Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de febrero de 2015

Los dos hermanos .1009

Era un matrimonio viejito que tenía dos hijos. Cuando fue grande el primero, pidió permiso al padre para salir a buscar trabajo. Salió y se fue por un caminito. Anduvo muy lejos. Donde hacían cruz los caminos, se sentó a pensar cuál iba a tomar, y de áhi eligió el camino más angostito, más chiquito. Por áhi se había ido. Después que había caminado mucho, divisó un humito, lejos. Siguió caminando hasta que llegó a la casa de un viejito que vivía solito. Cuando llegó le dijo que si había trabajo para él. Le dijo el viejito que estaba, que le iba a dar trabajo, y después que estuvo un rato lo mandó que le vaya dar agua a un burrito que tenía en el jardín, por que al otro día tenía que viajar. Al otro día cuando amaneció, lo mandó que saque el burrito para que lo ensille, que primero lo ensille y recién lo enfrene. Le dio una carta para la madre que vivía lejos. Tenía que pasar por muchas partes peligrosas: primero por un río de agua caudaloso, después por medio de dos peñas que están chocando. Cuando llegue al río caudaloso le dijo que diga: En nombre del padre y del hijo, pasa borriquito si Dios te ayuda.
Entonces el muchacho se despidió, pidió la bendición y siguió viaje. Se fue y llegó a la orilla del río, pero no le dijo nada al burrito lo que el patrón le había ordenado. Agarró y lo aporrió bien al burrito porque no quería pasar, hizo tiras la carta que el viejito le dio y se volvió y le dijo al viejito que la madre no había tenido tiempo para contestarle. Por eso no le había mandado nada de carta.
El viejito, cuando llegó, lo mandó que desensille y eche el burro al jardín, y áhi no más le dijo al viejito que ya no iba a trabajar más con él. Entonces el viejito, cuánto le iba a cobrar por el viaje, le dijo, y si quería un Dios se lo pague o un cinco. Era por ver no más. Entonces el muchacho le cobró la plata. Después que le pagó se despidió y se fue. Este viejito era Dios. En la orilla del río caudaloso había tres árboles grandes y el viejito, con el poder que tenía, lo colgó al muchacho de la lengua para que no sea embustero.
Los padres del muchacho no sabían de la vida del hijo. Un día salieron para el pueblito a buscarse la vida y encontraron un almacén que nunca lo habían visto, y les causó curiosidá. Entraron y conocieron que era el hijo mayor. Contentos los padres lo hablaron con cariño, y les dijo que no los conocía, que no eran los padres de él, y los corrió:
-¡Salgan viejos mugrientos, llenos de arrugas! ¡No los quiero ver!
Entonces ellos se fueron llorando a la casa y le contaron al hijo menor que tenían. Éste había dispuesto salir también a buscar trabajo. Pidió que le dieran permiso para hacerlo, y siguió el mismo camino que el hermano mayor. Cuando llegó a la encrucijada hizo lo mismo que el mayor. Tomó el mismo camino y divisó el mismo humito, y se fue. Cuando llegó adonde estaba el viejito se arrodilló y le pidió la bendición. Entonces le dijo el viejito que pase para la cocina y que se vaya a servir lo que él quiera. Había toda clase de comidas preparadas ya. Después de comer rezó. Salió de la cocina y lo hizo pasar para una piecita para que se acueste en la cama que quiera él.
Descansó, se levantó y le dijo al viejito que si podía darle trabajo. Le dijo que estaba bien, que vaya a sacar al burrito del jardín y le vaya a dar agua lo mismo que le había dicho al otro hermano. Al otro día lo mandó que saque el burrito, lo ensille, y después recién le ponga el freno, hasta que él le escriba la carta que tenía que llevarle a la madre. Cuando terminó de escribir le dijo que tenía que pasar unas partes muy peligrosas. Un río caudaloso y unas peñas que estaban chocando unas con otras. Cuando llegue a la orilla del río que diga: En nombre del padre y del hijo, pasá borriquito si Dios te ayuda. Y cuando llegue a las peñas haga la misma operación. Cuando le dijo todo esto, el joven le pidió la bendición. Se despidió y se fue. Cuando llegó a la orilla del río dijo:
En nombre del padre y del hijo pasá borriquito, si Dios te ayuda -y ya estuvo al otro lado.
