Había
una vieja que tenía un muchacho y lo conchabó a un rey del lugar.
Este Rey era pilón, pero vivía tan afligido por este defecto, que
no quería que nadie lo supiera. Había pensado que el que
descubriera que él era pilón y lo dijera, lo iba hacer matar.
Un
día, el muchacho conchabado descubrió que el Rey era pilón. Sabía
que lo matarían si lo decía, pero no podía guardar el secreto. A
cada momento tenía ganas de gritar: ¡El Rey es pilón! Todo el día
se desesperaba para que no le saliera el grito. Ya no podía ni
dormir; le había entrado como una fiebre. Como ya no podía soportar
más esta enfermedad, se fue al campo, cavó un pozo hondo, se metió
adentro, sacó la cabeza para ver que no hubiera nadie, y bajando la
cabeza gritó:
Salió
del pozo y lo tapó con tierra. El muchacho se sintió aliviado como
si se hubiera curado de una enfermedad grave.
Pasó
el tiempo, y el muchacho casi se había olvidado de lo que pasó.
Pero, un día llegó un hombre del campo con una gran novedad. Contó
que dos árboles criados a la par y medio cruzados, en un lugar no
muy lejos de ahí, al moverse y tocarse, decían, en cada
movimi-ento:
Inmediatamente
el Rey hizo averiguar por todas partes a qué se debía esto. Mandó
gente a todos lados, ¡y nada! No se podía descubrir cómo aquellos
árboles había aprendido a decir que el Rey era pilón. Todos se
enteraron del defecto del Rey y el Rey sufría mucho.
Se
había publicado que si se descubría el culpable lo haría matar, el
Rey. El muchacho se guardaba muy bien de ni hablar del asunto en
ninguna parte.
Como
vio el Rey que no podía descubrir el culpable, echó un bando
diciendo que el que diese razón de lo que había ocurrido con los
árboles, lo haría casar con su hija.
El
muchacho, cuando lo supo, no sabía cómo hacer para casarse con la
hija del Rey, y que no lo mataran. Entonce buscó la vuelta al
asunto. Empezó a afilar un cuchillo en una piedra, y le hacía
decir:
Esto
jue una gran novedad, en la comarca, otra vez. Se presentó el
muchacho al Rey y dijo que iba a decir quién había enseñado a los
árboles a descubrir la falta de Rey.
-¿Y
quién es? -dijo el Rey.
El
Rey no sabía qué hacer. Si lo hacía matar al muchacho no podía
hacer casar a su hija con un muerto. Y en eso estaba, cuando lo
aconsejaron que lo hiciera casar y lo perdonara. Así lo hizo el Rey,
y al fin se acostumbró a que lo llamaran El Rey Pilón.
Luis
Jerónimo Lucero. Nogolí. San Luis, 1947.
Cuento
892. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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