Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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domingo, 8 de febrero de 2015

El torito de astas de oro .1074

Éste era un hombre de campo que tenía mucha hacienda. Era casado hacía muchos años y se lamentaba muchísimo porque no tenía ningún heredero. Y vivía en una comarca demasiado grande, y ésos eran los dominios de este hombre.
Lindaba el campo de este hombre con el campo de una mujer de un aspecto muy extraño. Todos los paisanos le tenían miedo, porque decían que era bruja.
Un día de ésos vino la mujer ésta a visitarlo, diciéndole de que ella se había enterado de que esperaba un heredero. Claro, el hombre se quedó asombrado de que eso se supiera. Ella dice que le habían dicho, pero se negaba a decirle quién le había dicho.
Entonce él le dice que no pasaba nada y cuando llegue el heredero a ella le iba a avisar.
Llegó a la casa, el hombre éste, y vio, con mucho asombro que la señora tenía en los brazos un niño, y le dice:
-Es nuestro hijo.
El hombre se puso como loco de gusto. Montó a caballo y alzó el niño en los brazos, diciendolé que todo lo que veía ahí, esos campos y esa hacienda iba a ser para él. Y en la alegría que tenía hablaba con el niño como si comprendiera y fuese grande.
Cuando vuelve a la casa, le dice la señora que hay un incon-veniente muy grande. Que en toda esa comarca no hay una persona quien pudiera ser la madrina del niño. Entonce él piensa en la mujer ésta que había venido a anunciarle la venida del niño. Y la señora horrorizada dice:
-¡Cruz Diablo! Cómo va a ser la bruja, la madrina de nuestro hijo.
Entonce el esposo la convence que la madrina no pueden ser las mujeres de los peones. Así que resuelven que ella sea la madrina.
Cuando el niño cumplió cinco años, el padre hace hacer un rodeo de todo el ganado que tenía y lo saca al niño para presentarlo a los peones, y le dice dirigiendosé al niño:
-Todo lo que ves aquí es tuyo. Tienes que administrar bien y ser bueno con esta gente.
Y entonce el niño dice:
-No, papá. Nada de esto quiero. Lo único que deseo es esta tamberita y la separa del grupo de la hacienda.
Entonce el padre se alarma y piensa que porque es niño, no sabe lo que dice, pero que cuando sea grande tomará interés. Y el niño muy entusiasmado le pide que le haga hacer a la tambera una pesebrera lo mejor que pueda. Y el padre hizo lo que el niño le pidió.
Junto con la tamberita andaba siempre un gatito del niño. El niño sabía conversar con ellos, porque este niño entendía el lenguaje de los animales. Así que eran grandes amigos. Era la único que lo atraía, estar junto con estos animalitos.
Pasó el tiempo y la tambera tuvo un ternerito y el niño 'taba más contento con eso. Era todo para él.
La madrina se había enterado de esto, y como era bruja maligna, decidió venir a la casa de los compadres y hablar con ellos. Cuando llegó, el niño estaba durmiendo. La bruja no sabía que el gatito le contaba todo lo que ocurría al niño. Y viene y le dice a los compadres:
-Vea, compadre y comadre, he venido porque yo comprendo, como es el único hijo que tienen, y como yo soy la madrina, estoy en el deber de ponerle sobre aviso de que mi ahijado se va a echar a perder. Se va a ir por detrás de ese toro que tiene.
Y los padres le preguntan que cómo se van a deshacer de ese torito que era todo para el niño.
Entonces les dice la bruja:
-Mi comadre que se ponga en cama diciendo de que está muy enferma, y que con el único remedio de que sanará será bebiendo un vaso de la sangre del corazón del torito.
Ella creía que con eso se arreglaba todo.
Entonce el gatito se va y le golpea la puerta al niño, y le dice:
-Abramé la puerta, amito.
Y el niño se levanta y le dice:
-Qué te trae por acá, mi gatito.
-Es una mala noticia -le dice. Porque quieren matarle el torito. Dicen de que está enferma tu madre y de que tan solo sanará con la sangre del corazón del torito.
