Había
una vez una señora que tenía una hija muy güena, como de quince
años y era muy linda. La mamá le regaló una muñeca para que
juegue y aprienda a coser. La niña muy contenta con su muñequita
estaba en el patio de la casa haciendolé un vestido, cuando siente
que la llama su mamá desde la cocina. Va y cuando güelve, ve que un
gavilán se lleva en el pico a su muñequita. Llora y sigue al
gavilán, pero el gavilán da tantas güeltas que la niña no puede
alcanzarlo, y sigue por detrás.
Caminó
tanto que sin darse cuenta salió al campo y ya se 'staba haciendo de
noche y perdió de vista al pájaro con su muñeca. Cansada, con
miedo y con hambre, no sabiendo cómo volver a su casa, se quedó
dormida. Mientras tanto su mamá la busca por todos lados y así
varios días. Después, como no la encontró, la pobre señora
enfermó y se murió de pena.
María,
que así se llamaba la niña, al despertarse al otro día temprano
siguió por un caminito creendo llegar así a su casa, pero llegó a
otra casita chica. Entró. No había naides. Fue a la cocina, y comu
había cosas para preparar la comida, se puso a cocinar. Después
comió ella un poco y el resto guardó en la olla, sobre el fogón.
Al
ratito sintió unos pasos y pensó que eran los dueños de la casita
y se escondió debajo de una batea. Llegaron dos hermanos apurados a
cocinar y como encontraron la comida hecha, la comieron... y después
buscaron a la persona que debió hacerla. No la encontraron.
Así pasaron varios días, hasta que un día vieron que salía un
pedacito de trapo colorao debajo de la batea. La levantaron y hallan
a la niña escondida. Ésta se asustó y quiere disparar, pero los
mozos le dicen que se quede con ellos, para cocinar y hacer todas las
cosas de la casa, que ellos iban a trabajar para todos.
La
niña se quedó. Los mozos le dijeron también que a veces va un gato
negro y pide carne, que le dé toda la que quiera porque sinó el
gato le va orinar el fuego y lo va apagar para siempre. La niña así
hizo, pero un día no quiso darle la carne al gato porque había muy
poquita. Entonces el gato se enojó y le orinó el fuego. El fuego se
le apagó y la niña no pudo prenderlo con nada, y no cocinó.
Asustada
se fue a una casita que parecía muy lejos a pedir unas brasitas.
Cuando llegó allí, salió una niña y le dijo que se vaya, porque
su madre iba a llegar y era muy mala. Le dio las brasitas, una auja,
un peine y un espejo, y le dijo:
-Vaise
ligerito, niña, porque mi madre la va perseguir. Cuando vaya
llegando tire para atrás cualquiera de esta tres cosas que le doy y
dispare.
María
iba a las carreras. Cuando ve que ya la alcanzaba la vieja bruja,
tira para atrás el peine y se levanta un bosque tan tupío que
naides puede pasar. Pero la bruja pisó y rompió las ramas y pasó
no más. Ya la iba pillando otra vez a María, cuando ésta se da
güelta y le tira la auja, y se levantó un pencal tan grande que
naides puede pasar. Pero la bruja quebra las pencas y pasó no más.
Otra vez la vieja va pillando a María y ésta le larga el espejo.
Entonces se formó un río tan hondo que naides puede pasar. La bruja
se metió al agua, ya la iba llevando y se volvía a enderezar. Así
estuvo un güen rato hasta que pasó no más. Mientras tanto María
ya iba llegando a su casita. Cuando la bruja la va a pillar,
abre la puerta y salen los dos perros que tienen los mozos, la
atropellan a la vieja, la despedazan y la matan.
La
vieja derramó mucha sangre que se hundió rápido en la tierra. Los
mozos enterraron a la bruja lejos y bien hondo. Al otro día, donde
se derramó la sangre de la bruja, salió un gran cebolar y los mozos
dijeron a la niña que no cortara para la comida. María así lo hizo
por un tiempo, pero un día que no tuvo verduras cortó unas hojitas
de cebolla y echó a la comida. Llegaron los mozos y sin saber esto
comieron, y al minuto se volvieron bueycitos muy bonitos. La niña
sufrió y lloró mucho su desobediencia, y pasó muchas miserias
porque no tenía quién trabaje para darle de comer. Ella cuidaba a
los bueycitos y les daba agua. Y un día pasó por allí un arriero y
le gustaron los animales. Los quiso comprar, pero María no los
quería vender. El arriero que era Tata Dios, la convenció al fin y
le dijo que él era arriero de un Rey y que allí llevaría los
bueycitos y a ella también para que no sufra más. Así pasó. El
arriero cumplió su promesa a María. Le perdonó su desobediencia y
la llevó al palacio de un Rey muy bueno. El Rey se enamoró de María
y se casó con ella y viven muy felices, comiendo perdices...
Ángel
Balverdi, 45 años. Los Sarmientos. Chilecito. La Rioja, 1950.
El
narrador aprendió el cuento de la madre.
Variante
del cuento tradicional.
Cuento
985. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 072
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