Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de febrero de 2015

Juan del carnero negro .1075

Dice que había una vez un matrimonio muy rico, pero muy miserable. Y como hay gente tan pobre que tiene tan muchos hijos, si había muerto un padre pobre, y al repartir los hijos, li habían dado un changuito a este matrimonio. Tenía muchas ovejas el hombre. Lu hacía dormir en el chiquero como perrito ovejero.
Siendo grande, el changuito, salía yutito por atrás de las ovejas. S'iba, dice, las cuidaba, gritaba. El viejo le enseñaba a que grite. Ya más grande cuidaba más. Cuando perdía una oveja, se descuidaba y le comía un león, lo castigaba cruelmente el hombre. Así iba viviendo hasta que un buen día, ya siendo chango, le dieron pa que le cubriera, un ponchito. Allá andaban los perros. 'Taba descansando. Llega un viejito en un burro:
-¡Ah!, ¡hijito!, vengo desesperado di hambre. ¿Pórque no me das ese cordero pa comelo?
-¡No! -dice- que tatita me va a sacar corto.
-Ve -que dice- carnialo al cordero, lo comamos, y decile al tata, si te quiere castigar, que ti hi dicho yo, que van a ser de virtú las ovejas. Que esta noche van a parir de dos las ovejas y di uno los corderos. Y tirá tu ponchito en la orilla de la quincha, y áhi se va a echar un corderito. Como van a ser tan muchos, el hombre es tan miserable, pero te lo va a dar. Ése cuidalo para vos.
Lo carniaron y lu asaron al cordero y lo comieron.
Li había dau, el viejito, una bolsita de cuero, que el chango la había guardau en el cinto. Claro, que el chango casi sólo lu había comíu al cordero, con semejante hambre que tenía, porque el viejo, dice, para no carniar las ovejas, cocinaba un locro y le echaba vaquitas de trigo. Y le daban a él lo que sobraba. Pero él mamaba de las ovejas, sacaba lechecita y tomaba. Y así vivía el pobre.
Había llegau a la casa con las ovejas y había echau de menos, el viejo, al cordero.
-¿Y el cordero?
-¡Ay!, dice, le guá contar.
Li había contau, Juan, que así se llamaba el chango.
-¡Que no paran las ovejas, ya vas a ver la calda que te guá pegar mañana!
Como de costumbre, el chango si había acostau.
Si había hecho la noche y ya si había sentíu el balerío de las ovejas. Dice que era un hervidero de corderitos. Los cojudos no les querían dar de mamar, dice, brincaban como que no sabían ser madre. ¡Qué gritos!
Ya había acudíu el viejo:
-Vieja -que dice- levantá, ve, 'tán pariendo las ovejas.
A los corderitos, dice, si habían puesto a hacer mamar hasta qui había clariau el día, dice.
Había ido, dice, Juan, a ver su poncho. Que estaba echau un corderito, chiquito. Él creía que ése era el corderito que le dijo el viejito.
-¡Ay!, ¡tatita -que dice- demeló este corderito!
-Bueno, hombre -que dice- crialo para vos.
Lo tenía en brazos. Lu había envuelto con el ponchito y lu había llevau cuando si iba a pastoriar.
Cuando se retiraba de la casa ya lu hacía mamar de cuatro, cinco, seis ovejas. Los otros corderitos quedaban en el chiquerito. Así que de tarde volvía y los hacía mamar a todos. Y él venía con su corderito. Le juntaba hojitas, le enseñaba a comer, a todo le enseñaba. Dice qui había crecido la doble de los otros hasta que ya 'taba del tamaño di un burro, el corderito. Áhi li había hecho una especie de montura con la lana; las de las patas la trenzaba y li había hecho riendas, lazo. Ya lo seguía el cordero. Y el cordero repuntaba las otras ovejas. Y se querían los dos, dice. Porque el único que tenía de compañero y con quien conversar. Le entendía en todo el cordero.
Un buen día, dice, ya siendo medio grande Juan, que le dice el hombre:
-Bueno, hombre, ahora 'tá muy mermada la hacienda, no tengo qué carniar, vamos a tener que carniar a tu cordero.
-¡No! -que le dice- mi cordero ¡no!
-¡Cómo no!, mañana lo vamos a carniar.
Había llorau Juan, dice, y esa noche si había ido. Había tomado rumbo, y s'iba, s'iba, y s'iba. Dice
-Voy ande Dios mi ayude. Con el cordero ande quiera mi hi de dar güel'ta.
