Dicen
que el caso del dijunto en pena que asustaba, sucedió unos años
antes que se hiciera el ferrocarril que va de San Juan a Mendoza, en
un lugar que queda entre Retamito y Ramblón. Dicen qui áhi había
tan solo un rancho y un corral abandonado, porque sus dueños habían
muerto. En esos años, los arrieros tenían la costumbre de alojarse
en ese rancho, pero sucedió que empezó a correrse la voz de que
allí asustaban, porque a la medianoche se sentían golpes en el
techo del rancho, y voces.
Sucedió
una vez que un arriero que iba de San Juan a Mendoza, acompañado di
un pión, se encontró en el camino con otros arrieros que le
preguntaron que adónde pensaba alojarse, a lo que éste les contestó
que se alojaría en el rancho abandonado. Entonces los otros arrieros
lo desanimaron y le dijieron que no juera al rancho porque áhi
asustaban. El arriero era muy corajudo y les dijo que lo mismo iba a
pasar la noche en el rancho, porque él no conocía lo que era tener
miedo.
El
arriero y su pión llegaron al rancho abandonado al anochecer.
Después de desensillar y acomodar los animales en el corral, se
jueron a la cocina, hicieron juego y pusieron un güen churrasco. El
pión del arriero que no sabía que en el rancho espantaban, después
que comieron el asado se jue a dormir. El arriero quedó solo a la
orilla del juego, esperando a ver qué pasaba.
'Taba
el arriero jumando a la orilla del juego, cuando a eso de la media
noche una voz del techo le dice:
Y
diciendo y haciendo, la echó al juego a la pierna, pero vio que
saltó a un lado la pierna. En el mismo momento, en el techo
volvieron a decir:
Entonces
cayó del techo lo demás del esqueleto y se le pegó la pierna qui
había caido más antes. El esqueleto se sentó a la orilla del
juego, y le dijo al arriero que con su coraje lo salvaba, porque él
era un dijunto que andaba penando. Como del esqueleto salían luces,
le dijo el muerto que no le juera a tener miedo por eso. Entonces el
arriero dijo:
Güeno,
entonces le dijo que cavara en un rincón del rancho. Y el arriero
cavó y sacó un botijo lleno de prendas de plata de mucho valor.
Entonces el esqueleto le dijo que le dijiera una misa y que todo lo
demás era para él, porque lo había salvado, que agora no asustaría
más y descansaría. Después el esqueleto se despidió, se trasformó
en una bola 'e juego y desapareció. El arriero corajudo quedó rico
y no espantaron más en ese rancho.
En
la antigüedá se contaba que la gente que en vida enterraba cosas de
valor para que no se las robaran, que si morían sin haberlas sacado
antes, sus almas no podían salvarse. Sólo se salvaban si alguna
persona muy valiente era capaz de hablar con el muerto, y le recibía
el secreto y sacaba los entierros, y rogaba por su alma en pena.
Juana
Oro, 57 años. Cienaguita. Sarmiento. San Juan, 1951.
Campesina.
Buena narradora.
El
cuento tradicional tiene forma de caso en esta recreación comarcana.
Cuento
908. Fuente: Berta Elena
Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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