Era
una viejita hachera. Era trabajadora en el campo. Un día 'taba
hachando un árbol muy corpulento. En cada hachazo que pegaba oía
que decían:
Entonce
rompió una parte del tronco y vio que había un güeco. Y entonce
del güeco sacó un niñito. Y se jue para las casas con el niñito,
contenta, la viejita. Ya lo crio al niñito. Lo hizo bautizar y le
puso el nombre de Angelino, pero le decían Chiquillo.
Se
jue la viejita a la casa del compadre y le cuenta que el niño
lloraba por el cabrito, y él le dice:
La
viejita le hizo riendas, y apero, y todo lo adecuado para que el
chico ande en el cabrito. El chico montaba en el cabrito y le traiba
cargas de leña a la viejita.
Mientra
los mozos 'taban adentro, el chico se quedó por afuera, medio
escondido, y oyó que la vieja preparaba todo para matar a los mozos.
Y
ella se lo dio.
Y
efectivamente, la vieja hacía acostar pal lau del rincón a los que
quería comer y ella se acostaba para el lau de bajarse de la cama. Y
a la noche los mataba y los comía.
Entonce
el niño les dice a los mozos que no si acuesten para el lau del
rincón, sinó que la hicieran acostar a la vieja para ese lau. Y que
ellos tenían que salir en cuanto se durmiera la vieja.
La
vieja tenia una chancha, que era el caballo que ella tenía, en un
chiquero. Era muy ligera esa chancha. Entonce el niño le robó el
puñal a la vieja y le hizo pedacitos la chancha. Y los llamó a los
mozos. Subieron los cuatro en un caballo que tenía la bruja, y se
dispararon.
-¡Ay,
niño, cómo los salvamos! ¡Áhi viene la vieja! Había unido, la
vieja, todos los pedazos de la chancha, y los venía corriendo en
ella. Entonce el mozo sacó el peine y lo tiró al suelo. Se formó
un pencal tremendo. Entonces ellos pasaron y la vieja quedó atrás.
Áhi
quedó la vieja porfiando por pasar el pencal, y al fin lo pasó.
Entonce uno dio güelta y la ve a la vieja que viene cerquita, y le
dice:
Entonce
sacó el jabón y lo tiró al suelo. Y al tirarlo, se formó una
niblina. La vieja no podía pasar la niblina, quedó confundida, y no
pudo pasar. Al fin pasó.
El
niño les dijo:
-Cuando
la vieja les diga, ¡mozos a la bolsa!, ustedes miren arriba, sinó
se van a cair y los va a embolsar.
Los
mozos si asustaron con la voz de la bruja, y los mozos no aguantaron
y miraron abajo, y cayeron a la bolsa.
Entonce
la vieja subió y él bajó por otra parte del árbol. Los sacó a
los mozos. Le prendieron juego al árbol y la quemaron viva a la
vieja.
Entonce
volvieron a la casa de la vieja ésta, le sacaron las prendas que
tenía y se repartieron entre ellos.
-Cumpliendo
con mi deber de lo que Dios me mandó. Los hi salváu a esos mozos y
también hi quemáu una bruja qui hacía mucho mal en este lugar.
Supo
el Rey de esto. Y mandó ofrecer una cantidá de plata a quen tuviera
el sol encerrado y lo soltara, y Angelino dijo que él lo tenía. Lo
llamó el Rey y le preguntó, y él dijo:
Y
al largar el sol, todo el pueblo dispone una fiesta, porque también
se enteraron que Angelino había salvado al pueblo de la bruja. Y la
fiesta jue con música, acordiones, guitarras y cuetes. Y jueron
Angelino y la viejita a la fiesta.
Y
cuando salió la luna, hizo lo mismo Angelino. La encerró en un
tarrito de café. Entonce el Rey le mandó decir por cuánto largaba
la luna, y él le dijo:
-Porque
soy un ángel que Dios me mandó para que la salvara a usté y al
lugar de la bruja, que era el azote del pueblo.
La
dejó rica a la viejita, y el cabrito y él se convirtieron en
palomitas y se volaron, y se jueron.
Rafael
Amaya, 50 años. Tulumba. Córdoba, 1952.
El
narrador es persona de cierta cultura.
En
el cuento figura el motivo de la fuga mágica.
Cuento
939. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
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anonimo (argentina) - 069
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