Éstos
eran dos viejitos que tenían una sola hija, muy regalona.
Un
día, el viejito le compró una muñeca a la niña. La niña se fue a
jugar debajo de un algarrobo. En eso que 'staba áhi, vino un
carancho, le quitó la muñeca y se la llevó en el pico. La niña
corrió para quitarselá. El animal se asentaba en un árbol y le
gritaba:
Cuando
la niña llegaba se volvía a volar. Y así la niña lo siguió hasta
muy lejos, sin poder alcanzarlo. Cuando se quiso dar cuenta, ya no
sabía volver a su casa, 'staba perdida.
Anduvo
mucho, y ya 'staba muy cansada. En eso se paró y miró a lo lejos un
humito. Se fue para ese lado, y llegó a una casita. Cuando llegó no
vio a nadie, no había más que un perro y un gato. La niña tomó
agua, porque ya se moría de sé. Vio que en la cocina había juego y
'taba la comida puesta, y se puso a cocinar para ella, el perro y el
gato.
Al
mediodía llegaron dos jóvenes que eran los dueños de casa. Se
alegraron mucho de encontrar a una niña tan bonita, tan guapa.
Le preguntaron cómo 'taba áhi, y ella les contó todo. La llamaron
de hermanita y le dijeron que se quedara con ellos, a cuidarlos y a
vivir áhi. La niña puso la mesa y les sirvió la comida. Ellos se
pusieron muy contentos de tener una hermana así, que la había
mandado Dios.
Al
día siguiente, antes de salir para el trabajo, los jóvenes le
dijieron a la niña todo lo que tenía que hacer. Le dijieron que le
dé carne al perro y al gato, y que no le vaya a pegar al gato porque
iba a orinar el juego, y que en ese lugar no hay de dónde sacar
juego si se apaga.
La
niña hizo todo el trabajo. Por áhi el gato molestó. Ella se olvidó
lo que le dijieron y le pegó. El gato, enojado, le orinó el juego,
y el juego se apagó.
La
niña se puso a andar sin rumbo para ver si encontraba a dónde pedir
juego. En eso llegó a una casita y encontró a una niña sola. Esta
niña era hija de una bruja. La niña le dio un poco de juego, y le
dijo que se fuera corriendo porque si la madre la encontraba allí la
comería. Le dio unas tijeras y un atado de ceniza para que le tire a
la bruja si la quería alcanzar. La niña se fue corriendo.
En
eso que iba por áhi cerca no más, sintió un trueno, miró, y vio
una nube negra que la seguía y ya la alcanzaba. Cuando ya la tenía
cerquita se dio cuenta que era la vieja bruja, y le tiró las
tijeras. De las tijeras se formó un enorme cerro que no la dejaba
pasar.
La
niña ya iba lejos. Pasó, por fin, la bruja el cerro y ya la iba
alcanzando otra vez cuando la niña le tiró el atado de ceniza. La
ceniza se hizo una gran neblina, una cerrazón tan oscura que la
vieja no vía nada y no podía pasar. En ese tiempo la niña pudo
llegar a la casa.
Después
de mucho orillar, la vieja pudo pasar. Llegó a la casa donde ya la
niña había hecho juego, y ella no pudo hacer nada. Entonce le echó
una maldición y orinó ajuera. De los orines de la bruja salió un
gran cebollar.
Más
tarde llegaron los jóvenes, y la niña no les dijo nada. Los
jóvenes, cuando vieron el cebollar tan lindo, cortaron cebolla y le
echaron a la comida, sin decirle nada a la niña, y ella no los vio.
La
niña puso la mesa y les sirvió la comida. Al momento que los dos
jóvenes probaron el primer bocado de comida, se transformaron en dos
toritos que tenían el cuerpo de plata y las astas de oro.
La
niña, cuando vio esto, se puso muy triste y lloró mucho. Como una
hermanita se puso a cuidarlos. Todos los días los llevaba al campo y
los volvía por la tarde. Una vez, se le ocurrió pasar con sus
toritos por frente de la casa del Rey. La vio un pión, y fue a
contarle al Rey que una niña muy linda cuidaba unos toritos de plata
con astas de oro. El Rey la hizo llamar. Cuando la vio se enamoró de
la niña, y le dijo que le venda los toritos o que se case con él.
La niña le dijo que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa menos a
vender sus toritos.
El
Rey tenía una negra criada que se quería casar con él, y le agarró
mucha rabia y envidia a la niña. No sabía cómo hacer para matarla.
Un día la 'staba peinando, después que le había lavado la cabeza,
y le clavó una alfiler en la corona. La alfiler 'staba embrujada, y
la niña se hizo una palomita y se fue volando a las montañas.
La
negra envidiosa, cuando volvió el Rey, lo esperó muy arreglada y
compuesta, y le dijo que del dijusto que le había dado la criada,
que se había ido, se había puesto así tan quemada, pero que ya se
le pasaría. Se hizo pasar por la señora de él. El Rey estaba muy
triste con lo que había pasado, y esperaba que la señora se
compusiera. Nadie sabía nada, pero ya el palacio del Rey no era lo
de antes.
Un
día la negra mandó a que hicieran trabajar a los toritos, a que
acarriaran cal y arena. Al niño casi ni lo cuidaba, pero adelante
del Rey se hacía la que era la madre.
El
jardinero del palacio vio un día que se asentó una palomita, y que
cantando lo hablaba. Él le contestaba:
El
jardinero le contó al Rey. Al Rey le intrigó mucho eso y le dio
orden al jardinero que de cualquier manera la agarrara. El jardinero
la pilló y se la llevó al Rey. El Rey la hizo guardar.
Cuando
vio esto, la negra se enojó y pensó que la iba a descubrir. Fue,
sin que nadies la viera, y la echó en un cántaro con arrope para
que se áugue.
Por
una casualidá vino el Rey y vio a la palomita casi augada y la sacó.
La lavó bien, y cuando la 'taba lavando vio que tenía una alfiler
en la cabeza. Con mucho cuidado le sacó la alfiler, y en el momento
se transformó en la señora que era, más linda todavía que antes.
El Rey se quería morir de alegría y lloraba de contento. Entonce la
señora le contó toda la maldá de la negra y cómo había sufrido
ella, y cómo sufría el niño y cómo sufrían los toritos. Y corrió
y lo alzó al niño, y fue a ver a los toritos, y los toritos le
lambían las manos y refregaban en ella la cabeza.
El
Rey descubrió la brujería de la negra, y muy anojado la mandó a
quemar en un horno encendido, y hizo que aventaran las cenizas.
Todos
en el palacio 'staban muy contentos. Y el Rey y su señora fueron muy
felices y vivieron muchos años.
Daniel
Pereyra, 100 años. Chilecito. La Rioja, 1946.
El
narrador, a pesar de su edad, conserva una admirable lucidez mental y
sus aptitudes de gran narrador.
Cuento
986. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 072
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