Éste
era un viejo y una vieja. Y tenían tres hijos. Y ya cuando ya 'taban
grandes los hijos, los dos mayores, ¿no?, que dicen:
-Mamá,
nos vamos a ir a rodar tierra, a trabajar, a buscar en qué trabajar,
ya que aquí no se consigue nada. ¡Tamos tan pobres!
-No,
no, vos sos muy chico. Vos no podés ir porque sos muy chico todavía
-dicen los viejos, y los hermanos también.
Tuvieron
que darle la bendición los viejos, pero los hermanos no querían
llevarlo. Le pegaban, lo corrían, lo hacían que se vuelva. Y él
volvía a alcanzarlos. Volvían a pegarle y hacerlo que se vuelva, y
los volvía alcanzar de nuevo.
-Bueno,
lo dejemos -que le dice uno al otro- lo dejemos, total ya 'tá muy
lejos para que se vuelva. Lo llevemos.
-Que
sos un intruso, que de intruso ti has venido, que en vez de 'tar
acompañando a los padres, te venís a andar con nosotros -le decían.
Y
por fin habían ido, habían caminado tanto. Llegaron cansados.
Encontraron una casa en el campo y llegaron, cansados. Que había
sido de un gigante que era casado con una vieja bruja. Y estos comían
carne humana, comían la gente. Y tenían unas hijas, tres hijas
tamén tenían ellos, el gigante con la bruja y una negra. Y bueno,
que dicen:
Les
dieron de comer. Les dieron cama, tamén. Y los hicieron acostar en
una sola cama a las hijas de ellos con los muchachos éstos. Y que
dicen:
-Para
diferenciarlos, porque muy temprano, de noche no más los vamos a
matar para comelos mañana, les vamos a poner a las niñas unas
gorras muy lindas.
Entonce
el chico, si había dado cuenta. Los otros no si habían dado cuenta
nada. Que estos habían ido y les habían puesto unas gorras muy
lindas, muy bien adornadas a las chicas para diferen-ciarlas de
ellos. Y en la noche, cuando ya si habían dormido todos, se levantó
el chico y les sacó las gorras, y se puso él una y les puso a los
hermanos las otras. Y las dejó a las chicas sin gorras. Bueno... En
la noche, ya cerca del alba, no dormía, 'taba cuidando, cuidando no
más. Y han ido éstos y las han muerto, creyendo que eran los
muchachos, las han muerto a las hijas. Bueno... Entonce si ha ido y
los ha despertado a los hermanos.
Y
si han ido. Han ido. Que había un río muy grande. Tenían que pasar
un río, por dentro l'agua, seguro, porque no había puente, no había
nada. Y bueno, pasaron. Agatas lo pasaron al río. Y se fueron.
Llegaron a un palacio di un rey.
Y
el gigante con la vieja bruja cuando se levantaron, ¡ay! se dieron
cuenta que eran las hijas las que las habían muerto, que dicen:
-¡Ay!
¡qué bandidos! ¡Si yo pudiera pasar el río los seguiría y los
mataría! Vea lo que nos han hecho. Nos han muerto nuestras hijas.
Bueno...
Pero es que ya no había caso. Ya se habían ido éstos. Habían
llegado a la casa de un rey allá. El Rey tenía tres hijas. Y dice
que les habían dado trabajo a los grandes, que al chico no le daban
porque era muy joven, muy chico, no podían darle trabajo, no había
trabajo para él. Y él decía:
-Y
que déme trabajo que yo puedo trabajar en cualquier cosa.
Y
un día se pone una de las gorras para ir a dale de comer a los
chanchos. Y el Rey éste tenía una negra, también, esclava, áhi. Y
es que va y le dice a una de las niñas:
Niña,
viera el Chiquillo, tiene una gora ¡de bonita! Por qué no le pide
la gora. Comprelé la gora. Que si se la pone él, para usté le va
quedar muy bien esa gora. ¿Para qué se va poner él esa gora? Y
dice:
-Que
yo quiero hablar con ella. Que yo no le puedo vender la gorra, éste,
por intermedio de vos. Que ella hable. Que me deje entrar donde ella
está para que me compre la gorra. Que le voy a vender pero si me
deja entrar donde ella está.