Si había ido lejos, dice. Y había llegau en un pueblo. Si había arrimau a un río, dice, y si había bañado. Andaba sólo con pantalones, a media canilla, de esos de picote. Si había arrimau a un almacén y que li había preguntado, dice, al dueño, cómo podía hacer para comprar unas cosas. Y dice:
-¿Que tenís plata?
-No -dice.
Había sacau la bolsita que era la que li había dau el viejo.
Y que dice:
-Y que esto que no sirve pa que me dé.
-¡Oh!, ¡cómo no! -dice.
Li había vendíu un sombrero, el hombre, y que le dice:
-¿Y que usté no me puede escribir en el sombrero una leyenda?
-¡Cómo no!
-Pongamé: Juan del carnero negro.
Li había puesto la leyenda. Había comprau un pantalón, camisa, alpargatas. Si había vestíu bien. Y áhi si había quedau, dice. Había ido y lu había visto al sacerdote. Éste li había enseñau, li había dado una idea más o menos de lo que era el mundo, cómo era, y así.
Si había ido. Y si había llegado a la ciudá del Rey. Y qui iba el cordero medio de sobrepaso. Iba pasando por el palacio del Rey. Ya lu había visto la negra. Y dice:
-¡Amita! ¡Amita! ¡Viera!, áhi va un joven, dice, montado en un cordero, dice, medio de paso, dice. Ése le va hacer falta a mi amito pa que pelie con los gigantes.
Y vino el Rey y dijo:
-Llamemelón.
Y ha corrido la negra:
-Oiga, don hombre -que le dice. Oiga, don hombre, paresé.
Si había dau güelta.
-¿Qué pasa? -había sujetau el cordero.
-Dice mi amito que vaya.
-Decile a tu amito que yo no soy criado de él -dice, si me necesita que me busque.
Ya medio adoctorado el tipo.
-¿Y adónde si ha ido? Li has de ver dicho mal. Andá, corré, alcanzalo y decile que digo yo qui haga el favor de venir, que necesito conversar con él.
Y ha ido la negra y él ha dicho:
-¡Ah! -dice, así si habla -dice.
Y él había entrado, y en el medio del patio de armas, dice, y los milicos quedaban mirandoló. Li ha hablado el Rey y le dice si quere trabajar para él.
-¡Cómo no!
Li había contado de la estancia, ésta, que li habían quitado los gigantes y que quería recuperarla.
-¡Cómo no! -que le dice. Hagamén hacé una espada, dice, que tenga más o menos el metro, dice, mío, de largo, y filo para los dos lados, una buena empuñadura y yo los voy a batir a los gigantes.
-Bueno, hijo -dice, si hacé así, todas las cosas van a ser a medias. Acá los hombres te van a acompañar.
Porque era el linde de la montaña. Así, para el otro lado era el pago de los gigantes. Ya no podían pasar éstos. Porque el Rey había hecho varias intentonas de ir con compañías y los gigantes lo liquidaron.
Si había ido. Había llegado al caserío. 'Taba todo dispuesto. Había vino en barriles, en fin, de todo lo que necesite el tipo.
Ya Juan había empezado a echar leña, había amontonado leña, había cortajiado, en fin. Había pillado una vaquillona, la había churrasquiado, dice, la había terminado. Había quedado un montón de güeso, así. Después los caraquiaba, a los güesos. Y agarraba un barril de vino y lo secaba, y se ponía a trabajar. A remendar los corrales de palo a pique, hacer otras cosas.
En esos días, dice, que 'taba comiendo, y es que ve un individuo que viene, dice, viene pasando la copa de los árboles.
-¡Ah!, ¡gusanillo de la tierra, de dónde bueno por acá, comiendo mi hacienda! Acabó de comer pa comerte yo a vos.
-Vamos a ver, dijo un ciego -dice. Esta hacienda no es tuya, dice, esta hacienda es mía y del Rey.
-Bueno, acabá de comer, porque es sagrado en nosotros, no podemos matar a un gusano comiendo.
