Una
señora tenía tres hijos. La viejita era una viejita muy creyente.
Los hijos trabajaban en el campo en hacer leña, en romper piedras y
en otros trabajos. El hermano menor era muy güeno pero los hermanos
mayores eran malos y no lo querían al menor. Lo reventaban
trabajando y vivían a costillas d'él.
Bueno... Entonce un día
se les aparece Dios a los tres, ande trabajaban. Se les aparece como
un anciano barbudo. Como un anciano se les presentó y les dijo si
querían trabajar con él, que él les iba a pagar bien. Que les iba
a pagar un buen sueldo. Que trabajaran para sostener la madre.
Entonce se pusieron a trabajar con el anciano.
Después de haber
trabajado como ocho o diez días, este anciano lo mandó al hermano
mayor con una carta para la madre de él. El muchacho subió a
caballo y se fue. Lo primero que encontró fue un gran río y se
acobardó y se volvió. Entonce el anciano le dijo que ya no tenía
trabajo para él, y que qué desiaba que le pagara, una bolsa de oro
o un Dios te lo pague. Entonce él no quiso un Dios te lo
pague, quiso la bolsa de oro. Y el anciano se la dio y él se
fue.
Entonce lo mandó al
segundo a llevar la carta. También fue a caballo. Encontró el río
muy crecido y se volvió. Entonce el anciano le dijo que no tenía
trabajo para él y que qué quería que le pagara, si una bolsa de
oro o un Dios te lo pague. Entonce el segundo quiso el oro y
no el Dios te lo pague. Y él se fue.
Entonce
llamó al tercero, al menor, y le dijo que tenía que llevarle una
carta a la madre, y él le acetó, porque él nunca decía que no,
siempre estaba avenido a lo que le decían, mal o bien.
Entonce el viejito hizo
la carta para que se la lleve a la madre. Y le dio un caballo muy
lindo. Y le dijo que encontrara lo que encontrara él tenía que
llegar adonde estaba la madre, que en el camino iba a encontrar
muchos inconvenientes. Le dio un pedacito de pan y un poquito de vino
para que comiera y bebiera. Le dijo que el vino era remedio también.
Le dijo que tenía que llegar a la primera casa que encontrara, que
áhi vivía la madre.
Lo primero que encontró
en el camino fue un gran río de aguas claras, muy profundo. El
muchacho no tenía miedo a nada, enderezó su caballo y pasó a nado
al otro lado. Y siguió por el camino. Cuando ya había marchado
largo trecho encontró un río blanco, que era como leche. Se paró
un momento, pero enderezó también su caballo y pasó con facilidá.
Continuó por el camino. Al largo rato de andar encontró un río
colorado, como de sangre. Le dio miedo ver este río muy crecido de
sangre, pero se acordó de las palabras del anciano, enderezó su
caballo y pasó. Y siguió su camino no más. Dentró a un monte muy
espeso. En el trayecto que iba encontró dos colgados de la lengua y
heridos de la lengua. Entonce se compadeció, los bajó y los curó
con el vino que llevaba y les dio pan de comer. Y siguió por el
camino; no lo abandonaba. Al haber marchado un largo trecho, al largo
trecho de andar, le impidió el paso dos piedras que se estaban
golpeando en el camino. Entonce él se detuvo largo rato porque
buscaba el modo de pasar. Y como las piedras se golpeaban así, él
esperó que se separaran para pasar. Y al fin pasó con toda rapidez
en su caballo, que casi lo agarraron las piedras. Y continuó su
camino.
En todo el camino este
joven había comido el pancito y había tomado vino, y siempre
estaban como se los había dado el anciano, no se acababan nunca.
Entonce
siguió y al rato vio un campo muy verde y a lo lejo devisó un árbol
con una casita. Entonce se dirigió áhi, porque esa era la primera
casa que encontraba y el anciano le dijo que áhi vivía la madre.
Entonce lo hizo pasar,
le dio de almorzar y le dijo que se arrecostara la siesta. Le trajo
un catre abajo del árbol y él se acostó. El caballo lo ató al
palenque. Y él estaba muy cansado y se durmió. Entonce, cuando él
se despertó, había dormido cuarenta años. 'Taba muy barbudo, el
pelo muy crecido, las uñas largas.
Y él se despertó y
miró para todos lados. Todo 'staba igual. Y el caballo 'taba atado
en el palenque, 'taba gordísimo, a pesar de 'star en lo limpio.
Entonce se arrimó la
anciana y le dio la contestación para que le llevara al hijo. Y lo
despidió y le dio la bendición.
Él montó en su
caballo y volvió por el camino por donde había venido. Ya no había
ninguna cosa que lo interrumpiera.
Entonce volvió al
lugar donde lo esperaba el viejito con la contestación. Entonce le
preguntó el viejito que qué encontró en el camino. Y él le contó
todo. Le dijo que encontró un río de agua clara. El viejito le dijo
que ésas eran las lágrimas que redamó la madre por verlo sufrir.
Le dijo que encontró un río de leche. El viejito dijo que esa era
la leche que mamó cuando era niño. Le dijo que encontró un río de
sangre. El viejito dijo que ésa era la sangre que redamó al tenerlo
a él. Le dijo que encontró dos colgados de la lengua. El viejito
dijo que eran los dos hermanos que estaban pereciendo así por la
mala lengua y los malos pensamientos que tenían. Le dijo que
encontró dos piedras que se golpeaban y no lo dejaban pasar. El
viejito le dijo que esas piedras que se 'taban golpiando eran las
comadres que se llevaban mal, porque ese sacramento era un lazo muy
sagrado.
Entonce el viejito le
dijo que qué quería que le pagara, si una bolsa de oro o un Dios
te lo pague. Y él le dijo que la plata y el oro se acababa, pero
que un Dios te lo pague dura siempre, y que él quería un
Dios te lo pague. Y lo des pidió el anciano y él se fue a su
casa, a buscar la madre y los hermanos.
El
primero de los hermanos tenía la bolsa de plata escondida abajo de
la cama. El segundo también tenía la bolsa llena, escondida y no la
había tocado porque creía que tenía oro. Ellos dos estaban en la
última miseria, creyéndose con la riqueza oculta. Por avarientos,
estaban descayecidos de tanto que se privaban de todo.
El hermano menor tenía
su pancito y el vino que no se acababan nunca y tampoco se le
acababan las monedas que tenía en el bolsillo por mucho que gastaba.
Cuando lo vieron así los hermanos, corrieron a ver sus riquezas: la
bolsa de plata del primero, era de carbón y la bolsa de oro del
segundo, era de piedras. Entonce el muchacho volvió a contarle al
viejito, y el viejito le dijo que la anciana que le recibió la carta
era la Virgen María, su madre, y que él recibiría el mejor premio,
en la otra vida, porque en esta vida andamos de paso. Y le dijo:
-Vivirás siempre feliz
porque sos avenido y bueno. No te faltará el pan ni ninguna clase de
alimentos. Todos te bendecirán porque vas a ayudar al que necesita.
Y todos te dirán, que Dios te lo pague y Dios te lo va a
pagar.
Ramona
Andrea Quiroga, 55 años. Campo de los Zapallos. Santa Rosa. Santa
Fe, 1951.
Lugareña
muy buena narradora.
Cuento
1021 Fuente: Berta Elena Vidal de Battini
0.015.1
anonimo (argentina) - 072
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