-Pero,
señorita, qué tene, ¿qué tene que lo haga entrar un ratito para
que le compre la gora? Viera qué gora más bonita. Que, señorita,
que comprelé la gora:
Y
que le dice:
-Pero,
señorita, que tene, que tene. Nadie va a saber. Yo depué le voy a
lavar bien le voy a lavar, le voy a limpiar bien.
Después
que viene, al otro día. Se pone otra gorra más linda. Si había
puesto la más fea. La otra es más linda. Ya va la negra para la
otra niña. Que le dice:
-Señorita,
viera ¡qué gora tiene el Chiquillo! Y di que no quere vendela. Por
qué no le compra usté. Yo le guá hacé que le venda.
-Y
que no, por qué no le vende a la señorita, que para qué queré vos
esa gora. Para andar dando de comer a los chanchos. Esa gora queda
lindo para la señorita.
-Bueno,
decile que le vendo, pero que yo tengo que conversá con ella. No lo
vendo por intermedio de vos.
Y
va y le avisa.
-¡Pero
no faltaba más! ¡Qué atrevido! ¡Qué se cré que lo voy hacer
entrar a mi aposento! ¡Que no, que no crea!
-Pero,
señorita, que es muy bonita la gora. Que tiene que venga un
momentito, nadie va saber. Su padre no va saber. Yo lo voy hacer
entrar en escondida.
-Pero,
señorita, ¿qué le va hacer? Que yo la vua lavar bien depué. Que
és una gora mu bonita. ¡Cómo la va a dejar!
-¡Ay!,
señorita -a la otra niña más jovencita, señorita, que vea. El
Chiquillo tiene una gora mu bonita. Ya las otras niñas ya han
comprado. Falta usté no más que le compre. Y ésta es má bonita
que las que han comprado las otras señoritas. Comprelá unté.
-¡Oh!,
¡dejame de molestar. Qué voy a comprar una gorra! ¡Qué!
-Sí,
¡pero es muy bonita! ¡Viera qué adornos más bonitos tiene!
Piedras preciosas tiene la gora. Comprelé, comprelé.
-Sí,
pero yo tengo que hablar con ella, yo no te la voy a vender a vos.
Tengo que ir adonde ella está, para conversar con ella, para
venderle; para que tratemos.
-Pero,
señorita, ¿qué tiene? Si es tan bonita, la gora. Pero si viene un
ratito y ya se va. Nadie lo va ver, yo lo voy hacer entrar en
escondida.
-Pero
si es el Chiquillo, ese muchachito chico que le da de comer a los
chanchos. Si es un muchachito, si no es un hombre grande.
-Que
le quero tocar la tibia.
-¡Ah!,
¡qué atrevido! ¡Qué atrevido! ¡Que mandesé a cambiar di aquí!
Tan insolente. Que yo no le voy a permitir que me venga a faltar el
respeto aquí. Entó la negra le dice:
-Pero,
señorita, qué tiene, qué tiene, yo lo vuá a lavar depués, mu
bien. Que nadie va a saber. Comprelé la gora.
Y
se va el Chiquillo. Y bueno, ya cuando los hermanos lo vían que
entraba y salía de ahí, de los aposentos de las señoritas, ya si
habían puesto medio avispados, que dicen:
-¿Qué
anda haciendo éste entrando a los aposentos de las señoritas? Es
capaz, de atrevido, de andarles faltando el respeto a las señoritas.
¿Y cómo ellas lo dejan entrar?
Ya
le han empezado a tomale envidia. Él, que siendo un chancherito, que
era, quesque si iba a meter en las piezas de las señoritas y quesque
por qué. Entonces que lo habían delatado al Rey, que dice que el
Chiquillo se había dejado decir que era capaz de ir y robale el loro
adivino al gigante. Nunca dijo el Chiquillo. Era mentira pero ellos
li habían tomado envidia y para que lo maten por ahi, sabiendo que
el gigante lo iba a matar.
