Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de febrero de 2015

Estrellita de oro .1040

La cenicienta

Que era un señor que tenía una hija muy linda y una señora que tenía dos hijas. Estos eran viudos y se casaron.
El hombre había dado a la hija una ternerita guacha, que ella quería mucho. La mujer no quiso ser menos y les dio a las hijas de ella una ternerita también para que criaran.
La mujer antes de casarse le hacía muchos cariños a la hija del viudo. Después que se casaron, la mujer lo empezó a gobernar al hombre y a mortificar a la hijastra.
Un día le ordenó la mujer al hombre que le carniara la ternera de la hija d'él. La chica lloraba, pero el padre no tuvo más remedio que matar a la ternerita. La madrasta la castigó y la mandó a lavar los menuditos a un río que había áhi cerca.
La chica jue y se puso a lavar los menuditos. La chica, por llorar, los menuditos se los llevó el río. La chica tomó río abajo buscándolos. Encontró dos señoras que 'taban lavando, y les dice:
-Señoras lavanderas, ¿no me han visto pasar por acá unos menuditos?
-Sí -le dicen, te vamos a decir si los ayudás a lavar.
-Muy bien, señoras -les dice.
Les ayudó a lavar y le dicen ellas:
-Andá más abajo, áhi vas a encontrar un viejito que te va a decir ande los podís encontrar a los menuditos.
Fue adonde 'taba el viejo y le dice:
-Señor, ¿no me ha visto pasar unos menuditos por acá?
El viejito le dice:
-Sólo que me limpiés todas las llagas que tengo te voy a decir.
-¡Cómo no, señor! -que le dice.
Y el viejito que 'taba llagado completamente, pero la niña no le tenía asco, sinó que le tenía lástima. Cuando lo limpió bien le dijo el viejito:
-Andá a aquella casita que se ve allá, esa es mi casa. Hay unos chicos allá. Echamelés la basura del patio, adentro, que todo se haga un desorden. Me los aporriás, me los castigás bien a los chicos y te acostás a dormir. Cuando cante el callo, levantá la cabeza; cuando refune el burro, escondé la cabeza. Y a la mañana buscá abajo de una mesa que áhi 'tán los menuditos en una tinajita.
Y así hizo todo lo que le dijo el viejito. Cuando cantó el gallo levantó la cabeza y le cayó una estrella di oro en la frente. Cuando refunó el burro, escondió la cabeza. A la mañana sacó los menuditos, se notó que tenía una estrella en la frente, y se fue a su casa.
Cuando la divisó la madrasta se quedó almirada porque no sabía qué era lo que tenía en la frente. Y cuando vido lo que tenía, le ató la cabeza con un trapo de limpiar las ollas. Entonce la niña le contó a la madrasta todo lo que le había sucedido. Entonce lo mandó al marido que le carniara la ternerita de la hija mayor. Ella si hacía la que lloraba y también se jue a lavar los menuditos al río. Los dejó que se los llevara l'agua y se jue río abajo. Encontró las lavanderas y les dice:
-Lavanderas, ¿no me han visto pasar unos menuditos por acá?
-Si nos ayudás a lavar te vamos a decir -le dicen.
-¡Más se lo quisieran! -les dice. ¿Que acaso yo soy su piona?
-Andá más abajo -le dicen. Encontrarás un viejito y él te dará noticia de los menuditos.
Fue y encontró al viejito y le dice:
-Viejo, ¿no me has visto unos menuditos por acá?
-Sí, te voy a decir -le dice, pero si me limpiás todas las llagas que tengo.
-¡Qué más te quisieras, viejo sucio! -le dice.
-Bueno -le dice, andá a aquella casita. Áhi es mi casa. Hay unos chicos. Castigamelós bien a los chicos. Alzá la basura y la echás adentro, que quede todo en desorden. Y entonce te acostás a dormir. Cuando cante el gallo levantá la cabeza y cuando refune el burro escondés la cabeza.
Ella lo hizo todo al revés. Cuando cantó el gallo bajó la cabeza. Cuando refunó el burro levantó la cabeza y le cayó el mondondo del burro en la frente. Sacó los menuditos y se fue a la casa de ella.
La madre salió corriendo cuando la divisó a la hija porque creyó que tenía la estrella di oro en la frente. Y ve que es el mondongo del burro. Que no sabía qué hacer de afligida y que le ata la cabeza con un pañuelo de seda blanco.
Bueno, que a la segunda hija le pasó todo como a la primera. Que le mataron la ternerita y fue a lavar los menuditos. Que dejó escapar los menuditos y fue adonde estaban las lavanderas, y no les quiso ayudar. Y fue donde 'taba el viejo y no le quiso limpiar las llagas. Y cuando cantó el gallo escondió la cabeza, y la levantó cuando refunó el burro. También le salió el mondongo del burro en la frente. Cuando llegó a la casa de la madre se quería morir, pero no tuvo más que callarse y atarle la cabeza con un pañuelo blanco de seda.
