Dice
que había una vez un matrimonio muy rico, pero muy miserable. Y como
hay gente tan pobre que tiene tan muchos hijos, si había muerto un
padre pobre, y al repartir los hijos, li habían dado un changuito a
este matrimonio. Tenía muchas ovejas el hombre. Lu hacía dormir en
el chiquero como perrito ovejero.
Siendo
grande, el changuito, salía yutito por atrás de las ovejas. S'iba,
dice, las cuidaba, gritaba. El viejo le enseñaba a que grite. Ya más
grande cuidaba más. Cuando perdía una oveja, se descuidaba y le
comía un león, lo castigaba cruelmente el hombre. Así iba viviendo
hasta que un buen día, ya siendo chango, le dieron pa que le
cubriera, un ponchito. Allá andaban los perros. 'Taba descansando.
Llega un viejito en un burro:
-Ve
-que dice- carnialo al cordero, lo comamos, y decile al tata, si te
quiere castigar, que ti hi dicho yo, que van a ser de virtú las
ovejas. Que esta noche van a parir de dos las ovejas y di uno los
corderos. Y tirá tu ponchito en la orilla de la quincha, y áhi se
va a echar un corderito. Como van a ser tan muchos, el hombre es tan
miserable, pero te lo va a dar. Ése cuidalo para vos.
Li
había dau, el viejito, una bolsita de cuero, que el chango la había
guardau en el cinto. Claro, que el chango casi sólo lu había comíu
al cordero, con semejante hambre que tenía, porque el viejo, dice,
para no carniar las ovejas, cocinaba un locro y le echaba vaquitas de
trigo. Y le daban a él lo que sobraba. Pero él mamaba de las
ovejas, sacaba lechecita y tomaba. Y así vivía el pobre.
Si
había hecho la noche y ya si había sentíu el balerío de las
ovejas. Dice que era un hervidero de corderitos. Los cojudos no les
querían dar de mamar, dice, brincaban como que no sabían ser madre.
¡Qué gritos!
Había
ido, dice, Juan, a ver su poncho. Que estaba echau un corderito,
chiquito. Él creía que ése era el corderito que le dijo el
viejito.
Lo
tenía en brazos. Lu había envuelto con el ponchito y lu había
llevau cuando si iba a pastoriar.
Cuando
se retiraba de la casa ya lu hacía mamar de cuatro, cinco, seis
ovejas. Los otros corderitos quedaban en el chiquerito. Así que de
tarde volvía y los hacía mamar a todos. Y él venía con su
corderito. Le juntaba hojitas, le enseñaba a comer, a todo le
enseñaba. Dice qui había crecido la doble de los otros hasta que ya
'taba del tamaño di un burro, el corderito. Áhi li había hecho una
especie de montura con la lana; las de las patas la trenzaba y li
había hecho riendas, lazo. Ya lo seguía el cordero. Y el cordero
repuntaba las otras ovejas. Y se querían los dos, dice. Porque el
único que tenía de compañero y con quien conversar. Le entendía
en todo el cordero.
-Bueno,
hombre, ahora 'tá muy mermada la hacienda, no tengo qué carniar,
vamos a tener que carniar a tu cordero.
Había
llorau Juan, dice, y esa noche si había ido. Había tomado rumbo, y
s'iba, s'iba, y s'iba. Dice
Si
había ido lejos, dice. Y había llegau en un pueblo. Si había
arrimau a un río, dice, y si había bañado. Andaba sólo con
pantalones, a media canilla, de esos de picote. Si había arrimau a
un almacén y que li había preguntado, dice, al dueño, cómo podía
hacer para comprar unas cosas. Y dice:
-¡Cómo
no!
Li
había puesto la leyenda. Había comprau un pantalón, camisa,
alpargatas. Si había vestíu bien. Y áhi si había quedau, dice.
Había ido y lu había visto al sacerdote. Éste li había enseñau,
li había dado una idea más o menos de lo que era el mundo, cómo
era, y así.
Si
había ido. Y si había llegado a la ciudá del Rey. Y qui iba el
cordero medio de sobrepaso. Iba pasando por el palacio del Rey. Ya lu
había visto la negra. Y dice:
-¡Amita!
¡Amita! ¡Viera!, áhi va un joven, dice, montado en un cordero,
dice, medio de paso, dice. Ése le va hacer falta a mi amito pa que
pelie con los gigantes.
-¿Y
adónde si ha ido? Li has de ver dicho mal. Andá, corré, alcanzalo
y decile que digo yo qui haga el favor de venir, que necesito
conversar con él.
