Había
una viejita que vivía en el campo y que se ocupaba de criar una
majada de cabras que era lo único que tenía. Como vivía tan sola,
siempre le pedía a Dios que le diera una compaña. Un día decidió
ir a ver al cura del pueblo. Di áhi le quedaban dos leguas, y jue.
Se volvió con polvo di arroz, se puso el rebozo y se puso en camino.
El
Padre le dijo que rogara a Dios, y que tuviera confianza en Dios, y
que se juera no más a su ranchito.
La
viejita se volvió a su ranchito. Iba rezando por el camino para que
Dios le diera un hijito. Al rato no más sintió que se l'iba
hinchando la rodilla izquierda. Y se l'hinchaba cada vez más, hasta
que casi no podía andar. Y 'taba tan pesada, con la rodilla hinchada
como un bombo, que trompezó en una ráiz y se cayó. Al cairse se le
partió el cuero de la rodilla, y cuál no sería su sospresa cuando
saltó del hinchazón un niñito, vestidito y calzado, y que le dice:
-¡Mamita!
¡Mamita!
La
viejita lloraba de alegría, porque ese era un milagro que le hacía
Nuestro Señor. Lo llevó al niñito y le puso Juan de la Rodilla. Y
así no más lo llamaban todos.
El
niñito en seguida no más l'empezó a servir a la viejita. Le
cuidaba las cabras, le traiba leña, le cebaba el mate, y la ayudaba
en todo. La viejita 'taba muy contenta y no se cansaba di agradecer a
Dios.
Juan
de la Rodilla creció en seguida. Y había nacido mocito po. A los
quince años ya era un hombre. Y era muy comilón. Se comía una
cabra por día. Y ya vido que a la viejita la iba a dejar sin su
majadita, y se resolvió ir a rodar tierra. Y le dijo a la viejita
que fechara la bendición, que s'iba a rodar tierra y a trabajar para
ayudarla. La viejita se puso a llorar, pero al fin tuvo que ceder. Y
esa noche se puso a amasar cuatro tortas pa que llevara, y las asó
en el rescoldo. Al día siguiente Juan de la Rodilla se levantó
tempranito como de costumbre, ensilló su caballo, arregló las
tortas y un queso grande que le dio la viejita, en las alforjas, y
puso azúcar y yerba para el mate, y ató media res de vacuno a los
tientos. Y se despidió y se jue. La viejita se quedó muy triste y
se lo pasaba rezando para que le juera bien a su hijito, y Dios lu
ayudara.
Juan
de la Rodilla marchó todo ese día. Al atardecer se allegó a un
gran algarrobo qui había cerca del camino, y decidió acampar abajo
del algarrobo ése. Desensilló, hizo juego, ató el caballo con el
lazo, áhi cerca, ca lentó agua, tomó mate con torta y queso, y asó
la mitada de la carne y se la comió. Hizo la cama con el apero y si
acostó. Muy tempranito se recordó, buscó su caballo, lu ensilló,
tomó mate y siguió viaje. Caminó otra vez todo el día. Al
atardecer iba buscando ande acampar cuando devisó unas casas. Y ya
llegó y no vido a naide. Y el caballo se espantaba y bufaba y no se
quería allegar. Y Juan l'obligó a espuela y rebenque a allegarse no
más a las casas. Ató el caballo en un poste que había y jue y vido
qu'eran unas casas abandonadas. Y ya desensilló el caballo que
seguía bufando y lu ató áhi cerca, que comiera, y se vino a las
casas. Ya 'taba escurito, y tiró las caronas adentro 'e la pieza
para hacer la cama. Entonce vido que le tiraban las caronas pa
ajuera. Y las volvió a poner y se las volvieron a tirar. Y entonce
raspó un fóforo y no había naide. Juan de la Rodilla era muy
valiente y no tenía miedo a nada. Se jue, buscó leña y hizo juego
en la pieza. Se sentó en el recado y cuando cayeron brasas puso la
carne que le quedaba, a asar. Y a medida que se iba asando la carne
l'iba comiendo. Ya 'staba terminando l'última costilla, cuando del
techo una voz le dice:
Y
ha caido el otro brazo. Y han vuelto a decir:
Y
ha caido la caja 'el cuerpo y la cabeza, y si ha formao áhi todo el
muerto. Juan tuvo un poco de recelo, pero como era tan valiente, se
tranquilizó y dijo:
Y
jue a buscar con qué cavar. Encontró una pala, y áhi cerquita 'el
bordo 'el patio cavó una sepultura. Llevó los restos y los puso,
los tapó, l'hizo una cruz con dos palos, se la clavó y rezó un
bendito. Y di áhi se jue a dormir. Y ya durmió muy tranquilo con el
favor que li había hecho al dijunto, y naide lo molestó.
Muy
temprano se jue al pueblo que quedaba cerca, y le dio cuenta al cura
y a la policía. Y se vino con las autoridades y comprobaron lo qui
había hecho Juan de la Rodilla. Y ya se dieron cuenta que esos
restos eran del dueño de esa estancia qu'era una estancia muy
grande, que había muerto, y había quedau sin sepultura. Y este
señor no tenía parientes a quienes heredar. Y lo tuvieron que poner
en posesión de l'estancia a Juan de la Rodilla.
Y
ya Juan de la Rodilla quedó muy rico, con el campo, con mucha
hacienda y sembrados. Y a los pocos días se jue en busca de su madre
y la trajo. La viejita que lloraba di alegría lo que se juntaba otra
vez con su hijito.
Y
hay vivieron el resto de su vida muy felices,
comieron
perdices,
y
a mí no me dieron porque yo no quise.
Rosa
Espinosa de Sosa, 53 años. Alto Pencoso. La Capital. San Luis, 1925.
Nativa
del lugar. Muy buena narradora.
Cuento
912. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) – 069
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