Ndjambu,
su mujer Ngwalezie y su hijo Ugula decidieron hacer una finca para
poder comer. De manera que fueron al bosque y empezaron a chapear un
terreno con la intención de cultivarlo. Pero aquel bosque era de
Monanga, y cuando se enteró de que alguien pensaba hacer allí su
finca no estuvo de acuerdo. Por la noche fue al bosque y lo
reconstruyó: volvió a poner los árboles en su sitio y colocó
también en el lugar correspondiente las hierbas que se habían
cortado.
Al
día siguiente, Ndjambu estaba asombrado: «No puede ser. Alguien ha
deshecho nuestro trabajo». Tuvieron que empezar la finca de nuevo,
sin que valiera para nada el trabajo del día anterior. Por la noche
Monanga y su banda de fantasmas volvieron a aparecer por el bosque y
lo dejaron todo tal como estaba.
Al
tercer día, Ndjambu concibió un plan: «Dado que esto nos lo hacen
por la noche, esta noche les esperaremos». Efectivamente, al
atardecer Ndjambu y Ugula tomaron sus lanzas y se pusieron al acecho
en el corazón del bosque de los fantasmas.
Cuando
éstos aparecieron, Ugula se dio cuenta enseguida de que era Monanga
el que daba las órdenes. Y teniendo en cuenta que cuando hay una
guerra, ésta cesa si alguien mata al,jefe del bando contrario,
apuntó a Monanga con su lanza y.le partió el corazón. Los
fantasmas huyeron despavoridos, y solamente dos de ellos se
retrasaron para recoger el cuerpo de Monanga y llevárselo al
poblado.
De
vuelta a casa, Ugula no se sentía satisfecho del todo: «Me gustaría
poder recuperar mi lanza». Ndjambu intentaba disuadirle: «¿No ves
que es muy peligroso que vayas ahora al poblado de los fantasmas?».
Pero Ugula no le hizo caso, atravesó el bosque y cruzó con su
cayuco el río que separaba el bosque del poblado enemigoi.
Al
llegar a ese poblado, Ugula se puso a llorar desconsolada-mente:
«¡Dios mío, han matado a mi tío!». Los fantasmas vieron que no
tenía voz de fantasma, sino de persona normal. Pero como le vieron
tan desconsolado, creyeron que, efectivamente, debía tratarse de un
sobrino del difunto Monanga y le atendieron: «Lo único que deseo es
que me déis la lanza que ha partido el corazón de mi tío, para que
pueda vengar su muerte». La gente del poblado le dio la lanza que
pedía, y le rogó que antes de irse intentara cazar algo para que
todos pudieran comer.
Ugula
entró en el bosque acompañado de uno de los chicos del poblado. Al
divisar un antílope, habló con su lanza: «Lanza mía, rompe el
corazón de ese antílope tal como hiciste con el jefe de los
fantasmas». El antílope cayó herido de muerte, pero el chico del
poblado explicó delante de todo el poblado lo que había oído. La
gente se reía de él: «¿Cómo va a ser suya esta lanza? ¿No
recuerdas cómo lloraba por la muerte de su tío? Dejemos que se vaya
y que se cumpla la venganza por la muerte de Monanga».
Y
le acompañaron. Al llegar al río, como los fantasmas no pueden
cruzarlo a través del agua, Ugula montó en su cayuco y se despidió.
Cuando ya se encontraba en medio de la corriente, empezó a reírse:
«Os he engañado con mis historias: yo había matado a vuestro jefe,
y encima me habéis devuelto la lanza con la que le partí el
corazón».
Los
fantasmas echaron a correr, buscando un lugar donde cruzar el río
sin tener que pisar el agua. Mientras tanto, Ugula se había dado
mucha prisa y llegó a su propio poblado antes de que los fantasmas
pudieran darle alcance.
Ndjámbu
y Ngwalezie estuvieron orgullosos por la valentía que había
demostrado su hijo Ugula.
Fuente:
Jacint Creus/Mª Antonia Brunat
0.111.1
anonimo (guinea ecuatorial) - 055
i
Cruzar
un río para adentrarse en el reino de los muertos es un motivo que
utilizan numerosas culturas. También se trata de prepa-rar el
regreso de Ugula a través de un medio que los fantasmas no dominan:
ellos no pueden volver a cruzar el río, porque no pueden regresar
de más allá de la muerte.
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