Que
era un matrimonio muy pobre que tenía tres hijos. Vivían di una
majadita de cabras, en un puestito en las sierras, y no tenían otro
recurso.
Un
día el hijo mayor les pidió permiso a los padres pa ir a rodar
tierra y ganar mucha plata pa remediar las necesidades.
-Voy
a trabajar mucho y voy a trair oro pa llenar el rancho, mama y taita
-les decía. Dejemén que vaya por esos mundos. Yo no me voy a
conformar con poco. Ya van a ver lo que voy a trair.
Los
viejitos se pusieron tristes, pero eran tan pobres que lo dejaron ir.
La madre le preparó un poco de fiambre pal viaje, y se jue.
A
los tiempos el del medio les dijo lo mismo, que quería salir a rodar
tierra como el mayor. Lo mismo le dijieron, que era para ellos muy
triste que los dejara, pero eran tan pobres que necesitaban ayuda.
Este chango era muy comilón y la madre le preparó mucho quieso de
cabra, de sus cabritas, y le hizo unas cuantas tortas, de esas que se
hacen al juego, en arena. Con las alforjas bien repletas se despidió,
y se jue.
A
los tiempos, les dice también el menor, el shulco, que lo dejaran ir
a rodar tierra, a trabajar y a ver si averiguaba algo de los
hermanos, que no sabían nada. Áhi los viejitos se largaron a llorar
y le pedían que se quedara, que era muy chico, que iba a correr
muchos peligros. Pero al fin los convenció y le dieron permisio pa
que se juera a rodar tierra. Ya 'taban tan pobres estos viejitos, que
no tenían más que un pedacito 'e charque y eso le preparó la
viejita para fiambre del viaje. El chango les pidió la bendición:
-Que
Dios te bendiga y ti ayude en todo, m'hijito -le dijieron. Hais de
tener cuidau que no te pase nada y hais de confiar en Dios siempre,
si querís tener suerte.
-Yo
gua volver con lo que Dios me ayude -iba pensando el muchacho- aunque
sea poco, total somos tan pobres.
El
hermano mayor se topó en el camino con un viejito, que parecía muy
pobre, mal vestido y barbudo. Se pararon, se saludaron, y el viejito
le pidió algo pa llevar a la boca porque hacía tres diyas que no
comía nada. Le dijo qui hacía tres diyas que no comía nada. Este
muchacho que era muy avariento, le preguntó qué le iba dar él, si
le daba algo de su fiambre. Entonce el viejito, que era Dios, le dijo
que le iba a dar la virtú que él pidiera, que para eso tenía
poder. El muchacho desconfiaba, y entonce, como era tan interesado,
le dice:
El
muchacho alzó una piegrita del camino y se volvió oro, en el mesmo
momento. Y ya se puso muy contento y le dio un pedazo de fiambre.
El
hermano del medio se encontró también con el viejito hilachento,
éste. Se pararon a conversar y el viejito le pidió también algo de
comer. Entonce este muchacho que era tan comilón, le preguntó al
viejito qué le iba a dar si li hacía parte de su comida. El viejito
le dijo:
-Y,
yo tengo aquí pan y quieso. Que cada vez que meta la mano a mis
bolsillos o a las alforjas, se llenen de pan y quieso. Así tengo
siempre qué comer.
El
muchacho metió la mano al bolsillo y sacó pan y quieso. Volvió a
mater la mano y volvió a sacar pan y quieso.
-¿Cómo
anda, taita viejo? ¿No necesita nada?
El
muchacho sacó en seguida su fiambrecito y le dio al viejito que se
sirviera. Comieron y cuando se jueron a despedir, le dijo el viejito:
-Con
nada, taita viejo, ya voy a comenzar a trabajar en alguna parte y me
voy a ganar unas monedas para seguir viaje.
-Güeno,
yo tengo una moneda de veinte, te la echo al bolsillo y te doy la
virtú que cada vez que metáis la mano al bolsillo vas a sacar
muchas monedas de veinte, todas las que ti hagan falta. Ya te podís
volver a tu casa porque la virtú es para toda la vida.
El
mayor, al rato no más que dejó al viejito, tocó las alforjas y se
le hicieron di oro. Agarró piegritas y llenó las alforjas, todas
hechas di oro. Ya iba con su carga di oro que cuasi no podía caminar
el caballo. Con el gusto si había olvidau de comer y ya le dolía el
estómago di hambre. Entonce sacó su fiambre, pero en cuantito lu
agarró se le hizo di oro. Lo guardó y siguió. Ya se moría de sé
y se bajó a tomar agua en una vertiente qui había en el camino. Si
agachó y tomó agua, y sintió que un chorro duro le tapaba la
garganta. Escupió, y era la agua hecha oro. Subió al caballo y
siguió. Encontró al rato no más a un arriero y le dijo que ya se
moría di hambre y de sé, que le iba a dar la mitá de la carga di
oro si le arrimaba un pedazo de fiambre y un poquito di agua, porque
él no podía mover las manos.
El
arriero creyó que era un enfermo y lo socorrió. Le arrimó a la
boca un pedazo de fiambre, pero áhi no más se le convirtió en oro.
Le arrimó un jarrito di gua, y también se hizo oro la agua. Entonce
se botó al suelo, como loco, maldiciendo la virtú que él había
pedido, y decía:
-Por
un bocau de comida y un trago di agua, cambiaría todo el oro del
mundo si pudiera salvarme. ¡Que Dios me ayude, que Dios me salve!
Entonce
vio que aparecía a la distancia el mismo viejito, que lu alcanzaba
al trotecito de su burro. Llegó y le preguntó cómo le iba con la
virtú que él le había pedido.
Y
el muchacho le suplicó que lo librara, por caridá, de ese castigo.
El viejito lu aconsejó que no juera más avariento y lo libró de la
virtú y le dio comida y agua.
El
del medio llegó al rato. Venía enfermo que ya se moría de tanto
comer y con una carga de pan y quieso que ya no se podía mover el
caballo que montaba.
También
le pidió al viejito que lo librara de esa virtú, porque era tan
comilón, que no podía librarse de la tentación de'tar comiendo
todo el día. Y el viejito lo libró también.
Al
rato llegó el shulco. Tráiba una carguita de cosas y comida pa su
casa. Él, sólo metía la mano al bolsillo pa sacar un veinte cuando
necesitaba y se conformaba con poco. Y entonce saludó, abrazó a sus
hermanos, y al verlos, tan hinchado al del medio y tan seco al mayor,
preguntó qué contenía eso. El viejito le esplicó todo y les dijo
que él era Dios, y qui había venido para enseñarles el buen
camino, y que por cariño al menor los salvaba a los otros mayores. Y
que los dejaba pa que trabajaran siguiendo el ejemplo del shulco.
Y
áhi se volvieron a la casa, los tres, y vivieron con la virtú del
shulco y el trabajo de todos. Y los viejitos se quedaron muy
contentos con la vuelta de los hijos y vivieron muchos años felices.
Cuento
885. Fuente: Berta Elena
Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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ResponderEliminarLoliti
ResponderEliminarTengo hambre
ResponderEliminarAhre
ResponderEliminarCHE ME DISEN LA SEPARACION DE LOS EPISODIOS
ResponderEliminarMe encantó el cuento gracias por crear cosas sanas para la inanidad 👍😁
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