La
cenicienta
Que
era un señor que tenía una hija muy linda y una señora que tenía
dos hijas. Estos eran viudos y se casaron.
El
hombre había dado a la hija una ternerita guacha, que ella quería
mucho. La mujer no quiso ser menos y les dio a las hijas de ella una
ternerita también para que criaran.
La
mujer antes de casarse le hacía muchos cariños a la hija del viudo.
Después que se casaron, la mujer lo empezó a gobernar al hombre y a
mortificar a la hijastra.
Un
día le ordenó la mujer al hombre que le carniara la ternera de la
hija d'él. La chica lloraba, pero el padre no tuvo más remedio que
matar a la ternerita. La madrasta la castigó y la mandó a lavar los
menuditos a un río que había áhi cerca.
La
chica jue y se puso a lavar los menuditos. La chica, por llorar, los
menuditos se los llevó el río. La chica tomó río abajo
buscándolos. Encontró dos señoras que 'taban lavando, y les dice:
-Andá
más abajo, áhi vas a encontrar un viejito que te va a decir ande
los podís encontrar a los menuditos.
Fue
adonde 'taba el viejo y le dice:
Y
el viejito que 'taba llagado completamente, pero la niña no le tenía
asco, sinó que le tenía lástima. Cuando lo limpió bien le dijo el
viejito:
-Andá
a aquella casita que se ve allá, esa es mi casa. Hay unos chicos
allá. Echamelés la basura del patio, adentro, que todo se haga un
desorden. Me los aporriás, me los castigás bien a los chicos y te
acostás a dormir. Cuando cante el callo, levantá la cabeza; cuando
refune el burro, escondé la cabeza. Y a la mañana buscá abajo de
una mesa que áhi 'tán los menuditos en una tinajita.
Y
así hizo todo lo que le dijo el viejito. Cuando cantó el gallo
levantó la cabeza y le cayó una estrella di oro en la frente.
Cuando refunó el burro, escondió la cabeza. A la mañana sacó los
menuditos, se notó que tenía una estrella en la frente, y se fue a
su casa.
Cuando
la divisó la madrasta se quedó almirada porque no sabía qué era
lo que tenía en la frente. Y cuando vido lo que tenía, le ató la
cabeza con un trapo de limpiar las ollas. Entonce la niña le contó
a la madrasta todo lo que le había sucedido. Entonce lo mandó al
marido que le carniara la ternerita de la hija mayor. Ella si hacía
la que lloraba y también se jue a lavar los menuditos al río. Los
dejó que se los llevara l'agua y se jue río abajo. Encontró las
lavanderas y les dice:
-Andá
más abajo -le dicen. Encontrarás un viejito y él te dará noticia
de los menuditos.
-Bueno
-le dice, andá a aquella casita. Áhi es mi casa. Hay unos chicos.
Castigamelós bien a los chicos. Alzá la basura y la echás adentro,
que quede todo en desorden. Y entonce te acostás a dormir. Cuando
cante el gallo levantá la cabeza y cuando refune el burro escondés
la cabeza.
Ella
lo hizo todo al revés. Cuando cantó el gallo bajó la cabeza.
Cuando refunó el burro levantó la cabeza y le cayó el mondondo del
burro en la frente. Sacó los menuditos y se fue a la casa de ella.
La
madre salió corriendo cuando la divisó a la hija porque creyó que
tenía la estrella di oro en la frente. Y ve que es el mondongo del
burro. Que no sabía qué hacer de afligida y que le ata la cabeza
con un pañuelo de seda blanco.
Bueno,
que a la segunda hija le pasó todo como a la primera. Que le mataron
la ternerita y fue a lavar los menuditos. Que dejó escapar los
menuditos y fue adonde estaban las lavanderas, y no les quiso ayudar.
Y fue donde 'taba el viejo y no le quiso limpiar las llagas. Y cuando
cantó el gallo escondió la cabeza, y la levantó cuando refunó el
burro. También le salió el mondongo del burro en la frente. Cuando
llegó a la casa de la madre se quería morir, pero no tuvo más que
callarse y atarle la cabeza con un pañuelo blanco de seda.
Bueno.