Bueno, al otro día cuando amanece, el padre viene, y tan pronto como llega, el niño le dice:
-No, mi padre, eso no harán. Ya sabe que lo quiero tanto al torito que si lo matan moriré yo.
Entonce el padre, porque lo quería tanto al niño, dice que no lo harán.
Bueno, la bruja sabe que no lo han muerto y decide venir. El afán de ella era hacerlo matar. Era de envidia porque los cuernos que le salían al torito eran de oro. Ella tenía dos toritos, uno de cuernos de plomo y el otro de plata, y ella no podía vivir de envidia, y lo quería hacer matar.
Bueno... Viene a la segunda noche y le dice al compadre que lo haga matar al torito y le digan al niño que se ha perdido o que lo han robado. El padre aceptó de que así sea, y quedan de que ante de que salga el sol van a matar al animalito.
Entonce el gatito, que 'taba escuchando, va y le dice al niño. Llama a la puerta, y le dice:
-Soy yo, mi amito.
Y entra y le cuenta:
-¿Sabes que ahora al amanecer van a matar a tu torito?
Y le cuenta todo lo que habían hablado la vieja bruja y el padre. El niño desesperado se echa a llorar.
Entonce le pregunta al gatito qué va a hacer. Él le dice que lo que tiene que hacer es ponerse en marcha inmediatamente. Y el niño dele llorar y no cesaba de llorar. Se viste, y claro, sentía dejarlos a los padres, pero tenía que salvar a su torito. Y el niño va y abre la puerta de su pesebrera, saca el torito y se van. Y el gatito le dice:
-Amito, no me deje. Si me quedo me van a matar.
Bueno... Iban los tres. Y mientras caminaban, el niño iba llorando. Entonce llegaron ya al bosque, donde era muy espeso. Habían caminado una distancia enorme y le dice el gatito al niño:
-Bueno, amito, me voy a quedar aquí, porque ya viene la llanura y no tengo qué cazar, en cambio aquí hay aves y güevos, y voy a poder sustentarme.
Eso para el niño fue más terrible, y lloraba más, sin consuelo. Y le dice que no se quede él porque lo van a venir a buscar. Y el niño siguió la marcha, siempre llorando.
Así caminaron mucho hasta que un día el torito le dice al niño:
-¿Sabes que viene el toro de astas de plata de tu madrina en nuestra busca?
Y le dice:
-Tienes que ser valiente porque voy a peliar con él. Las luchas serán muy grandes, pero de ti depende mi vida o muerte. Cuando yo esté peliando tienes que decir tres veces, sin equivocarte: ¡Ay!, ¡mi torito cuernos de oro qué es guapo! Y si llegas a equivocarte, yo voy a morir. Pero si muero, voy a seguir acompañandoté igual. Me sacas una lonjita de cuero desde la punta de la nariz hasta la cola, y ése será tu mejor arma.
Ya se sentía en el monte cómo bramaba el toro que venía a alcanzarlos. Entonce el torito cuernos di oro le dijo que se esconda para que no lo vea. Y le recomendó que no se vaya a equivocar.
Y llegó el toro de la madrina, cuernos de plata, bramando. Lo esperó el torito cuernos de oro. El otro llegó y le pegó un cornazo y lo tiró lejos. Entonce el niño dijo: ¡Ay, mi torito cuernos de oro que es guapo! Entonce se paró el torito cuernos de oro y le pegó un cornazo al otro y lo hizo rodar lejos. Y volvió a decir el niño: ¡Ay!, ¡mi torito cuernos de oro que es guapo! Entonce le pegó y lo dejó destripado. Y a la tercera vez que dijo el niño: ¡Ay!, ¡mi torito cuernos de oro que es guapo!, lo mató.
El niño se bajó contento. Lo besaba y el torito estaba triste, y le dice:
-No estés contento, no. Yo sé que nos tenemos que separar, que te vas a equivocar. Porque, ¿sabes?, ahora tu madrina manda al toro de astas de plomo a buscarme. Ella ha dicho que he muerto al astas de plata, pero que al astas de plomo no lo voy a matar.
