Había
una vez una señora que tenía criando a una sobrina. Esta niña
estaba ya algo crecida y la tía tenía interés en hacerla casar. La
chica no quería casarse, pero la tía lo veía muy conveniente de
hacerla casar con un señor muy rico del pueblo. Este señor quería
casarse con una niña que fuera muy habilidosa. Entonce la tía lo
engañó, le dijo que su sobrina sabía hacer bordados muy hermosos,
que hilaba muy finito, lindo; en fin, que era una niña que sabía
muchas cosas. Que cortaba a las mil maravillas las ropas para hombre.
Entonce, un día, este señor va a visitarla a la viejita, para ver,
de paso, a la sobrina. Entonce la viejita ha presentado a la sobrina
y él hizo que la sobrina le hiciera unos chalecos bordados. Entonce
la tía le dice:
Entonce,
el señor, más tarde volvió trayendolé las telas y los hilos para
que le hiciera unos chalecos bordados. Entonce la chica se vio en
mucho apuro porque no los sabía bordar. No hallaba qué hacer.
Entonce la tía le dijo:
Entonce,
en la noche, la chica se fue a su pieza con los cortes de tela y los
hilos de bordar y no sabía qué hacer. Era tal su desesperación que
la chica empezó a rezar, a invocar a las almas, a las ánimas, que
ella siempre sabía ponerles velas, rezarles. Entonces acudieron en
seguida tres ánimas, y le decían que no se aflija, que deje todo en
manos de ellas y que se vaya a descansar.
Al
día siguiente, a la mañana, encontró la niña ésta, la sobrina,
encontró los chalecos cosidos y bordados, muy bien. Entonce la tía,
contenta, le hizo entrega al señor éste que quería que sea su
futuro sobrino. Y estaban muy hermosos los chalecos bordados.
Entonce, después, el señor quiso traerle también una lana para que
le hiciera un hilo finísimo. Entonce también trajo. La señora le
dijo:
Cuando
le trajieron la lana a la niña, también la niña sufrió mucho
porque no sabía hilar, no sabía hacer el trabajo. Y lo mismo a la
noche, cuando se fue a la pieza con la lana y con el huso y todo para
hilar, ha hecho un pedido a las ánimas. Entonce de nuevo acudieron
las almas a ayudarla y le dijieron:
A
la mañana siguiente cuando se levanta la niña, va y estaba todo el
hilo hilado y ovillado, hermoso. Entonce la tía hizo entrega al
señor de este hilo y inmediatamente el señor quiso casarse con la
niña. Prepararon la fiesta, la boda. El señor presentó de su casa
muchos animales para matarlos, chanchos, gallinas. En fin, hicieron
una fiesta muy linda, invitaron a la gente del pueblo. Pero la chica
le pidió un favor, que, cuando invitaran, dejaran que ella hiciera
una invitación especial a tres tías viejísimas que ella tenía.
Pero, estas tales tías no existían, eran las ánimas. Y este trato
tenían con ella, ya que ella había salido tan bien, que las
invitara a la boda. Entonces la tía aceptó que se las invitara y el
señor también.
Cuando
ya estaban en lo mejor de la fiesta, llegaron estas tías. Las
hicieron pasar, pero, ¡eran tan feas! Les pusieron asiento y
entonces vino el señor que acababa de casarse con la niña, vino a
saludarlas. Y le causó almiración verlas tan feas. Y le dice a una
de ellas que tenía los ojos muy rojos, muy feos, y siempre con
lágrimas:
Y
entonces pensó para sus adentros: a mi señora no la voy a dejar
bordar.
-¡De
tanto hilar, señor! Como siempre este brazo está estirado para
llevar el hilo, se me ha hecho este brazo largo, y el otro, encogido,
de tanto hilar.
Entonce
el esposo pensó: yo a mi señora no la voy a dejar hilar más, para
que no se le deformen los brazos.
-Y,
de tanto coser y cortar. Como hago tanto esfuerzo así, al estar
cosiendo, se me ha criado esta joroba en la espalda.
Entonce
él pensó: a mi señora no la voy a dejar cortar ni coser. Y sacó
de la casa todo, todo lo que fuera implemento para bordar, para
hilar, para coser, para que ella no los usara y siempre se conservara
su figura linda. Y de esa forma la chica se salvó de hacer esos
quehaceres que no sabía.
Y
vivieron felices,
comieron
perdices,
y
a mí no me las dieron,
porque
yo no las quise.
Antonia
Díaz de Páez, 46 años. Los Sarmientos. Chilecito. La Rioja, 1968.
La
narradora es maestra. No ha salido de su región. Aprendió éste y
otros cuentos de la madre, que era una gran narradora.
Cuento
1027. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 072
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