El
camino del cielo
Había
una vez una familia muy pobre, que tenía tres hijos. Uno se llamaba
Juan, otro Pedro y otro Pablo. Un día el mayor, que era Pablo, le
dijo a su padre que se iba a rodar tierra y ganarse la vida. Lo
despidieron y se jue.
El
muchacho anduvo mucho, se jue muy lejos, hasta que llegó a la casa
di un viejito. Áhi pidió trabajo y el viejito le dijo que sí, que
tenía trabajo, que tenía que cuidar unas ovejitas. Así lo hizo,
pero un día le dijo que le tenía que llevar una carta. Que por el
camino tenía que pasar tres ríos, el primero de agua, el segundo de
leche y el tercero de sangre; que después iba a pasar por dos cerros
que están peleando; que después iba a llegar a una casa con
ventanas verdes, qui áhi golpiara, que saldría una señora a la que
le tenía que entregar la carta. Le dijo que eligiera un caballo de
los que estaban en el corral y se juera.
El
muchacho eligió el caballo que le pareció mejor y siguió viaje.
Cuando llegó al río di agua tuvo miedo de pasarlo, rompió la carta
y la tiró. Se volvió, y cuando llegó le mintió al viejito que
había visto todo lo que él dijo, y que había entregado la carta.
Entonces el viejito le dijo:
-Una
bolsa de plata, claro. ¿Qué voy a hacer con un Dios te lo pague?
-le contestó.
Cargó
la bolsa de plata y se jue a su casa. Al verlo el padre salió a
recibirlo. El muchacho le dijo que bajara la bolsa de plata, pero
cuál no sería su sorpresa cuando la vació y vio que era carbón,
en vez de plata.
Pedro,
entonces, dice que él se va a rodar tierras, pensando que le iría
mejor que a su hermano. Se despidió y se jue.
Caminando
día y noche, llega a la casa del mismo viejito y pide trabajo. El
viejito le dice que necesita un pión para llevar una carta. Pedro
aceta. El viejito le esplica como al otro hermano lo que va a
encontrar en el camino, los tres ríos que tiene que pasar, los
cerros que 'tan peliando y la casa ande 'tá la señora que va a
recibir la carta. Le dice que no tenga miedo. Le hace elegir en el
corral el caballo pal viaje. El muchacho elige en el corral el
caballo que le parece más lindo y se va.
Después
de haber caminado bastante, se encuentra con el río di agua. Le da
miedo porque le parece que se va a augar, pero al fin lo pasa. Sigue
otro trecho y se encuentra con el río de leche. Áhi ya no si anima
a pasar, tira la carta y se vuelve.
Llega
a la casa del viejito y le miente, como el otro humano, que ha
cumplido con entregar la carta. Entonces el viejito le dice qué le
tiene que pagar, y le pregunta qué prefiere, si una bolsa de plata o
un Dios te lo pague. El muchacho se puso a reír y le dice:
Cuando
llegó, el muchacho les dijo a los padres que traía mucha plata para
que jueran ricos. Áhi abrió la bolsa y cayó una bolsada de carbón.
Todos se quedaron muy sorprendidos y se dieron cuenta que eso tenía
que ser un castigo.
Entonces,
el hermano más chico, Juan, resolvió irse él a rodar tierra para
trabajar y ayudar a los padres. Se despidió, salió de viaje.
Después de haber andado mucho llegó también a la casa del viejito
y pidió trabajo. Le dijo como a los otros que la conchababa pa que
llevara una carta. Le dijo que eligiera el caballo en el corral, le
esplicó bien el cruce de los ríos y los cerros, y cómo era la casa
con ventanas verdes ande 'taba la señora que tenía que recibir la
carta.
Juan
eligió un caballito más bien flaco, pero que le pareció
resistente. Salió a la madrugada. Llegó al río di agua, se armó
de valor y lo cruzó. Siguió y llegó al río de leche, se armó de
valor y lo cruzó. Siguió el viaje, llegó al río de sangre que lo
impresionó mucho, pero se armó de más valor y lo cruzó. Más
adelante encuentra los dos cerros que se estaban golpeando, apura el
caballito y pasa como una luz para que no lo aplasten. Llega al fin a
la casa con ventanas verdes. Sale la señora, le entrega la carta y
le da la contestación. Descansa un ratito y se vuelve. Se volvió
por el mismo camino, pero ya no encontró ni los ríos ni los cerros,
pero encontró unos animales flacos en un rastrojo lleno de pasto; en
otra parte unos animales gordos en un rastrojo lleno de piedras, y en
la mitá del camino vio a dos personas colgadas de la lengua. Juan
miraba todo en silencio y apuraba el caballito pa llegar pronto a la
casa.
Cuando
Juan volvió, le dio al viejito la contestación de la carta y le
esplicó todo lo que había visto. Entonces el viejito le esplicó
que los animales flacos en el rastrojo lleno de pasto eran los ricos
avarientos; que los animales gordos en el rastrojo con piedras eran
los pobres honrados y trabajadores; que los cerros que se golpeaban
eran las comadres desunidas, que no saben respetar las obligaciones
del sacramento, y que los colgados de la lengua eran sus hermanos
mentirosos. Que el río de agua cristalina eran las lágrimas de los
que sufren; que el río de leche era la leche purísima de la Virgen
y que el río de sangre era la sangre de Jesucristo que derramó por
nuestras culpas; que la casa a la que jue era la casa de la Virgen, y
que la señora que lo atendió era la Virgen. Y que en ésa había
descansado varios años. Juan escuchaba asombrado todo lo que le
decía el viejito, que era Dios. Entonces le preguntó que cómo
quería que le pagara, si con una bolsa de plata o un Dios te lo
pague. Entonces el muchacho le dijo que prefería un Dios te
lo pague, que dura siempre y no una bolsa de plata, porque se
acababa. Entonces Dios le dio una varita de virtú para que le
pidiera lo que quiera.
Juan
le pidió a la varita de todas las cosas que podían necesitar los
viejitos y llegó cargado con este bastimento. Los viejitos se
pusieron muy contentos con tantas cosas que traía el hijo y vieron
qui había trabajado y había cumplido, por eso Dios lo había
ayudado.
Isabel
Bernard, 24 años. Media Agua. Sarmiento. San Juan, 1953.
Lugareña
semiculta. Muy buena narradora.
Cuento
1016. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) – 072
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