Había
una viejita que tenía una chica, y eran muy pobres. Cierto día le
dice la chica a la viejita:
Al
otro día bien temprano emprendió viaje. Caminó todo el día. Al
llegar la noche tuvo miedo y no hallaba qué hacer, si volver a la
casa o no. Se acurrucó en un tronco de un árbol y se quedó
dormida. Al otro día, al despertarse, se subió en el árbol para
divisar a dónde podía dirigirse y vio un humito muy lejos. Resolvió
dirigirse allá, y una vez que llegó encontró una casa en la que no
había gente, pero sí había de todo. Entonces ella pensó hacer la
limpieza, la comida... hasta que llegasen los dueños. Cuando ya
estuvo todo listo oyó rumores de que venía gente; entonces ella se
escondió debajo de una batea sin notar que había dejado a la vista
un pedazo de su vestido.
Llegaron
tres hermanos, que eran los que vivían en la casa. Se sorprendieron
al ver que todo estaba limpio, la mesa puesta y la comida preparada.
Dijo uno de ellos:
-¡Dios
mío!... Es Dios quien nos ha mandado todo esto.
Luego
se pusieron a buscar por todos lados, y en la cocina, el menor de
todos vio el pedazo de vestido y al levantar la batea se dio con la
chica. Entonces expresó a sus hermanos que como él la había
encontrado iba a ser su esposa, a lo que los hermanos contestaron que
no, que la tratarían como a una hermanita para que ella los atienda
y que ellos la iban a cuidar. Así pasaron felices mucho tiempo, y un
día le dijeron los hermanos a la niña que se iban a ir al bosque a
cortar madera y lo único que le encargaban era que no le mezquine la
comida al gato porque sinó se vería en trabajos.
Cuando
estuvo la niña cortando la carne, el gato le pedía, y la niña le
dio bastante carne y como no se llenaba, fastidiada, le pegó al
gato. Éste fue a la cocina y le orinó el fuego y se lo apagó.
Afligida porque no tenía cómo cocinar se subió encima de la casa
para ver a dónde podía ir a buscar fuego, porque no tenía
fósforos. Entonces vio un humo muy lejos y resolvió ir allá. Se
fue rápidamente. En partes corría, hasta que llegó a una casa.
Golpió la puerta y salió una niña, quien al verla le dijo:
Seguidamente
subió en una chancha y la siguió a la niña. Cuando la iba
alcanzando, la niña le largó la tijera y se formó una serranía
muy grande, que a gatas pasó la vieja.
Así
la niña le sacó trecho y cuando la iba a alcanzar nuevamente le
largó el peine, y se formó un abrojal muy grande. La bruja al
pasarlo salió toda arañada por las espinas y la ropa hecha pedazos.
Viendo
la bruja que nada podía conseguir de la niña, se fue para tras de
la casa y orinó. Entonces se formó un cebollar muy lindo. Cuando la
niña notó que ya se fue la bruja, salió a preparar la comida
porque ya se acercaba la hora de que iban a volver sus hermanos.
Salió para tras de la casa, vio el cebollar y exclamó:
Luego
cortó unas hojas y le echó a la comida. Al poco rato llegaron los
hermanos y la niña les sirvió la comida. Cuando la probaron, se
volvieron unos toritos.
La
niña se afligió mucho y al verse sola, desesperada determinó
arriar sus toritos y irse al reino vecino. Antes de llegar a la
ciudá, había un ranchito donde estaba una viejita. Se acercó y le
preguntó si sabía dónde podía encontrar pasto para sus toritos y
la viejita le contesta que vaya a la casa del Rey, que él tenía
mucho pasto y le iba arrendar.
Luego
la niña se fue allí, llegó y pidió hablar con el Rey. Éste al
verla tan bella, se enamoró locamente y la tomó por esposa. Pasó
un año y entonces tuvieron un hermoso niño.
Como
al Rey le gustaba mucho salir a cazar, un día dispuso una cacería
acompañado de sus ministros y todos sus empleados.
La
Reina quedó solamente con la negra sirviente. Un día estando
peinando a la Reina, le dijo:
-Qué
lindo pelo tiene mi teñorita -y al pasarle la mano por la cabeza le
clavó un alfiler en la corona. Inmediatamente la Reina se transformó
en una palomita y se voló.
Entonces
la negra queriendo ocupar el lugar de la Reina se lavaba, se fregaba
para hacerse bella como su ama, pero como era tan negra no lo
consiguió. Para engañar al Rey se vistió con la ropa de la Reina,
y cuando llegó le dijo:
-¿Ves
cómo estoy de negra y de quemada lo que estoy en la cocina? La negra
sirvienta se fue y tuve que hacer todo el trabajo. El Rey le creyó.
-¡Viera,
Majestá!... Todas las mañanas viene una palomita y se asienta en el
árbol del pozo. Canta muy lindo y dice así: ¡Pobre mi hijo! A
veces canta y a veces llora. ¡Pobre de mí en los campos sola! ¡Y
mis toritos? ¿Qué harán?
El
Rey ordenó que le pusieran pega en el lugar donde se asentaba para
que se pegue y poder así pillarla. Al otro día volvió la palomita,
se asentó en el mismo lugar y cantó lo mismo. Al volarse quedá
pegado un zapatito.
El
Rey la acariciaba al verla tan bonita y al pasarle la mano por la
cabecita notó una dureza y creyó que era una espina. Entonces se la
sacó, viendo que era un alfiler. La palomita se transformó de nuevo
en Reina y le contó lo que le había hecho la negra. El Rey indinado
mandó trair cuatro caballos de los más chúcaros. La ató de las
manos y los pies a cada potro a la negra, y los corrió al campo para
que la despedazaran. Y todo quedó como antes, los toritos se
volvieron gente y el niño, la Reina y el Rey siguieron viviendo muy
felices y yo me vine para mi casa.
Josefa
Páez, 52 años. Distrito Pueblo. Sarmiento. La Rioja, 1950.
La
narradora ha olvidado algunos motivos del cuento tradicional.
Cuento
983. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 072
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