y le agradecieron a la Virgen porque les había dado esa dicha tan grande, a ellos que vivían solitos sin que nadie los cuidara y los atendiera.
Estos mozos eran meízos. Eran tan igualitos, y ninguno hacía una cosa sin que la hiciera el otro al mismo tiempo. Comían al mismo tiempo, se sentaban y se levantaban al mismo tiempo, caminaban y se vestían al mismo tiempo. Trabajaban en el palacio del Rey de esos lugares.
Pasaron algunos años, y los meízos y la hermanita vivían muy contentos. La niña los cuidaba, les hacía la comida, les lavaba y les remendaba la ropa. Con lo que ellos ganaban no les faltaba nada.
Una vez, el Rey ensilló su caballo y salió a pasiar por el campo, y se le antojó conocer la casita de los meízos. Llegó muy despacito a la casa. La chica, que era una mocita muy donosa, 'taba lavando la ropa y no lo oyó, cuando de repente siente que le dicen:
-¡Buenas tardes, niña! Y su mamá, ¿qué hace?
La niña se da vuelta ligero y ve un mozo muy lindo, a caballo, como ella nunca había visto otro. La niña se asustó mucho, se impresionó, y corrió. Se entró adentro y cerró la puerta.
El Rey se volvió para su palacio, y iba dando vueltas para atrás, pensando quién sería esa niña tan linda como jamás había visto otra en todo el mundo. El Rey era soltero y se había enamorado de la niña. Los criados del Rey le dijeron que esa niña era hermana de los meízos.
El Rey pasó todo el día muy pensativo; no hacía otra cosa que pensar en la niña hermana de los meízos. Al terminar el día, cuando los piones se tenían que retirar, los llamó a los meízos, el Rey, y les dijo:
-Les doy la plata que ganen en un mes y les doy permiso para que se queden a descansar en su casita.
Los despidió muy amable y les dijo que los iba a ir a visitar. Los meízos no sabían qué hacer. No sabían porque el Rey les hacía esa gracia.
Se jueron a su casa y nada le dijieron, al momento, a la hermanita. Pero, cuando 'taban comiendo, la niña les principió a contar lo que le había pasado. Les dijo que llegó un mozo muy lindo a caballo, en un caballo grandote y de montura chapiada, que ella no lo había sentido, que ella 'taba lavando, cuando oyó que le dijieron:
-¡Buenas tardes, niña! Y su mamá, ¿qué hace?
Y que ella se asustó, se dio güelta y se metió adentro y cerró la puerta.
Los meízos se quedaron tan impresionados, y se dieron cuenta que era el Rey, y que seguramente 'taba enamorado de la niña, y que se iban a quedar sin la hermanita que querían tanto, que pararon de comer, y al seguir comiendo, se descuidaron, y uno echó primero la cucharada a la boca que el otro. En el mismo momento quedaron convertidos en güeyecitos. La niña se llevó un susto muy grande y se puso a llorar. Los güeycitos, también muy tristes, le dijieron:
-¡No te asustís, hermanita, que somos los mismos! Vamos a vivir juntos y te vamos a defender, y vos nos vas a cuidar.
Y así pasaron unos días, hasta que vieron venir al Rey vestido de gala. Le causó mucha sorpresa ver a los meízos convertidos en güeyes. La niña le explicó que por distraídos habían comido uno a destiempo del otro. El Rey venía a pedir la mano de la niña para casarse con ella, y a los hermanos su permiso. La niña se sorprendió tanto que no contestó nada. Tanto insistió el Rey, que ella le dijo que le contestaría después. El Rey se jue. No quería hacer uso de su poder sinó que la niña hiciera su voluntá.
La niña conversó con sus hermanos. Ellos le aconsejaron que se casara con el Rey, que era una suerte muy grande que él la quisiese hacer reina. Ella les prometió que los llevaría al palacio y nunca los abandonaría.
El Rey, a los pocos días, volvió para saber la contestación. La niña le dijo que se casaría con la condición de que llevaría los güeycitos y que él tenía que prometer que no los iba a hacer trabajar nunca. El Rey dio su palabra de que se haría todo lo que la niña pedía, y se jue. Al día siguiente vino con una gran comitiva. En un coche muy grande y hermoso iban él y la niña, y al lau los güeycitos. Una vez en el palacio, hicieron el casamiento con una fiesta que duró muchos días. Los güeycitos, los hermanitos de la niña, quedaron muy cómodos en un galpón muy bien arreglado.
La Reina y el Rey vivieron muy felices más de un año. La Reina tuvo un niño varón. El Rey 'taba muy contento y cada vez la quería más a su esposa.
Cuando el niño tenía un año y medio, más u menos, le pasó una desgracia a la Reina. Tenían una negra muy envidiosa, que le tenía envidia a la Reina, porque era tan linda, y ella quería ser alguna vez reina. La negra principió a buscar una trampa para hacer desaparecer a la Reina sin que la descubrieran, y en eso encontró el remedio. Una vez que el Rey con su comitiva salió a recorrer todos los dominios, y que se demoraría un tiempo, quedó la Reina en la atención de la negra perversa. Un día le dijo:
-Mi señorita, ¿no quiere que la espulgue? También la voy a peinar y arreglar el pelo.
La Reina que 'taba tan inocente de las picardías de la negra, le dijo que güeno. La negra le hurgó el pelo un rato, para entretener a la Reina, y cuando terminó de peinarla, le clavó en la cabeza con tanta fuerza un alfiler de palomita, que le enterró entero el alfiler. Entonce la Reina se hizo una palomita, y tomó vuelo al campo.
