Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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sábado, 7 de febrero de 2015

El muerto agradecido .1031

Los tres hijos

Ésta era una viejita que tenía tres hijos, llamados, el mayor, José, el segundo Pedro y el menor, Juan. Esta señora se encontraba enferma. En poder d'ella tenía cuarenta pesos. Cuando ella se sintió mal, llamó a sus tres hijos y les dio a conocer que en poder d'ella tenía cuarenta pesos.
-Bueno, mis hijos -les dice, yo m'encuentro mal y pienso darles lo que les pertenece. Tomá, José, diez pesos; vos, Pedro, tomá diez pesos y vos, Juan, diez pesos. Yo me quedo con diez pesos. Vos, José -le dice, tomó estos lentes y te vas al monte. De ande me alcancís a ver con los lentes plantá un lindero, y de esta distancia que me hais visto, cuadró a todos vientos que esto será tuyo. Vos, Pedro, lo hacís igual y cuadró igualmente, que esto será tuyo. Y vos, Juan, lo hacís lo mismo, y cuadró a todo viento que esto será tuyo. La parte miya queda al sur, y yo la cuadraré si Dios me da vida.
Ellos se fueron contentos con lo que ella les había dado.
Ella siempre seguía enferma y llegó momento que ella seguía mal. Entós lo llamó a su hijo Juan:
-Vení, m'hijo, andá decile a José que me siento muy mal y que me preste los diez pesos, que yo le voy a dejar dos amigos para que le paguen.
José le contestó que él no le prestaba ni cinco centavos, y que si arregle ella. Igualmente le contestó Pedro. Juan le dio todo lo que tenía.
La madre siguió mal y lo llamó a su hijo Juanito:
-Mire, m'hijo -le dice, si yo muero, me echáis adentro de la petaca por nueve meses, y me cerrás la puerta. A los nueve meses abrí la puerta y será el pago que te dejo por tus finezas y güen corazón, pidiendoté que hagás, m'hijo, lo que yo te pido.
Pasaron cuatro días. Ella murió. Juan jue a pedir a los hermanos que lo ayudaran para el velorio y el entierro; los hermanos lo sacaron a punta di azotes y patadas.
Él se vino ande 'staba su madre muerta, y con resina de los molles veló a su madre, qu'hizo como velitas.
Después de muerta l'echó dentro de la petaca cumpliendo el pedido de la madre. Le cerró la puerta y se largó a comer pasto como un caballo, y a tomar agua. Se llenaba y se venía a su casita. Así pasó los nueve meses. A los nueve meses abrió la puerta y se encontró con dos caballos, uno tordillo y uno plateado, ensillados y con herrajes.
Él dijo:
-Agora, ¿qué hago acá? Agora me voy ande Dios mi ayude.
Salió de su casa y pasó por frente de la casa de su hermanos. Cuando lo vieron, lo llamaron con cariño. Era para matarlo y quitarle los caballos. Él no hizo caso y se retiró galopiando juerte y siguió su destino. Y se jue muy lejo. Siguió no más. Él, ande se le hacía la noche, no tenía más comida que pastiar al lado de sus caballos. Anduvo tres días y s'encontró al frente di un portón ande 'staba un letrero que decía: El que pase adentro d'este campo, será muerto. Él pensó:
-Para pasar la vida que paso, voy a entrar no más. Más bien que me maten para dejar de sufrir.
Al poco andar divisó dos jinetes que venían al frente d'él. Llegaron, lo saludaron y le dijieron qu'eran los hijos del dueño del campo. Le preguntaron los mozos si no lo había visto al letrero que había en el portón adonde él entró.
-Sí, lu hi visto, pero para pasar la vida que voy pasando, espero de que ustedes dispongan de mí.
Y entós contestaron los dos mocitos:
-Amigo, nunca l'himos pedido un favor a nuestro padre, pero agora pa salvarle su vida le vamos a pedir este favor a nuestro padre. Lo querimos a usté para hermano, lo que le vimos tan bien puesto en su persona y en su caballo, y lo que los gusta usté. Amigo, siga con nosotros.
