Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de febrero de 2015

La reina mora .992

Había una vieja que era viuda y vivía con la única hija que tenía, la que era regalona en extremo. A nada la sabía mandar, y la niña jugaba todo el día a las muñecas. Si a algo la mandaba, hacía todo como quiera y rápidamente ya estaba nuevamente con las muñecas. Tenía todas sus muñecas en la costa de un cerco de rama; otras veces las llevaba a un corral, y otras, detrás de la casa, y allí formaba las casitas de las muñecas.
Un día, que había llevado a sus muñecas un poco lejos de la casa, sintió que la madre la mandaba a hacer un quehacer. Fue, lo hizo, y al volver vio que un pájaro grandote volaba llevandolé la mejor muñeca. Como voló bajito y se asentó en un árbol cercano, ella corrió para quitarle la muñeca. Cuando ella llegó, el pájaro volvió a volar. Así siguió, sin darse cuenta, todo el día. Cuando se quiso volver, estaba perdida en el medio del campo. Siguió andando sin saber adónde iba.
Anduvo mucho, hasta que por casualidad dio con el rial de unos mozos trabajadores del monte. Estaba mirandolós de lejos, no se animaba a hablarlos, cuando ellos la vieron y la invitaron a pasar, diciendolé que eran buena gente, que no les tuviera miedo. Llegó la niña y les contó lo que le pasaba. Los mozos no la podían llevar a su casa porque no conocían ese lugar. Ellos le propusieron que fuera a vivir con ellos, que la iban a querer como a una hermanita, y que ella los cuidara, les cocinase la comida y les lavara la ropa. Aceptó la niña y ellos la llevaron a su casa.
Cuando ya la niña estuvo en la casa, le dijeron lo que tenía que hacer, y únicamente le recomendaron que tuviera cuidado con un gato negro que había en la casa. Que lo tratara bien por que de lo contrario le iba a apagar el fuego. Todo fue muy bien, y vivieron muy contentos como verdaderos hermanos.
Un día que la niña cortaba la carne para preparar una carbo-nada57, el gato le comía la carne. Ella lo ahuyentaba de mil modos a fin de no pegarle, pero el gato volvía a comerle la carne. La niña se impacientó tanto, que se olvidó de la recomendación y le pegó con el cuchillo de plano. El gato desapareció. Cuando la niña hubo preparado todo, se fue a la cocina a poner la olla y se asustó al encontrar el fuego apagado. Recién se acordó de lo que le dijeron los hermanos. No tenía nada con qué encender el fuego. Desesperada, salió para buscar en alguna casa vecina unas brasas. Después que anduvo un rato, llegó a una casa. Por sobre unas paredes viejas vio a una niña y le pidió fuego.
-Vea -le dice la otra niña, yo se lo voy a dar, pero tiene que salir con muchas precauciones, porque mi madre es bruja y la perseguirá corriendo, si se da cuenta. Para su salvación, le doy este peine y este espejo. Si mi madre la corre, sin mirar para atrás, le tira el peine. Si la vuelve a alcanzar, le tira el espejo, hasta que llegue a su casa. De ninguna manera vaya a mirar para atrás.
La niña de la casa le dio un tizón con fuego a la otra niña, y le dijo:
-¡Corra! ¡Corra!
Al tiempo que salía la niña la vio la vieja bruja y la sacó corriendo, llamandolá y ofreciendolé muñecas, trapitos bonitos, y otras cosas. Pero la niña siguió corriendo. Cuando ya la iba alcanzando, la niña le tiró el peine, y se hizo un garabatal enorme, que la vieja no podía pasar por semejante espinal. Al fin pudo salir la vieja, que sólo le habían quedado las ropas de la cintura para abajo. Corrió la vieja más ligero; cuando ya la iba alcanzando a la niña, ésta le tiró el espejo. Entonce se formó un gran lago. La vieja anduvo y anduvo, no podía pasar porque el lago era muy hondo, pero, al fin pasó. La niña alcanzó a llegar a su casa, entró y trancó la puerta por dentro. La vieja, cuando vio que la niña se había encerrado, comenzó a llamarla, pero ella no la atendió. Al fin, cansada de perseguirla, determinó volverse, pero antes le quiso hacer todo el mal que pudo. Fue atrás de la casa y echó dos miadas. De una nació un hermoso cebollar y de la otra una gran planta de orégano.
Ya cuando vio la niña que la vieja se había mandado a cambiar, salió de su encierro. Hizo fuego de nuevo y se puso a preparar la comida muy apurada porque faltaba muy poco para que llegaran los hermanos. Vio las plantas de cebolla y de orégano, tan lindas, y que dijo:
-¿Y por qué no me habrán dicho que tenían cebollas y orégano, mis hermanos?
Y cortó de las dos plantas, picó y le echó a la comida.
Ya llegaron los hermanos y se pusieron a comer. En cuanto probaron la comida se convirtieron en dos bueycitos. Ella se afligió mucho, se puso a llorar, pero al fin tuvo que conformarse y seguir su vida. Siguió viviendo con los bueycitos y cuidandolós lo mejor que podía.
Un día que andaba pastoriando a los bueycitos, se le aparece un rey, que era vecino de su campo, y que la había visto muchas veces sin que ella lo viera. Le propuso que se casara con él, pero la niña no se animaba a aceptar. El rey se fue, pero volvió muchas veces, siempre insistiendo en su pedido. Al fin la niña dijo que sí.
El rey hizo una gran fiesta, se casó con la niña y la llevó a su palacio, siendo ella desde entonces la reina de ese lugar. La niña se había llevado los bueycitos y el rey le dio su palabra que los cuidarían muy bien.