Había acabado de comer, dice, había bebido el vino, si había limpiado la boca, las manos y lo salta al cordero, li había levantau las riendas y si habían juntado. Li había hecho un tiro, dice, con una faca, el gigante, dice, y el cordero si había esquivau, había pegau un salto y li ha pegau un bote en la rodilla. Cuando había caído ya lu había cortado también. Y ya han empezau a peliar y peliar, y peliar y peliar, dice. Como a las dos o tres horas, ya lu había empezau a cortar, Juan, más y más. Ya los chorros de sangre corrían. Hasta que al último li había cortado la cabeza, dice, li había quedado agarrandosé en un hilo. Si había bajado Juan, ha sacado el lazo, li había atado de los pies y lu había ramiau con el cordero para una zanja que quedaba, así, como tres cuadras de la casa. Áhi lu había ultimau. Li había sacau del dedo un anillo, dice, que era como una albóndiga de grande y un pañuelo hermoso.
Había enlazado una vaquillona tierna y gorda y la había traído para el Rey para que pruebe la hacienda. Que ya hacía mucho, dice, que no comía carne de su estancia porque la tenía el gigante. Brava, la vaca. Había traido, dice, y ya lu habían visto del mirador.
-Ya viene, dice, Juan del carnero negro, y parece que trae una cosa atrás.
Que la vaca iba en parte de rodilla, en parte de costilla. ¡Qué iba a cabrestiar! A unos los había encarau ya, dice, en la plaza de armas, a los milicos. ¡Qué, la vaca brava! Dice que estaban casi todos arriba de los árboles, como todos tenían vestidos colorados... uniformes. Que si oiba el ruido de los sables arriba de los árboles. La vaca los tenía mal.
Sale el Rey:
-¡Qué es ese ruido, hijo! Juan, favorecelos.
Juan, en el carnero había hecho una pasada y había cortado los garrones de un tajo y ya la habían cueriado los otros. Contentos, todos ya, que estaban. Y habían corríu por leña.
-¡Pasá, hijo, hombre! -le dice el Rey.
Había pasado Juan y que dice:
-¿Qué querés vos, de servite? ¿Qué querís?
Ya si había dau cuenta que éste ya mandaba allá. Que le dice:
-Quiero mate.
-Bueno -dice. -Andá, negra, cebá mate.
-No -dice, yo quiero que me cebe una de tus hijas -dice.
Que le dice a la mayor:
-Andá, cebale mate.
-No, ¡qué se cre este chino!
-Yo menos -que dice la que sigue.
-Yo voy a cebar -que dice la shulca.
-No va dejar de ser lo que es, ojala que me cebe mate. ¿Qué se le va caer? -ha dicho Juan.
Había ido la shulca y li había cebado mate. Dice que había traído la pava y Juan le ponía al mate. Y mientras tanto le contaba la historia al Rey, que había sido este hombre muy grande, el gigante. -¡Éste se creiba que porque era grande me iba apabullar a mí! -dice. En seguida, dice, lu hi cortau y lu hi mandado al hoyo.
-A ver, hijo -que dice el Rey.
Li había traido las orejas, que había señalado y han hecho las anotaciones y todo.
Cuando li había terminado de cebar mate la chica, ¡gracia!, dice, y había sacau el pañuelo con el anillo y li había regalado. La chica, dice, sin darse cuenta, li ha recibido y si ha ido adentro a ver. Y ya las otras:
-¡Qué ti ha dau! ¡Qué ti ha dau! -que le decían.
Cuando han visto el anillo, dice qui habían quedau maravilladas. Que era una obra de arte. Y el pañuelo una verdadera joya. Que estos gigantes habían sabido robar minas, estancias, tesoros, de todo, de todas partes, y usaban maravillas.
-¡Eh! -dice. ¡Qué hermosura -dice el Rey. Esto no conviene a vos, hija, esto mi andaría bien a mí, yo soy hombre.
-¡No! -que dice- cosa que uno recibe de regalo no se da.
Juan si había vuelto a la estancia.
Se levanta Juan en la estancia. Ya había arreglado los alambrados. Ya había echado la hacienda de este a otro lado. Marcaba, señalaba y comía su buena tambera y tomaba su buen vino, también. Al sábado siguiente, dice, ya había, dice, atado un novillo para traerlo para el Rey y estaba comiendo, dice, un buen churrasco, y es que ve otro gigante qui había llegado, más grande y que le dice:
-¡Ah!, ¡gusanillo de la tierra! ¿de dónde vino éste acá, comiendo mi hacienda?
-La hacienda no es tuya -dice. La hacienda es mía y del Rey.
-Bueno, acabá de comer para comerte yo a vos -dice.
-Y vamos a ver -que le dice.