Se dirigieron a la casa del padre qu'era un rey y lo dejaron a Juan en la calle; se bajan los dos hermanos y pasaron a consultar con el padre.
-Mire, papá, nosotros hasta la edá que tenimos nunca l'himos pedido un favor, y agora himos encontrado un mocito en nuestro campo, y lo querimos tener como hermano, para salvarle la vida.
-M'estraña, m'hijos -dijo el padre, el pedido de ustedes. Traigamelón, quero verlo.
Jueron y lo trajeron. Él lo saludó muy bien al padre de los mocitos.
-¿Usté es el que queren mis hijos para salvarle la vida?
-Sí, señor -le contestó él.
-Mire, m'hijo, yo le voy a apreciar como si juera hijo mío. Por el pedido de mis hijos, usté estese tranquilo acá junto con ellos.
En esos momentos entró la señora y a la señora le preguntó si 'staba conforme. Y la señora contestó:
-Estoy dispuesta a lo que usté ordene, como marido miyo y dueño de casa.
Y ya quedó el mozo como hijo de estos reyes.
Vivieron así tranquilos hasta la edá de veinte años. Un día le dijo el padre a Juan:
-Mirá, hijo, te voy a poner una tienda pa que aprendás a trabajar para vos, porque yo no tengo necesidá.
Jue y le puso una tienda. Juan ganó muchísimo y s'hizo millonario.
Un día jue a la casa del padre, le pidió la bendición y le dijo:
-Papá, vengo a rendir cuenta del dinero que se ha hecho en mi casa, y que usté lo debe saber como padre.
Y él le dijo:
-Yo no necesito m'hijo. Eso te lo di para vos, y vos sabrás disponer, y si algo más te hace falta, yo te lo voy a dar.
Él 'staba tranquilo en su tienda cuando vido pasar un viejito que gritaba:
-¿Quén si anima a pagar dos cargas de plata para enterrar este muerto en sagrado?
Como dos o tres veces pasó y contestó Juan:
-Vayan, entierrelón en sagrado y vengan a llevar las dos cargas de plata.
Y ya lu enterraron al muerto y Juan les dio la plata.
Al otro día llegaron los hermanos de Juan a la casa d'él, hechos un telar de inmundicia y de desdichas, y le dijieron:
-Juan, ¿esto es tuyo?
-Sí, hermanos -les contestó él.
-Ustedes 'stesen tranquilos en mi casa -les contestó Juan. Yo voy a ver si les salvo la vida del padre que me ha criado.
Se jue Juan a la casa del padre y le dijo:
-Mire, papá, han venido dos hermanos miyos y se ha penetrado ande usté me ha dado.
-'Ta bien, m'hijo, te los salvo por vos. Si vos les querís dar, dales de lo que es tuyo.
Se jue Juan a la casa d'él y les salvó la vida, y les dijo:
-Hermanos, dientren a mi tienda. Elijan trajes de lo que ustedes gusten de mi casa.
Él se jue, llamó un peluquero, los hizo pelar, los hizo bañar y los hizo aparecer a la par d'él. Y les dijo:
-Hermanos, mañana les doy una tienda ajuera del campo de mi padre de crianza pa que se busquen la vida.
Y así lo hizo.
A la casa de los hermanos no iba nadies a comprarles, y en la casa de Juan no se daba tiempo para despachar todos sus clientes. Entós entraron en envidia Pedro y José.
-Mirá, che -le dice un hermano al otro hermano. ¿Cómo haremos para hacerlo matar a Juan?
En aquellos momentos que ellos 'staban en consulta para hacerlo matar a Juan, llegó una vieja bruja y les dijo qu'era una cosa lo más fácil.
-Si ustedes me dan comestibles de su tienda para comer y vestirme, yo les diré cómo van a hacer para matar a Juan -ella les dijo.
Y ellos le dijieron que sí, que como no.
