Era
una vez que había una niña llamada Mariquita. Había quedado
güérfana de madre y el padre si había casado de nuevo. La madrasta
de esta niña tenía dos hijas. Mariquita era muy linda y güena y
las hijas de la madrasta eran feas y malas. Entonces le tomaron rabia
y envidia a Mariquita, y la echaron a la cocina. Ella tenía qui
hacer todos los trabajos más sucios. La madrasta y las otras niñas
la mortificaban a Mariquita todo el día, de la envidia que le
tenían. No le daban ropa pa qué se mudara ni le dejaban ni un
minuto de tiempo pa que se lavara y se peinara. Andaba siempre llena
de ceniza de estar a la orilla del juego. Por eso, ya no la llamaban
por el nombre, y le pusieron Cenicienta. El padre sufría de ver a su
hija en el estado que estaba, pero como la nueva señora era muy
mala, no podía hacer nada.
La
madrasta y las hijas iban a fiestas, y a la Mariquita la despreciaban
y la dejaban siempre en la casa trabajando.
Una
vez la Cenicienta 'taba lavando las tripitas di un corderito en un
arroyo. Era un corderito d'ella que li habían matado. En eso l'agua
le llevó las tripitas. Ella jue corriendo atrás de las tripitas que
le llevaba l'agua. Después de un güen rato que iba corriendo y
llorando, se topó con un viejito que la llamó:
-Vení,
Mariquita, yo te gua ayudar pa encontrar tus tripitas. Limpiame un
poquito los ojos qui ando medio ciego.
Mariquita
lo vio al viejito tan sucio y tan pobre que le dio mucha lástima y
áhi no más se puso a limpiarlo y a arreglarlo. Después di un rato,
el viejito le dijo:
-Tomá,
Mariquita, esta varillita de virtú. Pedile todo lo que necesitís,
que te lo va a dar. Tenís que decir:
Varillita
de virtú,
por
la virtú que Dios ti ha dau,
por
la salú que me dais,
y
por la que me darís,
que
yo tenga tal y tal cosa...
Mariquita
se despidió del viejito y le agradeció mucho.
Mariquita
se jue muy contenta y cuando llegó ande 'taba lavando las tripitas
del cordero, las encontró todas juntitas y lavaditas. Ya se dio
cuenta que ese viejito era Dios que la ayudaba, y se metió en el
seno la varillita de virtú y se la llevó bien guardadita, pa que no
se la quitaran.
En
ese lugar había un rey soltero y esa noche daba un gran baile en el
palacio, porque quería elegir novia pa casarse.
Varillita
de virtú,
por
la virtú que Dios ti ha dau,
por
la salú que me dais,
y
por la que me darís,
que yo tenga un traje
el más lindo que naide tenga
y
un coche como no lo tiene ni el Rey.
Al
mesmo momento si apareció un coche con unos caballos lindísimos y
con lacayos que lu atendían, y áhi 'taba un traje lujosísimo. Áhi
no más se lo puso Mariquita y salió pal baile. Áhi jue la
almiración de todos cuando la vieron a Mariquita, a esta niña tan
hermosa que naide conocía. Y más era la almiración del Rey. El Rey
bailó toda la noche con ella. Cuando ya venía l'alba, Mariquita, en
un descuido salió en su coche del palacio y naide pudo saber ande
iba.
A
la noche siguiente pasó lo mesmo, y Margarita jue con un traje más
bonito y en un coche más lujoso. Tamién se despareció en un
momento y naide supo ande s'iba en su coche al clariar l'alba.
A
la noche siguiente el Rey ordenó a los sirvientes del palacio que
pongan pega pega en l'escalera por donde Mariquita salía y se
desparecía.
Ya
llegó Mariquita al baile con un traje más bonito, como naide había
visto y con zapatitos di oro. Y ella 'taba más linda que nunca.
El
Rey bailó toda la noche con ella y a la madrugada, Mariquita se
despidió y salió muy apurada. Áhi agarró por l'escalera con pega
pega y empezó a pegarse los pieses, pero al fin salió no más
corriendo, pero se le quedó pegau un zapatito di oro. Áhi corrieron
los sirvientes y le trajieron al Rey el zapatito.
Al
día siguiente salió el Rey con todos los sirvientes a buscar la
dueña del zapatito di oro. A todas las niñas se lo medía pero no
le entraba a ninguna.
Al
fin, después de andar muchos días, ya llegó a casa de Mariquita.
Ella 'taba en la cocina, mal vestida y sucia. La madrasta sacó a las
dos hijas pa que se midan el zapatito. A una l'hizo cortar los dedos
de los pieses y a la otra los talones, pero ni así les calzó el
zapatito. Entonces los sirvientes le dijieron al Rey que en la cocina
había una niña muy linda, que por qué no la hacía llamar. La
madrasta y las hijas no querían por nada, pero al fin la llamaron.
En
cuantito se lo puso al zapatito, le calzó bien, y áhi se dio cuenta
el Rey que esa era la niña del baile y de todo lo que le pasaba. Áhi
no más se la llevó al palacio y le hizo dar de las mejores ropas y
zapatos.
Y
jueron felices,
comieron
perdices,
y
a mí no me dieron
porque
yo no quise.
Ramona
Peña, 75 años. Angaco Sur. Angaco. San Juan, 1953.
Campesina
rústica; ha concurrido un año a la escuela local.
Cuento
1038. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 072
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