Que
era un hombre pobre y viejo, así como yo, que se ocupaba de vender
leña con unos burritos. Y éste tenía poco con qué comer.
Una
vez llega este hombre pobre a la casa di un rico que estaba comiendo
una gallina y no le convidó nada. Resulta que el hombre dijo:
-Yo
voy a vender esta leña, voy a comprar una gallina y la voy a comer
solo, y no voy a convidar a nadie.
Entonce
vendió la leña y compró una gallina. La cocinó y se jue a cargar
leña. Cuando hachó un poco 'e leña se puso a comer la cazuela.
Vino entonce un hombre a caballo muy bien vestido, blanco en plata, y
le dijo que lo convidase con la cazuela. Entonce dijo él que no
convidaba a nadie. Y entonce le preguntó:
Sigue,
entonce, comiendo la cazuela el hombre. Al ratito llega un viejito
muy pobre. Llega ande él está y le dice que tenía una gran
necesidá, que le convide. Y él dice que no. Y le pregunta quién
era. Y le dice el viejito que era Dios.
Bueno,
entonce le dice que no era justo que él, un pobre le dé a Dios
nada. Bueno, entonce se jue el viejito. Y claro a veces Dios no es
muy justo, les da a los que no merecen y les quita a los que más
necesitan.
Y
siguió comiendo. Ya llegó una viuda de negro, y le dijo que le
convidase, que andaba perdida en los campos. Le preguntó quién era.
Le dijo que era la muerte. Entonce dijo el hombre:
-A
usté sí le voy a convidar porque usté es justa. Usté lleva al
grande, al chico, al pobre, al rico. Y con todos es igual. Ya se sabe
que la muerte no hace diferencias con nadie.
Entonce
la viuda comió, y cuando ya terminaba de comer la cazuela, le dijo
que ella le iba a dar una virtú para que se hiciera rico. Que la
virtú que le iba a dar era para que curara enfermos con yuyos y con
palabras. Y le dijo que cuando lo vinieran a llamar pa ver un
enfermo, que juera, y cuando viera la muerte en la cabecera del
enfermo, era porque no tenía remedio, y cuando estuviera en los
pieses, aunque estuviera en agonía el enfermo, con cualquier cosa
iba a sanar. Pero que no juera a ser porfiado, porque le iba a costar
a él la vida. Cuando ella dijiera que iba a morir una persona, tenía
que morir, porque ella era justa.
Y
bué... Se jue, y comenzó a sanar enfermos. A los que estaban
morimundos los salvaba. Siempre, cuando entraba, vía a la muerte a
los pieses. Ya era famoso. Lo mandaban a buscar de todos lados,
ricos, pobres, reyes muy ricos, y a todos los sanaba. Hasta que
al fin estaba muy rico. Un día lo mandó a llamar un rey que estaba
morimundo. Ya cuando llegó, el Rey que le dijo que si no lo sanaba
lo iba a matar, y que si lo sanaba le iba a dar la mitá de su
fortuna.
Ya
llegó y vio que la muerte 'taba en la cabecera. Él no sabía qué
hacer. Entonce lo que hizo, dio güelta al enfermo y la muerte quedó
a los pieses. Y el Rey sanó y le dieron miles y miles de pesos y se
jue. Salió y se jue.
Le
pregunta por dónde andaba. Le dijo lo del Rey. Entonce la muerte le
dice que eso no es justo y que tiene que morirse él, entonce. Y áhi
no más lo hizo morirse. Y como es justa hizo justicia.
Bonifacio
Rodríguez, 56 años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1945.
El
narrador es un campesino nacido en el lugar, en donde ha pasado toda
su vida. Tiene el poder de curar de
palabra a los animales enfermos y a los
sembrados atacados de ciertas plagas. En la actualidad va a vender a
la Ciudad Capital hierbas de remedio
que transporta en sus burros cargueros.
Variante del cuento tradicional.
Cuento
952. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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