Y entós ella les dijo:
-Miren, al Rey le robaron una niña, un loro y una bola di oro. Y el Rey 'stá muy triste, nu es nada sin la hija y sin el loro y sin la bola di oro. Usté vaya mañana temprano y le dice al Rey que se ha dejau decir Juan que él es capaz de tráir la niña.
La hija del Rey 'staba en encanto en la casa de los moros.
Jue José, y le dijo al Rey:
-Permitamé una palabra, señor. ¿Usté sabe que Juan se dejó decir qu'él sabe ánde 'stá su hija, y qu'él es capaz de tráila?
Y se retiró José a la casa d'él.
Inmediatamente lo mandó a llamar el Rey a Juan. Jue Juan.
-Vengo obedeciendo sus órdenes -que le dijo.
-Vos te hais dejau decir que sois capaz de trairme m'hija y que sabís ande s'encuentra. Palabra de rey no puede faltar. Te pongo tres días de plazo, y si no la tráis a m'hija te corto el cogote. Vaya, agarre ese perro, elija caballo y vaya.
Juan lloraba sin consuelo porque era una cosa qu'él no sabía y que nu había dicho. Andaba él por agarrar caballo cuando se le apareció una yegüita flaca, al lado d'él, que dijo:
-Poneme el freno a mí no más, y te vas a tu casa y buscás una bolsita y la llenás de plata. Yo te voy a llevar ande s'encuentra la niña. Antes de llegar te van a encontrar los moros y te van a decir:
-¿Qué andás haciendo, gusanillo de la tierra?
Y vos les vas a decir:
-Vengo a correrles una carrera.
Y ellos te van a decir:
-¿Cuál es tu parejero? ¿Tráis plata?
Y vos les contestás:
-Esta yegüita flaca es mi parejero y traigo una bolsa de plata.
Y ya se jueron y todo pasó como dijo la yegüita.
Cuando vieron la yegüita, tan flaca, se consultaron que l'iban a ganar sin rebenque. Y se dispusieron de correr la carrera, y empezaron las partidas. Corrieron unas cuantas veces. En vista que no l'alcanzaban a la yegüita de Juan, les pidió éste que más bien la corriera la niña, l'hija del Rey que andaba áhi. Los moros con tal de no dejarlo ir con plata, la dejaron correr a la niña. Partieron dos veces. Largaron y en el medio de la cancha, sin que nadies se diera cuenta, desapareció la niña y Juan en la yegüita, sin saber los moros el rumbo que tomaron. Siguieron ellos, y por fin llegaron a la plaza del pueblo del Rey, y áhi le dijo la yeguita a Juan:
-Mirá, m'hijo, soy tu madre la que ti ha veníu a salvar. Ya me voy y que Dios ti ayude.
Se jueron a la casa del Rey y golpiaron las puertas. Salió el Rey y se puso contentísimo, abrazó a la hija y le dijo a Juan:
-¿Cómo dijistes que no sabías ánde estaba m'hija?
-Y Juan se jue a su casa y la niña quedó con su padre.
Al día siguiente la vieja bruja les dijo a los hermanos que alguien lu ayudaba a Juan. Que jueran y le dijieran al Rey que se había dejado decir que él sabía ánde 'staba el loro y qu'era capaz de tráilo. Y ya jue José y le dijo al Rey. El Rey lu hizo llamar a Juan y le dijo:
-Qué es que vos ti hais dejau decir que vos sabís ánde 'stá el loro y que sois capaz de trailo. Inmediatamente agarrá ese freno, elegí caballo y me lo vas a trair, sinó ti hago cortar el pescuezo. Palabra de Rey no puede faltar.
Jue, agarró caballo y tomó rumbo al norte. Galopió todo ese día hasta la noche, ande alcanzó a ver una lucesita que vía a una distancia lejo, y se dirigió a ella. Cuando llegó s'encontró con un viejo muy barbudo, que cuidaba una ollita muy chiquita, llenita de comida. Le dijo el viejito:
-Bajesé, amigo, yo sé que usté no ha comido.
-No, señor. Sí, he comido y para mejor decirle, no como porque se la voy acabar.
