Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 5 de febrero de 2015

La muerte, la persona mas justa .948

Había una vez un hombre que quiso hacer compadre o comadre a la persona más justa que encontrase.
Salió en busca de ella y en el camino se encontró con un viejito. Al saludarse, el viejo le preguntó qué buscaba y el viajero le dijo que deseaba conocer a la persona más justa que hubiera para padrino o madrina de su hijo.
El viejito se le ofreció pero cuando le dijo que él era Dios, no quiso, porque no le parecía justo Dios.
Caminó más allá y se encontró con una mujer. Ésta le preguntó a quién buscaba y le contestó que a la persona más justa que hubiera para padrino o madrina de su hijo.
-¿Puedo servile yo? -le dijo la desconocida.
-¿Y quién es usté?
-La muerte.
-¡Ah! -dice el hombre, ésa me gusta, viene por todos, sin hacer diferencia.
-Bueno, compadre -le dice la muerte, yo le daré un don para ayuda y bien de mi ahijado. A toda persona enferma usté podrá curarla con cualquier remedio, pero siempre que cuando usté entre a ver el enfermo, yo estuviera sentada en los pies. Si me ve en la cabecera del enfermo, retiresé sin hacer remedio, porque ese enfer-mo no tiene cura y se tiene que morir.
El compadre de la muerte muy contento empezó a obrar prodigios y muy pronto se corrió la fama de este curandero. La mujer y los hijos mejoraron la situación.
Así se presentó el caso de un Rey que tenía su hija muy enferma y había desparramado noticias por todo el reino que daría lo que pidieran si le sanan la hija.
Así trajeron médicos, adivinos y ninguno podía acertar el remedio. Llegó a oídos del Rey la fama del curandero que vivía lejos de ahí. Lo mandó traer. Al penetrar en el aposento vio a su comadre sentada en la cabecera.
-Bueno señor Rey -le dijo el médico, acá nada puedo hacer; su hija no tiene remedio.
-Pero, señor -le suplica el Rey, no se retire usté sin curar a mi hija. Algún remedio dele.
-No se puede, señor Rey.
Vuelve a insistir el Rey suplicandolé que le cure la hija y él daría cuantas cargas de oro quisiera.
Hasta el fin, accedió el curandero y le hizo una toma para la enferma.
Inmediatamente la muerte se retiró de la cabecera y la enferma recobró la salud.
Contentísimo el Rey le dio valiosos regalos.
El médico se fue para dejar a su mujer la carga de oro que llevaba, pero en el camino la comadre muerte lo esperaba, sentada en una piedra.
-¿Qué ha hecho, compadre? -le dijo la muerte. Acá lo estoy ESPE-rando. Ya sabe, usté me eligió por justa y como me ha desobedecido, tengo que llevarlo a unté en remplazo de la enferma que curó.
-Comadrita... por favor -le dice el compadre- dejemé llegar a mi casa para entregar a mi hijo y mi mujer esto.
-Bueno, vaya y en seguida estaré yo en su casa.
Llega el hombre con la noticia a la mujer y ésta, queriendoló salvar, le dice:
-Mirá... hagamos esto: te voy a pelar, bien peladito. Ni cabello, ni cejas, ni pestañas que te queden. Y así te vas al pueblo y te entrás adonde hubiera mucha aglomeración de gente. Tu comadre no te conocerá.
Bueno, hicieron así, y cuando el hombre se fue, llegó la comadre a preguntar por él.
-¿Y mi compadre?
-No está.
-Bueno, iré a buscarlo.
Entró adonde estaba, y como nadie le dio noticia de su compadre, dijo:
-Me llevo este pobre pelao.
Y se lo llevó.

Antonia Ercilia Páez. Alto Bayo. General Roca. La Rioja, 1950.

La narradora es maestra de escuela.

Cuento 948. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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