Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de febrero de 2015

Los dos toritos de plata .986

Éstos eran dos viejitos que tenían una sola hija, muy regalona.
Un día, el viejito le compró una muñeca a la niña. La niña se fue a jugar debajo de un algarrobo. En eso que 'staba áhi, vino un carancho, le quitó la muñeca y se la llevó en el pico. La niña corrió para quitarselá. El animal se asentaba en un árbol y le gritaba:
-¡Tras, patrás!
Cuando la niña llegaba se volvía a volar. Y así la niña lo siguió hasta muy lejos, sin poder alcanzarlo. Cuando se quiso dar cuenta, ya no sabía volver a su casa, 'staba perdida.
Anduvo mucho, y ya 'staba muy cansada. En eso se paró y miró a lo lejos un humito. Se fue para ese lado, y llegó a una casita. Cuando llegó no vio a nadie, no había más que un perro y un gato. La niña tomó agua, porque ya se moría de sé. Vio que en la cocina había juego y 'taba la comida puesta, y se puso a cocinar para ella, el perro y el gato.
Al mediodía llegaron dos jóvenes que eran los dueños de casa. Se alegraron mucho de encontrar a una niña tan bonita, tan guapa. Le preguntaron cómo 'taba áhi, y ella les contó todo. La llamaron de hermanita y le dijeron que se quedara con ellos, a cuidarlos y a vivir áhi. La niña puso la mesa y les sirvió la comida. Ellos se pusieron muy contentos de tener una hermana así, que la había mandado Dios.
Al día siguiente, antes de salir para el trabajo, los jóvenes le dijieron a la niña todo lo que tenía que hacer. Le dijieron que le dé carne al perro y al gato, y que no le vaya a pegar al gato porque iba a orinar el juego, y que en ese lugar no hay de dónde sacar juego si se apaga.
La niña hizo todo el trabajo. Por áhi el gato molestó. Ella se olvidó lo que le dijieron y le pegó. El gato, enojado, le orinó el juego, y el juego se apagó.
La niña se puso a andar sin rumbo para ver si encontraba a dónde pedir juego. En eso llegó a una casita y encontró a una niña sola. Esta niña era hija de una bruja. La niña le dio un poco de juego, y le dijo que se fuera corriendo porque si la madre la encontraba allí la comería. Le dio unas tijeras y un atado de ceniza para que le tire a la bruja si la quería alcanzar. La niña se fue corriendo.
En eso que iba por áhi cerca no más, sintió un trueno, miró, y vio una nube negra que la seguía y ya la alcanzaba. Cuando ya la tenía cerquita se dio cuenta que era la vieja bruja, y le tiró las tijeras. De las tijeras se formó un enorme cerro que no la dejaba pasar.
La niña ya iba lejos. Pasó, por fin, la bruja el cerro y ya la iba alcanzando otra vez cuando la niña le tiró el atado de ceniza. La ceniza se hizo una gran neblina, una cerrazón tan oscura que la vieja no vía nada y no podía pasar. En ese tiempo la niña pudo llegar a la casa.
Después de mucho orillar, la vieja pudo pasar. Llegó a la casa donde ya la niña había hecho juego, y ella no pudo hacer nada. Entonce le echó una maldición y orinó ajuera. De los orines de la bruja salió un gran cebollar.
Más tarde llegaron los jóvenes, y la niña no les dijo nada. Los jóvenes, cuando vieron el cebollar tan lindo, cortaron cebolla y le echaron a la comida, sin decirle nada a la niña, y ella no los vio.
La niña puso la mesa y les sirvió la comida. Al momento que los dos jóvenes probaron el primer bocado de comida, se transformaron en dos toritos que tenían el cuerpo de plata y las astas de oro.
La niña, cuando vio esto, se puso muy triste y lloró mucho. Como una hermanita se puso a cuidarlos. Todos los días los llevaba al campo y los volvía por la tarde. Una vez, se le ocurrió pasar con sus toritos por frente de la casa del Rey. La vio un pión, y fue a contarle al Rey que una niña muy linda cuidaba unos toritos de plata con astas de oro. El Rey la hizo llamar. Cuando la vio se enamoró de la niña, y le dijo que le venda los toritos o que se case con él. La niña le dijo que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa menos a vender sus toritos.
-Palabra de Rey no puede faltar -le dijo- y usté se tiene que casar conmigo.
-Bueno -le contestó la niña.
Se casaron. Al poco tiempo tuvo un niño muy hermoso.
El Rey tenía una negra criada que se quería casar con él, y le agarró mucha rabia y envidia a la niña. No sabía cómo hacer para matarla. Un día la 'staba peinando, después que le había lavado la cabeza, y le clavó una alfiler en la corona. La alfiler 'staba embrujada, y la niña se hizo una palomita y se fue volando a las montañas.
La negra envidiosa, cuando volvió el Rey, lo esperó muy arreglada y compuesta, y le dijo que del dijusto que le había dado la criada, que se había ido, se había puesto así tan quemada, pero que ya se le pasaría. Se hizo pasar por la señora de él. El Rey estaba muy triste con lo que había pasado, y esperaba que la señora se compusiera. Nadie sabía nada, pero ya el palacio del Rey no era lo de antes.
Un día la negra mandó a que hicieran trabajar a los toritos, a que acarriaran cal y arena. Al niño casi ni lo cuidaba, pero adelante del Rey se hacía la que era la madre.
El jardinero del palacio vio un día que se asentó una palomita, y que cantando lo hablaba. Él le contestaba:
-¿Qué hacen mis toritos?
-Tirando cal y arena.
-¿Qué hace el Rey?
-Chanceando con su mujer.
-¿Qué hace mi niño?
-En ratos llora y en ratos calla.
-Llora, llora niño porque tu madre anda por las montañas.
Y todos los días venía la palomita y preguntaba lo mismo, y cantaba muy triste, y se volaba.
El jardinero le contó al Rey. Al Rey le intrigó mucho eso y le dio orden al jardinero que de cualquier manera la agarrara. El jardinero la pilló y se la llevó al Rey. El Rey la hizo guardar.
Cuando vio esto, la negra se enojó y pensó que la iba a descubrir. Fue, sin que nadies la viera, y la echó en un cántaro con arrope para que se áugue.
Por una casualidá vino el Rey y vio a la palomita casi augada y la sacó. La lavó bien, y cuando la 'taba lavando vio que tenía una alfiler en la cabeza. Con mucho cuidado le sacó la alfiler, y en el momento se transformó en la señora que era, más linda todavía que antes. El Rey se quería morir de alegría y lloraba de contento. Entonce la señora le contó toda la maldá de la negra y cómo había sufrido ella, y cómo sufría el niño y cómo sufrían los toritos. Y corrió y lo alzó al niño, y fue a ver a los toritos, y los toritos le lambían las manos y refregaban en ella la cabeza.
El Rey descubrió la brujería de la negra, y muy anojado la mandó a quemar en un horno encendido, y hizo que aventaran las cenizas.
Todos en el palacio 'staban muy contentos. Y el Rey y su señora fueron muy felices y vivieron muchos años.

Daniel Pereyra, 100 años. Chilecito. La Rioja, 1946.

El narrador, a pesar de su edad, conserva una admirable lucidez mental y sus aptitudes de gran narrador.

Cuento 986. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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