Había
una vez un hombre que era muy flojo. Lo llamaban por eso Juan el
Flojo. Se lo pasaba todo el día sentado a la orilla del juego,
comiendo charqui asado, zapallo asado o camote asado.
Un
día, la madre le pidió a Juan el Flojo que juera a buscar leña.
Accedió porque la quería mucho a la madre. Se levantó con mucha
pereza y se jue el campo. Se llegó a un lugar del campo que había
mucha leña. Muy despacito empezó a juntar unos palitos de leña. No
bien empezó a juntar leña le salió un toro bravo y lo corrió.
Juan asustado salió huyendo y después que se libró del toro se
sentó a la orilla di un gran charco. Al ratito oyó una voz que le
decía:
Miró
y vio que era un lindo pescadito que 'taba medio muerto lo que había
quedado ajuera del agua. Juan tenía mucha flojera y no se molestó
por el pescadito. Pero el pescadito le rogó tanto que lo echara al
agua, que con mucha dificultá lo empujó y lo echó al agua.
Entonces el pescadito, contento, asomó la cabecita y le regaló una
medallita de virtú. Le dijo que tenía que decirle: Medallita, por
la virtú que te dio el pescadito, que se haga tal o cual cosa. Le
podía pedir todo lo que quisiera que lo iba a tener. Ahí no más la
probó, Juan, y le dijo: «Medallita, por la virtú que te dio el
pescadito, que el toro malo que me corrió caiga muerto». Miró por
entre los árboles y vio que el toró 'taba muerto. Entonces se puso
muy contento y le dijo a la medallita: «Medallita, por la virtú que
te dio el pescadito, que se junte una gran carga de leña, que yo
vaya encima y la carga vuele hasta mi casa». Áhi no más se formó
la carga, el flojo encima y empezó a volar.
La
hija del Rey estaba en un balcón del palacio y cuando vio que la
carga de leña con Juan encima pasaba volando se puso a reír que no
podía más. Juan el Flojo se enojó, sacó la medallita y le dijo:
«Medallita, por la virtú que te dio el pescadito, que la hija del
Rey tenga dos hijos míos».
La
hija del Rey se puso gruesa y tuvo dos hijos que no tenían padre. El
Rey se puso muy enojado y claro, no creía a la Princesa que no
supiera quién era el padre de los niños. Entonces dio un manifiesto
diciendo que se casaría con la hija al que los niñitos le dieran
los brazos y le dijieran papá. Entonces empezaron a desfilar por el
palacio príncipes, militares, hombres muy ricos y hermosos y a
ninguno le daban los brazos los niños ni menos lo llamaban papá,
por más cariños y piruetas que le hacían ellos. El Rey estaba muy
afligido. Entonces le dijieron que el único que no había venido al
palacio era Juan el Flojo. Lo mandó a llamar y cuál no sería el
asombra de todos, cuando vieron que los niños se pusieron muy
contentos y risueños en cuanto apareció Juan, le daban los brazos y
le decían papá. Y como la palabra de Rey no puede faltar, dio un
manifiesto con el asombro de toda la gente del pueblo, diciendo que
su hija se casaría con Juan el Flojo.
La
hija del Rey se negó a obedecer casarse con Juan el Flojo, y el Rey
enfurecido ordenó que tanto a su hija como a Juan los tiraran a la
fosa de las fieras. Áhi los llevaron para tirarlos y cuando estaban
a la orilla, Juan se acordó de la medallita y dijo: «Medallita, por
la virtú que te dio el pescadito, que desaparezca con la Princesa en
cuanto nos echen a las fieras». Después que los echaron, no los
vieron más y creyeron que habían sido comidos por las fieras. Pero
ellos estaban sanos y salvos por áhi cerca. Entonces Juan pidió a
la medallita que le diera un palacio con servidumbre y muebles, que
el palacio juera de oro y marfil y más hermoso y lujoso que el del
Rey. Y se casó con la Princesa.
Al
día siguiente, cuando se levantó el Rey, vio aquel lujoso palacio y
creyó que estaba soñando. Y mandó entonces a gente de la corte a
entrevistar al dueño. Entonces jueron recibidos por empleados con
hermosos trajes y los llevaron a presencia de Juan el Flojo. Cuando
lo supo el Rey, se vino él mismo y los abrazó llorando a Juan y a
la Princesa y les pidió perdón. Y áhi si arreglaron todos. Juan el
Flojo trajo a su madre a vivir con él. Y vivieron muchos años muy
felices Juan, la Princesa y los hijos.
Zapatito
lleno de porotos,
usté
cuentemé otro.
Juan
Frías, 70 años. La Punilla. Caucete. San Juan, 1953.
Nativo
del lugar. Trabajador rural. Buen narrador.
Cuento
1089. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 072
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