Éste
era un hombre de campo que tenía mucha hacienda. Era casado hacía
muchos años y se lamentaba muchísimo porque no tenía ningún
heredero. Y vivía en una comarca demasiado grande, y ésos eran los
dominios de este hombre.
Lindaba
el campo de este hombre con el campo de una mujer de un aspecto muy
extraño. Todos los paisanos le tenían miedo, porque decían que era
bruja.
Un
día de ésos vino la mujer ésta a visitarlo, diciéndole de que
ella se había enterado de que esperaba un heredero. Claro, el hombre
se quedó asombrado de que eso se supiera. Ella dice que le habían
dicho, pero se negaba a decirle quién le había dicho.
Llegó
a la casa, el hombre éste, y vio, con mucho asombro que la señora
tenía en los brazos un niño, y le dice:
El
hombre se puso como loco de gusto. Montó a caballo y alzó el niño
en los brazos, diciendolé que todo lo que veía ahí, esos campos y
esa hacienda iba a ser para él. Y en la alegría que tenía hablaba
con el niño como si comprendiera y fuese grande.
Cuando
vuelve a la casa, le dice la señora que hay un incon-veniente muy
grande. Que en toda esa comarca no hay una persona quien pudiera ser
la madrina del niño. Entonce él piensa en la mujer ésta que había
venido a anunciarle la venida del niño. Y la señora horrorizada
dice:
Entonce
el esposo la convence que la madrina no pueden ser las mujeres de los
peones. Así que resuelven que ella sea la madrina.
Cuando
el niño cumplió cinco años, el padre hace hacer un rodeo de todo
el ganado que tenía y lo saca al niño para presentarlo a los
peones, y le dice dirigiendosé al niño:
-No,
papá. Nada de esto quiero. Lo único que deseo es esta tamberita y
la separa del grupo de la hacienda.
Entonce
el padre se alarma y piensa que porque es niño, no sabe lo que dice,
pero que cuando sea grande tomará interés. Y el niño muy
entusiasmado le pide que le haga hacer a la tambera una pesebrera lo
mejor que pueda. Y el padre hizo lo que el niño le pidió.
Junto
con la tamberita andaba siempre un gatito del niño. El niño sabía
conversar con ellos, porque este niño entendía el lenguaje de los
animales. Así que eran grandes amigos. Era la único que lo atraía,
estar junto con estos animalitos.
Pasó
el tiempo y la tambera tuvo un ternerito y el niño 'taba más
contento con eso. Era todo para él.
La
madrina se había enterado de esto, y como era bruja maligna, decidió
venir a la casa de los compadres y hablar con ellos. Cuando llegó,
el niño estaba durmiendo. La bruja no sabía que el gatito le
contaba todo lo que ocurría al niño. Y viene y le dice a los
compadres:
-Vea,
compadre y comadre, he venido porque yo comprendo, como es el único
hijo que tienen, y como yo soy la madrina, estoy en el deber de
ponerle sobre aviso de que mi ahijado se va a echar a perder. Se va a
ir por detrás de ese toro que tiene.
-Mi
comadre que se ponga en cama diciendo de que está muy enferma, y que
con el único remedio de que sanará será bebiendo un vaso de la
sangre del corazón del torito.
-Es
una mala noticia -le dice. Porque quieren matarle el torito. Dicen de
que está enferma tu madre y de que tan solo sanará con la sangre
del corazón del torito.
Bueno,
la bruja sabe que no lo han muerto y decide venir. El afán de ella
era hacerlo matar. Era de envidia porque los cuernos que le salían
al torito eran de oro. Ella tenía dos toritos, uno de cuernos de
plomo y el otro de plata, y ella no podía vivir de envidia, y lo
quería hacer matar.
Bueno...
Viene a la segunda noche y le dice al compadre que lo haga matar al
torito y le digan al niño que se ha perdido o que lo han robado. El
padre aceptó de que así sea, y quedan de que ante de que salga el
sol van a matar al animalito.
Y
entra y le cuenta:
Y
le cuenta todo lo que habían hablado la vieja bruja y el padre. El
niño desesperado se echa a llorar.
Entonce
le pregunta al gatito qué va a hacer. Él le dice que lo que tiene
que hacer es ponerse en marcha inmediatamente. Y el niño dele llorar
y no cesaba de llorar. Se viste, y claro, sentía dejarlos a los
padres, pero tenía que salvar a su torito. Y el niño va y abre la
puerta de su pesebrera, saca el torito y se van. Y el gatito le dice:
Bueno...
