Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de febrero de 2015

Los cien amigos .1057

Éste es el cuento de los cien amigos.
Ésta era una madre que tenía tres hijos.
Estando una vez muy enferma, los llamó a los hijos para repartirle la plata que ella había juntau en toda su vida, que eran seiscientos pesos. Les dio cien pesos a cada uno y ella se quedó con el resto pal gasto de su enfermedá.
Pero, resulta que la madre se gastó la plata y le pidió al hijo mayor. Éste le contestó que si había gastau la plata y que no tenía nada. Entós le pidió al del medio, y éste le contestó lo mesmo. Entós le pidió al menor, y éste le dio todo el dinero de güelta, a la madre. Entós ella le dijo, muy agradecida:
-En caso de que Dios no me dé vida hasta que te pueda devolver el dinero, te guá dar cien amigos, en cambio, y mi bendición.
La madre murió al poco tiempo. No li alcanzó a devolver el dinero al hijo. El hijo salió un día a buscar trabajo. A la primera parte que llegó lo trataron muy bien y le regalaron cien pesos y un caballo. Así recorrió varios lugares en busca de trabajo y en cada una de esas partes le regalaron también cien pesos y un caballo. En una casa le dijieron que eligiera él, el caballo que le gustara. Él eligió un petiso feo, pero que a él le gustó. Entonces le habló el petiso, y le dijo:
-¿Por qué me elegís a mí que soy tan feo habiendo caballos tan lindos y que te van a ser más útiles?
Entós el muchacho le dijo que lo elegía porque le era simpático, porque le gustaba a él. Desde ese día el petiso li aconsejaba en todo y en todo lo ayudaba.
El muchacho se daba cuenta que era la bendición de la madre que lu ayudaba, porque tenía tanta suerte y toda la gente le regalaba animales y plata.
Cuando el muchacho juntó una linda tropilla de caballos, los vendió y compró terrenos. Hizo casas y puso negocios. En esas casas puso un letrero que decía: Todo el que no tenga recursos que llegue hasta este lugar y será socorrido.
Un día llegaron dos hombres a pedir ayuda. Resultaron ser los dos hermanos mayores del joven, que habían perdido todo el dinero y estaban en la miseria.
El hermano menor los socorrió y trató de ayudarlos en todo lo que podía.
Por esos tiempos la hija del Rey había sido robada por el Rey Moro.
Los hermanos mayores eran muy envidiosos y no sabían cómo hacerle mal al menor. Trataban de hacerlo matare también así se podían quedare con lo que él tenía.
Jueron los hermanos y le dijieron al Rey que el hermano había dicho que era capaz de tráir la Princesa, de quitarselá al Rey Moro.
El Rey lo llamó y le preguntó si él había dicho que era capaz de tráir a su hija. El pobre joven le dijo que él no había dicho nada.
-Güeno, haiga dicho u no haiga dicho, la tiene que tráir; palabra de Rey no puede faltar, y si no la trái va a perder la cabeza, va a morir. Y si la trái se casa con ella y le doy mi reino.
El muchacho se jue llorando y le contó al petiso. El caballito le dijo que no tenga cuidado que al otro día iba a hacer viaje. Que le pida al Rey una carga grande de pan, otra de queso y vino, el más rico que haiga. Así lo hizo el muchacho y al otro día salieron de viaje.
Por el camino encontró un gran hormigal. Áhi le largó la gran carga de pan. Estas hormigas se 'taban muriendo di hambre. Entos se le presentó el Rey de las hormigas y le dijo:
-Vos mi hais salvado mis hormigas. Cuando necesitís algo, decí, Dios y mis amigas las hormigas, y áhi te vamos ayudar.
Y siguieron viaje. Más allá encontraron una manga de ratones hambrientos y les tiró la gran carga de quesos. Entós, después que hubieron comido, se le presentó el Rey de los ratones y le dijo:
-Vos mi hais salvado mis ratones de la muerte, porque se 'taban muriendo di hambre. Cuando necesitís ayuda, no tenís más que decir, Dios y mis amigos los ratones, y áhi vamos a 'tar nohotros.
Y siguieron viaje. Llegaron al reino del Rey Moro. Entós el caballito le dijo que los convide con vino a los guardias y que lo van a dejar pasar. Que el Rey Moro 'taba preparando unas carreras y que uno de los corredores iba a ser la niña hija del Rey. Que él le apueste, y cuando vayan corriendo, que la haga saltar a las ancas de él, y que iban a salir huyendo.
