Había
una señora que tenía dos hijas y tenía una chica que la había
criado, ¡era criadita! A esta chica le decían la Cenicienta. La
chica tenía una corderita que le habían dado, y ella la tenía
siempre con ella, a la corderita, que era guaschita.
Las
hijas de la señora eran muy feas y la Cenicienta era muy donosita. Y
las otras eran muy envidiosas y malas, y no la querían. Siempre la
mortificaban por todo, y la tenían muy mal vestida. No la dejaban ni
que se lavara ni que se peinara para que pareciera más pior.
Un
día, las muchachas le dijeron a la Cenicienta que le iban a carnear
la corderita. La chica lloraba, que no se la carnearan, pero se la
carnearon no más. La mandaron a la Cenicienta a lavar los menudos de
la corderita en el arroyo. Se jue llorando, al arroyo, a lavar los
menuditos, y en eso que estaba llorando y lavando los menuditos, se
le escapó la pancita de la corderita y se la llevó l'agua. En eso
que iba encontró una viejita, y le dijo:
-Mirá
-le dijo la viejita- andá más abajo. Ahí hay un viejito, y él
tiene la pancita, él te la va a entregar.
Así
lo hizo la chica. Se jue y encontró el viejito y le dijo si no había
visto una pancita de cordero, que le había tráido l'agua.
-Sí
-le dijo el viejito- pero si querís que te la entregue, me tenís
que lavar la cara y los pieses.
Quesque
era un viejito muy sucio. Se vía que de viejo el pobre no se podía
lavar. A la chica le dio lástima este pobre viejo, y corrió a alzar
agua y lo lavó bien, bien, por la cara y en los pieses. Quedó
limpito el viejito, que daba gusto. Lo lavó con cariño, como si
fuera un padre.
-Bueno
-le dijo el viejito, tomá tu pancita y andate. Mañana, a la
madrugada, cuando cante el gallo, levantá la cabeza y mirá arriba,
cuando rebuzne el burro, bajá la cabeza y mirá para abajo. Vas a
tener el premio por lo que sos tan buena y condolida de las
desgracias ajenas.
Y
la Cenicienta se jue, muy contenta, a su casa, por haber encontrado
la pancita, así no la iban a retar, y de haber hecho una caridá al
viejito.
Ella
se levantaba muy temprano, al primer canto 'el gallo, siempre,
siempre, a trabajar. Y así, la chica hizo lo que le dijo el viejito:
cuando cantó el gallo, levantó la cabeza y le cayeron dos estrellas
di oro en la frente. Cuando rebunó el burro, ella bajó la cabeza y
no le pasó nada.
Cuando
se levantaron las niñas mayores y le vieron las estrellas, muy
envidiosas, le preguntaron que cómo había hecho para tener eso. La
chica les contó que se le había ido la pancita en el agua, y que se
la había encontrado un viejito muy bueno, que estaba río abajo. Que
ella le había lavado la cara y los pieses. Como las otras dos niñas
eran tan interesadas y envidiosas quisieron hacer lo mismo. Le
pidieron a la madre que les carniaran las corderitas, que ellas
tenían. Así lo hizo la madre, y ellas se jueron a lavar los
menuditos entre las piedras del arroyo. Ya cuando estuvieron
haciendosé las que lavaban las tripitas, largaron las pancitas para
que las llevara l'agua. Al ratito se jueron por la orilla a buscar
las pancitas. Se toparon con una viejita, y haciendosé las que
lloraban, le dijieron que l'agua les había llevado las pancitas de
cordero que habían estado lavando, y que las iban a retar en las
casas. Entonce la viejita les dijo:
Siguieron
las niñas hasta que encontraron el viejito, y le preguntaron si no
había visto unas pancitas que les había quitado l'agua, y el
viejito les dijo:
-Sí,
aquí las tengo, pero si quieren que se las entregue, me tienen que
lavar la cara y los pieses, muy bien lavados.
Jueron,
alzaron agua. Con asco lo que vieron el viejito sucio, le pasaron de
mala gana un poco de agua por la cara y los pieses, así no más.
Entre dientes protestaban lo que tenían que arrimarse a ese viejito
tan cochino, como decían.
-Bueno
-le dijo el viejito- aquí tienen la pancita, y les voy a dar una
virtú. Cuando esta madrugada cante el gallo, ustedes bajen la
cabeza, cuando rebuzne el burro, levanten la cabeza y miren para
arriba.
Las
niñas se jueron muy contentas. Ya se vían con las estrellas di oro,
y pensaban de hacer atar la cabeza de la Cenicienta para que nadie
viera que ella también tenía esa virtú. Ya llegó la madrugada, y
las niñas esperaban el momento muy apuradas. Cuando cantó el gallo
bajaron la cabeza y miraron para abajo. No pasó nada. Cuando rebuznó
el burro, levantaron la cabeza y miraron para arriba. Entonces les
cayeron unas tremendas orejas de burro. Se querían morir, las dos,
lo que se vían así. La madre estaba también desesperada, se ataron
la cabeza y se enojaban con la Cenicienta, crendo que las había
engañado. Ya vinieron los parientes y los vecinos, para ver las
estrellas di oro que les habían dicho las niñas que iban a tener, y
las encontraron con unas orejas de burros grandotas. La Cenicienta,
aunque andaba con ropas viejas, y que no le dejaban ni que se
arreglara, estaba lindísima, con sus dos estrellas di oro.
Cuando
cundió la noticia de que había una niña muy donosa que tenía la
virtú de tener dos estrellas di oro, vinieron de las partes más
lejas, reyes, condes, príncipes, a pretenderla. Las mayores la
escondieron a la Cenicienta, por todos los medios, pero un príncipe
muy poderoso, entró no más en la casa, la reconoció y se casó con
ella. Hicieron una fiesta muy grande, que duró muchos días.
Las
envidiosas se dieron cuenta que Dios las castigaba así y daba el
premio a la Cenicienta, que era humilde y buena.
Julián
Aguilera, 39 años. El Saladillo. Pringles. San Luis, 1948.
Cuento
1039. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 072
No hay comentarios:
Publicar un comentario