Iban los tres. Y mientras caminaban, el niño iba llorando. Entonce
llegaron ya al bosque, donde era muy espeso. Habían caminado una
distancia enorme y le dice el gatito al niño:
-Bueno,
amito, me voy a quedar aquí, porque ya viene la llanura y no tengo
qué cazar, en cambio aquí hay aves y güevos, y voy a poder
sustentarme.
Eso
para el niño fue más terrible, y lloraba más, sin consuelo. Y le
dice que no se quede él porque lo van a venir a buscar. Y el niño
siguió la marcha, siempre llorando.
-Tienes
que ser valiente porque voy a peliar con él. Las luchas serán muy
grandes, pero de ti depende mi vida o muerte. Cuando yo esté
peliando tienes que decir tres veces, sin equivocarte: ¡Ay!, ¡mi
torito cuernos de oro qué es guapo! Y si llegas a equivocarte, yo
voy a morir. Pero si muero, voy a seguir acompañandoté igual. Me
sacas una lonjita de cuero desde la punta de la nariz hasta la cola,
y ése será tu mejor arma.
Ya
se sentía en el monte cómo bramaba el toro que venía a
alcanzarlos. Entonce el torito cuernos di oro le dijo que se esconda
para que no lo vea. Y le recomendó que no se vaya a equivocar.
Y
llegó el toro de la madrina, cuernos de plata, bramando. Lo esperó
el torito cuernos de oro. El otro llegó y le pegó un cornazo y lo
tiró lejos. Entonce el niño dijo: ¡Ay, mi torito cuernos de oro
que es guapo! Entonce se paró el torito cuernos de oro y le pegó un
cornazo al otro y lo hizo rodar lejos. Y volvió a decir el niño:
¡Ay!, ¡mi torito cuernos de oro que es guapo! Entonce le pegó y lo
dejó destripado. Y a la tercera vez que dijo el niño: ¡Ay!, ¡mi
torito cuernos de oro que es guapo!, lo mató.
-No
estés contento, no. Yo sé que nos tenemos que separar, que te vas a
equivocar. Porque, ¿sabes?, ahora tu madrina manda al toro de astas
de plomo a buscarme. Ella ha dicho que he muerto al astas de plata,
pero que al astas de plomo no lo voy a matar.
Y
ya venía el otro toro bramando, escarbando, tirando la tierra con
una furia terrible. Y el torito le recomendó al niño que no dejara
de sacar la lonjita si se llegaba a equivocar.
Entonce
llega ya el toro y le pega un cornazo al torito y lo tira, pero
lejos. Entonces el niño dice: ¡Ay!, ¡mi torito cuernos de oro que
es guapo! El torito se paró primero y le pegó un cornazo al otro y
lo tiró en contra de unos barrancos. Entonce vuelve a decir el niño:
¡Ay! mi torito cuernos de oro que es guapo. Y el niño de contento,
de alegre que estaba porque ya no le faltaba más que una vez para
que gane el torito, cuando se vuelven a juntar los toros, dice: ¡Ay!
¡Ay!... y se olvidó. El otro toro se para y lo mata al torito. El
niño se subió a un árbol. Y empezó a buscar al niño, el toro. Y
empezó a cavar la tierra y a buscarlo al niño. Derrumbaba árboles
y corría enloquecido. Y después se volvió bramando.
El
niño, entonces, se baja de donde estaba y se queda junto al torito.
Estuvo tres días. Sacaba la cortapluma para sacarle la lonjita y la
volvía a guardar. Le parecía que le iba a hacer más daño y le
echaba tierra en la herida; hasta que, con todo el dolor de su
corazón empezó a sacar la lonjita desde la nariz hasta la punta de
la cola. Y la guardó al bolsillo.
Empezó
a andar sin rumbo. Se hacía pedazo la ropa en las ramas y estaba
descalzo, pero no le importaba nada.
Así
anduvo mucho tiempo hasta que llegó a la casa de una viejita que
tenía un pequeño rebaño de ovejitas. Entonce el niño le pide
permiso para quedarse y la viejita le pide que se quede a vivir con
ella. Le dice de que ella 'taba muy cansada y que necesitaba de
alguien que le pastoriara las ovejitas, que estaba muy vieja. El niño
decide quedarse. Y la viejita le dice:
-Te
voy a hacer una alvertencia: que no vayas a querer ir a aquellos
dominios adonde ves el pasto verde, porque es de un gigante, y te va
a comer.
