Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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lunes, 2 de febrero de 2015

El chiquillo .931

Éste era un viejo y una vieja. Y tenían tres hijos. Y ya cuando ya 'taban grandes los hijos, los dos mayores, ¿no?, que dicen:
-Mamá, nos vamos a ir a rodar tierra, a trabajar, a buscar en qué trabajar, ya que aquí no se consigue nada. ¡Tamos tan pobres!
-Y bueno.
-Dénos la bendición que nos vamos a rodar tierra -que le dicen.
Bueno. Les da la bendición a los mayores.
-Y yo tamén quero irme a rodar tierra, tamén con mis hermanos -dice el menor.
-No, no, vos sos muy chico. Vos no podés ir porque sos muy chico todavía -dicen los viejos, y los hermanos también.
-No. Yo me quiero ir con ustedes. Yo tamén me voy a ir. Démen la bendición.
Los viejos no le querían dar la bendición porque era muy chico, muy joven todavía.
-Pero, no, que yo me voy a ir aunque no me den la bendición, que yo me voy a ir.
Tuvieron que darle la bendición los viejos, pero los hermanos no querían llevarlo. Le pegaban, lo corrían, lo hacían que se vuelva. Y él volvía a alcanzarlos. Volvían a pegarle y hacerlo que se vuelva, y los volvía alcanzar de nuevo.
-¡Ay! -que les dice- pero dejemén ir, hermanos.
Ya como 'taban muy lejos ya, dicen:
-Bueno, lo dejemos -que le dice uno al otro- lo dejemos, total ya 'tá muy lejos para que se vuelva. Lo llevemos.
Y lo llevan. Pero, no lo querían. Le pegaban por cualquier cosa. Lo retaban.
-Que sos un intruso, que de intruso ti has venido, que en vez de 'tar acompañando a los padres, te venís a andar con nosotros -le decían.
Y por fin habían ido, habían caminado tanto. Llegaron cansados. Encontraron una casa en el campo y llegaron, cansados. Que había sido de un gigante que era casado con una vieja bruja. Y estos comían carne humana, comían la gente. Y tenían unas hijas, tres hijas tamén tenían ellos, el gigante con la bruja y una negra. Y bueno, que dicen:
-Los vamos a comer a estos qui han venido.
Les dieron de comer. Les dieron cama, tamén. Y los hicieron acostar en una sola cama a las hijas de ellos con los muchachos éstos. Y que dicen:
-Para diferenciarlos, porque muy temprano, de noche no más los vamos a matar para comelos mañana, les vamos a poner a las niñas unas gorras muy lindas.
Entonce el chico, si había dado cuenta. Los otros no si habían dado cuenta nada. Que estos habían ido y les habían puesto unas gorras muy lindas, muy bien adornadas a las chicas para diferen-ciarlas de ellos. Y en la noche, cuando ya si habían dormido todos, se levantó el chico y les sacó las gorras, y se puso él una y les puso a los hermanos las otras. Y las dejó a las chicas sin gorras. Bueno... En la noche, ya cerca del alba, no dormía, 'taba cuidando, cuidando no más. Y han ido éstos y las han muerto, creyendo que eran los muchachos, las han muerto a las hijas. Bueno... Entonce si ha ido y los ha despertado a los hermanos.
-Vamos, vamos, vamos...
Las han muerto y los han dejado a las niñas.
-Vamos, vamos, vamos. Aquí 'tamos mal. Vamos.
Y si han ido. Han ido. Que había un río muy grande. Tenían que pasar un río, por dentro l'agua, seguro, porque no había puente, no había nada. Y bueno, pasaron. Agatas lo pasaron al río. Y se fueron. Llegaron a un palacio di un rey.
Y el gigante con la vieja bruja cuando se levantaron, ¡ay! se dieron cuenta que eran las hijas las que las habían muerto, que dicen:
-¡Miren lo que nos han hecho estos bandidos!
Y se iba el gigante hasta el río. Que no lo podía pasar él, al río. Que decía:
-¡Ay! ¡qué bandidos! ¡Si yo pudiera pasar el río los seguiría y los mataría! Vea lo que nos han hecho. Nos han muerto nuestras hijas.