Y le avisó que ya estaba llegando el torito astas de plomo y que se esconda.
Y ya venía el otro toro bramando, escarbando, tirando la tierra con una furia terrible. Y el torito le recomendó al niño que no dejara de sacar la lonjita si se llegaba a equivocar.
Entonce llega ya el toro y le pega un cornazo al torito y lo tira, pero lejos. Entonces el niño dice: ¡Ay!, ¡mi torito cuernos de oro que es guapo! El torito se paró primero y le pegó un cornazo al otro y lo tiró en contra de unos barrancos. Entonce vuelve a decir el niño: ¡Ay! mi torito cuernos de oro que es guapo. Y el niño de contento, de alegre que estaba porque ya no le faltaba más que una vez para que gane el torito, cuando se vuelven a juntar los toros, dice: ¡Ay! ¡Ay!... y se olvidó. El otro toro se para y lo mata al torito. El niño se subió a un árbol. Y empezó a buscar al niño, el toro. Y empezó a cavar la tierra y a buscarlo al niño. Derrumbaba árboles y corría enloquecido. Y después se volvió bramando.
El niño, entonces, se baja de donde estaba y se queda junto al torito. Estuvo tres días. Sacaba la cortapluma para sacarle la lonjita y la volvía a guardar. Le parecía que le iba a hacer más daño y le echaba tierra en la herida; hasta que, con todo el dolor de su corazón empezó a sacar la lonjita desde la nariz hasta la punta de la cola. Y la guardó al bolsillo.
Empezó a andar sin rumbo. Se hacía pedazo la ropa en las ramas y estaba descalzo, pero no le importaba nada.
Así anduvo mucho tiempo hasta que llegó a la casa de una viejita que tenía un pequeño rebaño de ovejitas. Entonce el niño le pide permiso para quedarse y la viejita le pide que se quede a vivir con ella. Le dice de que ella 'taba muy cansada y que necesitaba de alguien que le pastoriara las ovejitas, que estaba muy vieja. El niño decide quedarse. Y la viejita le dice:
-Te voy a hacer una alvertencia: que no vayas a querer ir a aquellos dominios adonde ves el pasto verde, porque es de un gigante, y te va a comer.
Y el niño le dice:
-'Ta bien, mama vieja. Haré lo que usté me dice.
Pero, lo primero que hace el niño, al otro día, es llevar el rebaño a ese lugar que le ha dicho la viejita que no lo lleve. Y cuando, 'taba sentado, al pie de un árbol, pastoriando las ovejitas, aparece el gigante y le dice:
-¡Oh! ¡gusanillo de la tierra! ¿qué hacés en pertenencia ajena? ¿Qué prefieres, tu vida o tu hacienda?
Y el niño responde:
-Mi vida y mi hacienda -a la vez que metía la mano en el bolsillo.
Saca la lonjita y se la tira al gigante, y le dice:
-¡Pillameló, guasquita! -y la guasquita lo envuelve al gigante.
Entonces el gigante al sentirse atado por esa cuerda, le dice:
-No me matés, niño lindo, que te voy a dar este palacio y un caballo que bota cinco pesos.
Entonces el niño le dice:
-Suelte las llaves.
Y el gigante botó un manojo de llaves.
-Suelte las llaves que faltan -le dice.
Y el gigante botó otras llaves.
El niño le ordenó a la lonjita que lo mate, y lo mató. Y así quedó el niño dueño de un hermoso palacio de cristal y un caballo que botaba cinco pesos. Y el niño fue y vio el palacio y el caballo.
Al atardecer, cuando vuelve a la casa, la viejita le dice si no ha ido cerca del gigante, y el niño le dice:
-No, mama vieja, ni cerca de ahí.
Al otro día vuelve a salir el niño a pastoriar las ovejas. Y él se va más lejos. Y entonces llega otra vez al pie del árbol, cuando salió otro gigante de ahí, y le dice el gigante:
-Oh, gusanillo de la tierra, ¿qué haces en esta pertenencia ajena? ¿Qué preferís, tu vida o tu hacienda?