-Que
no, señor Rey, que no Majestá. Yo no, yo no le he dicho nada,
porque yo no soy capaz. Qué voy a ser capaz. Yo no he dicho nada.
-No,
no, no. Palabra de Rey no puede fallar. Y tenés que ir a traerlo, si
no te voy hacer cortar la cabeza.
Ya
si había levantado el gigante, pero el Chiquillo ya había pasado el
río. Pasando el río ya no li hacía nada el gigante. El gigante que
no podía pasar el río. Y que dice:
-¡Ah!
¡bandido, gusanillo de la tierra, algún día has de volver!
-Tal
vez que sí, tal vez que no, tal vez que por vos también -que le
dice el Chiquillo del otro lado.
Claro,
los otros si habían puesto más envidiosos de ver cómo hacía esa
proeza de llevar el loro con semejante gigante tan malo.
Que
tenía un caballo de siete colores. Ya lu habían delatado otra vez
en el Rey que había dicho el Chiquillo que era capaz de robarle al
gigante el caballo de siete colores.
-¿Pero
que vos te has dejado decir que sos capaz de traerme el caballo de
siete colores del gigante?
-No,
no señor, yo no lo hi dicho. Yo no soy capaz. Cómo voy a ser capaz.
No, yo no hi dicho nada de eso.
-No,
no, no. Tenés que traerlo. Palabra de Rey no puede faltar. Y vas a
traerlo si no ti hago cortar la cabeza.
Va
allá y nu hallaba qué hacer. Y claro, ya el caballo era más
difícil. Estaba en las caballerizas, pero, claro, parece que no
estaban cerradas. ¡Ay!, y empieza a andar por áhi, ya cuando se
hizo la noche, y nu hallaba qué hacer. Hasta que ya había podido
entrar a las caballerizas. Y li ha empezau a dar pastito al caballo,
par engañarlo así, hasta que había podido subilo al caballo. Y
había empezado a arrialo despacito, despacito, hasta que lo sacó.
Ya una vez que pasó al otro lau del río, ya le gritó:
-¡Ay!
-que dice el gigante- este Chiquillo me va volver pobre. Ya me llevó
el loro y ahora me ha llevado el caballo de siete colores.
Y
andaba cuidando. Andaba buscando cómo pillarlo al Chiquillo.
Buscandoló siempre que andaba, buscandoló.
Entonces
que dicen los otros hermanos, ya que lo veían que andaba, claro ya
el Rey, con esto, ya lo apreciaba más que a ellos. Se pusieron más
envidiosos y dicen:
-Vamos
a decirle al Rey que ha dicho que le va a traer la colcha de
campanillas de oro que tiene el gigante.
-Que
vos te has dejado decir -dice el Rey- que vas a traer la colcha de
campanillas de oro que tiene el gigante.
-¡Ay!
señor, yo nu hi dicho nada. Cómo voy a traer una colcha. Con eso se
tapan ellos. Cómo lo voy a traer. No, nu hi dicho.
Bueno,
va. Y no sabía cómo hacer para sacarle la colcha. Y va y después
que se duermen éstos, se entró despacito y se dentró bajo la cama.
Y empezó a tirar di un lado.
-Pero,
ché -que le decía la vieja bruja- dejá de tirar la colcha, me
dejás destapada.
Entonces,
rápido lo alza y sale despacito, corriendo. Despacito, sin hacer
ruido, que no hagan ruido las campanillas, porque las campa-nillas
tienen una sola cosa, que hacían ruido. Y bueno, cuando ya ha pasado
el reo recién li ha hecho ruido con las campanillas. ¡Ay!, recién
se da cuenta el gigante:
-¡Ay!,
¡bandido! Me vas dejando pobre, que ya no me vas a dejar nada. Ahora
te vamos a pillar.
