Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 2 de febrero de 2015

El hermano avariento, el hermano comilón y el hermano bueno .885

Que era un matrimonio muy pobre que tenía tres hijos. Vivían di una majadita de cabras, en un puestito en las sierras, y no tenían otro recurso.
Un día el hijo mayor les pidió permiso a los padres pa ir a rodar tierra y ganar mucha plata pa remediar las necesidades.
-Voy a trabajar mucho y voy a trair oro pa llenar el rancho, mama y taita -les decía. Dejemén que vaya por esos mundos. Yo no me voy a conformar con poco. Ya van a ver lo que voy a trair.
Los viejitos se pusieron tristes, pero eran tan pobres que lo dejaron ir. La madre le preparó un poco de fiambre pal viaje, y se jue.
A los tiempos el del medio les dijo lo mismo, que quería salir a rodar tierra como el mayor. Lo mismo le dijieron, que era para ellos muy triste que los dejara, pero eran tan pobres que necesitaban ayuda. Este chango era muy comilón y la madre le preparó mucho quieso de cabra, de sus cabritas, y le hizo unas cuantas tortas, de esas que se hacen al juego, en arena. Con las alforjas bien repletas se despidió, y se jue.
A los tiempos, les dice también el menor, el shulco, que lo dejaran ir a rodar tierra, a trabajar y a ver si averiguaba algo de los hermanos, que no sabían nada. Áhi los viejitos se largaron a llorar y le pedían que se quedara, que era muy chico, que iba a correr muchos peligros. Pero al fin los convenció y le dieron permisio pa que se juera a rodar tierra. Ya 'taban tan pobres estos viejitos, que no tenían más que un pedacito 'e charque y eso le preparó la viejita para fiambre del viaje. El chango les pidió la bendición:
-¡La bendición mi mama! ¡La bendición mi taita!
-Que Dios te bendiga y ti ayude en todo, m'hijito -le dijieron. Hais de tener cuidau que no te pase nada y hais de confiar en Dios siempre, si querís tener suerte.
Y el shulco salió y siguió por el mesmo camino qui habían seguíu los hermanos.
-Yo gua volver con lo que Dios me ayude -iba pensando el muchacho- aunque sea poco, total somos tan pobres.
El hermano mayor se topó en el camino con un viejito, que parecía muy pobre, mal vestido y barbudo. Se pararon, se saludaron, y el viejito le pidió algo pa llevar a la boca porque hacía tres diyas que no comía nada. Le dijo qui hacía tres diyas que no comía nada. Este muchacho que era muy avariento, le preguntó qué le iba dar él, si le daba algo de su fiambre. Entonce el viejito, que era Dios, le dijo que le iba a dar la virtú que él pidiera, que para eso tenía poder. El muchacho desconfiaba, y entonce, como era tan interesado, le dice:
-Quero la virtú que lo que yo toque si haga oro.
-Tá bien -le dijo el viejito-, ya tenís la virtú.
-A ver, voy a comprobar si es cierto.
-Güeno, alzá una piegrita.
El muchacho alzó una piegrita del camino y se volvió oro, en el mesmo momento. Y ya se puso muy contento y le dio un pedazo de fiambre.
-Güeno, ya tenís la virtú, ya podís volver a tu casa, porque es pa ayuda de tus viejitos.
El muchacho resolvió volver a su casa con esta virtú.
El hermano del medio se encontró también con el viejito hilachento, éste. Se pararon a conversar y el viejito le pidió también algo de comer. Entonce este muchacho que era tan comilón, le preguntó al viejito qué le iba a dar si li hacía parte de su comida. El viejito le dijo:
-Te gua dar una virtú, lo que vos querís, pa eso tengo poder.
-Y, yo tengo aquí pan y quieso. Que cada vez que meta la mano a mis bolsillos o a las alforjas, se llenen de pan y quieso. Así tengo siempre qué comer.
-Güeno, probá la virtú, pero va ser mejor cuando lleguís a tu casa.
El muchacho metió la mano al bolsillo y sacó pan y quieso. Volvió a mater la mano y volvió a sacar pan y quieso.
El muchacho le hizo parte al viejito y se volvió a su casa muy contento con esta virtú.
