Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de febrero de 2015

La cenicienta .1037

Era un señor viudo que tenía una hija muy bonita. Se casó con una señora viuda, también, que tenía dos hijas, más o menos regulares no más, nada muy lindas.
Al principio se llevaban bien, pero después, a esta chica bonita le tenían envidia y la mandan a la cocina. La tenían para la cocina, la tenían separada de las otras dos. La castigaron y la mandaron a la cocina, que no saliera más, y la llamaban la Cenicienta.
Esta niña tenía un cabrito y se lo carniaron un día. La señora le dio los menudos, las tripitas, que vaya a lavarlas al río. Y hacía un frío terrible.
Bueno...
Ella se fue descalza al río, a lavar las tripas. Cuando las 'taba lavando se le apareció un viejito y le preguntó qué 'taba haciendo. Entonces ella le dijo:
-'Toy lavando estas tripitas, que me mandó mi madrasta.
Entonce el viejito le dice, bueno, que lave las tripitas y cuando termine, se va a poner en la frente, un trapito. Entonce ella, cuando le dijo así lo miró y vio un reflejo, una luz que se le aparecía en la frente. Pero ella no sabía qué era esto. Entonce, a pesar de la curiosidá, obedeció lo que el viejito le decía. Rompió el delantal que tenía y se puso una vincha. Una hermosa estrella tenía en la frente. Entonce la tapó.
Y al ir a la casa, le decían que qué le pasaba, qué tenía.
-Y no sé -dice.
Le contó ella lo que el viejito li había dicho.
Entonce la madrasta y las otras hermanas le arrancaron la vincha que tenía en la frente y vieron esta hermosa estrella, y quedaron pasmadas de la luz. Querían arrancarle de la frente la estrella, enojadas. Y agarraron barro, ceniza mojada, le pusieron en la estrella, pero nada, no desapareció, seguía brillando. Entonce la castigaron y la mandaron a la cocina, que no saliera más.
Bueno...
Al otro día carnearon otro cabrito y la mandaron a la otra chica a lavar las tripitas. Al estar lavando las tripitas se le apareció el viejito. Le pregunta qué lo que hacía. Entonce ella le dice que 'taba lavando esas tripitas. Claro como este señor sabía por qué lo hacía, que era nada más que por envidia, entonces él le dice:
-Terminá de lavar y te atás la cabeza con un trapo.
Y al ir a la casa, le destapó la madre creyendo que se iba con una hermosa estrella como la otra chica, y se dio con la tortera del burro, que 'taba toda pegada en la frente. Entonce la madre la quería cortar. Cuando más le cortaba más si agrandaba. Entonce, claro, lloraba muchísimo la chica y la madre. Igual empezaron a martirizarla a la otra chica, a la Cenicienta.
Con la otra hija de la viuda pasó lo mismo. La mandaron a lavar las tripitas, le salió el viejito y después li apareció en la frente, pegada, la tortera del burro.
Una noche daban en el pueblo una gran fiesta en la casa del Rey. Este rey tenía un hijo soltero. Las hijas de la viuda con la madre se fueron a la fiesta.
El viejito li había dado a la niña del viudo una varillita de virtú para que ella le pidiera lo que necesitara. Esa noche, cuando quedó sola, le pidió un hermoso traje y un carruaje, y se fue al baile.
Cuando la niña se presentó, el hijo del Rey vino y estuvo con ella bailando toda la noche, hasta que la niña, en un descuido salió del baile, subió al carruaje y se fue sin que la pudieran hacer quedar. Pero al subir al carruaje, esta chica perdió un zapato.
Entonce, al día siguiente buscaba este Príncipe, quién la había visto a la niña que era tan hermosa y con esta estrella, que iluminaba todo el salón y que había perdido el zapato. Buscaba quién era la dueña del zapato ése. Por todas las casas del pueblo andaba viendo, con muchos sirvientes, a quién li andaba ese zapato, hasta que al fin llegó a la casa de estas niñas. Entonces, a la niña que tenía la estrella, a la Cenicienta, la escondieron. Les midieron el zapato a las hijas de la señora. Ellas decían que les iba andar el zapato, pero no les andaba. Hasta que la encontraron a la chica. Le midieron el zapato y era ella. Entonce la llevó y se casó con ella.
Hicieron una gran fiesta y vivieron muchos años muy felices.

Ana Zulema Larrosa, 60 años. Malligasta. Chilecito. La Rioja, 1968.

A la narradora le contó este cuento la abuela, Antonia Iribarren de Bazán, que era, como ella, originaria de la región y sabía muchos cuentos.

Cuento 1037. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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