Alguien dijo: "Los cuentos nos ayudan a enfrentarnos al mundo"

Era se una vez...

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viernes, 6 de febrero de 2015

El camino del cielo .1018

Había una vez, en el campo, un matrimonio de viejitos que tenían tres hijos. Eran muy pobres, pasaban muchas necesidades, y muchos días no tenían qué darles de comer a los hijos. Un día, el hijo mayor le dice a la viejita:
-Mama, echemé la bendición, que me voy a ir a rodar tierra y a buscar trabajo.
Y la viejita, entonce, muy triste, le dice al hijo:
-M' hijo, ¿ánde vas a ir vos, tan flojo, que podáis trabajar? Es mejor que te quedís acá. Dios los ha de ayudar para mejorar de suerte.
-No mama -le contestó el hijo con mal modo.
Y desobedeció su consejo y trajo su burrito. Lo ensilló y le dijo a la madre:
-Yo me voy, no más. Déme un pedazo de torta para comer puel camino.
La madre le hizo unas tortas y unos quesillos y se los acomodó en las alforjas. El muchacho se jue.
Caminó, caminó, caminó... Y al cabo de tanto camino, por unos montes muy espesos, le salió un viejito di adentro del monte y le dice:
-Güenos días, m'hijito.
-Güenos días, señor -le dice el muchacho.
-¿No tenís algo que me dís? ¿Un poquito de algo para comer?
-No tengo nada -le dijo el muchacho de mala gana, por que era mal criau.
-Y eso que lleváis en las alforjas, ¿qué es?
-Mierda, llevo -le dice el muchacho zafau.
-Que mierda se ti haga todo lo que tengáis -le contestó el viejito y pasó.
Siguió el camino el muchacho y llegó a la casa de un señor muy rico. Se allegó, saludó y pidió trabajo. Le dijeron que necesitaban un muchacho para mandar. Ya salió el señor y le dijo:
-Quedate, hijito, si querís trabajar.
El muchacho le contestó de mala manera:
-¡Cómo no voy a querer, si a eso hí salíu!
-Bueno -le dice el señor, mañana te van a entregar siete ovejitas. Las ovejitas van a seguir solitas. Vos la tenís que seguir. No te tenís que asustar de ningún peligro. Pase lo que pase, seguí siempre de atrás de las ovejitas. Ande ellas se paren, áhi te tenís que parar vos. Después que sigan el camino que tienen que seguir, van a llegar a la casa de una señora. A esa señora le tenís que entregar esta carta. Ella te va a dar el contesto, y vos me lo traís.
Le dio las güenas noches, y se jueron a dormir. Al otro día muy tempranito, le entregaron al muchacho las siete ovejitas, y el siguió di atrás. Después que anduvieron un largo camino, llegaron a un río de aguas cristalinas. Llenito venía el río, de oría a oría, rebalsaba el agua. Las ovejitas llegaron y áhi no más entraron y empezaron a cruzar el río. El muchacho se paró en la oría, muerto de miedo de ver tanta agua. No se animaba a meterse. Las ovejitas seguían pasando y apenas se les mojaban las pezuñitas. Él creyó que s'iba a augar, y se volvió. Las ovejitas pasaron y se perdieron de vista.
Bué... Ya llegó el muchacho de vuelta a la casa del señor, y el señor le dice:
-Güeno, hijo, ¿cómo te ha ido?
-Y mal señor. Me tuve que volver porque me encontrí con un río muy crecido. Si lo paso mi augo. Yo no sé cómo pasaron las ovejitas, sería lo que son livianitas. Tome la carta. Y le entregó la carta que era pa la señora.
-Güeno, mi amigo, si no se animó, ¡qué le vamos a hacer! Le voy a pagar lo mismo. Viamos, ¿qué querís que te dé de sueldo, un Dios te lo pague o un almú de plata?
Y el muchacho que era muy interesado le dice:
-¿Qué voy a hacer, señor, con un Dios te lo pague? Déme no más un almú de plata, que se lo voy a llevar a mis padres, que son muy pobres.
Bue... Ya el señor dio la orden que llenen las alforjas, al mucha-cho, con un almú de plata. Y se jue el muchacho recontentísimo.