Y
él había entrado, y en el medio del patio de armas, dice, y los
milicos quedaban mirandoló. Li ha hablado el Rey y le dice si quere
trabajar para él.
Li
había contado de la estancia, ésta, que li habían quitado los
gigantes y que quería recuperarla.
-¡Cómo
no! -que le dice. Hagamén hacé una espada, dice, que tenga más o
menos el metro, dice, mío, de largo, y filo para los dos lados, una
buena empuñadura y yo los voy a batir a los gigantes.
-Bueno,
hijo -dice, si hacé así, todas las cosas van a ser a medias. Acá
los hombres te van a acompañar.
Porque
era el linde de la montaña. Así, para el otro lado era el pago de
los gigantes. Ya no podían pasar éstos. Porque el Rey había hecho
varias intentonas de ir con compañías y los gigantes lo liquidaron.
Si
había ido. Había llegado al caserío. 'Taba todo dispuesto. Había
vino en barriles, en fin, de todo lo que necesite el tipo.
Ya
Juan había empezado a echar leña, había amontonado leña, había
cortajiado, en fin. Había pillado una vaquillona, la había
churrasquiado, dice, la había terminado. Había quedado un montón
de güeso, así. Después los caraquiaba, a los güesos. Y agarraba
un barril de vino y lo secaba, y se ponía a trabajar. A remendar los
corrales de palo a pique, hacer otras cosas.
En
esos días, dice, que 'taba comiendo, y es que ve un individuo que
viene, dice, viene pasando la copa de los árboles.
-¡Ah!,
¡gusanillo de la tierra, de dónde bueno por acá, comiendo mi
hacienda! Acabó de comer pa comerte yo a vos.
Había
acabado de comer, dice, había bebido el vino, si había limpiado la
boca, las manos y lo salta al cordero, li había levantau las riendas
y si habían juntado. Li había hecho un tiro, dice, con una faca, el
gigante, dice, y el cordero si había esquivau, había pegau un salto
y li ha pegau un bote en la rodilla. Cuando había caído ya lu había
cortado también. Y ya han empezau a peliar y peliar, y peliar y
peliar, dice. Como a las dos o tres horas, ya lu había empezau a
cortar, Juan, más y más. Ya los chorros de sangre corrían. Hasta
que al último li había cortado la cabeza, dice, li había quedado
agarrandosé en un hilo. Si había bajado Juan, ha sacado el lazo, li
había atado de los pies y lu había ramiau con el cordero para una
zanja que quedaba, así, como tres cuadras de la casa. Áhi lu había
ultimau. Li había sacau del dedo un anillo, dice, que era como una
albóndiga de grande y un pañuelo hermoso.
Había
enlazado una vaquillona tierna y gorda y la había traído para el
Rey para que pruebe la hacienda. Que ya hacía mucho, dice, que no
comía carne de su estancia porque la tenía el gigante. Brava, la
vaca. Había traido, dice, y ya lu habían visto del mirador.
Que
la vaca iba en parte de rodilla, en parte de costilla. ¡Qué iba a
cabrestiar! A unos los había encarau ya, dice, en la plaza de armas,
a los milicos. ¡Qué, la vaca brava! Dice que estaban casi todos
arriba de los árboles, como todos tenían vestidos colorados...
uniformes. Que si oiba el ruido de los sables arriba de los árboles.
La vaca los tenía mal.
Juan,
en el carnero había hecho una pasada y había cortado los garrones
de un tajo y ya la habían cueriado los otros. Contentos, todos ya,
que estaban. Y habían corríu por leña.
-No
-dice, yo quiero que me cebe una de tus hijas -dice.
Había
ido la shulca y li había cebado mate. Dice que había traído la
pava y Juan le ponía al mate. Y mientras tanto le contaba la
historia al Rey, que había sido este hombre muy grande, el gigante.
-¡Éste se creiba que porque era grande me iba apabullar a mí!
-dice. En seguida, dice, lu hi cortau y lu hi mandado al hoyo.
Cuando
li había terminado de cebar mate la chica, ¡gracia!, dice, y había
sacau el pañuelo con el anillo y li había regalado. La chica, dice,
sin darse cuenta, li ha recibido y si ha ido adentro a ver. Y ya las
otras:
Cuando
han visto el anillo, dice qui habían quedau maravilladas. Que era
una obra de arte. Y el pañuelo una verdadera joya. Que estos
gigantes habían sabido robar minas, estancias, tesoros, de todo, de
todas partes, y usaban maravillas.
-¡Eh!