Bueno... Pero es que ya no había caso. Ya se habían ido éstos. Habían llegado a la casa de un rey allá. El Rey tenía tres hijas. Y dice que les habían dado trabajo a los grandes, que al chico no le daban porque era muy joven, muy chico, no podían darle trabajo, no había trabajo para él. Y él decía:
-Y que déme trabajo que yo puedo trabajar en cualquier cosa.
-Bueno, le vamos a dar trabajo para que le dé de comer a unos chanchos que tenimos.
Y le dice:
-Bueno, vamos a trabajar.
Llevaba la comida, l'echaba a los chanchos.
Y un día se pone una de las gorras para ir a dale de comer a los chanchos. Y el Rey éste tenía una negra, también, esclava, áhi. Y es que va y le dice a una de las niñas:
Niña, viera el Chiquillo, tiene una gora ¡de bonita! Por qué no le pide la gora. Comprelé la gora. Que si se la pone él, para usté le va quedar muy bien esa gora. ¿Para qué se va poner él esa gora? Y dice:
-Bueno, andá decile si me quere vender la gorra que me la venda.
Bueno...
-Que yo quiero hablar con ella. Que yo no le puedo vender la gorra, éste, por intermedio de vos. Que ella hable. Que me deje entrar donde ella está para que me compre la gorra. Que le voy a vender pero si me deja entrar donde ella está.
La negra le dice y la niña le contesta:
-¡Ah! ¡Qué atrevido! No. Cómo lo voy hacer entrar aquí donde estoy yo. No. Decile que no.
-Pero, señorita, qué tene, ¿qué tene que lo haga entrar un ratito para que le compre la gora? Viera qué gora más bonita. Que, señorita, que comprelé la gora:
-Bueno, decile que entre.
Y que le dice:
-Bueno, que venga para que le venda la gora.
-¿Y cuánto me va a cobrar por la gorra?
-Señorita, yo no le vendo por oro ni por plata.
-¿Y por qué, entonces?
-Por un buen gusto.
-¿Pero qué gusto?
-Que le quero tocá la pantorrilla.
-Pero ¡qué atrevido! ¡Qué sinvergüenza! ¡Qué se cre! ¡Que se mande a cambiar!
-Pero, señorita, que tene, que tene. Nadie va a saber. Yo depué le voy a lavar bien le voy a lavar, le voy a limpiar bien.
Y le deja que toque la pantorrilla y le da la gorra. Y se va.
Después que viene, al otro día. Se pone otra gorra más linda. Si había puesto la más fea. La otra es más linda. Ya va la negra para la otra niña. Que le dice:
-Señorita, viera ¡qué gora tiene el Chiquillo! Y di que no quere vendela. Por qué no le compra usté. Yo le guá hacé que le venda.
Y va y le dice:
-Bueno, decile que me venda. Que me cobre lo que quiera pero yo le voy a pagar.
-No, no. Yo no le vendo la gorra. Es para mí.
-Y que no, por qué no le vende a la señorita, que para qué queré vos esa gora. Para andar dando de comer a los chanchos. Esa gora queda lindo para la señorita.
-Bueno, decile que le vendo, pero que yo tengo que conversá con ella. No lo vendo por intermedio de vos.
Y va y le avisa.
-¡Pero no faltaba más! ¡Qué atrevido! ¡Qué se cré que lo voy hacer entrar a mi aposento! ¡Que no, que no crea!
-Pero, señorita, que es muy bonita la gora. Que tiene que venga un momentito, nadie va saber. Su padre no va saber. Yo lo voy hacer entrar en escondida.
-Bueno, decile que venga.
Y va y entra. Y dice:
-¿Cuánto pide por la gorra?
-No, no la vendo por oro ni por plata.
-¿Y entonce qué quiere?
-Yo quiero tocale la rodilla.
-¡Pero qué atrevido! ¡Qué sinvergüenza! Mandesé a cambiar di aquí.
Y que la negra le dice:
-Pero, señorita, ¿qué le va hacer? Que yo la vua lavar bien depué. Que és una gora mu bonita. ¡Cómo la va a dejar!
Bueno, almite que le toque la rodilla y se va.
-¡Ay! ¡Qué bonita la gora, señorita! ¡Cómo le queda de bien!