Llegaron, y el joven hizo todo lo que le decía su caballito. Los guardias del Rey Moro tomaron todo el vino y lo dejaron pasar.
Al otro día el Rey Moro hacía una gran carrera con grandes fiestas. Corrieron muchos caballos. Cuando le tocó el turno a la hija del Rey, el caballito le dijo al mozo que apostara. Y él apostó. Y todos se réiban de este caballito tan fiero, y el Rey Moro, por burla, dijo que lo dejen correr.
Ya salieron a la cancha, y en un descuido de los presentes, el mozo le dijo a la niña que la venía a llevar, a salvarla del Rey Moro, y le esplicó como tenía que saltar a las ancas del petiso. Soltaron la carrera a la voz del juez y empezaron a correr. Al ratito no más se perdieron de vista en una nube de polvo. La niña saltó en las ancas del petiso y se desaparecieron de la vista de todos. Los centinelas tuavía 'taban durmiendo, machados y ni los vieron pasar siquiera. El Rey Moro lo cargó di atrás, pero ni el rastro había quedau del petiso, ni sabía pa donde había rumbiau.
Llegó el mozo al palacio del Rey, que quedó loco de contento con la hija de nuevo en su palacio.
Los hermanos envidiosos entós jueron a ver al Rey y le dijieron que el hermano ha dicho que es capaz de separar el trigo y el maíz que se le han mezclado al Rey, en una hora. Entón el Rey lu hace llamar al joven y le dice que en una hora lo tiene que separar dos fanegas de trigo que se li han mezclau con el máiz, y que si no lu hace peligra su vida y que palabra de Rey no puede faltar.
El joven sale llorando y le cuenta al petiso, y el petiso le dice:
-No se te dé nada. Acordate de tus amigas las hormigas.
Entós el joven dice Dios y mis amigas las hormigas.
Al momento aparecieron como si brotaran de la tierra miles de hormigas, y en un santiamén separaron los dos montones de trigo y de máiz, limpito y arreglado. El Rey quedó encantado con este trabajo que naide se lo podía hacer.
Los hermanos envidiosos entós han ido y li han dicho al Rey que el hermano dice que es capaz de voltiar en una noche el cerro que li atajaba el sol al palacio del Rey.
Entós el Rey lu hace llamar al joven y le dice que esa noche le tiene que voltiar el cerro que li ataja el sol al palacio, y que si no lu hace peligra su vida, y palabra de Rey no puede faltar.
El joven sale llorando y le dice al petiso. El petiso lo consuela y le dice:
-No se te dé anda. Acordate de tus amigos los ratones.
Entós el joven dice Dios y mis amigos los ratones.
Al momento aparecieron cientos de ratones y empezaron a cavar el cerro. El ruido no más se óiba de las piedras y la arena que sacaban.
Al otro día, lo primero que vio el Rey al despertarse jue el sol, que iluminaba todo el palacio.
Los hermanos, entós, jueron y le dijieron al Rey que el hermano dice que es capaz de entrar en un horno bien caliente. Entós al Rey manda a calentar el horno y le dice al joven que tiene que entrar al horno caliente.
Entós el caballito le dice:
-No se te dé nada. Matame y mojate con mi sangre y entrá sin miedo al horno. Vás a salir más joven y güen mozo.
El joven no quería, pero al fin lo hizo y lo mató al petiso y se mojó con la sangre.
Al otro día lo sacaron al joven del horno, más joven y lindo que antes. El petiso había vivido de nuevo y le relinchaba contento.
Entós la hija del Rey, que 'taba enamorada del joven, l' hizo ver que él procedía por intrigas de los hermanos envidiosos, y le dijo que ella se casaba con el joven.
Entós el Rey se dio cuenta de todo y los hizo echar del reino a los hermanos. Lu hizo casar al joven con la hija y le entregó el reino. Cumplió su palabra.
S' hizo una gran fiesta que duró muchos días.
Entós el petisito vino y le dijo que él era l'alma de la madre que había venido pa salvarlo y li había dau los cien amigos que le prometió, que le dejaba esa fortuna pa toda la vida. Y s' hizo una palomita blanca y se voló al cielo.
Y los reyes nuevos, el joven y la princesa, vivieron muchos años muy felices.

Ramón Medina, 85 años. Villa Valdivia. Jáchal. San Juan, 1950.

Muy buen narrador. A pesar de su edad conserva excelente memoria.

Cuento 1057. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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