La negra corrió a la pieza de la Reina, se lavó y se jabonó con los jabones de olor, se puso todos los polvos y perfumes de la Reina y sus vestidos más lujosos. Se sentó en el rico sillón de la Reina sin hacer notar a nadie que 'taba sola.
Al otro día temprano se levantó y se largó a hacer juego y a hacer la comida. Se puso a hacer una leche para el nene chico que lloraba di hambre, porque todavía lo criaba la madre. Más tarde vino uno de los negros, llamó a la puerta de la Reina y con el respeto de siempre, preguntando si algo se le ofrecía a la Reina. Ella le contestó si todavía no había venido la negra sirvienta, que a la tarde se jue y no volvió, y que como los otros negros habían estado de fiesta, que ella había tenido que andar en la cocina y que se había quemado, y que se le había secado la leche para el nene. Todos se pusieron muy afligidos de lo que le había pasado a la Reina, por esa negra bandida.
El Rey volvió al otro día. Salió la negra llorando y contandolé que la negra sirvienta que tenía se le había mandau a mudar, y que del dijusto que tuvo y que había tenido que ir a la cocina, se había quemado y no tenía leche para el nene. El Rey se puso furioso con la negra que le había hecho eso a la Reina, y que por ella la Reina 'taba tan negra, de quemada, y el niñito flaquito y que lloraba di hambre todo el día.
El Rey quedó muy triste, y no sabía qué hacer. Todo el día andaba pensativo.
Un día le dijo la negra que se hacía la Reina, que había dispuesto hacer trabajar los güeycitos, porque 'taban muy gordos y pensaba que les podía hacer mal 'tar sin hacer nada, y podían morirse. El Rey no dijo nada, puesto que ella lo ordenaba y eran sus hermanos. Y ya mandó a los piones, a que pusieran a los güeycitos a un trabajo muy pesado, de acarriar cal y piedra de arriba di un cerro.
Una tarde, el Rey salió a caminar por los jardines, y se puso a conversar con el hortelano, preguntandolé cómo le iba en sus trabajos. Después de haber conversado un rato con el Rey, el hortelano le contó que hacía unos días que venía una palomita blanca, muy bonita, y se asentaba en un poste del jardín y se ponía a conversar con él. El Rey se interesó mucho y le preguntó al hortelano cómo era la conversación. Y el hortelano le dijo que hablaba la palomita, y él le contestaba en esta forma:
-¿Qué hacís hortelano?
-Cuidando flores para oler.
-¿Qué hace el Rey?
-Jugando y chanceando con su mujer.
-¿Qué hacen los güeycitos?
-Tirando cal y piedra di arriba 'el cerro.
-¿Qué hace el niño?
-A ratos llora y a ratos calla.
-¡Llora, llora niño de mis entrañas, que tu madre anda por las montañas!
Y le dijo que al decir la última palabra, se voló.
El Rey se puso muy intrigado, y le pidió al hortelano que se fijara mucho si volvía esa palomita y que le pusiera pega y la agarrara. Y así lo hizo. Al día siguiente volvió la palomita y con voz muy triste le volvió a preguntar al hortelano, lo mismo del día anterior, y el hortelano le contestó en igual forma:
-¿Qué hacís hortelano?
-Cuidando flores para oler.
-¿Qué hace el Rey?
-Jugando y chanceando con su mujer.
-¿Qué hacen los güeycitos?
-Tirando cal y piedra di arriba 'el cerro.
-¿Qué hace el niño?
-A ratos llora y a ratos calla.
-¡Llora, llora niño de mis entrañas, que tu madre anda por las montañas!
Y se jue a volar, pero quedó pegada de las patitas. Entonces el hortelano corrió, y con todo cuidado la agarró, la sacó y se la llevó al Rey.
El Rey al ver una palomita tan preciosa la envolvió en un pañuelo de seda, y la tenía en las faldas, acariciandolá. Cuando vino la negra, al verla se puso lívida, y furiosa le dijo al Rey que para qué tenía ese bicho arqueroso áhi, y que debía largarlo, que ese animal debía ser brujo.
Pero el Rey no le hizo juicio y siguió acariciandolá y sobandolé el cuerpito. Cuando le empezó a pasar los dedos por la cabecita, le notó el bordito; le sopló las plumitas para ver qué era. Le encontró la cabeza de un alfiler que era en forma de palomita y se la sacó de un tirón para que no sufriera. Y al momento, la palomita se convirtió en la Reina, sentada en las faldas del Rey, y que se puso a llorar de alegría.
El Rey se puso tan contento que no sabía qué hacer, y la abrazó a la Reina, también llorando. La Reina, entonce, contó lo que había pasado con la negra y corrió a agarrar a su hijito, y a darle de mamar. Y se jueron los dos ande 'taban los güeycitos trabajando y la Reina los abrazó. Los güeycitos le lambían las manos y lloraban. Inmediatamente los sacaron di áhi y los llevaron a su antigua casa y los atendieron como antes.
La negra, cuando se vio perdida, se quiso disparar, pero la agarraron los otros negros. El Rey dio orden que le tuvieran cuidado. Al otro día la ataron de las manos y de las piernas a cuatro potros chúcaros, y los largaron al campo. Así la despedazaron y perdieron sus cuartos, por los montes para castigo de su brujería y su maldá, porque era bruja la negra.
Se hicieron grandes fiestas. Y el Rey, la Reina, el niño y los güeycitos vivieron muy felices muchísimos años.
Yo me vine para acá para contarle este cuento.

Severo Alcaraz, 66 años. La Cañada. Capital. San Luis, 1939.

El narrador es un viejo campesino con cierto grado de cultura, dentro de la rusticidad del medio.

Cuento 990. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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