Había
una vez cuatro reyes, cada uno de los cuales poseía una cosa
preciosa: el primero, tenía un manzano de oro; el segundo, un pájaro
de oro; el tercero, un caballo de oro; y el último, una hija de
oroi.
Sucedía
que el pájaro de oro iba todas las noches a comer las manzanas de
oro del primer rey. Hasta que éste se cansó y pidió a su hijo
mayor, que era amigo del leopardo, que lo cazara. El hijo mayor tomó
su escopeta y se pasó la noche esperando el pájaro, que no
apareció; lo mismo sucedió durante la segunda noche; pero, a la
tercera, un gran resplandor le avisó de que el precioso pájaro se
había acercado al jardín del rey. Apuntó cuidadosamente con la
escopeta, disparó, y el pájaro huyó perdiendo solamente una pluma.
Llevó la pluma a su padre, y alumbraba más que cualquiera de sus
lámparas.
El
muchacho siguió esperando varias noches más; pero de ningu-na
manera podía cazar al pájaro de oro. Así que decidió emprender
viaje hacia el poblado del segundo rey, a ver si allí podía
atraparlo. Al llegar al poblado, advirtió que toda la casa del rey y
el mismo pájaro estaban muy vigilados. Y prosiguió su camino.
Llegó
al poblado del tercer rey, y quedó fascinado por la belleza del
caballo de oro. También lo tenían vigilado muy estrechamente, y
prosiguió su camino hasta llegar al poblado del cuarto rey. Allí, a
pesar de la vigilancia de los guardianes, consiguió introducirse en
la habitación de la hija del rey. Ésta le admitió y estuvieron
juntos unos días. Cuando llegó el doTingo, que era el día en que
el rey de aquel poblado visitaba a su hija de oro, el chico se
escondió. El rey y su hija empezaron a hablar, y entonces el
muchacho salió del lugar donde estaba escondido y se presentó al
rey para pedirle la mano de su hija.
El
rey estaba irritado, porque tenía prohibido que nadie estuviera con
su hija. Hizo llamar a los guardianes y los quería matar. También
quería matar al muchacho. Pero, ante las súplicas de la chica,
habló con el muchacho y le dijo: «Si eres capaz de aplanar esta
montaña antes del anochecer, podrás casarte con mi hija y regresar
a tu poblado».
El
muchacho cogió un pico y una pala, y empezó el arduo trabajo. Al
cabo de unas horas, apenas si había avanzado. Entonces llegó su
amigo el leopardo y se extrañó de lo que hacía: «¿Por una mujer
eres capaz de ponerte' en tal aprieto?». Pero, como eran tan amigos,
quiso ayudarle: llamó a todos los animales de la Tierra que saben
excavar. Éstos llegaron y, al cabo de poco tiempo, la montaña
estaba completamente aplanada. El rey estaba sorprendido, pero le
obligaba la palabra dada: los dos muchachos se casaron y emprendieron
el viaje de regreso al primer poblado.
Al
llegar al poblado del rey que poseía el caballo de oro, fueron
recibidos con mucho agasajo. Les enseñaron el caballo, y ellos
aprovecharon un momento de descuido para montar en él y huir
velozmente al segundo poblado. Cuando los guardianes del caballo se
dieron cuenta de los sucedido, emprendieron la persecución.
Al
llegar al segundo poblado, también les recibieron con todos los
honores. El rey de aquel poblado miraba con interés el caballo de
oro, y le mostró la jaula donde vivía su pájaro. El muchacho pidió
poder observarle de cerca. Así que pusieron al pájaro sobre la rama
de un árbol bajo, y él lo contemplaba desde un columpio.
En
aquel momento aparecieron los guardianes del caballo de oro, contando
a la gente que aquel caballo era robado. La chica de oro, que todavía
estaba montada en el caballo, emprendió la huida hacia el jardín
del rey. El chico pegó un brinco desde el columpio y montó también
en el caballo. Luego extendió la mano y el pájaro se posó en ella.
El caballo de oro era muy rápido, de manera que pronto perdieron de
vista a sus perseguidores.
Antes
de emprender el viaje, el leopardo les había advertido: «No debéis
dar de beber a nadie hasta que lleguéis a vuestra casa». Pues bien:
poco antes de llegar a su poblado, el muchacho se detuvo en un puente
porque en él se encontraba su hermano. Éste, después de oír la
fantástica historia, le pidió un poco de agua. El muchacho confiaba
en él, así que se inclinó para recogerla. Entonces el hermano le
dio un buen empujón, cayó al agua, y la corriente del río le
arrastró durante un gran trecho hasta que pudo asirse a las ramas de
un manglar.
El
hermano cogió al caballo, al pájaro y a la chica de oro, y entró
con ellos en el poblado. Su padre y toda la gente estaban admirados
por tanta belleza, y él explicó que todo eso le pertenecía; y
explicó la historia del hermano mayor como si fuera la suya propia.
Desde entonces, el caballo, el pájaro y la chica permanecieron
mudos.
Mientras
tanto, el primer muchacho seguía asido a las ramas del manglar.
Apareció de nuevo el leopardo, que le regañó: «¿No te había
dicho que no dieras de beber a nadie?». De todas maneras, era su
amigo y le ayudó: se volvió de espaldas y el chico, agarrándose a
su cola, salió del manglar y emprendió el regreso a casa. La chica
le vio llegar y empezó a gritar de alegría. Lo mismo sucedió
cuando el pájaro y el caballo le vieron. Así que la gente creyó
fácilmente la historia, y expulsaron del poblado al hermano que
había intentado matarle.
Para
celebrar el fin de la aventura, el muchacho se adentró en el bosque
para cazar. De pronto, apareció ante él un gran leopardo. Pensó:
«El leopardo es mi amigo, jamás dispararé contra él». Pero él
le advertía: «Dispara, amigo, si no quieres que salte sobre ti».
Al fin, el muchacho disparó. Al instante, en lugar del animal
apareció un hermoso muchacho, que resultó ser el hermano de su
mujer. Regresaron al poblado y el hijo del rey, la mujer de oro y su
hermano vivieron juntos y felices desde aquel momento.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
i
Es
una versión más elaborada del cuento 91 («Los tres reyes»). La
situación inicial podría mejorarse presentando a los dos hijos del
rey de las manzanas de oro. En las versiones de procedencia
(europeas) suele tratarse de tres hijos.
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