Era
un matrimonio viejito que tenía dos hijos. Cuando fue grande el
primero, pidió permiso al padre para salir a buscar trabajo. Salió
y se fue por un caminito. Anduvo muy lejos. Donde hacían cruz los
caminos, se sentó a pensar cuál iba a tomar, y de áhi eligió el
camino más angostito, más chiquito. Por áhi se había ido. Después
que había caminado mucho, divisó un humito, lejos. Siguió
caminando hasta que llegó a la casa de un viejito que vivía solito.
Cuando llegó le dijo que si había trabajo para él. Le dijo el
viejito que estaba, que le iba a dar trabajo, y después que estuvo
un rato lo mandó que le vaya dar agua a un burrito que tenía en el
jardín, por que al otro día tenía que viajar. Al otro día cuando
amaneció, lo mandó que saque el burrito para que lo ensille, que
primero lo ensille y recién lo enfrene. Le dio una carta para la
madre que vivía lejos. Tenía que pasar por muchas partes
peligrosas: primero por un río de agua caudaloso, después por medio
de dos peñas que están chocando. Cuando llegue al río caudaloso le
dijo que diga: En nombre del padre y del hijo, pasa borriquito si
Dios te ayuda.
Entonces
el muchacho se despidió, pidió la bendición y siguió viaje. Se
fue y llegó a la orilla del río, pero no le dijo nada al burrito lo
que el patrón le había ordenado. Agarró y lo aporrió bien al
burrito porque no quería pasar, hizo tiras la carta que el viejito
le dio y se volvió y le dijo al viejito que la madre no había
tenido tiempo para contestarle. Por eso no le había mandado nada de
carta.
El
viejito, cuando llegó, lo mandó que desensille y eche el burro al
jardín, y áhi no más le dijo al viejito que ya no iba a trabajar
más con él. Entonces el viejito, cuánto le iba a cobrar por el
viaje, le dijo, y si quería un Dios se lo pague o un cinco. Era por
ver no más. Entonces el muchacho le cobró la plata. Después que le
pagó se despidió y se fue. Este viejito era Dios. En la orilla del
río caudaloso había tres árboles grandes y el viejito, con el
poder que tenía, lo colgó al muchacho de la lengua para que no sea
embustero.
Los
padres del muchacho no sabían de la vida del hijo. Un día salieron
para el pueblito a buscarse la vida y encontraron un almacén que
nunca lo habían visto, y les causó curiosidá. Entraron y
conocieron que era el hijo mayor. Contentos los padres lo hablaron
con cariño, y les dijo que no los conocía, que no eran los padres
de él, y los corrió:
Entonces
ellos se fueron llorando a la casa y le contaron al hijo menor que
tenían. Éste había dispuesto salir también a buscar trabajo.
Pidió que le dieran permiso para hacerlo, y siguió el mismo camino
que el hermano mayor. Cuando llegó a la encrucijada hizo lo mismo
que el mayor. Tomó el mismo camino y divisó el mismo humito, y se
fue. Cuando llegó adonde estaba el viejito se arrodilló y le pidió
la bendición. Entonces le dijo el viejito que pase para la cocina y
que se vaya a servir lo que él quiera. Había toda clase de comidas
preparadas ya. Después de comer rezó. Salió de la cocina y lo hizo
pasar para una piecita para que se acueste en la cama que quiera él.
Descansó,
se levantó y le dijo al viejito que si podía darle trabajo. Le dijo
que estaba bien, que vaya a sacar al burrito del jardín y le vaya a
dar agua lo mismo que le había dicho al otro hermano. Al otro día
lo mandó que saque el burrito, lo ensille, y después recién le
ponga el freno, hasta que él le escriba la carta que tenía que
llevarle a la madre. Cuando terminó de escribir le dijo que tenía
que pasar unas partes muy peligrosas. Un río caudaloso y unas peñas
que estaban chocando unas con otras. Cuando llegue a la orilla del
río que diga: En nombre del padre y del hijo, pasá borriquito si
Dios te ayuda. Y cuando llegue a las peñas haga la misma operación.