El rey había tenido antes una mujer, así no más, sin casarse, que la llamaban la Reina Mora, porque era negra, y ella quedó, después del casamiento, de sirvienta. Ésta se puso muy celosa y no la podía pasar a la esposa verdadera del rey.
Pasó un año y la esposa del rey tuvo un hijo varón.
Una vez tuvo que irse el rey por unos días a otro reino y la negra aprovechó esta oportunidad para vengarse. Se ofreció para espulgarla, a la reina. Ella se negó al principio, diciendo que no tenía comezón ninguna, pero la negra insistió en que la espulgaría para que pasara el rato dejandosé escarbar el pelo. La reina se dejó espulgar, y sin darse cuenta se quedó dormida. Entonces la negra le clavó en la corona un alfiler de esos que terminan en una palomita. Como la negra era bruja, le puso una untura al alfiler, y lo preparó para que le hiciera mal a la niña. La reina se despertó. En el mismo momento se convirtió en una palomita y salió volando.
La negra, al hallarse sola y dueña, de su situación, trató de aparentar que era la reina y de hacerse pasar por ella, y engañar al rey. Así se arregló lo mejor que pudo, se pintó y se almidonó, y se puso la mejor ropa que tenía la reina. Tomó al niño y trató de tenerlo y tratarlo como si fuera la reina.
Cuando llegó el Rey, la negra, llorando, le dijo que del dijusto que había tenido con la negra sirvienta que se había mandado a cambiar, y con lo que había tenido que ir a la cocina, se había quedado en esa forma. El Rey se afligió mucho, y esperó que todo se arreglara. A la noche, el niño lloraba sin parar, de hambre. La negra se hacía la que no se daba cuenta de nada, pero el Rey estaba cada vez más pensativo.
Al otro día, trabajando el jardinero del Rey en los jardines del palacio, suspendió su trabajo para ver una palomita que llegaba y le hablaba de esta forma:
-¿Qué hace el Rey?
-Está durmiendo con su mujer.
-¿Qué hace el niño?
-De a ratos llora y de a ratos calla.
-¡Llora, llora criatura,
de tu madre la desventura!
Se quedó muy sorprendido de esto el jardinero, y cuando fue a almorzar se lo contó al Rey. El Rey en seguida entró en sospechas de que allí había un misterio. Entonces le encargó al jardinero que tratara de cazar a la palomita, y le dio pega-pega para que le pusiera en el árbol que se asentaba. El jardinero cumplió con todo lo que le ordenó el Rey.
Al otro día, cuando estaba trabajando el jardinero, llegó la palomita y le volvió a hablar de la misma manera:
-¿Qué hace el Rey?
-Está durmiendo con su mujer.
-¿Qué hace el niño?
-De a ratos llora y de a ratos calla.
-¡Llora, llora criatura,
de tu madre la desventura!
La palomita se había asentado en la rama con pega-pega, y al quererse volar, se pegó, pero dejó pegados unos zapatitos y se fue.
El Rey, al saber esto, se sintió más intrigado, y le recomendó al jardinero que pusiera doble cantidad de liga. Así lo hizo el jardinero que también quería cazar aquella palomita tan bonita. Al día siguiente volvió la palomita, y se asentó en la misma rama y volvió a hablar al jardinero, y éste a contestarle:
-¿Qué hace el Rey?
-Está durmiendo con su mujer.
-¿Qué hace el niño?
-De a ratos llora y de a ratos calla.
-¡Llora, llora criatura,
de tu madre la desventura!
Al quererse ir se volvió a quedar pegada, pero dejó unas mediecitas y se fue.
El Rey cada vez más intrigado con esto, le dijo al jardinero que pusiera pega-pega más fuerte. Así lo hizo el jardinero. Al otro día llegó la palomita y cada vez con voz más triste, repitió las mismas preguntas, y el jardinero le contestó de la misma manera:
-¿Qué hace el Rey?
-Está durmiendo con su mujer.
-¿Qué hace el niño?
-De a ratos llora y de a ratos calla.
-¡Llora, llora criatura,
de tu madre la desventura!
Esta vez quiso volar, y por más esfuerzo que hizo, no pudo. El jardinero la tomó con mucho cuidado y se la presentó al Rey.
La negra, que había abandonado al niño y estaba a punto de hacer matar a los bueycitos, no sabía qué hacer. Le decía al Rey que largara esa palomita inmunda, que tenía que ser alguna brujería. Gritaba, lloraba y tiraba todas las cosas.
El Rey no la atendía y la acariciaba a la palomita. Le pasaba la mano por la cabeza, cuando notó un bordito. Vio que era un alfiler de la palomita. Se lo sacó, y en el momento la palomita volvió a ser la Reina, más joven y más linda que antes. Abrazó al Rey, fue, agarró al niño y ordenó que en el acto le trajeran a los bueycitos, sus hermanos. A los bueycitos se le caían las lágrimas de ver a la niña, y le pasaban la lengua por las manos. El Rey, y toda la gente del palacio, estaban locos de contentos de volver a tener a la Reina que era tan buena.
La negra quiso dispararse, pero no pudo. El Rey mandó que la agarraran, que trajeran cuatro potros de los más chúcaros y que la ataran de los pies y las manos a cada uno, para que la descuartizaran. Así lo hicieron, la ataron a la negra a los cuatro potros, y los largaron al campo. Los potros la despedazaron y se alzaron al monte. Así castigaron la maldad de la Reina Mora.
El Rey y la Reina se quedaron a vivir muy contentos y felices, por muchos años.

Luis Jerónimo Lucero, 50 años. Nogolí. H. Yrigoyen. San Luis, 1960.

Gran, narrador.

Cuento 992. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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1 comentario:

  1. Me encantan estos cuentos de niña los leì en un libro llamado los Mejores cuentos del mundo

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