Vamos a la casa de los viejitos. Un día la viejita 'taba llorando y decía:
-¿Qué habrá sido de m'hijo, tan desobediente, tan flojito y tan mal criau? ¿Qué será d'él, que no ha güelto?
Entonce le dice el segundo:
-No llore, mamita, yo voy a ir a buscarlo y a buscar trabajo. Así no vamos a pasar tantas necesidades.
-Pero m'hijito, ¡qué te váis a ir si vos sois también tan flojo? ¿Te irás a perder, hijito, como el otro?
El segundo hijo, que también era desobediente y flojo como el otro, se jue no más. La viejita le preparó unas tortas y unas rosquillas, y se las acomodó en las alforjas. El muchacho ensilló su burro, pidió la bendición a los padres y se jue...
El segundo hermano, después de andar mucho, se topó con el mismo viejito que pedía limosna. Se saludaron:
-Güenos días, m'hijito.
-Güenos días, señor.
-¿No tenís algo que me dís un chiquito pa comer? Hace varios días que no pruebo bocado.
-No tengo nada -le dice el muchacho, de mala manera, fastidiado con el pobre.
-¿Y eso que lleváis en las alforjas qué és?
-Mierda es eso que llevo -le contestó el muchacho, y chicotió el burro pa seguir.
-Que mierda se te haga lo que llevás áhi -le dijo el viejito, siguiendo también.
Anduvo un largo camino, y jue y llegó, como el otro hermano, a las casas lindas del mismo señor. Se allegó y saludó y preguntó si tenían trabajo. Le dijieron que pase, que 'taban necesitando un pión pa mandar. Ya lo vio el señor y le dijo que el trabajo que él tenía era el de llevar una carta a una señora, al otro día muy tempranito. Le dijo al muchacho lo mismo que al otro, que tenía que seguir di atrás de las ovejitas, pasar cuando pasaran ellas, y no tenía que asustarse de ninguna cosa que viera y entregar la carta a una señora de hábito negro y volver.
El muchacho dijo que güeno, pero, como era flojón, no tenía muchas ganas de molestarse, pero qué iba a hacer, no tenía más remedio que trabajar.
Al otro día de madrugada le entregaron las siete ovejitas y en cuantito agarró el camino la tropillita, él siguió di atrás. Anduvieron y llegaron a un gran río de aguas cristalinas. Muy profundo se vía el río y llenito venía, se rebalsaba de oría a oría. Creyó el muchacho que las ovejitas s'iban a parar, pero pasaron no más. Aquí me voy a augar, pensó el muchacho. Yo no m'hi conchabáu pa esto. Y áhi no más pegó la güelta. Las ovejitas apenas se mojaban las pezuñitas, y pasaron como si nada juera.
Volvió el muchacho y le contó al señor lo que le había pasado. Y el señor le dijo:
-Güeno, amigo, si ha síu tan flojo que no si ha animáu a pasar el río, ¡qué le vamos a hacer! ¿Qué quiere que le dé, un Dios te lo pague o un almú de plata?
Y entonce el muchacho, que era muy interesado, le dice:
-¿Y qué quiere que haga, señor, con un Dios te lo pague?; déme no más el almú de plata.
Bué... El señor lo despidió y el muchacho se jue muy contento, con las alforjas llenitas de plata.
En las casas, los viejitos 'taban enfermos de tanto llorar lo que los dos hijos no volvían. Pensaban que se hubieran perdido o que se hubieran muerto. Entonce, el hijo menor, le dijo a la viejita:
-No llore, mamita, yo voy a ir a saber ánde 'tán mis hermanos, y a trabajar pa tráile pan y todo lo que necesitan mis dos viejitos.
Y la viejita muy afligida le contestó:
-¡Ay, no m'hijito! ¡Ande se va a ir usté, tan chiquito! ¡Me le va a pasar algo! ¡Se va a perder, se me va a morir di hambre y de sé por áhi, o lo van a comer las fieras del campo!