El shulco también lo encontró al viejito. Se saludaron:
-Güen diya, taita viejo.
-Güen diya, hijito.
-¿Cómo anda, taita viejo? ¿No necesita nada?
-Alguna comidita, si me podís proporcionar. Hacen tres diyas que no pruebo bocau.
El muchacho sacó en seguida su fiambrecito y le dio al viejito que se sirviera. Comieron y cuando se jueron a despedir, le dijo el viejito:
-¿Conque querís que te recompense?
-Con nada, taita viejo, ya voy a comenzar a trabajar en alguna parte y me voy a ganar unas monedas para seguir viaje.
Entonce le dice el viejito:
-Güeno, yo tengo una moneda de veinte, te la echo al bolsillo y te doy la virtú que cada vez que metáis la mano al bolsillo vas a sacar muchas monedas de veinte, todas las que ti hagan falta. Ya te podís volver a tu casa porque la virtú es para toda la vida.
El shulco no tenía palabras para agradecer al viejito y se volvió muy contento.
El mayor, al rato no más que dejó al viejito, tocó las alforjas y se le hicieron di oro. Agarró piegritas y llenó las alforjas, todas hechas di oro. Ya iba con su carga di oro que cuasi no podía caminar el caballo. Con el gusto si había olvidau de comer y ya le dolía el estómago di hambre. Entonce sacó su fiambre, pero en cuantito lu agarró se le hizo di oro. Lo guardó y siguió. Ya se moría de sé y se bajó a tomar agua en una vertiente qui había en el camino. Si agachó y tomó agua, y sintió que un chorro duro le tapaba la garganta. Escupió, y era la agua hecha oro. Subió al caballo y siguió. Encontró al rato no más a un arriero y le dijo que ya se moría di hambre y de sé, que le iba a dar la mitá de la carga di oro si le arrimaba un pedazo de fiambre y un poquito di agua, porque él no podía mover las manos.
El arriero creyó que era un enfermo y lo socorrió. Le arrimó a la boca un pedazo de fiambre, pero áhi no más se le convirtió en oro. Le arrimó un jarrito di gua, y también se hizo oro la agua. Entonce se botó al suelo, como loco, maldiciendo la virtú que él había pedido, y decía:
-Por un bocau de comida y un trago di agua, cambiaría todo el oro del mundo si pudiera salvarme. ¡Que Dios me ayude, que Dios me salve!
Entonce vio que aparecía a la distancia el mismo viejito, que lu alcanzaba al trotecito de su burro. Llegó y le preguntó cómo le iba con la virtú que él le había pedido.
Y el muchacho le suplicó que lo librara, por caridá, de ese castigo. El viejito lu aconsejó que no juera más avariento y lo libró de la virtú y le dio comida y agua.
Y así volvió a su casa como era antes.
El del medio llegó al rato. Venía enfermo que ya se moría de tanto comer y con una carga de pan y quieso que ya no se podía mover el caballo que montaba.
También le pidió al viejito que lo librara de esa virtú, porque era tan comilón, que no podía librarse de la tentación de'tar comiendo todo el día. Y el viejito lo libró también.
Al rato llegó el shulco. Tráiba una carguita de cosas y comida pa su casa. Él, sólo metía la mano al bolsillo pa sacar un veinte cuando necesitaba y se conformaba con poco. Y entonce saludó, abrazó a sus hermanos, y al verlos, tan hinchado al del medio y tan seco al mayor, preguntó qué contenía eso. El viejito le esplicó todo y les dijo que él era Dios, y qui había venido para enseñarles el buen camino, y que por cariño al menor los salvaba a los otros mayores. Y que los dejaba pa que trabajaran siguiendo el ejemplo del shulco.
Y áhi se volvieron a la casa, los tres, y vivieron con la virtú del shulco y el trabajo de todos. Y los viejitos se quedaron muy contentos con la vuelta de los hijos y vivieron muchos años felices.

Fidel Castro, 80 años. Huaco. Jáchal. San Juan, 1958.

Campesino rústico y analfabeto.

Cuento 885. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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