Eran
tres hermanos, hijos di un Rey. Salieron a rodar tierra. Uno tomó
para el oriente, otro para el occidente y otro pal este.
El
shulco se quedó atrás de los mayores, ¿no? Se quedó en el campo
porque sentía cantar una canción muy hermosa. Y no siguió más
adelante porque se quedó encantado de ese canto. Tantos días estuvo
y más se iba aproximando y no podía saber en dónde cantaba una
mujer. No sabía. Bueno... Porque va llegando y llega a una choza.
Había en una piecita, una viejita, muy viejita. Y le dice:
-¡Ah!,
vengo a pedir la mano de ella, porque m'hi enamorado sólo con la voz
que tiene tan melodiosa, tanto que m'hi concentrado di amor, que sin
conocerla vengo a pedirla.
Bueno...
La premia a la viejita, alza la tinaja y la lleva en la cabeza.
Entonce,
di allá, comu a las tres horas, sale. Sale un cortejo di una
princesa acompañada con toda la corte de sus princesas. Con seis
caballos blancos y una carroza y la princesa iba adentro con todas
las damas.
¡Qué!,
queda encantado el Príncipe. Y áhi no más lo viste a él. Iba
pobre, claro, tanto tiempo sin cambiarse, sin nada.
Y
ya llegaron al reino. Y ya se la iba a llevar al Rey a la Princesa. Y
se echaron a vuelo las campanas. Y salió el Rey. Y li ha llevado un
obsequio la sapa. Una camisa que manos no habrán tocado, de hermosa.
Y botones de oro, encima, bien encartonada, bien lustrada.
Entonce
ya preparan el banquete. 'Taban todos. Ellas también traiban regalo
pero ni se parecían al regalo de la sapita.
Todos
los güesitos de gallina que comía, de paloma, en fin, de pato, la
Princesa iba poniendo en el ajuar, a la vuelta. Y las otras princesas
hacían lo mismo, la imitaban a la señora del shulco.
Cuando
ya terminaron de comer, ya tocaron la banda para que bailen. Salieron
a bailar. En las primeras vueltas, la Princesa del Príncipe, la
sapa, cerró la primera vuelta, se llenó la casa de claveles. En la
otra vuelta se lleno la casa de diamelas. Y en la otra vuelta se
lleno la casa de jazmines. En cambio cuando bailaban las otras
saltaban los güesitos como se los habían puesto no más. Áhi se
dieron cuenta que esta Princesa tenía una virtú que no tenían las
otras, y que por eso había estado encantada.
Ramona
Virginia Villafañe de Coronal, 86 años. San Fernando del Valle de
Catamarca. Catamarca, 1968.
Cuento
966. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 069
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