Y el chico le pidió tanto a los viejitos que lo dejaran ir y que le echaran la bendición, que al fin cedieron. La viejita le preparó unas tortas y unos quesillos y se los puso en las alforjas, como a los otros hermanos. Los viejitos lloraban, porque él era el más güeno de los hijos; que los quería y atendía más, y lo iban a estrañar muchísimo. Pero era el más alentáu, y mejor mandáu, y más atencioso. Ellos pensaban que iba a tener mejor suerte, aunque era tan chico, que daba lástima verlo que se juera solito. Ensilló el único caballito que tenía, flaco y viejo. Bué... L'echaron la bendición los viejitos y se jue. Anduvo y anduvo y anduvo, y jue muy lejo. Llegó al camino aquél, ande sus hermanos encontraron al viejito que pedía una caridá, y él también lo encontró. Se saludaron:
-Güen día, hijito.
-Güen día, señor -contestó el chico, sacandosé el sombrerito, muy respetuoso.
-¿Tenís algo, hijito, que me dís, pa comer?
-Sí, tata viejo, tengo torta y quesillo, que me dio mi mamita cuando salí a rodar tierra.
Y el chico le dio al viejito todo lo que le quedaba de la torta y del quesillo que l'hizo la madre.
-Qué Dios te lo pague y te dé de todo en abundancia, y que te haga alentau y valiente p'andar por el campo y pa vencer todos los inconvenientes.
El chico, muy contento de lo que había hecho con el viejito que pedía limosna, siguió y siguió. Llegó a la casa grande ande vivía el señor rico, y llegó y lo hicieron pasar adelante. Saludó y pidió conchabo. Le dijieron que sí, que necesitaban un muchacho para un trabajo. Salió el señor, lo saludó y le dijo si se animaba a llevar una carta a una señora viuda, que vivía muy lejos.
-¡Cómo no señor! -le dijo el muchacho dispuesto a hacer lo que juera.
-Güeno, vas a seguir unas ovejitas que te van a entregar mañana tempranito, y tenís que pasar muchos peligros, hasta que lleguís ande 'tá la señora, y tenís que entregarle la carta. Sois tan chico que no sé si te vais a animar a hacer el encargue.
-Sí, señor, pierda cuidau, que yo sé trabajar y sé cumplir.
Bué... El muchacho mayor en ese tiempo, llegó a las casas de los padres. De lejo, no más, empezó a gritar:
-¡Abran las sábanas, mis padres, que traigo las alforjas llenas de plata! ¡Abran las sábanas, que traigo dos cargas de plata!
Ya salieron los viejitos corriendo y sacaron sus sabanitas y las abrieron en el patio, recontentos de que volvía el hijo y de que nu iban a ser más pobres. Y llegó el muchacho y abrazó los viejitos, y vació las alforjas. ¡Dios Santo y María Santísima!, mierda no más caiba, con un olor que no se podía más... Los viejitos s'enojaron muchísimo crendo que el hijo les faltaba, y l'echaron en la cara el atrevimiento. El muchacho si acordó de las palabras del viejito y se calló, y les contó lo que le había pasado, y se dieron cuenta qu'era un castigo de Dios.
El segundo hijo llegó unos días después. También venía gritando de lejos, no más:
-¡Abran las sábanas! ¡Abran las sábanas que traigo dos cargas de plata!
Los viejitos créidos, otra vez, abrieron las sabanitas en el patio. Estaban lo mismo muy contentos de que volviera el hijo traendo plata. Y llegó el muchacho y se apió, y abrazó a los viejitos, y ya vació también las alforjas. ¡Dios nos favorezca! Mierda no más cayó, otra vez. Más hedionda y más pior que l'otra. Los viejitos se enojaron más y quedaron muy resentidos con los hijos que les hacían esa farsa y eran tan malos. El hijo contó también, lo que le había pasáu, que era, ¡claro!, un castigo de Dios.