Bueno. Y se va el Chiquillo. Sigue andando.
Por ahí se pone otra más linda, la última.
Y que le dice la negra:
-¡Ay!, señorita -a la otra niña más jovencita, señorita, que vea. El Chiquillo tiene una gora mu bonita. Ya las otras niñas ya han comprado. Falta usté no más que le compre. Y ésta es má bonita que las que han comprado las otras señoritas. Comprelá unté.
-¡Oh!, ¡dejame de molestar. Qué voy a comprar una gorra! ¡Qué!
-Sí, ¡pero es muy bonita! ¡Viera qué adornos más bonitos tiene! Piedras preciosas tiene la gora. Comprelé, comprelé.
-Pero, dejá de molestar, negra, no quiero comprar.
-Pero qué tiene que le compre si es muy bonita. ¡Cómo le va quedar de bien a usté!
-Bueno, andá preguntale si me quiere vendé la gorra y si cuánto pide.
Entonces que le dice.
-Sí, pero yo tengo que hablar con ella, yo no te la voy a vender a vos. Tengo que ir adonde ella está, para conversar con ella, para venderle; para que tratemos.
Y va y le avisa la negra.
-Pero ¡no faltaba más! ¡Qué atrevido! No, no, no lo dejo entrar.
-Pero, señorita, ¿qué tiene? Si es tan bonita, la gora. Pero si viene un ratito y ya se va. Nadie lo va ver, yo lo voy hacer entrar en escondida.
-Que no, que no. No quiero que entre ese hombre.
-Pero si es el Chiquillo, ese muchachito chico que le da de comer a los chanchos. Si es un muchachito, si no es un hombre grande.
-Bueno, decile que venga.
Ya ha venido.
-Bueno, que cuánto me va cobrar por la gorra. Bonita es la gorra, pero que cuánto me cobra.
-Yo no lo vendo por oro ni por plata sino por un buen deseo.
-¿Y qué deseo és?
-Que le quero tocar la tibia.
-¡Ah!, ¡qué atrevido! ¡Qué atrevido! ¡Que mandesé a cambiar di aquí! Tan insolente. Que yo no le voy a permitir que me venga a faltar el respeto aquí. Entó la negra le dice:
-Pero, señorita, qué tiene, qué tiene, yo lo vuá a lavar depués, mu bien. Que nadie va a saber. Comprelé la gora.
La había hecho consentir. Se compra la gorra.
Y se va el Chiquillo. Y bueno, ya cuando los hermanos lo vían que entraba y salía de ahí, de los aposentos de las señoritas, ya si habían puesto medio avispados, que dicen:
-¿Qué anda haciendo éste entrando a los aposentos de las señoritas? Es capaz, de atrevido, de andarles faltando el respeto a las señoritas. ¿Y cómo ellas lo dejan entrar?
Que habían empezado a escuchar. Y es que le dicen:
-¿Qué has andado haciendo?
-Y ellas me han invitado que vaya -que dice.
Él también se alababa.
-Me han invitado que vaya. Yo las he visitado. ¿Qué tiene de particular?
Ya le han empezado a tomale envidia. Él, que siendo un chancherito, que era, quesque si iba a meter en las piezas de las señoritas y quesque por qué. Entonces que lo habían delatado al Rey, que dice que el Chiquillo se había dejado decir que era capaz de ir y robale el loro adivino al gigante. Nunca dijo el Chiquillo. Era mentira pero ellos li habían tomado envidia y para que lo maten por ahi, sabiendo que el gigante lo iba a matar.
Entonce el Rey que lo llama y le dice:
-Vos que ti has dejado decir quesque sos capaz de traer el loro adivino del gigante.
-Que no, señor Rey, que no Majestá. Yo no, yo no le he dicho nada, porque yo no soy capaz. Qué voy a ser capaz. Yo no he dicho nada.
-Que sí has dicho. Y ahora tienes que traer el loro adivino.
-Que no, que yo no soy capaz, que cómo voy a traer ese loro adivino.
-No, no, no. Palabra de Rey no puede fallar. Y tenés que ir a traerlo, si no te voy hacer cortar la cabeza.