Siguió el camino y cuando estuvo frente a las peñas le dijo las mismas palabras, y siguió viaje. Vio unos pastizales muy grandes y muy mucha hacienda que apenas se veía del pasto tan alto, tan alto que había, pero estaba muy flaca. Siguió viaje a un lugar donde había mucha hacienda gorda y ande no había qué coman. Estaba el suelo pelado, no más. Observó y siguió viaje. Cuando vio el humito y sintió una fragancia muy linda, vio la casa de la madre, de la viejita, rodeada de jardines. Llegó, la saludó a la viejita, le pidió la bendición y luego desensilló. La viejita lo mandó que le vaya a dar agua al burrito y cuando iba a hacerlo, sintió unas músicas muy lindas que no había sentido nunca. Volvió con el burro y la viejita lo mandó que lo echara en el jardín.
La viejita vivía solita. Lo mandó al joven a la cocina que pase a servirse lo que quiera. Una vez que comió el muchacho, le pidió permiso a ella para ir a escuchar un ratito esas músicas que había sentido. Ella le dijo que no, porque no iba a volver. Él siguió insistiendo que iba a ir un ratito, hasta que le dio permiso. Se fue y se paró en un baile que había mucha gente y músicas muy lindas. Allí bailaban viejitos, niños, de todo, y al lado de la puerta estaba una niña que la cerraba. De bien que estuvo se acordó que le habían dado permiso por un ratito y regresó muy apurado. Al llegar, le dijo la viejita:
-¡Ay, hijo! ¡A los diez años has vuelto!
Entonces el muchacho se quedó muy pensativo, porque había estado un rato. Estaba muy apurado por volverse adonde estaba el viejito. Quería que en ese momento lo despachara, entonces lo mandó que ensille hasta que ella escriba. Luego se despidió de la viejita, le pidió la bendición, y se fue.
Volvió por donde había venido. Cuando llegó donde estaba el viejito le dice:
-¡Ay, hijo, a los diez años has vuelto!
El muchacho le entregó la carta que le mandó la madre. Luego desensilló y echó el burrito al jardín. El viejito lo mandó a la cocina para que se sirva lo que quiera. En seguida le dijo que no quería trabajar más y se iría donde estaban los padres. Entonces le preguntó que qué quería, si un Dios te lo pague o cinco centavos. El muchacho contestó que un Dios se lo pague. El viejito le preguntó si había visto por el camino en la orilla del río uno que estaba colgado de la lengua, que ése era su hermano, que él lo había colgado por embustero. También le dijo que esas dos peñas que estaban chocando era los malos compadres. La hacienda flaca en medio de los pastizales eran los que estaban en el purgatorio, y la gorda, que comía tierra, los que estaban en la gloria, y donde había ido a dejar la carta era la casa de la Virgen María. Entonces el muchacho le contó lo del baile, que había sentido unas músicas muy lindas, que fue un rato y la viejita le dijo que había demorado diez años. Le dijo que ésa era la gloria y era cierto que estuvo diez años, y esa niña que estaba en la puerta, que estaba en pena.
Se despidió del viejito. Se hincó y le pidió la bendición. Entonces el viejito sacó un cinco y le dio, le avisó que él era Dios y que nadie lo podía engañar. Le echó la bendición y se fue el muchacho por el mismo camino que había venido. Cuando fue llegando a la casa de los padres, salieron a encontrarlo y le dijeron:
-¡Ay, hijo! ¡A los diez años has vuelto!
Los padres estaban muy viejitos y pobres, faltos de todo. Los padres del muchacho tenían una caja de madera y el hijo la hizo limpiar bien. Que le saquen todo lo que tenía y en la noche echó lo que había ganado y se acostaron a dormir. Al otro día cuando se despertaron estaba la caja llena de dinero. Los viejitos muy asustados al ver esto, creían que el hijo había robado ese dinero. El muchacho les avisó que Dios le había echado la bendición por eso era ese milagro. Entonces salieron a comprar todo lo que necesitaban para pasar la vida.

Pasó por un zapatito roto
llenito de porotos,
para que usté
me cuente otro.

Clara Leiva de Ormeño, 40 años. Pagancillo. General Lavalle. La Rioja, 1950.

Cuento 1009. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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