Vamos a ver qué hizo el menor. Tempranito al otro día, llegó, le entregaron las siete ovejitas. Él las siguió. Caminó, caminó, caminó... Ya llegaron al río crecido de aguas cristalinas. El chico vio que venía muy crecido, de oría a oría. Las ovejitas comenzaron a pasar. Cuando él vide eso, que los animalitos pasaban, tuvo vergüenza de ser cobarde y s'entró también. Las ovejitas apenas se mojaban las pezuñitas. Su caballito, también, apenas se mojaba los vasos. Ya cruzaron y siguieron. Más allá, encontraron un río, un río de leche. El muchacho se sosprendió mucho de esto, y tan grande era, que le dio miedo. Pero vido que las ovejitas pasaban, y él di atrás, haciendosé corajudo, pasó también. Apenas se mojaban las pezuñas de las ovejitas, y lo mesmo, apenas se mojaban los vasos del caballito. Y seguían andando. Más allá encontraron un río de sangre que rebalsaba de oría a oría, y se vía que era muy hondo. Le dio mucho miedo, pero las ovejitas pasaban y él pasó también, siempre de atrás. Apenas se manchaban las pezuñitas de las ovejitas y lo mesmo los vasos del caballo. Ya pasaron y siguieron. Más allá encontraron dos peñascos muy grandes que se chocaban, que se separaban y se juntaban, y saltaban chispas. El muchacho pensó qui áhi s'iban a aplastar. Llegaron las ovejitas y cuando se abrieron las piedras, pasaron, y él áhi no más pasó con ellas. Por un chiquito no lu agarran las peñas, lo que se volvieron a juntar. Siguieron. Las ovejitas, al pasito largo, y él atrás. Más allá vio dos cristianos colgados de la lengua. El chico 'taba muy impresionado, pero siguió no más. Más allá vio en un potrero de alfa, hermosísimo, unos güeyes que ya se morían de flacos, el cuero pegau a los güesos. Más allá encontró unos güeyes lustrosos de gordos en un peladar. Más allá encontró una oveja con un corderito que jugaban los saltos, los dos. Después de andar un rato, devisó una casita blanca. Llegaron las ovejitas. Cruzaron el patio y jueron y se echaron abajo de unos árboles, a la sombra. Salió una señora viuda y el muchacho se dio cuenta que áhi era ande lo mandaban. La casa 'taba llena de flores y cantaban pajaritos. Él 'taba encantado y saludó:
-Güen día, señora.
-Güen día, hijito -le dice la señora, muy atenta. Pase adelante, hijito, ¿cómo le va yendo? ¿Qué se le ofrece?
-Bien señora. Aquí me manda el señor, dueño de las ovejitas que le entregue esta carta.
La señora muy cariñosa lo trató muy bien. Le dio de comer y lu hizo dormir la siesta con la cabeza en la falda d'ella, mientras lo espulgaba. Lo despertó y le dijo que había dormido diez años. El muchacho creía que había dormido un ratito.
-¿Tenís qué comer, hijito? -le preguntó.
-No señora -le dijo él.
Agarró la señora y partió de un pan y un queso, una tajada de cada uno, y le dio al muchachito pa que juera comiendo.
-Mirá, hijito -le dice la señora, cuando te váis no tengáis miedo. Seguí no más di atrás de las ovejitas como hais venido.
Lo despidió la señora muy cariñosamente y le arrió las ovejitas por el camino. El muchachito siguió otra vez de atrás. Se puso a comer queso y pan, y comía y comía, y el pan y el queso quedaban siempre del mismo ser, no se consumía. El chico se dio cuenta que tenían una virtú, y se puso muy contento. Ya volvieron a encontrar lo mismo que a la venida. La ovejita con su corderito que saltaban y brincaban, jugando muy contento. Los güeyes gordísimos, en el potrero pura piedra. Los güeyes flacos en el alfalfar florecido. Los dos hombres colgados de la lengua. Las piedras que se daban unas contra otra y hacían saltar chispas de juego, y volvió a pasar di atrás de las ovejitas, raspando que no lo agarraran. Al río de sangre que le dio tanto miedo y lo volvió a pasar, y al río de leche, llenito, y al río di agua cristalina, crecido. Siempre iba el muchachito di atrasito no más de las ovejitas, que lo libraban de todos los peligros. Después de tanto andar, llegaron por fin, a las casas grandes del patrón, del señor que lo había conchabau. Ya salió a recibirlo el señor y el muchachito l' entregó una carta, que era la contestación. Bué... El señor le hizo dar de comer y lo mandó a dormir. El chico 'taba muy cansau y impresionau, y se jue a dormir.
Al otro día le dice el señor:
-Y contame hijito, que hais visto.
Y el chico le contó todo lo que había encontrau, y el señor le jué diciendo qué era.
-Primero, encontré un río muy grande y que llevaba una gran crece di aguas cristalinas.
-¡Ah!, ésas son las ládrimas que la Virgen redamó, cuando perdió a su hijo. Son las ládrimas que las madres pierden por sus hijos cuando sufren por ellos.