-¡Coma, amigo! Agora le pregunto, ¿en qué trabajos anda?
-Ando en busca del loro del Rey, que se lo han llevado los moros, y yo no sé ánde s'encuentra.
-Usté no si apure, amigo, usté suba en mi caballo. Tome esta varita. El caballo lo llevará ánde s'encuentra el loro. Ofertelé pan y cuando grite, aquí anda uno, peguesé tres veces con la varita en el medio de la cabeza y quedará hecho un tronco usté y el caballo.
Ya llegó y lo vido al loro y le dijo:
-Loro, ¿querís pan?
Y el loro gritó:
-Acá anda uno.
Vinieron los moros, y no vieron nada más que un tronco que 'staba áhi.
-Loro, ¿querís pan?
-Acá anda uno -volvió a decir el loro.
Vinieros los moros y creidos de que el loro se réiba d'ellos, lo voltiaron di un azote.
Volvió a levantarse Juan con el caballo y le dice:
-Loro, ¿querís pan?
-Güeno -le dice el loro.
Juan lo agarró al loro despacito pa que n'oyeran los moros y se jue a la casa del amigo barbudo.
-¿Cómo le jue, amigo? -le dice el viejo. ¿Consiguió lo que buscaba?
-Sí, señor.
-Agora usté va en mi caballo no más, pal palacio del Rey. Áhi le saca el freno y se lo acomoda en los tientos del recau, y me lo larga.
Y se jue. Ya cuando llegó golpió la puerta. Salió el Rey y l'entregó el loro.
-¿Y cómo dijo que no sabía ánde 'taba? -le dijo el Rey.
Bué... Salió callado y se jue a su casa, Juan.
Al otro día cayó la vieja bruja y le dijo a los hermanos:
-¿Ya vino Juan? Yo no sé quén lu ayuda, pero tuavía le falta la bola di oro. Ya va a morir.
Y ya vino José y le dijo al Rey que Juan se había dejáu decir qu'él sabía ánde 'staba la bola di oro, y la ropa de la niña hija del Rey.
Al día siguiente, bien temprano, el Rey lo mandó a llamar a Juan y le dijo:
-Vos ti hais dejáu decir que vos sabís ánde 'tá la bola di oro y la ropa de m'hija. Palabra de Rey no puede faltar. Si no me tráis todo, te hago matar mañana a primera hora. Agarra ese freno, elija caballo y salga.
Juan, siempre llorando, jue, agarró caballo y tomó los mismos rumbos di antes.
Esa misma noche llegó a la casa del viejo barbón. Cuando le dijo el viejo:
-¿Qué le pasa, amigo, que me visita tan pronto?
-Vengo con otro trabajo que no sé cómo lo voy a hacer.
-Eso no es nada, amigo. Aquí 'stá su amigo para ayudarlo en lo que pueda. Largue ese caballo pa qu' engorden los zorros, y suba en mi caballo y tome esta varita. Usté va a encontrar dos puertas. Deje su caballo, bajesé y toque las puertas con la varita.
Cuando si abran las puertas, dentre, y dentrando, sobre la derecha, áhi va a encontrar la ropa y la bola di oro.
Juan hizo las cosas tal cual le decía el viejo, sacó la ropa y la bola di oro, subió a caballo y volvió.
Ya cuando vino le dijo el viejo:
-¿Cómo le jue, amigo?
-Bien, señor -le dijo él.
-Mire, amigo, yo soy aquel que usté dio dos cargas de plata pa que m'enterraran en sagrado, y por su favor, amigo, lo vengo a ayudar. Agora, usté, amigo, va a hacer lo que yo le digo. Usté, cuando llegue a la casa del Rey y l'entregue la ropa de la niña y la bola di oro, él le va a decir que cobre lo que quera. Usté le pide unas cargas de plata. Cuando se las dé cargue el tordillo y siga en el platiau. Usté le va a decir que lo deje dar tres güeltas en el jardín del Rey, con la niña en las ancas, el loro y la bola di oro, pero no se vaya a juntar para nada con sus hermanos.