-¡Ay! -que dice-. Bueno, voy a tener que ir.
Entonce había ido y había comprado vino, un vino dulce, y había comprado pan. Y se va.
Y ya cuando iba llegando, como era adivino el loro, sabía que iba el Chiquillo y empezó a decir:
-Amo, anda el Chiquillo; amo, anda el Chiquillo.
Pero él iba de noche, cuando 'taban durmiendo los viejos, el gigante y la bruja.
-Cayate, cayate, te voy a dar vino con pan.
-¿A ver?
Le da un pedacito.
-¡Ay! ¡qué rico! ¿Tenís más? Dame más.
Ya no podía más:
-Amo, anda el Chiquillo. Anda el Chiquillo.
-Cayate, cayate. Tomá, tomá.
Hasta que lo había podido pescar al loro y lo lleva. Y el loro grita:
-Amo, me lleva el Chiquillo. Amo, me lleva el Chiquillo.
Ya si había levantado el gigante, pero el Chiquillo ya había pasado el río. Pasando el río ya no li hacía nada el gigante. El gigante que no podía pasar el río. Y que dice:
-¡Ah! ¡bandido, gusanillo de la tierra, algún día has de volver!
-Tal vez que sí, tal vez que no, tal vez que por vos también -que le dice el Chiquillo del otro lado.
-¡Uf! -que dice. ¡Algún día te vas a volver!
-Si, tal vez que por vos también -y que se disparaba el Chiquillo.
Había llevado el loro adivino allá. Se lo ha dado al Rey.
Claro, los otros si habían puesto más envidiosos de ver cómo hacía esa proeza de llevar el loro con semejante gigante tan malo.
Que tenía un caballo de siete colores. Ya lu habían delatado otra vez en el Rey que había dicho el Chiquillo que era capaz de robarle al gigante el caballo de siete colores.
Y ya lu había vuelto a llamar el Rey y le dice:
-¿Pero que vos te has dejado decir que sos capaz de traerme el caballo de siete colores del gigante?
-No, no señor, yo no lo hi dicho. Yo no soy capaz. Cómo voy a ser capaz. No, yo no hi dicho nada de eso.
-No, no, no. Tenés que traerlo. Palabra de Rey no puede faltar. Y vas a traerlo si no ti hago cortar la cabeza.
-Bueno, yo voy a ver si puedo, pero no me comprometo porque no soy capaz.
Y se va.
Va allá y nu hallaba qué hacer. Y claro, ya el caballo era más difícil. Estaba en las caballerizas, pero, claro, parece que no estaban cerradas. ¡Ay!, y empieza a andar por áhi, ya cuando se hizo la noche, y nu hallaba qué hacer. Hasta que ya había podido entrar a las caballerizas. Y li ha empezau a dar pastito al caballo, par engañarlo así, hasta que había podido subilo al caballo. Y había empezado a arrialo despacito, despacito, hasta que lo sacó. Ya una vez que pasó al otro lau del río, ya le gritó:
-Gigante, te llevo el caballo, te llevo el caballo de siete colores.
Áhi se levantó y corrió, pero ya no podía pasar el río.
-¡Bandido! si has de volver, gusanillo de la tierra, si has de volver.
-Si, tal vez que sí, tal vez que no, y tal vez que no, y tal vez que por vos también.
Y si ha ido. Y le lleva el caballo de siete colores al Rey.
-¡Ay! -que dice el gigante- este Chiquillo me va volver pobre. Ya me llevó el loro y ahora me ha llevado el caballo de siete colores.
Y andaba cuidando. Andaba buscando cómo pillarlo al Chiquillo. Buscandoló siempre que andaba, buscandoló.
Entonces que dicen los otros hermanos, ya que lo veían que andaba, claro ya el Rey, con esto, ya lo apreciaba más que a ellos. Se pusieron más envidiosos y dicen:
-Vamos a decirle al Rey que ha dicho que le va a traer la colcha de campanillas de oro que tiene el gigante.
-Que vos te has dejado decir -dice el Rey- que vas a traer la colcha de campanillas de oro que tiene el gigante.
-¡Ay! señor, yo nu hi dicho nada. Cómo voy a traer una colcha. Con eso se tapan ellos. Cómo lo voy a traer. No, nu hi dicho.