Y
los hermanos se ponen más envidiosos y le dicen al Rey que el
Chiquillo se ha dejado decir que es capaz de traer el entierro que
tiene el gigante.
Y
bueno y va, éste y el Rey le dice que vuelva a ir a buscarle un
entierro que tenía el gigante por áhi.
-Que
te has dejado decir -le dice el Rey- que vos vas a traer un entierro
que tienen de joyas y de piedras preciosas el gigante.
Bueno...
Viene, se viene el Chiquillo, y va y lo pilla el gigante. Lo pilla y
lo ata. Lu atan para carnialo y matalo.
-Mientras
yo voy, hachá la leña, hasta que vuelva y iteló cocinando. Hacé
fuego para que lo cocinés, hasta que vuelva de invitá los
compadres.
'Taba
él atado. Bien atado de las dos manos y de los dos pies, que 'taba
atado. Y es que le dice... No podía hachar los troncos muy gruesos,
la negra. Que le dice:
-Desatame,
yo te lo voy hachar. Desatame una mano, te lo voy hachar.
Bueno.
Y le desata el pie. Ya con la mano y el pie... Con una mano, ya con
el pie afirma, y ya empezó a hachar.
Si
agacha la negra a tenele y áhi le da un golpe y la mata. Y la tira
dentro la caldera. Y se desata con la otra mano, y ya se desata el
pie, y se dispara. Se va. Y en eso el gigante, que dice:
Y
se dispara, se va. Y no lleva las joyas porque no sabía dónde
encontrarlas. Causa de eso s'hizo pillar porque no sabía donde
estaban.
Y
allá dice el Rey:
Porque
el gigante que le hacía muchos perjuicios al Rey. Quesque era muy
malo. Y que quería que lo lleve, al gigante.
-No,
vos me traés el gigante. Palabra de Rey no puede faltar. Y si no lo
traés te he de cortar la cabeza.
-Vengo
que me haga un carro. Que me trabaje un carro de hierro. Bien hecho,
con puertas bien aseguradas.
Se
viene. Y el gigante andaba en busca del Chiquillo. Andaba por áhi,
buscando. Lo ve que viene éste.
-Mi
han dicho que es muy valiente, quesque hace proezas muy grandes. Y
por eso yo lo quiero pillar para metelo en este carro.
-¡Oh!
¡Sí! Yo lo voy a ayudar. Si a mí me ha hecho muy muchos
perjuicios. Mi ha dejado muy pobre. Yo le voy ayudar a encontralo a
ese Chiquillo. Ese es un bandido. Vamos a tenerlo que matar.
-Bueno
-que le dice- pero yo tengo este carro para encerrarlo. Y mi ha dicho
que tiene una fuerza enorme. Yo quiero ver si este carro es bueno,
competente, firme para encerrarlo. Y usté lo puede probar -que le
dice- usté como es un hombre tan grande y fuerte...
-Entresé
en el carro y yo le vuá cerrar la puerta... Haga mucha fuerza,
grite, a ver si le resiste el carro a usté, al Chiquillo también le
va resistir.
-¡Oh!
¡Así te quería pillar! Yo soy el Chiquillo. ¿No te dije que tal
vez que si volviera por vos también?
-Bueno,
bueno -que le dice el Chiquillo. Si ahora, usté no me da su hija
para casame, la más joven, lo voy a largar pa que los coma a todos.
-Que
no, quesque por favor que no lo largués, le dice el Rey. ¡Que sí!
¡Que sí te voy a dar mi hija! Y te voy a dar todo lo que querás
vos. No lo largués.
Habían
teníu qui hacer fuego al carro y quemalo al gigante adentro, para
que no salga a comerlos a todos. Porque le tenían muy mucho miedo. Y
áhi se casó, y se quedó en lugar del Rey, dueño de todo el
Chiquillo. Y se quedaron los hermanos pero no lo molestaron más.
María
Adela Oviedo de Nieva, 68 años. Santa Rosa. Tinogasta. Catamarca,
1970.
Cuento
931. Fuente: Berta Elena
Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 069
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