Había
na vez un rey que tenía una hija que no se reiba nunca. Era muy
terca y nu había quen la pudiera hacer ni siquiera sonreírse, no le
conocía el mundo una sonrisa en su cara.
Había
una señora que tenía un hijo zonzo, y cuando éste se enteró dijo
que él la iba hacer reir a la Princesa. La madre le decía que no,
que no vaya, que el Rey le iba hacer cortar la cabeza; pero éste
porfió y porfió y se jue no más.
Cuando
va en el camino, este mozo, ve un muchacho con unos ratoncitos, unos
pericotes, tirandolós para arriba para matarlos, y entonces le dice:
Se
los dio el muchacho y él los llevó con él a los ratoncitos.
Entonce piensa que con esos animalitos puede hacer algo pa divertir a
la Princesa. Con un pedacito 'e cuero que encontró, fabricó unas
petaquitas. Va y le pide a una niña que le dé cabeo, enriedo de
pelo, un mechoncito, cualisquer cosa. Hace del cabeo riendas, bozal,
cabresto, cincha. Con una varillita de totora hace un aparejo, como
una monturita. El cabresto lu hace larguito como pa poder llevar a
los ratoncitos; los arregló a los bichitos con los arneses, con el
aparejo y las petaquitas. Entonce los empezó a ensayar a los
bichitos a hacer pruebas. Estos bichitos eran muy inteligentes y
hacían unas pruebas muy graciosas, capaz de hacer rir al más serio.
A
la hora vencida, él se presentó en el palacio. Había muchos
jóvenes que iban a hacer reír a la Princesa. La Princesa 'taba en
el balcón. Áhi pasaban los pretendientes, hacían monadas, pruebas,
hacían piruetas y bailes, decían chistes... y nada, la Princesa no
se réiba por nada. Al último de todos venía el zonzo con los
ratoncitos cargados, y todos miraban con curiosidá esto.
Como
los arneses eran de cabeo, no se veían que los manejaba. Ya llega
frente de la Princesa con los cargueros. La Princesa tenía un
perrito regalón y áhi 'taba con ella. Cuando el perrito los ha
visto a los ratoncitos, pega un salto y da un torido ¿qué quere
usté?, y los quere encarar. Y claro, los ratoncitos han queríu
salir corriendo, y uno ha pegáu una costalada y el otro una
espantada, y áhi han salíu perdiendo la carga, y a los saltos. Y
entonces la Princesa que 'taba muy enojada de ver a este zonzo que se
quería casar con ella, ha pegau una carcajada, y claro, todos han
oído y si ha corrido la voz que el zonzo la ha hecho reir a la
Princesa.
Güeno,
palabra de Rey no puede faltar, y se tuvo que casar la Princesa con
el zonzo. Ella no quería por nada casarse con el zonzo, pero
queriendo y sin querer se tuvo que casar no más.
La
Princesa decía que no lo quería al zonzo, que ella quería un
príncipe. Entonce el zonzo dijo que güeno, que la deja que se case
con un príncipe. Entonce se prepara la separación, el divurcio, y
se preparan las fiestas para el nuevo casamiento de la Princesa.
Mientras
las bodas se 'tán haciendo, el zonzo se pasea por la ciudá y
encuentra a unos muchachos que están jugando con un dormilón, que
lo 'tán por matar, y les dice:
Los
muchachos al fin le entregaron el dormilón y él se lo llevó. Él
sigue y lo que va caminando encuentra otra gavía de muchachos
jugando con una tatanga, que la 'taban matando. Entonce les dice:
Se
van los novios al cuarto de ellos y el zonzo se escuende en un rincón
con sus bichitos. Los bichitos ya 'taban enseñados pa hacer un güen
trabajo. Si acostaron los novios y el dormilón si había puesto
entre las almuhadas. Áhi no más se quedaron dormidos. Entonce jue
la tatanga y se le entró al Príncipe por el upite y empezó a
acarriar la suciedá di adentro y a poner toda la cama sucia. Al otro
día cuando se despiertan 'taba todo sucio y con un olor terrible.
Viene el Rey a saludarlos, y claro, 'taban muy callados y le
contestaron muy fríamente.
A
la segunda noche el Príncipe se puso un tarugo pa que no le pase
nada. Otra vez el dormilón si acomodó entre las almuhadas y se
quedaron dormidos profundamente. Áhi jue uno de los ratoncitos, le
sacó el tarugo y la tatanga se le entró y le empezó a acarriar
suciedá. Y ya ansuciaron la cama, el piso y todo lo qui había
adentro.
Al
otro día el Príncipe no sabía quí hacer. Se bañó, se limpiaba
por todos lados, pero no se podía del olor. Vino el Rey a
saludarlos, y claro, se dio cuenta que pasaba una cosa rara.
A
la tercera noche el príncipe si ató bien con unos lazos el ocote.
Se acostaron y como 'taba áhi el dormilón, se volvió a quedar
dormido. Fue el otro ratoncito, el pericotito y le cortó los lazos y
la tatanga volvió a entrar y empezó a acarriar suciedá. Y ya puso
sucia la cama, el piso, los muebles y hasta el techo.
Al
otro día cuando se despertaron era una suciedá y una jedentina que
no se podía más. Entonces, cuando vino el Rey a saludarlos, la
Princesa, muy enojada, le dijo que no lo quería más al Príncipe y
que prefería al zonzo, que por lo menos era limpio.
Ya
lo jueron a buscar y lo trajieron y se volvieron hacer los
preparativos y se vuelven a casar. Y áhi vieron que este mozo no era
zonzo, sino que si hacía no más el inocente. Y ya hicieron una gran
fiesta. Los animalitos que lu habían ayudado se despidieron y se
jueron muy contentos. Y áhi se quedaron en el fandango y yo me vine
para acá.
Juana
Salazar, 70 años. El Zapallar. Quines. San Luis, 1932.
Aprendió
este cuento hace muchos años de un viejito de Río Quinto, Nicolás
López, que era un gran narrador.
Cuento
1091. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 072
Mi madre Matilde Sanchez sabe este Cuento ¡¡ Es de INDEPENDENCIA, PISCO, ICA, PERU ¡¡¡
ResponderEliminarDe adonde es le Cuento ?
Soy Adrian munaya Sanchez