Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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jueves, 5 de febrero de 2015

Juan de la rodilla .912

Había una viejita que vivía en el campo y que se ocupaba de criar una majada de cabras que era lo único que tenía. Como vivía tan sola, siempre le pedía a Dios que le diera una compaña. Un día decidió ir a ver al cura del pueblo. Di áhi le quedaban dos leguas, y jue. Se volvió con polvo di arroz, se puso el rebozo y se puso en camino.
En el pueblo jue a la iglesia y se confesó con el padre y le dijo:
-Me confieso Padre que quero tener un hijo pa mi compaña.
El Padre le dijo que rogara a Dios, y que tuviera confianza en Dios, y que se juera no más a su ranchito.
La viejita se volvió a su ranchito. Iba rezando por el camino para que Dios le diera un hijito. Al rato no más sintió que se l'iba hinchando la rodilla izquierda. Y se l'hinchaba cada vez más, hasta que casi no podía andar. Y 'taba tan pesada, con la rodilla hinchada como un bombo, que trompezó en una ráiz y se cayó. Al cairse se le partió el cuero de la rodilla, y cuál no sería su sospresa cuando saltó del hinchazón un niñito, vestidito y calzado, y que le dice:
-¡Mamita! ¡Mamita!
La viejita lloraba de alegría, porque ese era un milagro que le hacía Nuestro Señor. Lo llevó al niñito y le puso Juan de la Rodilla. Y así no más lo llamaban todos.
El niñito en seguida no más l'empezó a servir a la viejita. Le cuidaba las cabras, le traiba leña, le cebaba el mate, y la ayudaba en todo. La viejita 'taba muy contenta y no se cansaba di agradecer a Dios.
Juan de la Rodilla creció en seguida. Y había nacido mocito po. A los quince años ya era un hombre. Y era muy comilón. Se comía una cabra por día. Y ya vido que a la viejita la iba a dejar sin su majadita, y se resolvió ir a rodar tierra. Y le dijo a la viejita que fechara la bendición, que s'iba a rodar tierra y a trabajar para ayudarla. La viejita se puso a llorar, pero al fin tuvo que ceder. Y esa noche se puso a amasar cuatro tortas pa que llevara, y las asó en el rescoldo. Al día siguiente Juan de la Rodilla se levantó tempranito como de costumbre, ensilló su caballo, arregló las tortas y un queso grande que le dio la viejita, en las alforjas, y puso azúcar y yerba para el mate, y ató media res de vacuno a los tientos. Y se despidió y se jue. La viejita se quedó muy triste y se lo pasaba rezando para que le juera bien a su hijito, y Dios lu ayudara.
Juan de la Rodilla marchó todo ese día. Al atardecer se allegó a un gran algarrobo qui había cerca del camino, y decidió acampar abajo del algarrobo ése. Desensilló, hizo juego, ató el caballo con el lazo, áhi cerca, ca lentó agua, tomó mate con torta y queso, y asó la mitada de la carne y se la comió. Hizo la cama con el apero y si acostó. Muy tempranito se recordó, buscó su caballo, lu ensilló, tomó mate y siguió viaje. Caminó otra vez todo el día. Al atardecer iba buscando ande acampar cuando devisó unas casas. Y ya llegó y no vido a naide. Y el caballo se espantaba y bufaba y no se quería allegar. Y Juan l'obligó a espuela y rebenque a allegarse no más a las casas. Ató el caballo en un poste que había y jue y vido qu'eran unas casas abandonadas. Y ya desensilló el caballo que seguía bufando y lu ató áhi cerca, que comiera, y se vino a las casas. Ya 'taba escurito, y tiró las caronas adentro 'e la pieza para hacer la cama. Entonce vido que le tiraban las caronas pa ajuera. Y las volvió a poner y se las volvieron a tirar. Y entonce raspó un fóforo y no había naide. Juan de la Rodilla era muy valiente y no tenía miedo a nada. Se jue, buscó leña y hizo juego en la pieza. Se sentó en el recado y cuando cayeron brasas puso la carne que le quedaba, a asar. Y a medida que se iba asando la carne l'iba comiendo. Ya 'staba terminando l'última costilla, cuando del techo una voz le dice:
-¿Cairé?
Juan de la Rodilla se llevó una gran sospresa porque nu había naide. Y la voz volvía a decir:
-¿Cairé? ¿Cairé?
Entonce Juan le dice:
-¡Cai!
Y entonce ha caido un brazo de cristiano. Y han vuelto a preguntar:
-¿Cairé?
-¡Caí! -ha dicho Juan de la Rodilla.
Y ha caido el otro brazo. Y han vuelto a decir:
-¿Cairé?
-¡Cai! -decía Juan.
Y ha caído una pierna. Y han vuelto a decir:
-¿Cairé?
-¡Cai!
Y ha caído la otra pierna. Y han vuelto a decir:
-¿Cairé?
Y entonce ha dicho Juan:
-¡Cai, por los mil diablos!
Y ha caido la caja 'el cuerpo y la cabeza, y si ha formao áhi todo el muerto. Juan tuvo un poco de recelo, pero como era tan valiente, se tranquilizó y dijo:
-Hay qu'enterrar estos restos.
Y jue a buscar con qué cavar. Encontró una pala, y áhi cerquita 'el bordo 'el patio cavó una sepultura. Llevó los restos y los puso, los tapó, l'hizo una cruz con dos palos, se la clavó y rezó un bendito. Y di áhi se jue a dormir. Y ya durmió muy tranquilo con el favor que li había hecho al dijunto, y naide lo molestó.
Muy temprano se jue al pueblo que quedaba cerca, y le dio cuenta al cura y a la policía. Y se vino con las autoridades y comprobaron lo qui había hecho Juan de la Rodilla. Y ya se dieron cuenta que esos restos eran del dueño de esa estancia qu'era una estancia muy grande, que había muerto, y había quedau sin sepultura. Y este señor no tenía parientes a quienes heredar. Y lo tuvieron que poner en posesión de l'estancia a Juan de la Rodilla.
Y ya Juan de la Rodilla quedó muy rico, con el campo, con mucha hacienda y sembrados. Y a los pocos días se jue en busca de su madre y la trajo. La viejita que lloraba di alegría lo que se juntaba otra vez con su hijito.

Y hay vivieron el resto de su vida muy felices,
comieron perdices,
y a mí no me dieron porque yo no quise.

Rosa Espinosa de Sosa, 53 años. Alto Pencoso. La Capital. San Luis, 1925.

Nativa del lugar. Muy buena narradora.

Cuento 912. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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