-No, no, no. Palabra de Rey no puede faltar.
Al Rey ya también li había gustado que le esté llevando las cosas.
Bueno, va. Y no sabía cómo hacer para sacarle la colcha. Y va y después que se duermen éstos, se entró despacito y se dentró bajo la cama. Y empezó a tirar di un lado.
-Pero, ché -que le decía la vieja bruja- dejá de tirar la colcha, me dejás destapada.
-Que si yo no te lo tiro.
Ya la tiraba del otro lado, la del gigante.
-Dejame de tirar la colcha, que me dejás destapado -decía el gigante.
Y ya le tiraba del otro lado, y del más de la vieja. Hasta que ya que dice:
-Pero, dejá de molestar... Quesque no dejás dormir... Dejá de tironiar la colcha...
-Pero si yo no la tiro.
-Que sí, qué vos la 'tás tirando. Hasta que, tanto que molestaba, dice:
-Si ha de ser el gato. El gato ha de ser que anda tirando, jugando.
Hasta tanto que se enoja el gigante.
-Tomá, tapate vos -que le tira así la colcha para allá. Cae para el lado, para el piso cae.
Entonces, rápido lo alza y sale despacito, corriendo. Despacito, sin hacer ruido, que no hagan ruido las campanillas, porque las campa-nillas tienen una sola cosa, que hacían ruido. Y bueno, cuando ya ha pasado el reo recién li ha hecho ruido con las campanillas. ¡Ay!, recién se da cuenta el gigante:
-Fue el Chiquillo que nos ha vuelto a hacer picardías.
Recién se levantó y corrió. Pero el otro ya estaba para el otro lado riendosé de él.
-¡Ah!, ¡gusanillo de la tierra, tal vez hi de verte por estos lugares!
-Tal vez que sí, tal vez que no, y que tal vez por vos también.
-¡Ay!, ¡bandido! Me vas dejando pobre, que ya no me vas a dejar nada. Ahora te vamos a pillar.
Y los hermanos se ponen más envidiosos y le dicen al Rey que el Chiquillo se ha dejado decir que es capaz de traer el entierro que tiene el gigante.
Y bueno y va, éste y el Rey le dice que vuelva a ir a buscarle un entierro que tenía el gigante por áhi.
-Que te has dejado decir -le dice el Rey- que vos vas a traer un entierro que tienen de joyas y de piedras preciosas el gigante.
-Que yo nu hi dicho señor. Que cómo yo voy a traer eso, que ni sé dónde están, ni nada.
-Que sí qui has dicho.
Bueno... Viene, se viene el Chiquillo, y va y lo pilla el gigante. Lo pilla y lo ata. Lu atan para carnialo y matalo.
Que la vieja que 'taba enferma había quedado en la cama. Y el gigante que dice:
-Voy a ir a invitar unos compadres que tengo para que lo comamos.
Y los viejos tenían una negra esclava. Y le dice el gigante:
-Mientras yo voy, hachá la leña, hasta que vuelva y iteló cocinando. Hacé fuego para que lo cocinés, hasta que vuelva de invitá los compadres.
Entonces que la negra se pone a hachar.
'Taba él atado. Bien atado de las dos manos y de los dos pies, que 'taba atado. Y es que le dice... No podía hachar los troncos muy gruesos, la negra. Que le dice:
-Desatame, yo te lo voy hachar. Desatame una mano, te lo voy hachar.
-Bueno -que le dice- lo voy a desatar.
Le desata una mano. 'Taba hirviendo ya la caldera, donde lu iban a cocinar.
Y le dice:
-¡Ah!, ¡pero no puedo! No ves que estoy con los pies juntos, no puedo. Desatame un pié también.
Bueno. Y le desata el pie. Ya con la mano y el pie... Con una mano, ya con el pie afirma, y ya empezó a hachar.
-Pero como nu estoy bien, no puedo hachar. Tenelo vos al palo.
Si agacha la negra a tenele y áhi le da un golpe y la mata. Y la tira dentro la caldera. Y se desata con la otra mano, y ya se desata el pie, y se dispara. Se va. Y en eso el gigante, que dice:
-Qué negra más guapa, ya lu está haciendo hervir al Chiquillo.
