Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 6 de febrero de 2015

El camino del cielo .1021

Una señora tenía tres hijos. La viejita era una viejita muy creyente. Los hijos trabajaban en el campo en hacer leña, en romper piedras y en otros trabajos. El hermano menor era muy güeno pero los hermanos mayores eran malos y no lo querían al menor. Lo reventaban trabajando y vivían a costillas d'él.
Bueno... Entonce un día se les aparece Dios a los tres, ande trabajaban. Se les aparece como un anciano barbudo. Como un anciano se les presentó y les dijo si querían trabajar con él, que él les iba a pagar bien. Que les iba a pagar un buen sueldo. Que trabajaran para sostener la madre. Entonce se pusieron a trabajar con el anciano.
Después de haber trabajado como ocho o diez días, este anciano lo mandó al hermano mayor con una carta para la madre de él. El muchacho subió a caballo y se fue. Lo primero que encontró fue un gran río y se acobardó y se volvió. Entonce el anciano le dijo que ya no tenía trabajo para él, y que qué desiaba que le pagara, una bolsa de oro o un Dios te lo pague. Entonce él no quiso un Dios te lo pague, quiso la bolsa de oro. Y el anciano se la dio y él se fue.
Entonce lo mandó al segundo a llevar la carta. También fue a caballo. Encontró el río muy crecido y se volvió. Entonce el anciano le dijo que no tenía trabajo para él y que qué quería que le pagara, si una bolsa de oro o un Dios te lo pague. Entonce el segundo quiso el oro y no el Dios te lo pague. Y él se fue.
Entonce llamó al tercero, al menor, y le dijo que tenía que llevarle una carta a la madre, y él le acetó, porque él nunca decía que no, siempre estaba avenido a lo que le decían, mal o bien.
Entonce el viejito hizo la carta para que se la lleve a la madre. Y le dio un caballo muy lindo. Y le dijo que encontrara lo que encontrara él tenía que llegar adonde estaba la madre, que en el camino iba a encontrar muchos inconvenientes. Le dio un pedacito de pan y un poquito de vino para que comiera y bebiera. Le dijo que el vino era remedio también. Le dijo que tenía que llegar a la primera casa que encontrara, que áhi vivía la madre.
Entonce él subió a caballo y se despidió, y se fue.
Lo primero que encontró en el camino fue un gran río de aguas claras, muy profundo. El muchacho no tenía miedo a nada, enderezó su caballo y pasó a nado al otro lado. Y siguió por el camino. Cuando ya había marchado largo trecho encontró un río blanco, que era como leche. Se paró un momento, pero enderezó también su caballo y pasó con facilidá. Continuó por el camino. Al largo rato de andar encontró un río colorado, como de sangre. Le dio miedo ver este río muy crecido de sangre, pero se acordó de las palabras del anciano, enderezó su caballo y pasó. Y siguió su camino no más. Dentró a un monte muy espeso. En el trayecto que iba encontró dos colgados de la lengua y heridos de la lengua. Entonce se compadeció, los bajó y los curó con el vino que llevaba y les dio pan de comer. Y siguió por el camino; no lo abandonaba. Al haber marchado un largo trecho, al largo trecho de andar, le impidió el paso dos piedras que se estaban golpeando en el camino. Entonce él se detuvo largo rato porque buscaba el modo de pasar. Y como las piedras se golpeaban así, él esperó que se separaran para pasar. Y al fin pasó con toda rapidez en su caballo, que casi lo agarraron las piedras. Y continuó su camino.
En todo el camino este joven había comido el pancito y había tomado vino, y siempre estaban como se los había dado el anciano, no se acababan nunca.
Entonce siguió y al rato vio un campo muy verde y a lo lejo devisó un árbol con una casita. Entonce se dirigió áhi, porque esa era la primera casa que encontraba y el anciano le dijo que áhi vivía la madre.
Llegó a la casita y salió una anciana. Lo recibió muy cariñosa y él le entregó la carta.
Entonce lo hizo pasar, le dio de almorzar y le dijo que se arrecostara la siesta. Le trajo un catre abajo del árbol y él se acostó. El caballo lo ató al palenque. Y él estaba muy cansado y se durmió. Entonce, cuando él se despertó, había dormido cuarenta años. 'Taba muy barbudo, el pelo muy crecido, las uñas largas.
Y él se despertó y miró para todos lados. Todo 'staba igual. Y el caballo 'taba atado en el palenque, 'taba gordísimo, a pesar de 'star en lo limpio.
Entonce se arrimó la anciana y le dio la contestación para que le llevara al hijo. Y lo despidió y le dio la bendición.
Él montó en su caballo y volvió por el camino por donde había venido. Ya no había ninguna cosa que lo interrumpiera.
Entonce volvió al lugar donde lo esperaba el viejito con la contestación. Entonce le preguntó el viejito que qué encontró en el camino. Y él le contó todo. Le dijo que encontró un río de agua clara. El viejito le dijo que ésas eran las lágrimas que redamó la madre por verlo sufrir. Le dijo que encontró un río de leche. El viejito dijo que esa era la leche que mamó cuando era niño. Le dijo que encontró un río de sangre. El viejito dijo que ésa era la sangre que redamó al tenerlo a él. Le dijo que encontró dos colgados de la lengua. El viejito dijo que eran los dos hermanos que estaban pereciendo así por la mala lengua y los malos pensamientos que tenían. Le dijo que encontró dos piedras que se golpeaban y no lo dejaban pasar. El viejito le dijo que esas piedras que se 'taban golpiando eran las comadres que se llevaban mal, porque ese sacramento era un lazo muy sagrado.
Entonce el viejito le dijo que qué quería que le pagara, si una bolsa de oro o un Dios te lo pague. Y él le dijo que la plata y el oro se acababa, pero que un Dios te lo pague dura siempre, y que él quería un Dios te lo pague. Y lo des pidió el anciano y él se fue a su casa, a buscar la madre y los hermanos.
El primero de los hermanos tenía la bolsa de plata escondida abajo de la cama. El segundo también tenía la bolsa llena, escondida y no la había tocado porque creía que tenía oro. Ellos dos estaban en la última miseria, creyéndose con la riqueza oculta. Por avarientos, estaban descayecidos de tanto que se privaban de todo.
El hermano menor tenía su pancito y el vino que no se acababan nunca y tampoco se le acababan las monedas que tenía en el bolsillo por mucho que gastaba. Cuando lo vieron así los hermanos, corrieron a ver sus riquezas: la bolsa de plata del primero, era de carbón y la bolsa de oro del segundo, era de piedras. Entonce el muchacho volvió a contarle al viejito, y el viejito le dijo que la anciana que le recibió la carta era la Virgen María, su madre, y que él recibiría el mejor premio, en la otra vida, porque en esta vida andamos de paso. Y le dijo:
-Vivirás siempre feliz porque sos avenido y bueno. No te faltará el pan ni ninguna clase de alimentos. Todos te bendecirán porque vas a ayudar al que necesita. Y todos te dirán, que Dios te lo pague y Dios te lo va a pagar.
Y el anciano era Dios, porque antes Dios venía a la tierra y se aparecía ande quera.

Ramona Andrea Quiroga, 55 años. Campo de los Zapallos. Santa Rosa. Santa Fe, 1951.

Lugareña muy buena narradora.

Cuento 1021 Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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