-Oyís -que le dice. ¿Nu has visto un joven que hará siete días que debe haber pasado por acá?
-¡Ah!, dice, seguro que es el que está durmiendo allá, en aquella zanja.
Si ha dado vuelta el gigante y ha ido y ha visto que estaba hinchado, áhi. Y di allá -dice- qui había vuelto embravecido.
-¡Ah! -dice, ¡acabó de comer!
Habían vuelto a peliar encarnizadamente hasta que lu había muerto, Juan. Y había vuelto a llevar, otra vez la res para el Rey. Y había venido la otra hija a cebar el mate.
-Yo quiero que venga mi sirvienta -que dice.
También dice que li había sacado al gigante un pañuelo más hermoso que el anterior. Y li había regalado a la shulca. Y el Rey que dice:
-Para qué querís vos, dos, hija -dice. Dame uno a mí.
-¡No!
Li había dejado la res, Juan, y si había vuelto a la estancia. Lo mismo había pasado con otro gigante más chico, que con los dos primeros, en la misma forma. Hasta que al final, el otro sábado dice, ya había venido la madre, la giganta. Dice que era una mujer tan enorme y que tenía los chiches, dice, hasta el lau de las rodillas. Que para que no le estorben, que se los echaba al hombro. Dice:
-¿Nu ha visto tres jóvenes -dice- uno que debe haber venido hace tantos días, el otro tantos y el otro tantos?
-Son unos que 'tán durmiendo ahora en la zanja.
Si había ido la giganta y ya es que había venido bañada en lágrimas. Dice que lo quería comer al tipo. Juan 'taba comiendo en la mesa.
En eso que dice Juan:
-¡Quién va crer -dice- que yo pelie así con el cordero éste, dice; ahora me voy a tantiar a pie, que dice, a ver qué tal soy.
Y había acabau de comer, si había limpiado la boca y si había cuadrau. Ya que cuando ha veníu, la giganta que me li ha pegau con el chice, dice, di abajo y lu había hecho dar una vuelta por sobre de los árboles. Cuando había caido ya li había pegau la giganta, un pisotón en la cabeza, pero si había esquivau él, li había hecho daño, dice, pero ya áhi había 'tau el cordero. Había saltau en el cordero, dice, y si habían juntau, amigo. Si había hecho la noche y ya que 'taba muy herida la giganta. Muy herida ya, dice, que en todas partes le corría la sangre. Que le dice:
-Bueno, Juan -que le dice- ya se me vence la hora. No me doy por vencida. Si quieres, seguimo mañana -que le dice.
Y se le sentían los clamores, que iba y se caía, la giganta, que iba y se caía, que iba y se caía...
Había salido, Juan, bien temprano detrás da los pasos de la giganta y la había encontrado en un palacio enorme. Estaba la giganta y que le dice:
-Tomá las llaves -que le dice.
Saca di abajo de la cama un rimero de llaves, y que le dice:
-Tomá las llaves. Vas a ser dueño de todo este palacio. Todas las riquezas que encierra van a ser tuyas. No me matés. Nosotros somos los únicos que quedamos de nuestra raza. Y yo soy la única y la última mujer. Si me pierdo, se extinguirá nuestra raza, dice. Todavía, muy lejos, en el África, quedan hombres de nuestra raza y para ahí me iré a buscarlos.
Si había dado la vuelta, Juan, así, para salir y li había tirado un puñal la giganta, de la cama. Entonce el cordero li ha pegado el bote y lu ha atajau. Entonce ha pegau la vuelta y la había rematau, Juan. La había sepultau y había comenzau a abrir las puertas, dice. Que había princesas, había riquezas, que era cosa de no narrar. Había dado la libertá a las que querían y a las que no, que se queden. Y si había vuelto llevando un regalo de joyas de lo mejor para la niña. Había llegado, li había avisado al Rey y lu había invitado para su palacio. Habían venido allá. Han revisado. Quedó maravillado el Rey con las riquezas.
Juan se casó con la niña y siguieron viviendo felices ahí.
El viejito quién li había dado el cordero había sido Dios, Nuestro Señor, que después se li había aparecido y li había dicho:
-Yo soy tu padre, hijo. Yo te he salvado porque has sido bueno y sincero, inocente -que dice. Y el cordero -dice- ése es un ángel que te he mandado para que te salve.

Perfecto Bazán, 49 años. Belén. Catamarca, 1968.

Cuento 1075. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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