Dice
que una vez había un rey y una reina. Que eran muy queridos del
pueblo. Habían tenido un hijo, y la mala suerte había querido que
tuviera astas. No astas muy grandes sino unas astas medianas, dice,
que le ocultaban con la corona y con adornos. Pero no era güeno que
sepa el pueblo que el Príncipe tenía astas. Entonces, todos no
querían ser, dice, peluquero, porque todo peluquero que le cortaba
el cabello al Príncipe lu hacía matar el Rey para que no se
divulgue. Porque no conseguía que haya un hombre en el mundo que
pueda guardar un secreto.
Al
tener veinticinco años el Príncipe iba hacerse cargo del reino. Y
ya hacía veinte años que iban muriendo los peluqueros. Nadies
quería ser peluquero. Ya eran contados los peluqueros. Había
quedado uno que lo había hecho llamar el Rey y le dice:
-Mirá,
voy a morir. Nu hay peluqueros en el reino. Mi hijo tiene cuernos.
Confío en vos qui has sido mi amigo y que yo te he favorecido toda
la vida. Y que has sido mi íntimo amigo. Confío en vos que vas a
cuidar de mi hijo. Mi hijo tiene dos cuernos. Vos le vas a cortar el
pelo porque él se va hacer cargo del reino. Yo voy a morir y como
última gracia te pido esto, que guardes el secreto. Para tomar
precauciones, vas a vivir encerrado en una torre, no hay voluntá
humana que resista contar una cosa que ve.
Había
muerto el Rey. Li había cortado el pelo el peluquero al Príncipe y
li había visto las dos astas.
Lu
había encerrado en la torre al peluquero. Y sentía tantas ansias,
este hombre, de contarle a alguien, y sentía también el
remordimiento de traicionarlo al amigo. Entonces, dice, después de
las fiestas, que habían sido unas fiestas enormes, que si había
hecho cargo del reino el Príncipe, había pedido él, como gracia,
que lo saquen al campo. Lu habían sacado con escolta, al campo, y
todos iban taponados los oídos y vigilados por un capataz, por un
comandante, en fin. Y dice que este hombre tenía tantas ganas de
contar, que en un lugar húmedo había hecho un güequito, un hoyito
en el suelo, y si había agachau y había dicho:
Y
como les gustaba, dice, tocar la flauta, la quena, habían cortado
unas cañas y habían hecho una flauta. Y la soplaban.
Había
llegado a oídos del Rey. Había querido comprobar el caso. Había
ido y había hecho de las cañas una flauta, y tocaba, y decía:
-El
Rey tiene cuernos. El Rey tiene cuernos -las más gruesas.
Entonces
había llamado en plaza pública a su reino, y si había descubierto,
y les había avisado sinceramente, que tenía cuernos por defecto de
la naturaleza o qué sería, que el Rey tenía cuernos. Si ellos
creían que no podía gobernar, que nombren otro príncipe para rey.
Todo el pueblo, como era bueno, generoso, lu habían aclamado, que
ojala tuviera cuernos, era el indicado, dice, para seguir gober-nando
al pueblo. Reconoció, entonces, su defecto y siguió gobernando en
la paz de Dios. Y al peluquero lo sacaron, lo premiaron y siguió
viviendo por haber guardado su secreto.
Perfecto
Bazán, 49. Belén. Catamarca, 1969.
Cuento
889. Fuente: Berta
Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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