Y el niño responde:
-Mi vida y mi hacienda.
Saca la lonjita del bolsillo, la tira y dice:
-¡Pillameló, guasquita!
Y la guasquita se le envolvió en todo el cuerpo al gigante.
Entonces el gigante le dice que no lo mate, que le va a dejar un gran palacio y un caballo que bota diez pesos.
Entonces el niño le dice que suelte las llaves y el gigante le entrega un manojo, pero el niño sabe que tenía más llaves y se las pide. Se las da y el niño le pide a la lonjita que lo mate. Y la lonjita lo mata.
Y así quedó rico el niño. Tenía más fortuna que nadie.
Y volvió otra vez a la casa. Él la consideraba a la viejita como su propia madre.
Un día dice él de que va a ir a pasiar. Y va al palacio de cristal, saca la mejor ropa que había, y decide irse al pueblo. Y va montando el caballo que botaba cinco pesos. Cuando llega ve una aglomeración muy grande y se arrima a ver qué es lo que ha ocurrido, y ve sentada en una silla, en un trono, una niña muy hermosa. Y que los jóvenes más apuestos compraban naranjas. Y él, sin saber de qué se trata, compra también naranjas. Entonces uno de los que estaban le dice que esa niña era la hija del Rey y que como 'taba en edá de casarse, el Rey había echado un bando, que el que tuviera mejor puntería de pegarle con una naranja en la frente se casaría con ella, que a la distancia que estaba era muy difícil pegarle.
Entonce el niño se para en los estribos, agarra una naranja, le tira y le pegó a la Princesa en la frente con tanta puntería, que la hizo caer de la silla. Que tan pronto como hizo así, el Rey lo vio y pensó que era un Príncipe muy hermoso y que sería rico. Y le gustó muchísimo. Y se alegró mucho de que tuviera esa puntería.
Él castigó el caballo y le hizo botar cinco pesos y todos se peliaban por recoger plata, y el niño se escapó.
El Rey dijo que postergaba la fiesta para la otra semana.
Al próximo domingo vino el niño en el caballo que botaba diez pesos. Y 'taba otra vez la niña sentada y todos querían probar la puntería. Bueno, viene él, agarra y compra naranjas nuevamente. Se para en los estribos y de una distancia el doble de más lejos, le tira y le pega a la niña con tanta puntería, que también la voltea de la silla. Entonce los guardias, que ya 'taban encargados por el Rey de agarrarlo, se prenden de las piernas del joven, pero el joven escapa y se quedan con una bota.
El Rey, al otro día mandó a buscar al dueño de la bota.
El niño se fue a casa de la viejita.
A todos los jóvenes le ponían la bota pero a nadie le calzaba. Anduvieron por todo el reino y los reinos vecinos, hasta que llegaron a la casa de la viejita, y le preguntaron si tenía un hijo. Y ella dijo que sí, que tenía un hijo que 'taba pastoriando las ovejitas.
Entonce ella avisó donde 'tá. Y lo encontraron al chango sobre el pasto. Los que iban decían que no podía ser ése el dueño de la bota, que cómo le iban a probar a ese sucio. Vinieron a la casa. Él fue adentro, se lavó, se arregló y salió con la bota calzada. Y entonces se dieron cuenta que era él el dueño de la bota y que era el Príncipe que habían visto. Y ahí no más lo llevan ante el Rey.
Y bueno, ya se ve con la Princesa y áhi no más se celebran las bodas.
Y el Rey le dice que tiene ese palacio y él será el Rey. Y él le dice:
-Yo tengo donde vivir. Tengo tres palacios, uno de oro, que será para mi madre, uno de plata que será para vuestra majestá, y el de cristal que viviré yo con mi esposa.
Y entonce el Rey dice que cómo, si son de los gigantes. Y él dice que siempre han sido de él.
Y vivieron muy felices. Y él fue un Rey muy bueno porque era muy justo.

María Elsa Salas de Varela, 28 años. La Quiaca. Jujuy, 1952.

Excelente narradora.

Cuento 1074. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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