-dice. ¡Qué hermosura -dice el Rey. Esto no conviene a vos, hija,
esto mi andaría bien a mí, yo soy hombre.
Se
levanta Juan en la estancia. Ya había arreglado los alambrados. Ya
había echado la hacienda de este a otro lado. Marcaba, señalaba y
comía su buena tambera y tomaba su buen vino, también. Al sábado
siguiente, dice, ya había, dice, atado un novillo para traerlo para
el Rey y estaba comiendo, dice, un buen churrasco, y es que ve otro
gigante qui había llegado, más grande y que le dice:
Si
ha dado vuelta el gigante y ha ido y ha visto que estaba hinchado,
áhi. Y di allá -dice- qui había vuelto embravecido.
Habían
vuelto a peliar encarnizadamente hasta que lu había muerto, Juan. Y
había vuelto a llevar, otra vez la res para el Rey. Y había venido
la otra hija a cebar el mate.
También
dice que li había sacado al gigante un pañuelo más hermoso que el
anterior. Y li había regalado a la shulca. Y el Rey que dice:
Li
había dejado la res, Juan, y si había vuelto a la estancia. Lo
mismo había pasado con otro gigante más chico, que con los dos
primeros, en la misma forma. Hasta que al final, el otro sábado
dice, ya había venido la madre, la giganta. Dice que era una mujer
tan enorme y que tenía los chiches, dice, hasta el lau de las
rodillas. Que para que no le estorben, que se los echaba al hombro.
Dice:
-¿Nu
ha visto tres jóvenes -dice- uno que debe haber venido hace tantos
días, el otro tantos y el otro tantos?
-Son
unos que 'tán durmiendo ahora en la zanja.
Si
había ido la giganta y ya es que había venido bañada en lágrimas.
Dice que lo quería comer al tipo. Juan 'taba comiendo en la mesa.
-¡Quién
va crer -dice- que yo pelie así con el cordero éste, dice; ahora me
voy a tantiar a pie, que dice, a ver qué tal soy.
Y
había acabau de comer, si había limpiado la boca y si había
cuadrau. Ya que cuando ha veníu, la giganta que me li ha pegau con
el chice, dice, di abajo y lu había hecho dar una vuelta por sobre
de los árboles. Cuando había caido ya li había pegau la giganta,
un pisotón en la cabeza, pero si había esquivau él, li había
hecho daño, dice, pero ya áhi había 'tau el cordero. Había saltau
en el cordero, dice, y si habían juntau, amigo. Si había hecho la
noche y ya que 'taba muy herida la giganta. Muy herida ya, dice, que
en todas partes le corría la sangre. Que le dice:
-Bueno,
Juan -que le dice- ya se me vence la hora. No me doy por vencida. Si
quieres, seguimo mañana -que le dice.
Y
se le sentían los clamores, que iba y se caía, la giganta, que iba
y se caía, que iba y se caía...
Había
salido, Juan, bien temprano detrás da los pasos de la giganta y la
había encontrado en un palacio enorme. Estaba la giganta y que le
dice:
-Tomá
las llaves. Vas a ser dueño de todo este palacio. Todas las riquezas
que encierra van a ser tuyas. No me matés. Nosotros somos los únicos
que quedamos de nuestra raza. Y yo soy la única y la última mujer.
Si me pierdo, se extinguirá nuestra raza, dice. Todavía, muy lejos,
en el África, quedan hombres de nuestra raza y para ahí me iré a
buscarlos.
Si
había dado la vuelta, Juan, así, para salir y li había tirado un
puñal la giganta, de la cama. Entonce el cordero li ha pegado el
bote y lu ha atajau. Entonce ha pegau la vuelta y la había rematau,
Juan. La había sepultau y había comenzau a abrir las puertas, dice.
Que había princesas, había riquezas, que era cosa de no narrar.
Había dado la libertá a las que querían y a las que no, que se
queden. Y si había vuelto llevando un regalo de joyas de lo mejor
para la niña. Había llegado, li había avisado al Rey y lu había
invitado para su palacio. Habían venido allá. Han revisado. Quedó
maravillado el Rey con las riquezas.
El
viejito quién li había dado el cordero había sido Dios, Nuestro
Señor, que después se li había aparecido y li había dicho:
-Yo
soy tu padre, hijo. Yo te he salvado porque has sido bueno y sincero,
inocente -que dice. Y el cordero -dice- ése es un ángel que te he
mandado para que te salve.
Perfecto
Bazán, 49 años. Belén. Catamarca, 1968.
Cuento
1075. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 072
No hay comentarios:
Publicar un comentario