Había
una viejita que tenía un hijo muy flojo, que le decía Juan Pereza.
Él no se levantaba para nada, sentado siempre sobre un cuerito. Una
vez le dijo la madre:
-Ensillemé,
entonce, mamá, el petiso. Y atemé por la silla mis cueritos. Voy a
procuró traerle leña.
Juan
Pereza por no molestarse no le mató. Se arroscó juerte, la víbora,
se sacó un anillo, y le dice:
-Tomá.
Todo lo que quieres, pedile al anillito. Decile, anillito de víbora,
por la virtú que Dios te ha dado, dame tal cosa. Pedí lo que
querés.
-Anillito
de víbora, por la virtú que Dios te ha dado, que quiero ahorita,
cerquita de mí, estea una carga de leña.
Al
momento se le estuvo ahí la leña.
Y
se le intentó pedir al anillito que el petiso se ponga de patas
arriba. Se le puso. Y él se acostó en la panza del petiso y llevaba
la leña. Así se le jue llegando a la madre. Y la madre le dice:
Pero
él no le mostró a la madre la virtú que tenía. Después le dice a
la noche siguiente, al anillito:
-Anillito
de víbora, por la virtú que Dios te ha dado, quiero que la casa de
mi madre se haga como si juera una iglesia. Y un ranchito no más que
era 'onde vivía la madre. Que tenga una mucama, una cocinera, una
lavandera. Y así se hizo todo. Una casa lindísima como una iglesia,
se hizo.
Había
un señor Rey en la ciudá. Tenía una hermosa hija. Juan Pereza se
le intentó una noche que la hija del Rey tenga un hijo de él. Le
dice al anillo:
-Anillito
de víbora, por la virtú que Dios te ha dado, que la hija del Rey
quede gruesa de mí, sin tener conversación con ella. Que sea un
varoncito, que tenga una manzana en la mano y que no le vaya entregar
a nadie, únicamente a mí.
Que
la niña no sabía nada. Ella vivía en el altillo y no veía a
nadie. La niña lloraba amargamente. El niño tenía una manzana en
la mano y no la daba a nadie. Y los padres le preguntaba de quién
era. Y le decía:
La
niña no podía decir nada. No sabía nada. Entonces el Rey hizo
reunión. Le invitó a todo lo que eran de la ciudá. Porque el niño
hablaba y clamaba por: ¡Papá! ¡Papá! ¡Papá! Y le querían sacar
la manzana, y el niño no entregaba a nadie. Todos los que llegaban
le acariciaban y le pedía la manzana. A ninguno no le entregaba.
Viene un señor y le dice al Rey:
Y,
¡claro!, que a todos invitaron, pero a él no le hicieron caso. Y
bueno, entonce le dice el señor Rey:
-¡Ay,
qué murmuración! ¡Ay, qué, vergüenza para el señor Rey! La
madre se desmayó. Llegó Juan Pereza, y ansioso la criatura para que
lo alce, le abre los brazos, y dice:
¡Y
la murmuración en el pueblo! Caballeritos que le visitaban a la hija
del Rey, desmayaron. ¡Ay, qué dolor para el público!
Y
le hizo casar. Despué de 'tar casados, le tiraron en un rancho
viejo, sin nada, pobre completamente. Y por la noche, Juan Pereza
conversó el anillito:
-Anillito
de víbora, por la virtú que Dios te ha dado, que mi casa sea la
mejor que el palacio del Rey, y tenga todo, con muebles, tejidos,
sirvientes, mejor que el Rey.
Se
levanta el Rey y mira para el rancho de Juan Pereza, y le dice a la
esposa:
-Nada
me pasa. Lo que me pasa es que ustedes me tuvieron por menos, y el
Dios, Espíritu Santo, se bajó del cielo y me trajo todo para vivir
tan bien como usté.
El
Rey y la esposa se pusieron muy contentos. Reunieron toda la gente de
la ciudá. Hicieron una fiesta. Se estaban sirviendo los pasteles y
masas. Y dijo la recién casada:
-¿Ha
visto mi padre? Así como el servicio se encuentra en su bolsillo,
sin usté darse cuenta, así mismo este niño se encontró en mi
vientre.
El
Rey se volvió avergonzado. Y todos se dieron cuenta. Y Juan Pereza
ya se volvió trabajador y quedaron muy ricos y contentos.
Bernardina
Fernández, 71 años. Villa Pellegrini. Iberá. Corrientes, 1952.
Campesina
de esta comarca típica de la laguna Iberá.
Cuento
1092. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 072
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