Pero,
lo primero que hace el niño, al otro día, es llevar el rebaño a
ese lugar que le ha dicho la viejita que no lo lleve. Y cuando, 'taba
sentado, al pie de un árbol, pastoriando las ovejitas, aparece el
gigante y le dice:
-¡Oh!
¡gusanillo de la tierra! ¿qué hacés en pertenencia ajena? ¿Qué
prefieres, tu vida o tu hacienda?
Y
el gigante botó otras llaves.
El
niño le ordenó a la lonjita que lo mate, y lo mató. Y así quedó
el niño dueño de un hermoso palacio de cristal y un caballo que
botaba cinco pesos. Y el niño fue y vio el palacio y el caballo.
Al
atardecer, cuando vuelve a la casa, la viejita le dice si no ha ido
cerca del gigante, y el niño le dice:
Al
otro día vuelve a salir el niño a pastoriar las ovejas. Y él se va
más lejos. Y entonces llega otra vez al pie del árbol, cuando salió
otro gigante de ahí, y le dice el gigante:
-Oh,
gusanillo de la tierra, ¿qué haces en esta pertenencia ajena? ¿Qué
preferís, tu vida o tu hacienda?
Entonces
el gigante le dice que no lo mate, que le va a dejar un gran palacio
y un caballo que bota diez pesos.
Entonces
el niño le dice que suelte las llaves y el gigante le entrega un
manojo, pero el niño sabe que tenía más llaves y se las pide. Se
las da y el niño le pide a la lonjita que lo mate. Y la lonjita lo
mata.
Un
día dice él de que va a ir a pasiar. Y va al palacio de cristal,
saca la mejor ropa que había, y decide irse al pueblo. Y va montando
el caballo que botaba cinco pesos. Cuando llega ve una aglomeración
muy grande y se arrima a ver qué es lo que ha ocurrido, y ve sentada
en una silla, en un trono, una niña muy hermosa. Y que los jóvenes
más apuestos compraban naranjas. Y él, sin saber de qué se trata,
compra también naranjas. Entonces uno de los que estaban le dice que
esa niña era la hija del Rey y que como 'taba en edá de casarse, el
Rey había echado un bando, que el que tuviera mejor puntería de
pegarle con una naranja en la frente se casaría con ella, que a la
distancia que estaba era muy difícil pegarle.
Entonce
el niño se para en los estribos, agarra una naranja, le tira y le
pegó a la Princesa en la frente con tanta puntería, que la hizo
caer de la silla. Que tan pronto como hizo así, el Rey lo vio y
pensó que era un Príncipe muy hermoso y que sería rico. Y le gustó
muchísimo. Y se alegró mucho de que tuviera esa puntería.
Él
castigó el caballo y le hizo botar cinco pesos y todos se peliaban
por recoger plata, y el niño se escapó.
Al
próximo domingo vino el niño en el caballo que botaba diez pesos. Y
'taba otra vez la niña sentada y todos querían probar la puntería.
Bueno, viene él, agarra y compra naranjas nuevamente. Se para en los
estribos y de una distancia el doble de más lejos, le tira y le pega
a la niña con tanta puntería, que también la voltea de la silla.
Entonce los guardias, que ya 'taban encargados por el Rey de
agarrarlo, se prenden de las piernas del joven, pero el joven escapa
y se quedan con una bota.
A
todos los jóvenes le ponían la bota pero a nadie le calzaba.
Anduvieron por todo el reino y los reinos vecinos, hasta que llegaron
a la casa de la viejita, y le preguntaron si tenía un hijo. Y ella
dijo que sí, que tenía un hijo que 'taba pastoriando las ovejitas.
Entonce
ella avisó donde 'tá. Y lo encontraron al chango sobre el pasto.
Los que iban decían que no podía ser ése el dueño de la bota, que
cómo le iban a probar a ese sucio. Vinieron a la casa. Él fue
adentro, se lavó, se arregló y salió con la bota calzada. Y
entonces se dieron cuenta que era él el dueño de la bota y que era
el Príncipe que habían visto. Y ahí no más lo llevan ante el Rey.
Y
el Rey le dice que tiene ese palacio y él será el Rey. Y él le
dice:
-Yo
tengo donde vivir. Tengo tres palacios, uno de oro, que será para mi
madre, uno de plata que será para vuestra majestá, y el de cristal
que viviré yo con mi esposa.
María
Elsa Salas de Varela, 28 años. La Quiaca. Jujuy, 1952.
Excelente
narradora.
Cuento
1074. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 072
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