Cuando le dijo todo esto, el joven le pidió la bendición. Se
despidió y se fue. Cuando llegó a la orilla del río dijo:
Siguió
el camino y cuando estuvo frente a las peñas le dijo las mismas
palabras, y siguió viaje. Vio unos pastizales muy grandes y muy
mucha hacienda que apenas se veía del pasto tan alto, tan alto que
había, pero estaba muy flaca. Siguió viaje a un lugar donde había
mucha hacienda gorda y ande no había qué coman. Estaba el suelo
pelado, no más. Observó y siguió viaje. Cuando vio el humito y
sintió una fragancia muy linda, vio la casa de la madre, de la
viejita, rodeada de jardines. Llegó, la saludó a la viejita, le
pidió la bendición y luego desensilló. La viejita lo mandó que le
vaya a dar agua al burrito y cuando iba a hacerlo, sintió unas
músicas muy lindas que no había sentido nunca. Volvió con el burro
y la viejita lo mandó que lo echara en el jardín.
La
viejita vivía solita. Lo mandó al joven a la cocina que pase a
servirse lo que quiera. Una vez que comió el muchacho, le pidió
permiso a ella para ir a escuchar un ratito esas músicas que había
sentido. Ella le dijo que no, porque no iba a volver. Él siguió
insistiendo que iba a ir un ratito, hasta que le dio permiso. Se fue
y se paró en un baile que había mucha gente y músicas muy lindas.
Allí bailaban viejitos, niños, de todo, y al lado de la puerta
estaba una niña que la cerraba. De bien que estuvo se acordó que le
habían dado permiso por un ratito y regresó muy apurado. Al llegar,
le dijo la viejita:
Entonces
el muchacho se quedó muy pensativo, porque había estado un rato.
Estaba muy apurado por volverse adonde estaba el viejito. Quería que
en ese momento lo despachara, entonces lo mandó que ensille hasta
que ella escriba. Luego se despidió de la viejita, le pidió la
bendición, y se fue.
Volvió
por donde había venido. Cuando llegó donde estaba el viejito le
dice:
El
muchacho le entregó la carta que le mandó la madre. Luego
desensilló y echó el burrito al jardín. El viejito lo mandó a la
cocina para que se sirva lo que quiera. En seguida le dijo que no
quería trabajar más y se iría donde estaban los padres. Entonces
le preguntó que qué quería, si un
Dios te lo pague o cinco centavos. El
muchacho contestó que un Dios se lo pague. El viejito le preguntó
si había visto por el camino en la orilla del río uno que estaba
colgado de la lengua, que ése era su hermano, que él lo había
colgado por embustero. También le dijo que esas dos peñas que
estaban chocando era los malos compadres. La hacienda flaca en medio
de los pastizales eran los que estaban en el purgatorio, y la gorda,
que comía tierra, los que estaban en la gloria, y donde había ido a
dejar la carta era la casa de la Virgen María. Entonces el muchacho
le contó lo del baile, que había sentido unas músicas muy lindas,
que fue un rato y la viejita le dijo que había demorado diez años.
Le dijo que ésa era la gloria y era cierto que estuvo diez años, y
esa niña que estaba en la puerta, que estaba en pena.
Se
despidió del viejito. Se hincó y le pidió la bendición. Entonces
el viejito sacó un cinco y le dio, le avisó que él era Dios y que
nadie lo podía engañar. Le echó la bendición y se fue el muchacho
por el mismo camino que había venido. Cuando fue llegando a la casa
de los padres, salieron a encontrarlo y le dijeron:
Los
padres estaban muy viejitos y pobres, faltos de todo. Los padres del
muchacho tenían una caja de madera y el hijo la hizo limpiar bien.
Que le saquen todo lo que tenía y en la noche echó lo que había
ganado y se acostaron a dormir. Al otro día cuando se despertaron
estaba la caja llena de dinero. Los viejitos muy asustados al ver
esto, creían que el hijo había robado ese dinero. El muchacho les
avisó que Dios le había echado la bendición por eso era ese
milagro. Entonces salieron a comprar todo lo que necesitaban para
pasar la vida.
Pasó
por un zapatito roto
llenito
de porotos,
para
que usté
me
cuente otro.
Cuento
1009. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 072
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