Bueno. Que se fue el padre a una casa de negocio a comprar cosas para las hijas. La hija de él que le encargó que le traiga tres porotitos. Las otras le encargaron muchísimas cosas de adorno. El padre les trajo todo lo que habían encargado.
La niña fue y enterró sus tres porotitos en la esquina de la huertita de la casa, que ella cuidaba y regaba. Había soñado que esos porotitos serían su virtú, que le darían lo que ella les pidiera. Después salieron tres plantitas muy lindas.
El domingo se fue la madrasta a misa con las dos hijas y la niña quedó en la cocina trabajando. Que ella se lo pasaba en la cocina haciendo los trabajos más feos. Cuando se fueron, ella fue y les pidió a sus porotitos un traje muy lindo y lujoso y un coche de lo mejor. En seguida llegó el coche y le trajo un vestido. Se vistió y se fue a misa.
Cuando entró a la iglesia, todo el mundo no hacía más que mirar esta niña tan bonita y paqueta. Apena terminó la misa tomó su coche y se fue. Todos quedaron con la curiosidá de qué princesa sería ésa.
Cuando volvió a la casa la Cenicienta, que así la llamaban porque 'taba siempre trabajando en la cocina y llena de humo y de ceniza, se puso su vestidito viejo y siguió atendiendo su trabajo.
Llegó la madrasta y las hijas y no hacían otra cosa que hablar de la princesa que había ido a misa, que nadie la conocía y que era tan linda y lujosa.
Al domingo siguiente se fue la madrasta con las hijas a misa y la niña volvió a pedir a sus porotitos un traje mejor y un coche mejor que el que había tenido. Al ratito no más llegó el coche, se vistió y se fue. Cuando terminó la misa se volvió.
Llegó la madrasta con las hijas y que ponderaban esa niña tan linda que a todos había llamado la atención y que no sabían quién era.
Al tercer domingo volvieron a ir a misa y la dejaron a la niña. Que nunca la llevaban a ninguna parte y le tenían envidia lo que era tan linda y tenía esa estrella que era de virtú de Dios.
Cuando quedó sola la niña fue a la esquina de la huertita y pidió a sus porotitos un traje y un coche mejor que los que había tenido. Al momento se presentó el coche que deslumbraba, con unos caballos tan lindos como no se habían visto nunca. El traje brillaba lleno de perlas y diamantes. Y se fue a misa. Cuando llegó, todo el mundo no hacía más que mirala. Cuando terminó la misa, salió muy apurada porque se le hacía tarde, y al salir se le salió un zapatito y en el apuro, lo dejó no más. Y lo encontró un príncipe que 'taba áhi y que la había 'stado mirando a la niña los tres domingos. Y que dice el Príncipe:
-Con la dueña de este zapato me voy a casar yo.
Volvieron a la casa la madrasta y las hijas, muy almiradas de la princesa que iba a misa, y que dice la madre:
-¿Viste, hija, que la princesa se parecía a la pobre Cenicienta?
-No, ¡qué se va a parecer! -que dijieron las envidiosas.
El Príncipe empezó a recorrer todos los lugares y a ir a todas las casas buscando la dueña del zapatito di oro y no la encontraba. Y llegó a la casa de Estrellita de Oro, que era la única que le faltaba.
Y la madrasta dijo que había de ser su hija, y que las llamó. Y ¡qué!, no les anduvo bien el zapato. Entonce preguntó el príncipe si no había otra niña, y la madrasta dijo que sí, pero que era una chinita que no vale nada. Entonce el Príncipe le exige que la llame, que la quiere ver lo mismo. Van y la obligan que salga así como está no más, pero la niña dice que va a ir a prepararse.
Va la niña y les pide a sus porotitos un traje y un coche mejor de los que había tenido antes. Y se viste y se presenta. Y todos se querían morir de verla así, y con la estrella de oro en la frente. Y el Príncipe le puso el zapatito, y ¡claro! era ella la dueña y le anduvo lo más bien.
La madrasta y las hijas trataban de hacerla quedar mal con el Príncipe, pero él se casó no más con Estrellita de Oro y se fueron.
Y las envidiosas quedaron castigadas y con el mondongo del burro en la frente, para pior desgracia.

Margarita de Rivero, 68 años. Los Cerros Largos. San Martín. San Luis, 1951.

En el cuento figuran motivos nuevos.

Cuento 1040. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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