Que se fue el padre a una casa de negocio a comprar cosas para las
hijas. La hija de él que le encargó que le traiga tres porotitos.
Las otras le encargaron muchísimas cosas de adorno. El padre les
trajo todo lo que habían encargado.
La
niña fue y enterró sus tres porotitos en la esquina de la huertita
de la casa, que ella cuidaba y regaba. Había soñado que esos
porotitos serían su virtú, que le darían lo que ella les pidiera.
Después salieron tres plantitas muy lindas.
El
domingo se fue la madrasta a misa con las dos hijas y la niña quedó
en la cocina trabajando. Que ella se lo pasaba en la cocina haciendo
los trabajos más feos. Cuando se fueron, ella fue y les pidió a sus
porotitos un traje muy lindo y lujoso y un coche de lo mejor. En
seguida llegó el coche y le trajo un vestido. Se vistió y se fue a
misa.
Cuando
entró a la iglesia, todo el mundo no hacía más que mirar esta niña
tan bonita y paqueta. Apena terminó la misa tomó su coche y se fue.
Todos quedaron con la curiosidá de qué princesa sería ésa.
Cuando
volvió a la casa la Cenicienta, que así la llamaban porque 'taba
siempre trabajando en la cocina y llena de humo y de ceniza, se puso
su vestidito viejo y siguió atendiendo su trabajo.
Llegó
la madrasta y las hijas y no hacían otra cosa que hablar de la
princesa que había ido a misa, que nadie la conocía y que era tan
linda y lujosa.
Al
domingo siguiente se fue la madrasta con las hijas a misa y la niña
volvió a pedir a sus porotitos un traje mejor y un coche mejor que
el que había tenido. Al ratito no más llegó el coche, se vistió y
se fue. Cuando terminó la misa se volvió.
Llegó
la madrasta con las hijas y que ponderaban esa niña tan linda que a
todos había llamado la atención y que no sabían quién era.
Al
tercer domingo volvieron a ir a misa y la dejaron a la niña. Que
nunca la llevaban a ninguna parte y le tenían envidia lo que era tan
linda y tenía esa estrella que era de virtú de Dios.
Cuando
quedó sola la niña fue a la esquina de la huertita y pidió a sus
porotitos un traje y un coche mejor que los que había tenido. Al
momento se presentó el coche que deslumbraba, con unos caballos tan
lindos como no se habían visto nunca. El traje brillaba lleno de
perlas y diamantes. Y se fue a misa. Cuando llegó, todo el mundo no
hacía más que mirala. Cuando terminó la misa, salió muy apurada
porque se le hacía tarde, y al salir se le salió un zapatito y en
el apuro, lo dejó no más. Y lo encontró un príncipe que 'taba áhi
y que la había 'stado mirando a la niña los tres domingos. Y que
dice el Príncipe:
Volvieron
a la casa la madrasta y las hijas, muy almiradas de la princesa que
iba a misa, y que dice la madre:
El
Príncipe empezó a recorrer todos los lugares y a ir a todas las
casas buscando la dueña del zapatito di oro y no la encontraba. Y
llegó a la casa de Estrellita de Oro, que era la única que le
faltaba.
Y
la madrasta dijo que había de ser su hija, y que las llamó. Y
¡qué!, no les anduvo bien el zapato. Entonce preguntó el príncipe
si no había otra niña, y la madrasta dijo que sí, pero que era una
chinita que no vale nada. Entonce el Príncipe le exige que la llame, que la
quiere ver lo mismo. Van y la obligan que salga así como está no
más, pero la niña dice que va a ir a prepararse.
Va
la niña y les pide a sus porotitos un traje y un coche mejor de los
que había tenido antes. Y se viste y se presenta. Y todos se querían
morir de verla así, y con la estrella de oro en la frente. Y el
Príncipe le puso el zapatito, y ¡claro! era ella la dueña y le
anduvo lo más bien.
La
madrasta y las hijas trataban de hacerla quedar mal con el Príncipe,
pero él se casó no más con Estrellita de Oro y se fueron.
Margarita
de Rivero, 68 años. Los Cerros Largos. San Martín. San Luis, 1951.
En
el cuento figuran motivos nuevos.
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anonimo (argentina) - 072
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