Y di áhi cuando va y ve que era la negra la que estaba hirviendo, dice:
-¡Ah! ¡Chiquillo!
Ya corre... Ya lo estaba esperando el otro del otro lado del río.
-¡Che, gusanillo de la tierra, si has de volver!
-Tal vez que sí, tal vez que no, tal vez que por vos también.
Y se dispara, se va. Y no lleva las joyas porque no sabía dónde encontrarlas. Causa de eso s'hizo pillar porque no sabía donde estaban.
Y allá dice el Rey:
-¿Por qué nu has traído? ¡Que te voy a cortar la cabeza! Ahora, si vos no lo traés al gigante...
Porque el gigante que le hacía muchos perjuicios al Rey. Quesque era muy malo. Y que quería que lo lleve, al gigante.
Bueno, que le dice:
-No, que como voy a traer yo ese gigante... Nu habrá ninguna forma. Y que no.
Le dice:
-No, vos me traés el gigante. Palabra de Rey no puede faltar. Y si no lo traés te he de cortar la cabeza.
Y bueno, se va. Que nu hallando qué hacer, que dice:
-¿Qué puedo hacer?
Y va y que busca un herrero y que le dice:
-Vengo que me haga un carro. Que me trabaje un carro de hierro. Bien hecho, con puertas bien aseguradas.
Y bueno... Es que le dice al Rey:
-Bueno, ahora me va dar unos bueyes, usté, para tirar este carro. Y voy a buscalo al gigante.
Se viene. Y el gigante andaba en busca del Chiquillo. Andaba por áhi, buscando. Lo ve que viene éste.
Se pinta de negro, bien negro se pinta. Negro retinto, el Chiquillo. Y se viene en el carro.
-¡Oh! ¿Qué anda haciendo por estos territorios? -que le dice el gigante.
-Ando buscandoló al Chiquillo -que le dice.
-Mi han dicho que es muy valiente, quesque hace proezas muy grandes. Y por eso yo lo quiero pillar para metelo en este carro.
-¡Oh! ¡Sí! Yo lo voy a ayudar. Si a mí me ha hecho muy muchos perjuicios. Mi ha dejado muy pobre. Yo le voy ayudar a encontralo a ese Chiquillo. Ese es un bandido. Vamos a tenerlo que matar.
-Bueno -que le dice- pero yo tengo este carro para encerrarlo. Y mi ha dicho que tiene una fuerza enorme. Yo quiero ver si este carro es bueno, competente, firme para encerrarlo. Y usté lo puede probar -que le dice- usté como es un hombre tan grande y fuerte...
-Sí, sí -que le dice.
-Entresé en el carro y yo le vuá cerrar la puerta... Haga mucha fuerza, grite, a ver si le resiste el carro a usté, al Chiquillo también le va resistir.
Bueno... Lo hace consentir.
El gigante se entró en el carro y cierra bien las puertas y le dice:
-¡Oh! ¡Así te quería pillar! Yo soy el Chiquillo. ¿No te dije que tal vez que si volviera por vos también?
¡Ay! Que había bramado el gigante allá y que gritaba:
-¡Qué bandido! ¡Que cómo mi has engañado!
Y lo lleva. Y allá que sale el Rey muy asustado cuando ha sentido estos gritos dentro 'el carro.
-¡Ay! -que dice.
-Bueno, bueno -que le dice el Chiquillo. Si ahora, usté no me da su hija para casame, la más joven, lo voy a largar pa que los coma a todos.
-Que no, quesque por favor que no lo largués, le dice el Rey. ¡Que sí! ¡Que sí te voy a dar mi hija! Y te voy a dar todo lo que querás vos. No lo largués.
Y áhi si había muerto el gigante.
Habían teníu qui hacer fuego al carro y quemalo al gigante adentro, para que no salga a comerlos a todos. Porque le tenían muy mucho miedo. Y áhi se casó, y se quedó en lugar del Rey, dueño de todo el Chiquillo. Y se quedaron los hermanos pero no lo molestaron más.

María Adela Oviedo de Nieva, 68 años. Santa Rosa. Tinogasta. Catamarca, 1970.

Cuento 931. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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