-Después encontrí un gran río de leche.
-Ésa es la leche que redamó la Virgen cuando Jesús era chiquito y anduvo perdido.
-Después encontrí un río de sangre qu'iba rebalsando y que me dio mucho miedo.
-Ésa es la sangre de la Virgen cuando tuvo a Jesús y es la sangre de las heridas de Jesús cuando lo crucificaron.
-Después, encontrí dos peñas, una di un láu y otra di otro del camino, que se juntaban y se separaban, y se volvían a juntar chocandosé y haciendo saltar chispas de juego. Así 'taban siempre, golpiandosé con toda la furia. Cuasi me aplastaron cuando pasí.
-¡Ah!, ésas son las malas comadres, que en vez de respetarse se ofienden.
-Después encontrí dos hombres colgados de la lengua.
-¡Ah!, ésos son los caluniadores, los que levantan mentiras y falsos testimonios a los demás.
-Después encontrí dos güeyes que se morían de flacos en un potrero con una alfalfa que les llegaba al pecho di alto, florecida que daba gusto.
-¡Ah!, ésos son los ricos avarientos, que nunca se conforman con nada, y que guardan sus posibles, y viven como miserables de lo último.
-Después... encontrí dos güeyes lustrosos de gordos, en un peladar, de pura tierra y piedras.
-¡Ah!, ésos son los pobres avenidos, que se conforman con lo que tienen, viven contentos con poco, y a todo se allanan. Son felices dentro de sus pobrezas, porque Dios nunca les falta.
-Después encontrí una ovejita con su corderito, saltando y brincando y retozando, muy contentos.
-¡Ah!, esa es la güena madre, que se desvive por sus hijos y los trata con cariño, y es el güen hijo que respeta y quiere a sus padres y 'ta siempre dando güenos momentos a sus padres.
Las siete ovejitas que te acompañaron, son siete ángeles. Son las mesmas siete cabrías que están en el cielo, hechas estreias. El viejito lismonero que te pidió limosna en el camino era Dios Nuestro Señor, que anda por el mundo para ver la caridá de los cristianos con los necesitaus y con los viejos que ya no tienen nada. A vos te ha premiau Dios porque juiste güeno y le distes todo lo que te quedaba de comer, pero tus hermanos fueron castigados por mezquinos y mal hablaus.
Y lo felicitó. Ya cuando le quiso arreglar las cuentas le preguntó:
-¿Cómo querís que te gratifique, con un Dios te lo pague o con un almú de plata?
Y el chico le contestó muy humildito:
-¡Qué voy a hacer con un almú de plata! Eso se gasta algún día. Déme un Dios te lo pague, que eso no se gasta jamás, en la vida.
-Güeno, hijito, que Dios te lo pague, y que te vaya bien en tu viaje.
Ya se jue el muchachito. Comiendo se jue, el pan y el queso que le había dau la Virgen, y que comiera lo que comiera, no se acababa ni se achicaba. Yba muy contento lo que iba a ver a sus viejitos.
Ya llegó el chico y salieron los viejitos, llorando de contentos, lo que vieron que volvía el hijo, que no se había perdíu, tan chico como era, hecho un joven. También se vieron los hermanos. Ya después que pidió la bendición a los padres y los saludó, contó todo como había andau y lo que le había pasau, y todas las cosas que vido. Y los hermanos se reiban porque le dieron un Dios te lo pague, pero los padres 'taban contentos de ver lo güeno que era el chico. Y ya salió para desensillar el cabaíto, cuando vieron que 'taban las alforjas llenecitas de plata. Lloraban otra vez los viejecitos, al darse cuenta del premio de Dios, y el chico se puso contentísimo de que podía remediar la pobreza de todos, y sacaron las sábanas los viejitos y las llenaron de plata. Los hermanos 'taban muy triste lo que vieron el castigo de ellos. Y así tuvieron para vivir en la abundancia toda la vida, y pan y queso que no se acababan nunca. Y vivieron una porción de años todos muy felices.
Y entro por un caminito y salgo por otro para que usté me cuente otro.

Pilar de Ochoa, 48 años. La Cañada. Capital. San Luis, 1929.

Campesina analfabeta. Buena narradora.

Cuento 1018. Fuente: Berta Elena Vidal de Battini


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