Así lo hizo todo, Juan.
A las tres güeltas, en l'última, s'hizo un remolino y se levantaron. El Rey había hecho rodiar el jardín con doble escolta, pero el caballo salió por los aires.
El Rey gritaba:
-¡Tiren a ese pícaro, matelón!
Pero no vían a nadies.
Juan y la niña se jueron lejo, lejo, de viaje. Ya lejo s'encontraron con mucha sé, y se dirigieron a un pozo 'e balde que se devisaba áhi cerca. Llegaron, y 'staban en consulta si sacarían u no agua para tomar, cuando devisaron que venían dos, y habían síu los hermanos de Juan. Ya se juntaron.
-¿Cómo te va, hermano? -le dijieron. ¿Qué estáis haciendo?
-'Stoy por ver si saco agua pa tomar -les dijo.
-Entós -le dijo Pedro, dentrate vos que sois más chico, y nosotros te vamos a ayudar a sacar, después que tomemos agua.
Juan se dentró al pozo, y cuando todos tomaron agua lo dejaron adentro, y se jueron. Juan tuvo como medio día, cuando en un redepente, el viejo barbón si asomó, y le preguntó a Juan:
-¿Qué 'stá haciendo amigo, áhi? ¿Qué le dije yo de sus hermanos?
Güeno, ya lo sacó el viejo y le dijo:
-Lo saco, amigo, pero va a hacer lo que yo le diga. Tiene que matar a sus hermanos, hacerlos quemar y aventar sus cenizas. ¿Lo va hacer, amigo?
-Sí, señor, lo voy a hacer.
-Vaya ande 'stá aquel hombre cuidando aquella majada y cambielé la ropa.
Y ya lo hizo Juan.
Y jue y le dijo al hombre:
-Vengo a cambiarle la ropa, amigo.
-No, amigo, ¡qué le voy a cambiar las hilachas que tengo por su ropa tan linda!
Y le dijo Juan:
-Hagamé este servicio, amigo.
-Bueno, amigo, le cambio la ropa.
Y lu hicieron, y Juan siguió con el amigo barbón y se dirigieron al pueblito.
El viejo le dijo:
-Agora lo voy a llevar a la casa di un carpintero, áhi yo no me voy a hacer presente pero voy a 'star siempre a su lado. Usté tiene que saber la guitarra -le dijo.
-No, señor, yo no sé, pero voy a tocar lo que pueda.
Cuando agarró la guitarra y la empezó a igualar y empezó a tocar, el carpintero de ver que tocaba tan lindo, le dijo que tenía que acompañarle a un baile. No era Juan el que tocaba la guitarra, era el viejo barbón, pero pal carpintero era invisible.
Ya el carpintero le dijo a Juan qu'eligiera de los trajes qu'él tenía, pero Juan le dijo que no, que iba a ir con el qu'él tenía.
Le dijo que iban a ir unos novios, y estos novios eran Pedro y la niña hija del Rey, que Pedro la obligaba a casarse con él.
El carpintero jue a pedir permisio para dar una música, y le contestaron que sí, con mucho gusto. Y entós empezó a tocar la guitarra y a cantar Juan. Cuando sintió la música, el caballo de Juan relinchó, el loro empezó a hablar, y la bola di oro empezó a andar de hombro en hombro, y dijo la niña:
-Éste va a ser mi marido porque éste es el que me salvó. Y ya toda la gente se almiró, y ya la niña dijo todo lo que había pasado, y Juan contó todo lo que los hermanos le habían hecho pasar.
Entós los agarró la polecía a los hermanos, y le preguntaron a Juan que qué hacían con ellos. Juan dijo que jueran muertos y quemados, y le aventaran la ceniza. Y así lo hicieron.
Juan se casó con la niña y se jueron a vivir muy felices.

Cayetano Cuello, 76 años. Merlo. Junín. San Luis, 1948.

Buen narrador. Muy buen guitarrista y cantor.

Cuento 1031. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini

0.015.1 anonimo (argentina) - 072



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